Néstor Luján nos ofrece en su novela toda una galería de personajes tanto históricos como de ficción. Destacan, sobre todo, las dos parejas de protagonistas. Comencemos por la formada por los personajes históricos.
Carlos, el príncipe de Gales, se nos aparece como hombre enamorado (y enamorado de oídas, como en muchos libros de caballerías y otras ficciones sentimentales[1]). Ama a la infanta española sin conocerla y por ella, para tratar de acelerar los trámites de la boda, realiza su aventurero viaje. Cuando María, por fin, se presenta ante sus ojos apenas puede conocerla y cortejarla. Sucede más bien todo lo contrario, puesto que la infanta le rechaza y ha de sufrir su desdén: no le ama y no está dispuesta a casarse con él, aunque no sabemos exactamente los motivos: ¿excesiva timidez?, ¿excesivo orgullo? Néstor Luján no profundiza demasiado en su carácter, presentándonos a la hija de Felipe III como una mujer simple y gazmoña.
Carlos solo puede dirigirle unas palabras, cuando se saludan en los actos oficiales. En una ocasión lo intenta de otra forma, presentándose por sorpresa ante ella. La reacción de la infanta habla mucho de su personalidad. Veamos cómo Gondomar refiere este episodio a Hugo:
—El príncipe de Gales se ha revelado como un héroe de una novela de caballerías. Incluso en una ocasión saltó una tapia del jardín del cuarto de la Infanta, mientras ésta pasaba, y cayó desairadamente rodando dentro del huerto. La Infanta María, asustadiza, espantada por sus confesores, en lugar de tenderle su blanca mano a besar, profirió un agudo grito lastimero y escapó como alma que lleva el diablo. El pobre príncipe, enjoyado, con sombrero emplumado, sucio de lodo y aturdido de vergüenza, quedó como un espantapájaros en medio de las flores. Odiaba el ridículo y no quería repetir, emperejilado como iba, hecho un mayo, la escalada de la tapia y correr el peligro de volverse a caer. Declaró que no se movería de allí. Afortunadamente se le permitió salir por la puerta, mientras la Infanta estaba oculta, presa de un soponcio (p. 202; cito por la 1.ª ed., Barcelona, Planeta, 1988).
Gracioso episodio (también un tanto ridículo y grotesco) de un nuevo y torpe Calisto inglés, mutatis mutandis, y de una nueva Melibea, esta vez sin Celestina que predisponga su corazón en favor del atrevido galán[2].
[1] Ver Domingo Ynduráin, «Enamorarse de oídas», en Serta philologica: F. Lázaro Carreter natalem diem sexagesimum celebranti dicata, vol. II, Estudios de literatura y crítica textual, Madrid, Cátedra, 1983, pp. 589-603.
[2] Ver para más detalles Carlos Mata Induráin, «La sociedad española del Siglo de Oro a la luz de las novelas históricas de Néstor Luján: Por ver mi estrella María (1988)», en Álvaro Baraibar, Tapsir Ba, Ruth Fine y Carlos Mata (eds.), Textos sin fronteras. Literatura y sociedad, Pamplona, Eunsa, 2010, pp. 283-300.