Todos los personajes de la novela de Francisco Navarro Villoslada[1] son tipos planos, de un solo trazo. En efecto, en estas obras los análisis psicológicos no suelen ser muy profundos; el universo novelesco se divide de forma maniquea en dos grupos claramente diferenciados: los buenos son muy buenos, y los malos muy malos. Además, casi todos los personajes están dotados de una notable carga simbólica: doña Blanca y su trasunto Catalina simbolizan la inocencia, el candor, la pureza; Jimeno, la nobleza; Inés, la resignación cristiana; Leonor, la perfidia y, en otro plano, el amor maternal; el Conde de Lerín, la astucia, etc.
Con los personajes históricos como doña Blanca, doña Leonor, su hijo Gastón, mosén Pierres de Peralta, Luis de Beaumont o Felipe de Navarra —por citar solamente los principales—, se mezclan en la novela los personajes ficticios: Jimeno, Inés, Chafarote, etc. Los primeros suponen una especie de pie forzado para el autor, dado que su carácter resulta conocido por otras fuentes y el novelista no puede modificarlo a su antojo, si quiere resultar creíble. Por el contrario, es la presencia de los personajes ficticios la que le permite introducir los principales episodios y sucesos de su invención.
[1] Para este autor ver Carlos Mata Induráin, Francisco Navarro Villoslada (1818-1895) y sus novelas históricas, Pamplona, Gobierno de Navarra (Dpto. de Educación, Cultura, Deporte y Juventud-Institución Príncipe de Viana), 1995. Y para su contexto literario remito a Carlos Mata Induráin, «Estructuras y técnicas narrativas de la novela histórica romántica española (1830-1870)», en Kurt Spang, Ignacio Arellano y Carlos Mata (eds.), La novela histórica. Teoría y comentarios, Pamplona, Eunsa, 1995, pp. 145-198; 2.ª ed., Pamplona, Eunsa, 1998, pp. 113-151.