Vimos en una entrada anterior que son dos las novelas escritas por Mariano Arrasate Jurico, La expósita y Macario. Ambas fueron publicadas en Pamplona, en 1929 y 1932, respectivamente, y ambas reflejan significativamente en sus subtítulos que son novelas de tipos y costumbres de Navarra. Las examinaremos brevemente, comenzando por La expósita[1].
Ya el mero título nos hace sospechar que esta novela, si no es de tono plenamente folletinesco, presentará cuando menos algunos tintes melodramáticos. En la cubierta, junto con los datos de edición, figura una nota que nos anuncia que los beneficios que produzca se destinarán a una iniciativa de caridad social: «El producto de la venta de esta edición será entregado a la Junta de Homenaje a la Vejez de Navarra para el fin de pensiones a los ancianos pobres».
Sigue un prólogo del autor (pp. V-III), en el que presenta esta obra primeriza, ni «medianeja» ni «monumental», y aclara que su fin inicial no era escribir una novela: «El fin o la idea principal ha consistido en hacer un modesto trabajo descriptivo de tipos y de costumbres de Navarra; y la novela, el medio para efectuarlo». Estas palabras preliminares son, pues, interesantes para comprender las características de las obras de Arrasate. En efecto, a continuación explica que le interesan más las situaciones, las escenas, los tipos y las costumbres que las formas constructivas y las tramas: «Soy partidario entusiasta de los libros que versan sobre tipos ejemplares y costumbres sencillas», porque ese género se presta a que un buen autor cree libros «no sólo amenos, sino muy instructivos y altamente educadores». Esos autores, que no son muchos, hacen un gran bien «llevando o trayendo a la lectura popular un caudal cultural y educativo de valor y trascendencia inapreciables» (p. VII). Por esta razón se ha decidido a incluir ciertas alusiones a problemas sociales y morales ajenos al asunto, pero de interés, porque llevan al lector a meditar, si se consigue sacudir su espíritu: «El libro, pues, puede perder un poco de belleza, pero ganará, sin duda alguna, en valor educativo» (p. VIII). Las motivaciones del autor no pueden ser más claras, hasta el punto de reconocer expresamente que le importa más el contenido que la técnica y el estilo, el fondo más que la forma. Toda una declaración de intenciones extensible al resto de su producción narrativa.
Al iniciarse la novela, la acción se sitúa en Ezpelegui, un pueblo de la zona media de Navarra. Tras una descripción del mismo, el narrador presenta a los lectores la rica familia de los Areta, formada por Antonio, su esposa Marta, sus hijos Fermín y Pedro Miguel (hay también una hija religiosa) y el abuelo, a los que hay que añadir el personaje de Juana, criada de la casa. Se habla después de la familia Arbayún, «católica a machamartillo», de buena posición, pero venida a menos, a la que pertenece la esposa. Se cuenta la historia del noviazgo y matrimonio de Antonio y Marta, todo ello como antecedente de la historia, para que el lector pueda seguir adelante:
Y como con lo dicho tenemos todos los datos que por ahora necesitamos saber acerca de Ezpelegui, de la familia Arbayún y de Juana, pasaremos adelante, dando entrada en escena a un personaje que quizá en la sociedad pasaría por ínfimo, y que sin embargo es figura importante, según esta novela (p. 68).
En efecto, los Areta están pasando la Navidad en Pamplona y un día, cuando se encuentran todos reunidos, aparece por casa una muchacha de unos veinte años «vestida modestísimamente, pero con gran limpieza e irreprochable honestidad»; al principio no la reconocen, pero al final caen en la cuenta de que es Alejandra, a la que apodaban «la brujilla» (p. 77). En este punto, esta acción se interrumpe por completo y se deja paso a la historia de la joven:
Dejaremos por ahora tomando café a la muchacha de Areta en unión de Juana y de la joven a quien llamaban Alejandra […] para dar noticias de esta joven. El lector necesita esas noticias porque dicha joven es el personaje principal en esta novela: es «la Expósita», cuya condición da nombre a la novela y cuya vida constituye la narración (p. 82).
Así pues, según las indicaciones del narrador (que va guiando de la mano al lector, con el que entabla diálogo, al más puro estilo del siglo XIX), debemos retroceder hasta el día en que un maquinista vio un lío de ropas sobre la vía del ferrocarril; afortunadamente, pudo detener la máquina a tiempo, para descubrir con sorpresa que se trataba de una niña recién nacida; Francisca, una mujer que iba en ese tren, esposa de Manuel, la recoge y la cría con su hijo Rufinico en el pueblo navarro de Otearán. Tras hablar con don Vicente, «el Americano», los esposos deciden ir a América para mejorar su situación económica y, en efecto, marcha primero Manuel para buscar trabajo. Francisca conversa con don Evaristo, el secretario del Ayuntamiento del pueblo, quien le hace ver que es difícil que pueda llevar consigo a Alejandra, dada su condición de abandonada. No obstante, Francisca es mujer decidida y marcha a una localidad portuaria para embarcarse. Se aloja con una antigua amiga, la señora Bernarda, que tiene allí una casa de huéspedes. Pero le faltan los boletos o billetes para embarcarse. Mientras trata de conseguirlos, llega un día el sargento Vázquez de la Guardia Civil, porque reclaman desde Navarra a Francisca. La niña es llevada a la Inclusa de Pamplona, donde se cría con las Hermanas de la Caridad. Francisca es acusada de intentar robar a una niña y ha de presentarse ante el juez, pero pronto queda en libertad al demostrar que ella ha sido quien ha educado a la niña. Visita a la superiora de la Inclusa, pero le dicen que no puede retirar a la niña. En fin, marcha a América con su hijo Rufino, en tanto que Alejandra permanece en la Inclusa, donde crecerá y recibirá una esmerada educación.
Cuando la niña tiene doce años, Clemente y Carlota, unos labradores pobres que no tienen hijos, se la llevan a Ezpelegui. Para ayudar a la familia, Alejandra se dedica a vender los productos excedentes de la huerta en el mercado, donde escuchará algunos rumores sobre su misterioso origen: se siente inferior al desconocer a sus verdaderos padres. Un día que tiene una discusión con una verdulera, se interesa por ella Marta Arbayún, que la lleva a su casa, donde los Areta, nobles y caritativos, se ocupan de la joven expósita. Siguen las riñas con otras verduleras, que tratan de aprovecharse del carácter apocado de Alejandra para robarle la clientela, pero este momento de prueba hace despertar su carácter enérgico: un día acude armada con una navaja para enfrentarse con Gervasia, la vendedora de peor carácter, a la que pone en fuga. Llevada de nuevo a la casa de los Areta, Marta la reprende cariñosamente (pronuncia un verdadero «sermón» reprochándole su actitud, que debe mudar por una disposición de perdón y amor). Pese a todo, Alejandra desea vengarse, pero no puede poner en ejecución sus planes porque la reclaman de la Inclusa y debe regresar a Pamplona, donde pasará varios años más.
En este punto la acción vuelve a conectar con el inicio de la novela, es decir, con la visita de Alejandra a los Areta en su casa de Pamplona, por Navidad (p. 77). Y así lo destaca el narrador: «No estará de más que recordemos, querido lector…» (p. 347). Se cuenta, pues, lo ocurrido en esos años de separación: pese a su inicial carácter adusto, la joven se ha educado en la Inclusa, destacando en las labores; tanto es así que puede ganar algún dinero dando clases a unas señoritas. Marta comenta a la joven que Simona, una hija de Gervasia, es criada de la casa y Alejandra dice que pedirá perdón públicamente por su anterior conducta, a lo que sigue otra lección moral de la buena esposa de Areta. A todo esto, Francisca ha regresado de América. Allí la familia ha prosperado y propone a la muchacha que vuelva con ella y se case con su hijo Rufino, que todavía la recuerda con cariño. Alejandra responde que solo podría amarle como a un hermano; además, ha decidido consagrar su vida a Dios y al prójimo, en una decisión —se especifica— totalmente libre y espontánea. Francisca, buena cristiana, acepta y respeta esa decisión: «Tienes razón: tú debes ser monja, porque eres demasiado buena para nosotros» (p. 415).
En unas páginas finales, que funcionan a manera de epílogo, vemos a la joven profesar como monja de la Caridad, rodeada de las personas queridas, incluidos Francisca y Manuel. Años después, sor Alejandra muere suave y dulcemente, casi como una santa, en un hospital de incurables, a los que ha atendido con abnegación, en el «heroico ejercicio de la caridad» (p. 423). La novela acaba con un canto a la caridad (p. 426) y la afirmación de que Alejandra esperará a sus seres queridos en el Cielo[2].
[1] La expósita. Tipos y costumbres de Navarra. Novela por Mariano Arrasate Jurico, Pamplona, Talleres Tipográficos «La Acción Social», 1929, 427 pp. Hay dos ejemplares en la Biblioteca General de Navarra, signaturas 6-3/172 y 6-3/246. El primero lleva una dedicatoria escrita a la pluma: «A la «Tertulia de Amigos del Arte» de Portugalete, como expresión de viva simpatía. / Mariano Arrasate».
[2] Para más detalles remito a mi trabajo: Carlos Mata Induráin, «La producción narrativa de Mariano Arrasate», Príncipe de Viana, año LIX, núm. 214, mayo-agosto de 1998, pp. 549-570.

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