Los jóvenes falangistas de la novela[1] de Rafael García Serrano intuyen que su sacrificio y sus muertes no son estériles: «Sabían que estaban celebrando, eso sí, unas míticas bodas con su Patria y que toda aquella sangre —inmensa sangre— era nupcial. Después vendría el fruto. Ahora tocaban dolor y gozo de conquista» (p. 123). Son conscientes de que para después de la victoria quedará todavía una tarea, reconstruir la Patria, y viven esperanzados porque confían en que entonces podrán llevar a cabo su Revolución Nacional-Sindicalista:
Presentíamos que la guerra —corta o larga— no nos iba a servir para que los árboles diesen monedas de oro, ni para que en la Patria deshecha que nos legaba la experiencia de nuestros padres las cosas caminasen por un camino de fina yerba, con la carrera cubierta de sombras propicias y aguas tranquilas. Precisamente lo mejor de los primeros momentos era la claridad con que veíamos la revolución como una tarea de la posguerra y a los árboles con fruto y al campo con mies y al agua en el verso inmejorable de los canales (pp. 62-63).
Los objetivos de su revolución se expresan en los tópicos falangistas que Ramón emplea en sus alocuciones a obreros y campesinos:
Una paz hermosa e igual para todos. Una vida nueva, un afán superior a la minucia. Un plantarse en el mundo con los brazos en jarras y decir aquí estamos. Un imperialismo, el imperialismo de las gentes humildes. La grandeza de la Patria es la única finca para la felicidad de los desheredados. Esas doctrinas que aprendió en los mítines, en las conversaciones universitarias, en los versos generalmente inéditos y en las acciones callejeras, le parecían en plenitud. O ellas o nada. O la vida o la muerte, ahora o nunca. Había surgido, en limpio salto, el momento, sin abuelos y sin hijos. Ganarían en la guerra el deber de la revolución —los deberes se cumplen, los derechos se reclaman— y el hombre predestinado que guardaba la cárcel de Alicante vendría a ordenar el tiempo nuevo. Os lo prometo, les decía, profeta armado, la revolución y él (p. 176).
A esta idea de una Patria fuerte y unida va ligada la idea de imperialismo español: España como «unidad de destino en lo universal», como «comunidad total de destino». Otra vez es Ramón quien expresa el ideario falangista: «Al chirrión los imperios espirituales. Nosotros queremos tierra de todos los colores […]. El dominio sobre los demás y en la cima el Emperador» (p. 154)[2].
[1] Cito por Rafael García Serrano, La fiel infantería, Barcelona, Planeta, 1980 (3.ª edición en Colección Fábula).
[2] Ver para más detalles Carlos Mata Induráin, «La guerra civil y la ideología falangista en La fiel infantería, de Rafael García Serrano», Anthropos, núm. 148, septiembre de 1993, pp. 83-87.