Los «Cuentos sin espinas» de Mariano Arrasate Jurico: «El espejo del señor Blas»

Comienza con la descripción de la localidad de Iturraga (que significa ‘muchas fuentes’ en euskera), un lugar ameno, con coquetas casas blancas, rebosante de felicidad; pero también hay en el pueblo familias que sufren, por ejemplo la del señor Blas: sufre sobre todo él, anciano de setenta y dos años, ya que su hijo, el labrador Hilario, su nuera y los nietos le tienen antipatía y le tratan sin cariño[1]. ¿Cuál es la razón? «No lo sabemos, ni el que lo ignoremos afecta en nada al fondo de nuestro objeto» (p. 39). Quizá —se apunta— sea cuestión de los parentescos políticos, que son un invento diabólico. Los hijos se meten con el abuelo azuzados por la madre (igual que en uno de los cuentos de la otra serie, «En el pecado…»). El maltrato llega incluso al extremo de darle poca comida a don Blas. Hilario, se explica, era bueno con él hasta que quedó imposibilitado para el trabajo; ahora, agobiado por penalidades y privaciones, lo ve como una carga, aunque todavía se hace respetar: si el padre está en casa, hay paz; pero cuando sale al campo, todos la emprenden con el abuelo; por eso don Blas se suele alejar paseando (está mejor solo que mal acompañado).

Asilo de Herencia a comienzos del siglo XX

Llega a la conclusión de que sería mejor para todos que él ingresase en el Hospital Provincial y, en efecto, un día marcha a Pamplona en un carro con su hijo Hilario; paran en una alameda junto a una fuente para almorzar. Entonces don Blas cae de rodillas rezando a Dios: han ido a detenerse en el mismo sitio donde él paró a almorzar cuando llevaba a su padre al Hospital, pues también lo consideró en su momento una carga inútil; la historia se repite ahora con su persona; el anciano siente tardíos remordimientos y considera que lo que le pasa es un castigo de Dios. Por otra parte, la enseñanza que saca Hilario viene indicada por el narrador: «No era tonto, y pronto dedujo enseñanzas: aquello era un castigo para su padre y una lección soberana para él» (p. 47).

Vuelven ambos a casa, porque también Hilario es presa de remordimientos y decide imponer su autoridad: el pan, poco o mucho, se repartirá entre todos y habrá paz en la familia; consciente de haber sido mal hijo y mal cristiano, entona el mea culpa y se propone enseñar a sus hijos la recién aprendida lección, por la cuenta que le trae para el futuro. Blas vive desde entonces mimado, aunque muere poco después.

En definitiva, el tono didáctico es también patente en este cuento, insistiendo en el respeto y cariño debidos a los mayores; además, todo hecho, bueno o malo, de nuestras vidas constituye una lección de la que podemos aprender algo positivo. Al final hay una nota del autor indicando que este caso lo oyó referir en Navarra, pero que ha sucedido igualmente en Jaca, en Calahorra, etc.:

De cualquier modo, el hecho —haya sucedido donde quiera— es tan educativo, que no he tenido inconveniente en recogerlo, darle la forma literaria en que lo presento y traerlo a este librito (p. 50)[2].


[1] Mariano Arrasate Jurico, Cuentos sin espinas, Pamplona, Torrent-Aramendía Hnos., 1932, 124 pp. Manejo un ejemplar de la Biblioteca del Archivo Municipal de Pamplona, signatura K-1; en la cubierta se lee: Cuentos sin espinas (jocoserios), primera serie.

[2] Para más detalles remito a mi trabajo: Carlos Mata Induráin, «La producción narrativa de Mariano Arrasate», Príncipe de Viana, año LIX, núm. 214, mayo-agosto de 1998, pp. 549-570.

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