Las coincidencias entre ambos episodios no se refieren solo a la estructura general (persona o personas engañadas para realizar un falso vuelo mágico en un caballo de madera), sino también a pequeños detalles, como por ejemplo el hecho de que ambas escenas ocurran en un jardín —el de los Duques, el de Leonardo— en la oscuridad de la noche (o de la tarde-noche). En ambas obras, el episodio del vuelo mágico se inserta en un contexto general de burla (burlas en el palacio ducal, burlas constantes en El astrólogo fingido). La función de ambos pasajes es parecida, aunque con matices.
En el caso del Quijote, los agentes de la burla son los Duques y sus acompañantes, guiados por el insano afán de reírse a costa de sus curiosos huéspedes, don Quijote y Sancho. En la obra de Calderón, la burla a Otáñez prepara el desenmascaramiento del falso astrólogo don Diego; la credulidad del montañés, corto de mollera y de genio —puede decirse que es el único personaje que no engaña a nadie; Sancho, también rústico, le aventaja sin embargo por su clarividente sentido común—, es total y queda absolutamente convencido de que ha volado hasta su región natal aunque no se haya movido un centímetro del banco donde lo atara Morón (nótese que aquí la burla ocurre entre dos criados, entre dos agentes primarios de la comicidad). En cambio en el Quijote Sancho no se traga el anzuelo de la engañifa, en modo alguno se cree la linda patraña de Clavileño, y al final se burlará socarronamente de quienes quisieron burlarlo; el episodio sirve para desenmascarar el cruel juego de los Duques, quienes no pueden revelar la verdad: que el vuelo mágico ha sido en realidad una farsa bien orquestada. También don Diego, el falso astrólogo, es de alguna manera un burlador burlado, porque al final de la obra sus embelecos resultan castigados.
La reminiscencia del episodio de Clavileño de El astrólogo fingido es, sin duda alguna, un guiño y un homenaje a Cervantes por parte de Calderón, que aprovecha magníficamente las posibilidades dramáticas y espectaculares que le brindaba el episodio narrativo. Los dos autores supieron plasmar genialmente en sus respectivas creaciones el gran problema barroco —y universal— del choque entre el mundo de la realidad y el de la ficción, la verdad y la mentira, lo que es y lo que parece ser (lo que Oppenheimer llamó «el tema de la realidad oscilante»[1]). El juego, el fingimiento, los equívocos y la burla son en ambos casos los ejes fundamentales del enredo, y así, no extrañará que uno de los personajes calderonianos, Quiteria, advierta a doña Violante: «Tus desengaños verán / que todo es mentira y juego» (p. 145b)[2].
[1] Ver Max Oppenheimer, «The Burla in Calderón’s El astrólogo fingido», Philological Quarterly, vol. XXVII, number 3, 1948, pp. 246.
[2] Cito por Pedro Calderón de la Barca, El astrólogo fingido, en Obras completas, tomo II, Comedias, ed. de Ángel Valbuena Briones, Madrid, Aguilar, 1956, pp. 127-162. Ahora contamos con la edición crítica de las dos versiones de El astrólogo fingido por Fernando Rodríguez-Gallego, Madrid / Frankfurt am Main, Iberoamericana / Vervuert, 2011.