«Al nacimiento de Cristo», romance de Lope de Vega

No podía faltar en este recorrido por la poesía navideña una composición del Fénix Lope de Vega, autor que cultivó con asiduidad esta temática[1]. Ya en años anteriores han entrado en el blog otros poemas suyos como «Las pajas del pesebre…», «De una Virgen hermosa / celos tiene el sol», «Zagalejo de perlas, / hijo del Alba», «Nace el alba María, / y el Sol tras ella», «Reyes que venís por ellas, / no busquéis estrellas ya», «Campanitas de Belén», «Al Santo Nombre de Jesús» o «Los celos de San José».

Mateo Gilarte, Adoración de los Pastores. Museo Nacional del Prado (Madrid, España)
Mateo Gilarte, Adoración de los Pastores. Museo Nacional del Prado (Madrid, España).

El que traigo hoy se titula «Al nacimiento de Cristo» y dice así:

Repastaban[2] sus ganados
a las espaldas de un monte
de la torre de Belén
los soñolientos pastores,

alrededor de los troncos
de unos encendidos robles,
que, restallando a los aires,
daban claridad al bosque.

En los nudosos rediles
las ovejuelas se encogen;
la escarcha en la hierba helada
beben pensando que comen.

No lejos los lobos fieros,
con los aullidos feroces,
desafían los mastines,
que adonde suenan, responden.

Cuando las escuras[3] nubes,
de sol coronado, rompe
un Capitán celestial
de sus ejércitos nobles[4],

atónitos se derriban
de sí mismos los pastores,
y por la lumbre las manos
sobre los ojos se ponen.

Los perros alzan las frentes,
y las ovejuelas corren
unas por otras turbadas
con balidos desconformes[5].

Cuando el nuncio soberano
las plumas de oro descoge[6],
y enamorando los aires,
les dice tales razones:

«Gloria a Dios en las alturas,
paz en la tierra a los hombres[7],
Dios ha nacido en Belén
en esta dichosa noche.

»Nació de una pura Virgen;
buscalde[8], pues sabéis dónde,
que en sus brazos le hallaréis
envuelto en mantillas pobres».

Dijo, y las celestes aves
en un aplauso conformes
acompañando su vuelo
dieron al aire colores.

Los pastores, convocando
con dulces y alegres voces
toda la sierra, derriban
palmas y laureles nobles.

Ramos en las manos llevan,
y coronados de flores,
por la nieve forman sendas
cantando alegres canciones.

Llegan al portal dichoso
y aunque juntos le coronen
racimos de serafines,
quieren que laurel le adorne.

La pura y hermosa Virgen
hallan diciéndole amores
al niño recién nacido,
que Hombre y Dios tiene por nombre[9].

El santo viejo[10] los lleva
adonde los pies le adoren,
que por las cortas mantillas
los mostraba el Niño entonces.

Todos lloran de placer,
pero ¿qué mucho[11] que lloren
lágrimas de gloria y pena,
si llora el Sol por dos soles[12]?

El santo Niño los mira,
y para que se enamoren,
se ríe en medio del llanto,
y ellos le ofrecen sus dones.

Alma, ofrecelde los vuestros[13],
y porque el Niño los tome,
sabed que se envuelve bien
en telas de corazones[14].


[1] Baste recordar su volumen Pastores de Belén. Prosas y versos divinos de Lope de Vega Carpio (Madrid, Juan de la Cuesta, 1612).

[2] Repastaban: volvían a dar de pastar.

[3] escuras: forma usual en la lengua clásica por oscuras.

[4] un Capitán celestial / de sus ejércitos nobles: el ángel que anuncia a los pastores el nacimiento del Salvador.

[5] desconformes: disconformes, discordantes entre sí.

[6] descoge: despliega, extiende.

[7] Cfr. Lucas, 2, 14 y ss.

[8] buscalde: buscadle, forma de imperativo con metátesis; lo mismo que ofrecelde, unos versos más abajo.

[9] Hombre y Dios tiene por nombre: alusión a la doble naturaleza, humana y divina, de Cristo.

[10] El santo viejo: san José.

[11] ¿qué mucho…?: ¿qué tiene de extraño…?

[12] llora el Sol por dos soles: el Niño Jesús (el Sol) llora por los dos soles que son sus ojos.

[13] Alma, ofrecelde los vuestros: todo el romance ha sido narrativo, pero los cuatro últimos versos constituyen un apóstrofe al alma para que ofrezca sus dones al Niño: «sabed que se envuelve bien / en telas de corazones», con juego de palabras dilógico en telas (prendas tejidas, para abrigarse) y las telas del corazón (la membrana que lo recubre). Cfr. el inicio de la carta de don Quijote a Dulcinea: «Soberana y alta señora: El ferido de punta de ausencia, y el llagado de las telas del corazón, dulcísima Dulcinea del Toboso, te envía la salud que él no tiene» (Quijote, I, 25).

[14] Tomo el texto de Centro Virtual Cervantes, Poesía navideña hispánica, modificando ligeramente la puntuación.

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