La comedia burlesca «La venida del duque de Guisa con su armada a Castelamar»: el agüero ridículo

En el subgénero dramático que nos ocupa[1] son frecuentes las alusiones a agüeros y pronósticos burlescos[2]. En esta comedia encontramos el agüero por la caída de Plesís al desembarcar en Castelamar: la acotación escénica, y luego el diálogo entre Gonzaga, Guisa y el propio Plesís, nos informa de que el francés, que estaba ebrio, ha caído y se ha descalabrado un mostacho (v. 40)[3]. Este es el pasaje en cuestión, donde se introducen algunos juegos de palabras (vv. 44-48 y 53-54) con levantar (en sentido literal ‘levantar del suelo’) y levantar figura («en la astrología es formar plantilla, tema o diseño en que se delinean las casas celestes y los lugares de los planetas, y lo demás concerniente para hacer la conjetura y pronóstico que se intenta»[4]):

Ruido dentro de trompetas y atambores, y disparan tiros de artillería, y a su falta triquitraques. Sale Monsiur de Guisa, Gonzaga, y Plesís al saltar en tierra cae. Sale Monsiur Naní, Güigüí y los soldados que tiene.

GONZAGA.- Cayó Plesís en la arena;
descalabrose un mostacho.

GUISA.- Es que el pobre está borracho
de un pipote de amarena.

Plesís está medio cuerpo afuera y medio dentro caído.

PLESÍS.- En tan grande desventura
un astrólogo quisiera
que con su ciencia pudiera
levantarme la figura.      

GONZAGA.- En tierra está y no es posible
que se pueda levantar.

GUISA.- Empiezaldo a desnudar
y veréis que está terrible.

NANÍ.- Juro, señor, por mi fe,
que como un mármol está.           

GUISA.- Decilde que venga acá,
que yo le levantaré.        

PLESÍS.- ¿No hay quien confiese a un cristiano?
Porque quiero hacer un voto.

GUISA.- Llamad presto un hugonoto,
y en su ausencia a un luterano.

PLESÍS.- Gracias doy a San Dionís

Levántase.

  porque el juicio me ha tornado.

GONZAGA.- Agradézcalo al bocado
que tomó de agua y anís (acot. tras v. 38 y vv. 39-62).

Cuando Guisa le pregunté: «Qué sentís de la caída / decidme, Plesís valiente» (vv. 63-64), su subordinado resumirá —ensartando diversos disparates y juegos de palabras— los hechos sucedidos desde que dejaron Francia para pasar a Italia y enunciará su vaticinio final, en el que interpreta su caída como «agüero que de esta guerra / no ha de volver ningún hombre» (vv. 101-102):

PLESÍS.- Lo que mi discurso siente
os diré de esta salida.
Después que a París dejamos,
excelso duque de Guisa,
que venimos en camisa
y que en cueros nos hallamos,
que a Roldán y que a Oliveros
los dejamos en su casa,
que a Belerma se le pasa
el tiempo haciendo pucheros;
después que siguen desnudos
tu derrota los soldados,
y después que tus ducados
pasan la plaza de escudos
y que a tajos y reveses
tu hacienda has dejarretado,
y sin vómito has trocado
tus escudos en paveses;
que, hecho Don Belianís,
de la Italia enamorado
has vendido tu ducado
en cuatro maravedís;
después, pues, que de Marsella
con tanta gente bahúna
la creciente de tu luna
fue menguante de mi estrella;
después que en estos confines
tus soldados nunca ahítos,
siendo vinosos mosquitos,
quieren volverse delfines;
cuando pisaste la arena
y cuando yo medí el suelo,
me vino un discurso al vuelo
como una gran berenjena.
Y fue —Duque, no te asombre—
el haber caído en tierra
agüero que de esta guerra
no ha de volver ningún hombre (vv. 65-102).

Edgar Degas, El jinete caído.
Edgar Degas, El jinete caído.

Sin embargo, lo que Plesís considera un vaticinio negativo, el duque lo interpreta en sentido positivo. En efecto, el de Guisa comenta:

GUISA.- ¡Qué gran prólogo previno
cargado de seso orate,
por decir un disparate
que aprendió en el Calepino!
¡Que crea un hombre soldado
en agüero o en agüera!
¡Cuánto más agüero fuera
en[5] no haberse levantado!
Esa arena, presumida
de que la pisan tus bajos,
se abrazó de tus zancajos
por darte la bienvenida.
Dejad aquesa abusión,
que antes es señal muy buena (vv. 103-116).

A lo que responde Plesís, con otro fácil juego de palabras: «Malo es caer en la arena / y bueno en la tentación» (vv. 117-118).

En su estudio Gasparetti apunta que este episodio de la caída de Plesís probablemente sea «una spiritisa invenzione di Matos», si bien «si dovrebbe ammetere una tradizione popolare contemporánea, più tardi perduta»[6]. Sea como sea, creo que este paso puede considerarse más bien un eco del que encontramos en los vv. 477-488 de El príncipe constante de Calderón[7]: en esta comedia, cuando el infante don Enrique cae al desembarcar en tierra africana, exclama: «¡Válgame el cielo! / ¡Hasta aquí los agüeros me han seguido!» (vv. 483-484), a lo que responde su hermano don Fernando:

DON FERNANDO.- ¡Pierde, Enrique, a esas cosas el recelo
porque el caer agora antes ha sido
que ya como señor la misma tierra
los brazos en albricias te han pedido (vv. 485-488)[8].

En fin, más adelante, al comienzo de la segunda jornada de nuestra comedia burlesca, se retoma el tono jocoso del momento de la caída, cuando el duque de Guisa alude a los efectos escatológicos que causa en Plesís el miedo que siente tras su agüero:

GUISA.- Plesís está en el corral
debajo del gallinero,
porque desde aquel agüero[1]
tiene pegado el pañal (vv. 363-366)[9].


[1] Esta publicación forma parte de las actividades del proyecto La burla como diversión y arma social en el Siglo de Oro (II). Poesía política y clandestina. Recuperación patrimonial y contexto histórico y cultural (ref. PID2020-116009GB-I00), del Ministerio de Ciencia e Innovación (MICINN) del Gobierno de España.

[2] Carlos Mata Induráin, Antología de la literatura burlesca del Siglo de Oro. Volumen 9. Repertorio de notas de las comedias burlescas, Pamplona, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Navarra, 2020, pp. 788-790.

[3] Todas las citas serán por la edición de Periñán y Pierucci, con algunos ligeros retoques en la puntuación o acentuación que no consignaré: Martín Lozano, La venida del Duque de Guisa con su armada a Castelamar, ed. de Blanca Periñán y Daniela Pierucci, en Comedias burlescas del Siglo de Oro, tomo VI, ed. del GRISO dirigida por Ignacio Arellano, Madrid / Frankfurt am Main, Iberoamericana / Vervuert, 2007, pp. 463-557.

[4] Real Academia Española, Diccionario de autoridades, ed. facsímil, Madrid, Gredos, 1990, s. v. alzar.

[5] Tal vez podría enmendarse cambiando a el: «¡Cuánto más agüero fuera / el no haberse levantado!».

[6] Véase Antonio Gasparetti, La spedizione del Duca di Guisa a Castellammare nel 1654 in due antiche commedie espagnuole (Con un testo inedito in appendice), Palermo, Scuola Tip. «Boccone del Povero», 1932, pp. 39-40 (las dos citas, en p. 40).

[7] Cito por Pedro Calderón de la Barca, El príncipe constante, ed. de Isabel Hernando Morata, Madrid / Frankfurt am Main, Iberoamericana / Vervuert, 2015.

[8] El suceso nos recuerda también la anécdota atribuida a Publio Cornelio Escipión, el Africano, que recoge Cervantes en Quijote, II, 58, cuando el caballero y su escudero encuentran unos labradores que transportan unas imágenes de bulto para el retablo de su iglesia, lo que da lugar a un diálogo sobre los buenos y malos agüeros: «—Tú dices bien, Sancho —dijo don Quijote—; pero has de advertir que no todos los tiempos son unos, ni corren de una misma suerte; y esto que el vulgo suele llamar comúnmente agüeros, que no se fundan sobre natural razón alguna, del que es discreto han de ser tenidos y juzgar por buenos acontecimientos. Levántase uno destos agoreros por la mañana, sale de su casa, encuéntrase con un fraile de la orden del bienaventurado San Francisco, y como si hubiera encontrado con un grifo, vuelve las espaldas y vuélvese a su casa. Derrámasele al otro Mendoza la sal encima de la mesa, y derrámasele a él la melancolía por el corazón; como si estuviese obligada la naturaleza a dar señales de las venideras desgracias con cosas tan de poco momento como las referidas. El discreto y cristiano no ha de andar en puntillos con lo que quiere hacer el cielo. Llega Cipión a África, tropieza en saltando en tierra, tiénenlo por mal agüero sus soldados; pero él, abrazándose con el suelo, dijo: “No te me podrás huir, África, porque te tengo asida y entre mis brazos”» (cito por Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha, edición, notas y anexos de Francisco Rico, Madrid, Punto de Lectura, 2009, p. 988; anota Rico que «Suetonio atribuye la anécdota a Julio César»). En fin, podríamos recordar asimismo la frase atribuida a Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, en la batalla de Garellano (28-29 de diciembre de 1503). Cuando su caballo se trastabilló, lanzando al general al suelo, este comentó para animar a sus soldados: «¡Ea, amigos, que pues la tierra nos abraza, bien nos quiere!».

[9] Para más detalles ver Carlos Mata Induráin, «Algunos paradigmas compositivos en la comedia burlesca La venida del duque de Guisa con su armada a Castelamar», Atalanta. Revista de las letras barrocas, 9.2, 2021, pp. 57-87.

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