En una entrada anterior ofrecía un breve comentario de tres sonetos de Garcilaso de la Vega, a saber, el I, el V y el VIII. Van ahora otros tres más, el X, el XIII y el XV, también con unas breves glosas a modo de comento.
El Soneto X es uno de los más famosos y recordados de Garcilaso. Redactado hacia 1535, presenta como ha señalado la crítica claros ecos virgilianos y petrarquistas, además de un marcado tono elegíaco, nostálgico, de doliente melancolía. Todo él constituye un apóstrofe a las prendas de la amada (podría tratarse de un bucle de cabellos, una cinta, un pañuelo…; Rivers anota que bien podrían ser los cabellos de Elisa mencionados en la Égloga I, vv. 352-357), que en el momento actual de dolor tras la muerte de la amada (¿Isabel Freyre, muerta hacia 1533?) le hacen recordar la felicidad pasada. Se trata de un claro eco del motivo presente en la Divina comedia de Dante, Inferno, canto V, vv. 121-123: «Nessùn maggior dolore / che ricordarsi del tempo felice / nella miseria», que sería recreado también por Camoens («Horas breves de meu contentamento…») y por el conde de Villamediana («Horas breves de mi contentamiento…»). Todo lo que antes era alegría se ha transformado en profundo dolor y llanto perpetuo. Aunque en la memoria se mantiene siempre viva la imagen de la amada, es la contemplación del favor amoroso (las «dulces prendas», que son «memorias tristes») lo que desata los recuerdos y da rienda suelta al dolor: y, en efecto, el amante no se limita a contraponer el bien pasado al mal presente, sino que desea y pide la muerte que le vuelva a reunir con su amada:
¡Oh dulces prendas por mi mal halladas,
dulces y alegres cuando Dios quería,
juntas estáis en la memoria mía
y con ella en mi muerte conjuradas!¿Quién me dijera, cuando en las pasadas
horas qu’en tanto bien por vos me vía,
que me habíades de ser en algún día
con tan grave dolor representadas?Pues en una hora junto me llevastes
todo el bien que por términos me distes,
llevame junto el mal que me dejastes;si no, sospecharé que me pusistes
en tantos bienes porque deseastes
verme morir entre memorias tristes[1].
El Soneto XIII nos traslada al terreno de la mitología, que en el Siglo de Oro suele tener siempre una doble función: estética (los mitos son historias bellas, que permiten un tratamiento artístico de la materia) y simbólica (el personaje mitológico es un ejemplo positivo que imitar, o negativo que evitar). Aquí el yo lírico utiliza un argumento mitológico (la fábula de Apolo y Dafne, que Garcilaso evoca también en la Égloga III, vv. 145-168, en el tapiz que teje Dinámene) para expresar el propio sentir amoroso. De nuevo, el recuerdo del amor perdido hace aumentar el dolor del yo lírico, igual que le sucediera a Apolo: enamorado de la ninfa Dafne, hija del río Peneo, la persigue a la carrera para gozarla; cuando la ninfa va a ser alcanzada, su padre (u otra divinidad, según las distintas versiones del mito) se apiada de ella y la transforma en laurel (eso significa dafne en griego); desde entonces, ese árbol —que Apolo hace crecer con sus lágrimas— quedará consagrado al dios y servirá de premio a los poetas más excelsos. El soneto destaca por su plasticidad, por su gran fuerza visual, pues refiere el momento exacto de la metamorfosis de Dafne en laurel (conviene leer el soneto teniendo a la vista una reproducción de la escultura de Bernini que recrea el mismo mito).
En ese sentido, el empleo en los cuartetos de los imperfectos (que indican una acción durativa, no acabada, en proceso…), consiguen aumentar en el lector la impresión del movimiento de la escena y de la transformación del cuerpo de la ninfa en laurel. Luego, el primero de los tercetos se centra en el dolor de Apolo, mientras que el segundo eleva a categoría universal la experiencia particular:
A Dafne ya los brazos le crecían
y en luengos ramos vueltos se mostraban;
en verdes hojas vi que se tornaban
los cabellos que’l oro escurecían;de áspera corteza se cubrían
los tiernos miembros que aún bullendo ’staban;
los blancos pies en tierra se hincaban
y en torcidas raíces se volvían.Aquel que fue la causa de tal daño,
a fuerza de llorar, crecer hacía
este árbol, que con lágrimas regaba.¡Oh miserable estado, oh mal tamaño,
que con llorarla crezca cada día
la causa y la razón por que lloraba![2]
Recordaré que, varias décadas después, Quevedo nos ofrecería dos versiones burlescas, totalmente degradadoras del mito y de los personajes protagonistas (sus dos sonetos que comienzan «Bermejazo platero de las cumbres…» y «Tras vos un alquimista va corriendo…»).
Siguiendo con la mitología, el Soneto XV de Garcilaso evoca la figura de Orfeo, célebre músico que, apenado tras el fallecimiento de su esposa Eurídice, con su dolorido canto logró enternecer a los animales salvajes y los elementos de la naturaleza (a esto aluden los vv. 1-6), y luego bajó a los infiernos para tratar de rescatarla de la muerte (vv. 7-8). El yo lírico pondera su dolor considerándolo superior al de Orfeo, pues si este lloraba la pérdida de un bien ajeno a su persona (su esposa), él llora la pérdida de sí mismo. Nótese, de paso, la concisa presentación de la desdeñosa amada como «un corazón comigo endurecido» (v. 11):
Si quejas y lamentos pueden tanto
que enfrenaron el curso de los ríos
y en los diversos montes y sombríos
los árboles movieron con su canto;si convertieron a escuchar su llanto
los fieros tigres y peñascos fríos;
si, en fin, con menos casos que los míos
bajaron a los reinos del espanto,¿por qué no ablandará mi trabajosa
vida, en miseria y lágrimas pasada,
un corazón comigo endurecido?Con más piedad debría ser escuchada
la voz del que se llora por perdido
que la del que perdió y llora otra cosa[3].
[1] Cito, con algún ligero retoque, por Garcilaso de la Vega, Poesías castellanas completas, ed. de Elias L. Rivers, 6.ª ed., Madrid, Castalia, 1989, p. 46.
[2] Cito por Garcilaso de la Vega, Poesías castellanas completas, ed. de Elias L. Rivers, p. 49; pero en el v. 6 edito «aún» en vez de «aun».
[3] Cito por Garcilaso de la Vega, Poesías castellanas completas, ed. de Elias L. Rivers, p. 51, transcribiendo «debría» con tilde.
Apreciado Carlos, el verso en portugués «Horas breves de meu contentamento» no es de Os Lusíadas, que, como sabes, es un poema épico, sino de un soneto cuya autoría por Camoens es muy controvertida, pues, si bien le es atribuida en algunas fuentes, lo es también a Sá de Miranda o al Infante D. Luís en otras, y a Diogo Bernardes en la 1.ª edición de «Flores do Lima» (1596). Personalmente, me inclino por el Infante D. Luís, pues a éste es atribuido en un cancionero manuscrito del siglo XVI de la Biblioteca Nacional de Portugal que yo mismo estudié y edité en 2000, cancionero que por entonces era totalmente desconocido por los camonistas. Su atribución a Camoens por Álvares da Cunha y Manuel de Faria e Sousa, con fundamento en supuestos manuscritos que hoy se desconocen, es ya de la segunda mitad del siglo XVII. Sin embargo, ésa es una cuestión todavía no resuelta en defintiva.
Gracias mil, Rubem, por tu valiosa aclaración. Rectificar es de sabios, así que elimino de la entrada la referencia equivocada a Os Lusíadas (a saber de dónde la habría tomado…); y en cuanto a la atribución a Camoens, la dejo ahí, pero quien lea tu comentario tiene los datos que tú aportas, que son muchos más que los que yo manejo. El blog es divulgativo, y a veces, como en este caso, yo seré el primero en aprender de los comentarios y las precisiones de mis lectores. Agradezco que se me señalen estos gazapos o errores, porque así los corrijo. Muchas gracias y un abrazo.
Pingback: Otros dos sonetos de Garcilaso comentados (XXIII y XXXVIII) | Ínsula Barañaria