Uno de los temas presentes en el poemario[1] es la vida moderna en el País del Águila (Estados Unidos) y la descripción de algunas ciudades como Nueva Orleans y Nueva York.
Sabemos ya que ese País del Águila al que alude el título del poemario es, en un primer significado, Estados Unidos (el águila es, en efecto, uno de sus símbolos nacionales, presente en el escudo, en monedas y billetes, etc.). Ahora bien, en una segunda significación, más simbólica, el Águila representa específicamente los valores materiales de una civilización tan pragmática y materialista como es la estadounidense. Y así «el Águila que cuenta» (la expresión se repite en las pp. 19 y 20) simboliza precisamente el dinero, los aspectos más mundanos de la vida en las deshumanizadas ciudades modernas:
Tesoro de los ojos,
la plata de los astros
que en la mirada bebo
para encender las alas,
no sirve para el Águila que cuenta,
sí para el corazón que vuela y canta (p. 19).
El del Águila es el país «Donde todo se vende» (p. 21) y «Donde todo se compra» (p. 21). Y en el anochecer (que no es solo la puesta del sol, sino sobre todo la «noche / del alma», p. 20, eco sanjuanista subrayado por el encabalgamiento versal) casi nadie es capaz de apreciar «el derroche de oro del ocaso, / plata de las estrellas» (p. 21). En suma, prevalece aquí el deseo del oro material del Águila, y solamente la voz lírica —el Ángel— es capaz de apreciar ese oro poético del ocaso, ese lírico brillo de las luminarias nocturnas. Ahora bien, debemos tener presente la certera matización que introduce al respecto el padre Ellacuría:
Pero conviene señalar que esta obra no es, en ningún momento, una diatriba contra el mundo norteamericano, ni siquiera como abanderado del materialismo occidental. No lo es porque, en definitiva, el pueblo norteamericano más es resultado de ese materialismo que su causa, más es la manifestación que la raíz. Además, en este libro hay demasiado amor para que ni siquiera sea posible la acusación y la condena. El procedimiento es totalmente otro, el específico del cristianismo: cargar con los pecados ajenos para alcanzar su redención y salvación en el dolor de la propia vida. Más aún, hasta cierto punto se busca esa redención y salvación dentro mismo de esa cultura herida, ya que todo remedio vital carece de sentido si no se presenta como una forma de interiorización, como un ser intrínseco, operante desde dentro hacia el exterior[2].
Por otra parte, esta primera parte del poemario refleja reiteradamente detalles de la acelerada, frenética vida de las grandes urbes modernas, en las que imperan los ruidos mecánicos, estridentes, de tranvías y motores, los mil colores fluorescentes de los anuncios luminosos, las luces de los semáforos, sin olvidar otras menciones de ascensores y aparatos de aire acondicionado: «en el tranvía, desalado, / con voz de alas y rojo de la aurora» (p. 12); «cielo de los anuncios de colores / a donde el hombre sube sin escalas» (p. 15); «El cielo está lejano y es un azul vacío / de los ruidos del Águila mecánica» (p. 16); «Una mañana suave, / de sol fluorescente entre el verdor de las hojas / y aire acondicionado» (p. 16); «el movimiento eléctrico / de los ventiladores» (p. 18); «pasan los trenes» (p. 18); «encienda sus colores en las luces / que hacen su noche día» (p. 19); «los anuncios, […] los letreros» (p. 19); «dos luces / con dos letreros» (p. 21); «una calle / donde la noche es día de luces que se mueven; / con anuncios que son en sus colores vida» (p. 25); «el color de acero y aluminio / del terrestre poder de la mecánica» (p. 26); «los ruidos de los hierros desatados» (p. 26), etc.
A veces encontramos la contraposición de los elementos mecánicos y los naturales, como por ejemplo en el poema 5, «Sorprendido», donde leemos:
Los cláxones son sones en el aire
y que el aire se lleva.El ruido acelerado de motores
de los autos que pasan
es un vuelo de viento como seda
de las olas que mueren…:
una ola, otra ola…
Quedan sólo
las cigarras y pájaros, señores de la tarde (p. 30).
Con mucho tino comenta el padre Ellacuría al hilo de este pasaje:
Y así, cada página de este libro, Ángel en el país del águila, está orientada hacia la realidad y ha nacido de ella en forma de respuesta personal a los sucesos determinados que en su marcha por el mundo del águila le salieron al camino: luces y anuncios de colores, rascacielos y artefactos mecánicos, ciudades y desiertos, señales de tránsito y motores, gentes y gentes… sencillamente, la ciudad y la civilización de hoy. Mas, al mismo tiempo, esa realidad inmediata está superada en un ahondamiento que va a la caza de su unidad esencial, de su significado último y de su redención: está, en una palabra, llevado a un mundo distinto, superior y más real en cuanto más esencial (1996, p. 158).
En el largo poema número 7, «Weekend[3] en el Eastend» (pp. 35-39), el Ángel contrapone de nuevo la mecánica del Águila (lo material), «el País de la prisa y de la espera» (p. 38), con «el mundo de la Rosa, / la espada y el espíritu» (valga decir ʻlo superior trascendenteʼ):
¡Y qué abismo de ingenuidad la mía
que me hace nacer hoy en la mecánica
de un Águila tan vista
y pronunciar soñando nubes, soñando vuelos!—¡ÁGUILAS y ÁNGELES…!
Mientras mi pensamiento,
provinciano del mundo de los hombres[4],
todo sabiduría por su mundo de gracia
—el mundo de la Rosa,
la espada y el espíritu—,
sube asombrado hasta los rascacielos
para ver las hormigas, allá abajo,
llevándose a los hombres
dentro (p. 37).
La formulación «Y los hombres corren desalados, / y corren, corren, corren / […] / y después de esperar, de nuevo corren, / y corren, corren, corren…» (pp. 37-38) intensifica con esas repeticiones la sensación del movimiento frenético de los hombres-hormigas contemplados desde lo alto de un rascacielos, el Empire State, que no es tanto el famoso edificio neoyorquino situado en la intersección de la Quinta Avenida y la West 34th Street, sino más bien un rascacielos metafórico desde cuya altura puede oírse a Dios[5]:
¡Qué ingenuidad la mía!:
Ya desde el X (equis) piso
de este —sólido de aire— Empire State
que yo solo levanto
en el espacio y tiempo de un solo cerrar
de ojos…Y cuanto más arriba, se ve menos.
Y ya del todo arriba, se ve más.Se ensancha más el cielo,
y en el total silencio Dios se oye.¡Se oye desde la altura que con Él se confunde! (p. 38).
Lo que ocurre es que, igual que Dios crea el mundo por su Palabra[6], el Ángel-poeta también puede crear la ciudad, que no es la «ciudad que bulle» contemplada desde lo alto, sino la ciudad creada cuando la canta el poeta:
Mirando abajo la ciudad que bulle,
no existe la ciudad.
Y sólo vive
pura por la palabra
del cielo que la cubre y la fecunda.(No existe la ciudad mientras no viene
el poeta a decir:
—Ya está creada,
puesto que yo la canto.) (p. 39).
No resulta complicado seguir acumulando referencias similares a esta vida huera de las ciudades modernas, a esa Águila Mecánica en la que el Ángel quiere insuflar espíritu divino: «Llueve y llueve. / Van llenos los tranvías / de edades en conserva / y anuncios de más vida que ya viene» (p. 33). En el poema 9, «El mar… “abrazo líquido”», se mencionan «ruidos desatados» («—uptown, downtown…, el tranvía chirría—», p. 42). Sin embargo, por encima de esos ruidos del tranvía el yo lírico es capaz de oír el mar, y evoca entonces a «los que descubrieron estas tierras» (p. 42, enlazando temáticamente con la cuarta composición, «Los que llegaron por el mar al río»[7]). Más adelante, en el poema 15, figura como lema la expresión «… hierro y cemento», y ahí leemos estos versos —con efectista paronomasia en el primero de ellos—:
Dólares de mis dolores,
anuncio de siglos nuevos.El Ángel que se me muere
como encarnado en tu hierro,
¿tendrá para subir sólo
duras alas de cemento? (p. 59).
Todos los mencionados son elementos que simbolizan los aspectos más materiales de la vida moderna en el País del Águila, esa Águila Mecánica —es sintagma reiterado— carente de espíritu y aliento superior. Y aunque el enfoque y la intención son claramente otros, resulta imposible dejar de poner en relación este poemario de Martínez Baigorri con otro tan significativo como Poeta en Nueva York de García Lorca, detalle que ya fue apuntado por el padre Bertrán:
Libro sintético y unitario, Ángel en el país del águila, de viva experimentación personal, de amplios rumores de corriente caudalosa, no es sin embargo la cima más alta en la obra de Ángel Martínez. Tal vez se verifica en él esa intensa capacidad de vivificación en su interior, vivificación tan suya, que supera a veces en esta obra, la misma expresión verbal, como anotó agudamente Ellacuría. La máxima potencia se dedica aquí a la forma interna, a mostrar el paso de la vida por la muerte de la falsa, misión del poeta de verdad. Con el mérito de adivinación y de descubrimiento de poesía donde ojos menos potentes se habrían detenido en el cutis de las cosas. A otro gran poeta, García Lorca, más de veinte años antes, la estancia en Nueva York le despierta el superrealismo que dormía en el fondo de su espíritu, le revela una dinámica abismal que se estremece con la tragedia del negro, y le encrespa un grito de protesta y rebeldía. «Protesta —declara Luis Cernuda— a favor de todo aquello que en nuestra sociedad está sometido bajo poderes injustos». Reacción distinta, claro, y, en la línea de confluencia con Ángel, anotaciones muy diversas, perfectamente explicables dado el origen, temperamento y actitud vital de los dos poetas[8].
Sea como sea, en el caso de Martínez Baigorri —de su Ángel lírico— la contraposición entre materia y espíritu, apuntada en la primera parte, cobrará todo su valor simbólico —con mirada de altura trascendente— en la segunda parte; así, por ejemplo, en el poema «La vida en la que no cabe la muerte» (pp. 87-88), en el que se mencionan todos los anuncios y todas las conclusiones «de los seudoprofetas y de los seudoespirituales» (p. 87), de donde se deduce esta verdad:
Para que el Águila no sea águila muerta, águila falsa y dura de hierro y cemento, el Ángel tienen que entrar del todo en el Águila.
¡Para que el Águila viva y triunfe el Ángel!
Ángel vivo del Águila mecánica.
Para que tenga vida y para que jamás acabe su vida, es necesario volver a buscar en la muerte la vida:
La vida que la misma muerte encierra.La vida en la que no cabe la muerte… (pp. 87-88).
Podrían citarse muchos más ejemplos, pero creo que bastará con lo apuntado[9].
[1] Citaré por Ángel en el País del Águila, Madrid, Ediciones Cultura Hispánica, 1954, pero teniendo a la vista la edición de Emilio del Río en Poesías completas I, Pamplona, Gobierno de Navarra, 1999, donde el poemario ocupa las pp. 589-649.
[2] Ignacio Ellacuría, «Ángel Martínez, poeta esencial», en Escritos filosóficos I, San Salvador, UCA Editores, 1996, p. 131.
[3] En Poesías completas I se lee «Weakend», que parece errata. En efecto, aunque en inglés existe el adjetivo weakend, ʻdebilitadoʼ, y el yo lírico está convaleciente —debilitado por tanto—, no parece que el título del poema juegue con eso. El texto de 1954 trae «Weekend», y el poema alude expresamente a «este fin de semana» (p. 37). Por otra parte, Eastend podría referirse tanto a una conocida avenida neoyorquina (East End Ave, en el Upper East Side de Manhattan) o quizá al conjunto de cinco municipios de Long Island, en el condado de Suffolk, dentro del Estado de Nueva York
[4] En Poesías completas I se lee «los hombre», errata.
[5] Escribe Rosamaría Paasche: «Y empezamos aquí a ver algo positivo otra vez, porque también aquí existe todo lo que es valioso, los sentimientos, los recuerdos, los seres humanos, y, sobre todo, Dios. Aun desde el lugar más absurdamente deshumanizado, desde el último piso del Empire State se oye Dios» (Ángel Martínez Baigorri, místico conceptista, Pamplona, Gobierno de Navarra, 1991, p. 140).
[6] Ver Ellacuría, «Ángel Martínez, poeta esencial», p. 162.
[7] La presencia de este tipo de referencias cruzadas que enlazan —ya en el plano temático, ya en el nivel textual— unos poemas con otros es una característica varias veces repetida, que contribuye a dar unidad al conjunto.
[8] Juan Bautista Bertrán, «Intento de un camino», en Ángel Martínez Baigorri, Ángel poseído, Barcelona, Ediciones 29, 1978, pp. 41-42. Sin embargo, Julio Neira no incluye a Martínez Baigorri en ninguno de sus dos trabajos dedicados a rastrear la presencia de los poetas españoles en Nueva York: Geometría y angustia: poetas españoles en Nueva York, Sevilla, Fundación José Manuel Lara, 2012; e Historia poética de Nueva York en la España contemporánea, Madrid, Cátedra, 2012. Recordemos que, para Federico, «los dos elementos que el viajero capta en la gran ciudad son: arquitectura extrahumana y ritmo furioso. Geometría y angustia. En una primera ojeada, el ritmo puede parecer alegría, pero cuando se observa el mecanismo de la vida social y la esclavitud dolorosa de hombre y máquina juntos, se comprende aquella trágica angustia vacía que hace perdonable por evasión hasta el crimen y el bandidaje» (palabras pertenecientes a su conferencia del 16 de diciembre de 1932 en el Hotel Ritz de Barcelona, reproducida en Obras completas, I, pp. 1094-1104). El tema de Nueva York —y de los Estados Unidos, en general— en la literatura en lengua española —no solo en el género de la poesía— ha generado numerosas obras. Baste recordar ahora algunos títulos señeros como Diario de un poeta reciencasado de Juan Ramón Jiménez, Poeta en Nueva York de Federico García Lorca, 13 bandas y 48 estrellas. Poema del mar Caribe de Rafael Alberti, Pruebas de Nueva York de José Moreno Villa, A partir de Manhattan de Enrique Lihn, Cuaderno de Nueva York de José Hierro o Ventanas de Manhattan de Antonio Muñoz Molina, entre otros muchos posibles (ver para más autores y obras los dos trabajos de Neira).
[9] Remito para más detalles a mi trabajo: Carlos Mata Induráin, «Una aproximación al poemario Ángel en el País del Águila (1954) de Ángel Martínez Baigorri: génesis, estructura y temas», Príncipe de Viana, año 83, núm. 282, enero-abril de 2022, pp. 107-145.
