Otra situación que se repite con frecuencia en las novelas históricas románticas es la de que el héroe y la heroína protagonistas deban vencer una serie de obstáculos para ver triunfar su sentimiento amoroso. Pues bien, lo mismo ocurre en los dramas de Gertrudis Gómez de Avellaneda. Así, un caso habitual consiste en que los amantes pertenezcan a familias o bandos enfrentados, como sucede en Munio Alfonso: Blanca, princesa navarra, tiene concertado su matrimonio con el infante don Sancho, heredero de Castilla (el futuro rey Deseado); además, la unión de ambos personajes ofrece la ventaja de asegurar la paz entre dos reinos enfrentados en continuas guerras[1] (cfr. p. 20a); pero don Sancho no la ama, sino que siente inclinación por Fronilde, y este hecho desencadenará la tragedia.
Situación similar encontramos en El Príncipe de Viana: Isabel, la hija del canciller Peralta, está enamorada de don Carlos, que es cabeza del bando contrario al de su familia.
Otras veces los amantes no pertenecen a familias enfrentadas, sino que profesan distintas religiones. En Egilona, la esposa de Rodrigo, cristiana, ama a Abdalasis, hijo de Muza, caudillo musulmán. El mismo conflicto vemos en la otra pieza de materia goda: Recaredo es godo y arriano; Bada es sueva y católica; además, Recaredo es el descendiente de Leovigildo, el destructor de la familia de Bada, así que a ambos les separa un río de sangre sueva: «Mientras le execran los labios / el pecho, amiga, le adora» (p. 127a), confiesa Bada a su nodriza Ermesenda. Todavía más: desde II, 15 se interpone entre ambos una nueva dificultad, el voto solemne pronunciado por Bada de servir a Dios[2]. En este caso actuará como verdadero deus ex machina la decisión del concilio que, además de promulgar la conversión de Recaredo al catolicismo, anula el voto de la joven, lo que permite el final feliz y la unión de los amantes. De esta forma se cumple además el juramento hecho por Bada de casar solo con quien vengase la sangre católica derramada por Leovigildo (acto I, escena segunda) y fuese capaz de unir a todos los reinos de la península «bajo una sola bandera, / un solo cetro, un altar» (p. 104b).
En ocasiones, el conflicto sentimental de la pareja se refuerza con la existencia de un tercer personaje en discordia, que da lugar a la formación de un triángulo amoroso: tal sería en Munio Alfonso el constituido por don Sancho, Fronilde y el conde don Pedro Gutiérrez de Toledo; en Recaredo, Viterico, Bada y el rey godo; en Baltasar, la pasión que comienza a sentir el rey, subyugado por el indómito carácter de Elda, hace peligrar la relación de la joven con Rubén; en Egilona, al triángulo de Rodrigo-Egilona-Abdalasis se une también el insidioso Caleb, prototipo de personaje plano, de un solo rasgo, que actúa movido únicamente por sus celos y su deseo de venganza: «¡La sangre siento cual hirviente lava / por mis venas correr!» (p. 12a)[3].
[1] El matrimonio entre miembros de dos grupos enemigos para conseguir la paz es habitual en la novela histórica romántica; por ejemplo, en la ya mencionada Doña Blanca de Navarra, el de Catalina de Beaumont con el mariscal don Felipe de Navarra, argumento que repite su autor en el drama Echarse en brazos de Dios.
[2] También es doble el obstáculo en el caso de Álvaro y Beatriz, en la novela El señor de Bembibre, de Gil y Carrasco: por un lado, el matrimonio de la joven con el conde de Lemos, por otro, el voto de castidad de Álvaro al ingresar en la orden del Temple.
[3] Cito por Gertrudis Gómez de Avellaneda, Obras, vol. II, Madrid, Atlas, 1978 (BAE, 278), donde se incluyen Munio Alfonso, El Príncipe de Viana, Recaredo, Saúl y Baltasar; y Obras, vol. III, Madrid, Atlas, 1979 (BAE, 279), en que figura Egilona. Si no indico una página concreta, los números romanos designan el acto, y los arábigos, la escena. Remito para más detalles a Carlos Mata Induráin, «Los dramas históricos de Gertrudis Gómez de Avellaneda», en Kurt Spang (ed.), El drama histórico. Teoría y comentarios, Pamplona, Eunsa, 1998, pp. 193-213.