La figura más destacada de la narrativa navarra del primer tercio del siglo XX es, sin duda alguna, Félix Urabayen, autor de una trilogía toledana y de otra trilogía vasconavarra. Félix Urabayen Guindo (Ulzurrun, 1883-Madrid, 1943) fue, además de escritor, profesor. Cursó sus primeros estudios y la carrera de Magisterio en Pamplona, y ejerció como maestro interino en varios pueblos de Navarra; después, por oposición, obtuvo plazas en Huesca, Salamanca y Castellón, desde donde se trasladó a Toledo en 1911. En esta ciudad permaneció hasta 1936 como Catedrático de la Escuela Normal de Magisterio, siendo director de la misma desde el año 1932. Su gran amistad con Manuel Azaña le decidió a presentarse a las elecciones de febrero y abril de 1936 y a ocupar un cargo de Consejero de Cultura en el Gobierno republicano. Al estallar la guerra civil hubo de trasladarse a Madrid y se refugió en la embajada de México, cuyo representante le propuso ocupar una cátedra en su país. Ramón Menéndez Pidal y Gregorio Marañón animaron a Urabayen a aceptarla; sin embargo, la rechazó porque no quería abandonar España. A principios de 1937 fue destinado a Alicante. Tras su regreso a Madrid fue detenido y permaneció encarcelado hasta noviembre de 1940. En Pamplona pasó los dos últimos años de su vida y escribió su última obra, Bajo los robles navarros, que no alcanzaría a ver publicada.
Félix Urabayen es autor fundamentalmente de obras narrativas, que se dividen en novelas y libros de estampas (en alguna ocasión se definió a sí mismo como «estampista peripatético»). Seis de sus novelas se agrupan en dos trilogías, una ambientada en tierras toledanas y la otra en el ámbito vasco-navarro, los dos ejes temático-geográficos en torno a los cuales gira toda su producción literaria. Así, Toledo: Piedad (1920, con una segunda edición en 1925), Toledo la despojada (1924) y Don Amor volvió a Toledo (1936) constituyen la trilogía toledana, en tanto que la navarra está formada por El barrio maldito (1925), Centauros del Pirineo (1928) y Bajo los robles navarros (aparecida de forma póstuma en 1965). Fuera de estos sus escenarios preferidos se sitúan otras dos novelas, La última cigüeña (1921), ambientada en Badajoz, y Tras de trotera, santera (1932), cuya acción se desarrolla en Madrid en el momento del triunfo de la II República. Sus libros de estampas son Serenata lírica a la vieja ciudad (1928), Vidas difícilmente ejemplares (1928) y Estampas del camino (1934), mientras que el titulado Por los senderos del mundo creyente (1928) recoge una serie de biografías variopintas, entre las que destacan los acercamientos a las figuras de El Greco y de Iparraguirre.
Sobre la vida y la obra de este escritor navarro existe un trabajo de conjunto fundamental, el de Juan José Fernández Delgado, titulado Félix Urabayen. La narrativa de un escritor navarro-toledano (Toledo, Caja de Ahorro de Toledo, 1988), al que remito para ampliar detalles[1]. Ahí se encontrará un acercamiento al corpus de su obra literaria: ciclos temáticos, estructuras y técnicas narrativas, temática, personajes, tiempo y espacios novelescos, lenguaje y estilo… Por lo que toca a sus novelas, todas ellas presentan unas características comunes muy destacadas como son el tono ensayístico y la tendencia a la estampa, circunstancias ambas que condicionan su estructura. En efecto, se trata de piezas narrativas que no ofrecen demasiada cohesión interna, constituyendo más bien una sucesión de cuadros hilvanados sobre todo por la presencia de unos mismos personajes. En cuanto al retrato de estos, puede decirse que por lo general están poco individualizados, pues son tipos representativos de una clase, un grupo social o una profesión. Por lo que hace a su estilo, su sobrino Miguel Urabayen Cascante nos recuerda que estamos ante un «prosista delicado y ameno» y un «paisajista primoroso y hondamente lírico», con una expresión muy cuidada, en la que alcanza una especial importancia su vena humorística e irónica (que llega a veces a la esperpentización de los personajes), indisolublemente unida a su afán de moralidad, que lleva al autor a criticar los aspectos censurables de la sociedad en que vive. Las dos novelas mejores y más conocidas de Urabayen son El barrio maldito (sobre los agotes de Bozate, en el valle navarro del Baztán) y Centauros del Pirineo (auténtica epopeya de los contrabandistas pirenaicos), y ambas pueden leerse en sendas ediciones de los años 80 (San Sebastián, Auñamendi, 1982).
Para José María Romera, la obra narrativa del escritor de Ulzurrun
representa un hito en la historia de la prosa navarra, tanto por la novedad con que trata viejos asuntos como por la fuerte carga intelectual que encierra y por la actitud abierta de sus tesis. Liberal, republicano, crítico del provincianismo rancio y de las costumbres heredadas, combina esta voluntad de compromiso con la maestría estilística y una enorme capacidad para la evocación lírica que lo sitúan en una sensibilidad próxima a los posnoventayochistas y los novecentistas[2].
Y más adelante añade:
El preciso reflejo de las costumbres, los cuadros de paisajes, la feroz crítica contra el atraso de ciertos modos de vida y la estolidez de algunos grupos sociales, la perfecta construcción de tipos y caricaturas y la prosa erudita, culta y cadenciosa, aguda en el humor y delicada en la evocación lírica, hacen de las novelas de Urabayen un apreciable testimonio de la época y una de las más importantes contribuciones de un autor navarro a la literatura española[3].
[1] Ver también Leonard Shaewitz, Félix Urabayen, Centauro vasco sobre Castilla, Madrid, Gráficas Yagües, 1963; Manuel Bear, prólogo a Félix Urabayen, El barrio maldito, Pamplona, Pamiela, 1988, pp. 13-27; y Carlos Mata Induráin, «La herencia del 98. Félix Urabayen o el idilio entre Vasconia y Castilla», Pregón Siglo XXI, núm. 12, Navidad de 1998, pp. 23-27; «Toledo, ciudad dormida. El retrato físico y moral de la “imperial ciudad” en la narrativa de Félix Urabayen», en Kay M. Sibbald, Ricardo de la Fuente y Joaquín Díaz (eds.), Ciudades vivas / ciudades muertas: espacios urbanos en la literatura y el folklore hispánicos, Valladolid, Universitas Castellae, 2000, pp. 217-234; y «Toledo en la narrativa del 98 y del Regeneracionismo: Camino de perfección (1902) de Pío Baroja y Toledo: Piedad (1920) de Félix Urabayen», en Manuel Casado Velarde, Ruth Fine y Carlos Mata Induráin (eds.), Jerusalén y Toledo. Historias de dos ciudades, Madrid / Frankfurt am Main, Iberoamericana / Vervuert, 2012, pp. 215-231. Ver asimismo la tesis doctoral de Hilario Barrero, Vida y obra de un claro vascón de Toledo. El legado literario de Félix Urabayen, New York, City University of New York, 2000 (Alicante, Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2003).
[2] José María Romera, «Literatura», en AA. VV., Navarra, Madrid, Editorial Mediterráneo, 1993, p. 186b.
[3] Romera, «Literatura», p. 188a.
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