Algunos datos sobre la personalidad del cacique liberal Osambela han quedado apuntados ya en las entradas precedentes. Es en el capítulo II donde Arturo Campión nos ofrece el retrato de la familia de don Juan Miguel Osambela y Zurutuza, escribano y agente del partido liberal, y resume la historia familiar y las causas de su enriquecimiento. El notario de Urgain es un potentado que tiene dos únicas pasiones, la avaricia y la dominación: «Su bolsillo era de rico; su modo de vivir, no. […] Nada le satisfacía tanto como que le reconociesen y ponderasen su riqueza e influencia. La vanidad constituía su único placer intelectual» (pp. 203-204). Tramará su venganza (apoderarse de la hipoteca de los Ugarte y obligarlos a la boda de doña María Isabel con su hijo Perico), y para ello contará con la colaboración del abogado pamplonés Ignacio Ostiz.
En el capítulo VII, Osambela visita a Ostiz; ambos están unidos por una amistad añeja, pese a militar en distintos bandos políticos: lejos de ser enemigos, estos dos «doctores en cucología» se unen para sacar adelante sus negocios. Osambela expresa ante su compadre sus deseos de «patear a esa bruja de doña María» (p. 280). El capítulo VIII, «Intimación matrimonial», enfrenta por primera vez directamente a ambos personajes rivales. El notario visita a la palaciana y le expone sus propósitos sin rodeos: «El fingimiento y disimulo —apostilla el narrador— no formaban parte del caudal de sus defectos» (p. 306). Le explica que ha comprado la hipoteca que pesa sobre su hacienda y pide la mano de su hija para su Perico. Doña María llama a María Isabel, quien confirma que ella y el hijo de Osambela se quieren. Pero doña María, digna, se niega a autorizar semejante unión: ella es una madre católica y no entregará su hija, por su propia voluntad, a un liberal; herida en su orgullo, despacha a Osambela, pero la amenaza de este queda flotando en la estancia de Jaureguiberri (nueva prolepsis narrativa):
—¡Acaso el que sale despedido como criado, volverá con las ínfulas de dueño! Mis propósitos eran pacíficos, conciliadores: sólo han servido para aumentar la soberbia de quien la derrama por todos su poros como un veneno. ¿Queréis guerra?, pues la habrá sin cuartel. Chocarán el puchero y la olla: el puchero se hará pedazos, que yo, soy de hierro, ¡badajo! (p. 314)
Osambela visualiza el enfrentamiento de ambas familias (nobleza decadente y burguesía ascendente) con esa expresiva imagen del choque del puchero y la olla. Más adelante hará uso de otras similares:
—¡Cómo acaban los linajes! La coraza del infanzón atravesada por la pluma ruin del curial (p. 263).
—Al diablo lágrimas y sensiblerías: yo, el acreedor, martillo; ellos, el deudor, yunque, y porrazo limpio hasta que se hagan polvo (p. 379[1]).
Don Mario pronto comprende que Osambela tan solo busca arruinar a su familia, que constituye el único «dique de su avasallador caciquismo» (p. 340). Su mayor deseo es buscar dinero a cualquier precio para escapar de las garras del notario. Pero Juan Miguel, que como elector y cacique es ducho «en todo linaje de marrullerías» (p. 397), entabla sus diligencias contra los Ugarte, mostrándose como un acreedor implacable y codicioso:
Sonaba la hora de la ruina, precedida de edictos y subasta. El desahucio de la casa solariega, la caída desde pedestales seculares, la desaparición por la honda sima del pueblo anónimo. Un poco de espuma sobre el verdoso abismo que se cierra, y luego… nada: la inmensa extensión del mar sobre los náufragos (p. 429).
En efecto, cuando llega el verano, Osambela se instala en Jaureguiberri como nuevo dueño. Doña María y su hija María Isabel han de marcharse a Vizcaya. El narrador describe la escena de su partida, que ocurre bajo una intensa lluvia: la insultante felicidad de Juan Miguel contrasta con la pena sincera de los aldeanos, que se duelen del «éxodo lamentable de los últimos Ugartes» (p. 458). Doña Gertrudis, la esposa de Juan Miguel, ve alejarse a doña María, gravemente enferma, montada en un carrito: «Pues, con todo —comenta—, paralítica, muda, semimuerta y pobre, es una señora, una verdadera señora» (p. 459). Su marido Osambela afirma orgulloso que ahora son ellos las personas más importantes e influyentes del pueblo, están «en la punta de la cucaña», porque quien tiene el dinero lo tiene todo: él cree únicamente en el brillo del oro, no en el de los escudos nobiliarios. Sin embargo, su mujer le explica en una especie de apólogo la incómoda situación en que queda:
—Y al oírte hablar de la cucaña, recordé un cuento de mi padre —¡digo cuento, y fue sucedido!— que a ti también te hará gracia, y para desenfadarte, lo voy a contar. «Celebrábanse las fiestas de un pueblo, y acudió muchísima gente, la cual se extendió por la plaza, alrededor de la cucaña. Por entre los grupos, andaba un pobre jorobadito sin que nadie notase su presencia o le hiciese mayor caso. Observando que ninguno de los mozos conseguía llegar a la punta de la cucaña, el jorobadito, muy ágil, se acercó, y en un santiamén se encaramó por el palo. La gente, al principio creyó que era un niño, y le aplaudía. Pero cuando se detuvo el ganancioso para apoderarse de la bolsa y saludar, muy ufano, al público, ¡uu, uu, uy!, entonces le vieron todos la joroba, y le pegaron una silba… ¡una silba!…» (p. 460).
Osambela ha expulsado de su solar nativo a los Ugarte; ha ascendido a lo más alto de la cucaña; pero siempre se le verá la joroba…[2]
[1] Estas parejas de contrarios son muy frecuentes. Celedonia usa la de regadío y secano (noble / campesino) para mostrar a su hermano Cuadrau la diferencia que le separa del que consideran su rival en lides amorosas, don Mario: «—¡Pero igo mal, porra! ¡Ca andará por casarse, como tú y José Martín: quiós, no sus ha salido mala parte contraria! Secano contra regadío» (p. 320).
[2] Para más detalles, remito a Carlos Mata Induráin, «“Chocarán el puchero y la olla”: conflictos sociales e ideológicos en Blancos y negros, de Arturo Campión», en Carmen Erro Gasca e Íñigo Mugueta Moreno (eds.), Grupos sociales en la historia de Navarra. Relaciones y derechos. Actas del V Congreso de Historia de Navarra (Pamplona, septiembre de 2002), Pamplona, Ediciones Eunate / Sociedad de Estudios Históricos de Navarra, 2002, vol. II, pp. 165-178.
MUY BUEN RELATO,
Me alegra que te haya gustado. Cordiales saludos.