Recordemos que Las afueras de Luis Goytisolo se inscribe en la corriente de realismo social de los años 50 y que tiene un afán de denuncia (literatura testimonial, comprometida). Los personajes sufren un condicionamiento histórico-social, como muy bien hizo notar Juan Ignacio Ferreras:
El autor nos muestra un universo sociológicamente incapaz de permitir una solución racional a los seres humanos que lo componen. […] La situación social española, determinada por la guerra civil, determina negativamente a todos sus personajes: estos han sido todos marcados por la contienda, ninguno ha podido realizar sus deseos. […] En Las afueras, pese a la aparente variedad de sus siete relatos, existe una sola problemática que viene de la guerra, problemática que no sólo determina la acción de los protagonistas sino que informa todo el universo novelesco.
Y afirma a continuación que
solamente al final del libro, en la última página, existe una solución esperanzada para uno de los protagonistas (el joven Álvaro que va a empezar la carrera de Medicina). Esta última página, según mi modo de ver, resulta incoherente con el resto de la obra. […] La última página sigue siendo una excepción artísticamente dudosa, ya que Álvaro parece escapar a la problemática de la novela sin que el lector sepa muy bien por qué[1].
Sin embargo, hemos de pensar que es uno de esos niños «bien» quien dispone de la oportunidad de mejorar su situación; en él se centran las posibilidades de cambio (quizá quiera ello significar el deseo, la esperanza del autor para un mañana mejor), y no en el hijo de un obrero, por ejemplo.
Intentaré ordenar de forma esquemática los principales temas que se hacen presentes en la novela, comenzando por la dura vida en el campo o en la fábrica. Son, en efecto, numerosas las citas que podríamos traer aquí para ejemplificar este aspecto[2]; esto es, la pobreza en que viven los campesinos y los trabajadores, así como sus familias, a pesar de permanecer en su puesto durante largas horas. Señalaré únicamente algunas de las más significativas:
¿Quién lo haría si no? [se refiere al trabajo que tiene que hacer Dina, ella sola]. Me ocupo del huerto, llevo la casa, guiso, hago limpieza y, de vez en cuando, aún tengo que trabajar a jornal para otros. No se puede vivir de lechuga y en el huerto no crecen panes, bacalao, sardinas… Ya no hablo de carne (p. 21).
¿Y el trabajo? [pregunta Víctor a un conocido]. Ah, dijo Fredo, de eso lo que queremos: todo queda para nosotros. Lo único que repartimos son las cosechas (p. 30).
¿Adivina los años que tengo? No, ¿verdad? Pues bastantes menos de los que aparento. ¿Y sabe usted por qué? Pues porque desde pequeña he tenido que trabajar al sol y al aire igual que un hombre. Por eso (p. 39).
Una vez abajo, lo de todos los días. Se dispone el arado, se suelta un grito y adelante. […] Luego el sol se agranda y quema y el primer riego que la tierra recibe es de sudor… así de un bancal a otro, vertiente abajo. […] Luego Dineta gritaba ¡El almuerzo!, y él podía dejar todo aquello por un rato, sólo por un rato porque el trabajo nada más acaba con el sol (p. 156).
Pronto habría que volver a empezar, solo frente a los surcos como el año pasado, más solo que el año anterior, más cansado. Labrar y sembrar y mirar el cielo despejado un mes y otro, hasta nueve, y luego cosechar y partir la cosecha con la viuda. Cuatro sacos de grano, lo justo para no morirse y poder sembrar otra vez y mirar el cielo otros nueve meses y cosechar cuatro meses más (pp. 173-174).
¿Recuerdas al abuelo?, dijo Antonio. Se pasaba el día diciendo: ¡Ah, cuando era joven! ¡Ah, si fuese joven! Bien, pues ahora soy joven y ya ves, de mi casa a la fábrica, de la fábrica a mi casa. Trabajar para comer, comer para seguir trabajando y así hasta que ya no eres joven, hasta que te haces viejo como el abuelo y no sirves para nada, toda la vida tirando como un caballo. Algún día… En fin, ¿para qué hablar? Mañana nos veremos (p. 198).
El campo no da vacaciones, le decían. Aquí acaba una cosa nada más que para empezar otra (p. 209).
El Patacano decía que iba a ver si conseguía trabajo en la fábrica del pueblo. Los demás aprobaban con la cabeza, decían que en la fábrica se ganaba más dinero. Un trozo de tierra va bien para trabajarlo a horas libres y sacarte unas pesetas de más, pero no para depender de lo que te rinda. Te tiras una vida de perro a cambio de casi nada (p. 210).
Luego jugaban al subastado, apostando con alubias. Nosotros no podemos arriesgarnos a perder en cinco minutos el trabajo de toda una jornada (p. 210)[3].
[2] Todas las citas serán por la edición de Barcelona, Seix Barral, 1979.
[3] Ver para más detalles Carlos Mata Induráin, «Sobre el realismo social de Las afueras(1958) de Luis Goytisolo», en Álvaro Baraibar, Tapsir Ba, Ruth Fine y Carlos Mata (eds.),Textos sin fronteras. Literatura y sociedad, Pamplona, Eunsa, 2010, pp. 263-282.