Tras esa cima alcanzada y ponderada en el punto climático del poemario Límites de exilio[1], el poema VI supone un pequeño retroceso, en tanto en cuanto va a ser un canto de alternativas: de nuevo la caída y al final un nuevo ascenso. En efecto, en la primera parte apreciamos un descenso, pues se repite anafóricamente «Una vez más está caído» o bien «De nuevo está caído», y el hombre siente lejanas las praderas de la esperanza. Está una vez más vacío, «caído frente a su voluntaria nada», y «los vientos anulan su jugoso perfil y le marchitan» (notemos de nuevo los matices negativos del símbolo viento). «Es triste para el hombre el haber perdido su sello filial / y sentirse poblado de espesas certidumbres humanas», afirma el poema, al que se siguen incorporando imágenes negativas: «caído en los límites más obscuros de su densidad humana», «sombras procelosas», «negro infinito», «rendido al fúnebre mensaje de la muerte sigilosa». Ahora ya no existen para él caminos soleados, como antes; están, tan solo, las piedras rotas y la fe olvidada, y se ha retornado al llanto… Pero luego vuelve a hacerse la luz, reaparecen la fe y la confianza en abandonar el exilio:
Por todas partes contempla el hombre en su fe resuelta,
estirpe principesca,
en todo se ofrece sobrepuesto a sus recogidos límites de exilio.
Por eso, en la parte última del canto se da entrada a imágenes positivas como faro, bautismales hilos de última estrella o amanecer:
El hombre siente su amanecer, lejana ya su noche,
sabe que ha de vencer su arista terrena y en impulsado vuelo llenar de filtros nuevos sus nuevos campos,
y sabe que su fe le crecerá ilusionado por encima de su especie.
Al final, llevados de nuevo al terreno de la trascendencia, el hombre «se alza triunfante por cima de sus asidos límites»:
Ya contemplado en la reflexión de su espejo,
mirado en la fuente que le unge infinito por encima de la muerte,
ahuyentada la vida vieja que le estrecha y ahoga,
se hunde victorioso en los más vastos finales,
donde el Hijo del hombre sobre su dicha se inclina.
El poema VII insiste en las mismas ideas de superación y en alusiones similares a la ruptura de los límites de su exilio: «Vencido el hombre se abre a los nuevos límites», «viene sorteando límites», «las presencias se pueblan de ensanchados límites». Tanta es ahora su fuerza que, se dice, «Está el Dios sorprendido ante su creación única». Reaparecen las imágenes marineras: radioso faro, mares, olas, mareas, la dormida paz de sus puertos, los navíos del hombre; y otras que nos hablan de la alcurnia real (entiéndase ‘divina’) del hombre: conquistador sin límites, hijo coronado, príncipe, cetro apetecido… Cada hombre es como un faro que «emite su luz imperiosa de noche», cada hombre «humedece su llanto en la épica lágrima del Dios conquistado», cada hombre es una criatura elevada[2], y todos juntos forman «la vasta y caminante grey de hombres en su dolor y dicha». Y se afirma una vez más la trascendencia, cuando se mencionan sus «límites resueltos»:
Todo es destino que impera prodigioso detrás de la muerte.
[…]
En la nueva vida se está presente al acto más puro de su entraña desdoblada.
Junto a su muerte se abre la forma exhausta de sus límites resueltos.
Una vez más,
amorosamente vencido,
Dios se proclama en ardoroso abrazo al eterno servicio de su hombre[3].
[1] José Luis Amadoz, Límites de exilio, Pamplona, Ediciones Morea, 1966.
[2] Para aludir a la nueva vida trascendida se añade aquí el motivo de la madre generosa.
[3] Para más detalles remito a mi trabajo «José Luis Amadoz, poeta “aprendiz de brujo”: cincuenta años de coherencia poética (1955-2005)», introducción a José Luis Amadoz, Obra poética (1955-2005), Pamplona, Gobierno de Navarra-Institución Príncipe de Viana, 2006.
