La trayectoria poética de José Luis Amadoz: «El libro de la creación» (1968-1974) (1)

En el momento de su aparición original (Pamplona, Gráficas Iruña, 1980), era un poemario de 75 páginas que se presentaba con un subtítulo que anunciaba la unidad del libro: El libro de la creación. Poema[1]. Y la solapa interior nos ofrecía esta explicación:

El poeta ya conocido entre nosotros, José Luis Amadoz, nacido en Marcilla y residente en Pamplona, donde trabaja como médico-psiquiatra, publica este nuevo libro con el título de El libro de la Creación. Se trata de un poema total dividido en cantos que conservan su unidad a lo largo de la obra. Formalmente de tono versicular, con un ritmo donde se funden la palabra y la idea de un modo preciso, ofrece al lector un intento de descubrir el nacer del hombre cada día en su juego múltiple de luces, cosas, seres y símbolos, destacando el hombre como en un rumor que lo llena todo y desea ser libre sin poderlo, por sentirse atado a su destino. Para leer este libro hay que sumirse en él no tanto en un afán de comprensión como de fe para encontrar a través del mismo su propio destino, su propio poema, su propia existencia[2].

Analizado desde el punto de vista temático, podríamos considerar que este nuevo poemario de Amadoz constituye una continuación de lo ya expuesto en el anterior, Límites de exilio. El tema nuclear es la idea de un hombre trascendido más allá de la muerte y sus limitaciones: un hombre que avanza hacia la luz, la altura, la vida… El mundo se concibe como un caos que poco a poco se va ordenando en forma de cosmos, como un inmenso material que va pasando de lo informe a lo con forma, de lo gris a lo coloreado…

Caos cósmico

Igualmente, el hombre, que es de cuna eterna, yace caído en un prolongado destierro, vive en medio de su noche de dolor. Pero, convertido en niño recién nacido, será capaz de protagonizar una ascensión luminosa, en la que se va abriendo a lo que de divino hay en su interior[3]. Como en el libro anterior, el hombre debe, por tanto, salir de la noche y el sueño a la vida y el sol. En efecto, en este poemario la imagen del sueño se concibe en sentido negativo, pues es sinónimo de vacío, mientras que encontraremos imágenes positivas como alba, amanecer, nacimiento, creación… Así lo ha destacado Ángel-Raimundo Fernández González:

Los grandes símbolos del poema son la luz, la alborada, la mañana. Sobre todo la luz. […] el símbolo de la luz, en «un Génesis» bíblico, es la máxima expresión del poder creador y de la vida. En casi todos los casos, […] luz y vida se emparejan. […] Frente al símbolo de la luz aparece el de la noche, las sombras. El día vence y crea. La noche, las sombras, son el símbolo de la nada[4].

En definitiva, el hombre se concibe ahora como un ser nacido, un ser esenciado, portador de un alto destino, y debe por ello recorrer un largo camino hacia lo alto (lo Alto) y hacia la luz (la Luz), debe experimentar, mejor dicho, debe protagonizar un lento proceso que se concibe en términos de subida, de ascenso hacia al orden, hacia la luz, hacia una «mañana» en la que se disipan todas las sombras. Aquí los hombres son ríos «que van a dar en la mar», pero no entendida la frase a la manera manriqueña como mera desembocadura en la muerte, sino como final esperanzado en Dios. De ahí que apreciemos un tono marcadamente optimista en algunos poemas e, incluso, ciertas referencias cristológicas que ya se hacían presentes en Límites de exilio.

Desde el punto de vista estilístico, y a tenor de lo que llevamos dicho, fácil será comprender que el poeta vuelva a manejar dicotomías esenciales del tipo noche / día, cuerpo / alma, vacío y esterilidad / frutos y cosecha, tiempo / eternidad, etc. Todo ello de nuevo en versos libres de larga extensión que tratan de recrear la fluida cadencia de los salmos bíblicos[5].


[1] Llevaba entonces la siguiente dedicatoria: «A las últimas y pequeñas de mis hijas, M.ª Juana (Anuka) y M.ª Victoria (Toyoya)». Con respecto al título, el autor prefiere escribir la palabra creación en minúscula, porque se está refiriendo a un fenómeno creacional de índole universal, a la evolución del cosmos, sin un valor necesariamente trascendente.

[2] En la otra solapa interior se anunciaban las «Obras publicadas» del autor: Sangre y vida y Límites de exilio, mientras que figuraban «En preparación» Callado retorno, Poemas primeros y Elegías del hombre.

[3] Escribe Ángel Raimundo Fernández: «Como en los dos poemarios anteriores, la poesía surge de un interior que asume fuerzas diversas y que busca una armonía final entre todas ellas en una subida a la trascendencia que unifica» («Río Arga» y sus poetas, «Río Arga» y sus poetas, Pamplona, Gobierno de Navarra (Departamento de Educación y Cultura), 2002, p. 70).

[4] Fernández, «Río Arga» y sus poetas, pp. 71-72.

[5] Para más detalles remito a mi trabajo «José Luis Amadoz, poeta “aprendiz de brujo”: cincuenta años de coherencia poética (1955-2005)», introducción a José Luis Amadoz, Obra poética (1955-2005), Pamplona, Gobierno de Navarra-Institución Príncipe de Viana, 2006.

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