Muchos de los personajes de la novela[1] de Arturo Campión se construyen como parejas de contrarios (Osambela y doña María, Cuadrau y don Mario, Celedonia y Josepantoñi…). Añadamos ahora algunos detalles más con relación a la presentación antitética de Osambela y doña María. Si la palaciana es generosa y amable con los pobres (cuando entrega unas monedas, ofrece además el consuelo del alma), el odioso cacique es «avaro por naturaleza y cálculo» (p. 385) y su propio hijo Perico se da cuenta de que tan solo pretende hacer un negocio de «usurero desalmado, vengándose, al mismo tiempo, de una familia a quien detesta» (p. 384). Pero la misma consideración negativa se extiende al propio Perico, menospreciado por la mayorazga doña Rosa de Altolaguirre y Zufiaurre:
Doña Rosita consideraba la casa de Ugarte como a templo donde la raída nobleza de Urgain y cinco leguas a la redonda recibía solemne culto, y además, como a ejecutoria donde constaba fehaciente el número de las personas que podían alternar entre sí, sin desdoro. De suerte que, propiamente, a Perico Osambela lo equiparaba a callejero can que se cuela en el archivo, hociquea los papelotes, y cual de ruines piltrafas, se apodera de las más preciosas genealogías y las arrastra por el enfangado suelo (p. 357).
El contraste maniqueo lo observamos asimismo en la presentación de los personajes vascongados (la familia de Juan Bautista Oyarbide, sobre todo[2]), que constituyen acabados modelos de bondad y virtud, frente a los personajes foráneos (sobre todo los hijos de Aquilino Zazpe, Celedonia y Casildo, verdaderos dechados de maldad). Campión idealiza el carácter y las costumbres tradicionales del pueblo vasco y fustiga las novedades venidas de fuera para distorsionar su alma. Desde la ventana del palacio observa don Mario (capítulo IV) el baile que en la plaza consistorial protagoniza la juventud urgainesa, «sana, alegre y ágil», al son del silbo y el tamboril, baile honesto que contrasta con el «agarrao» que tiene lugar junto al portal de la taberna de Aquilino Zazpe, al son de guitarra, bandurria y pandereta, con intervención de la «gente forastera» (carabineros, guardias civiles, mozos de la estación y sus mujeres).
Esa radical oposición de autóctonos y foráneos se personaliza en el enfrentamiento entre Josepantoñi y Celedonia (que culmina en la pelea en el río del capítulo IX). Si las montañesas hablan «la lengua éuskara, formada por Dios para susurrar ternezas y amores» (p. 365), las otras mujeres, las esposas e hijas de guardias civiles, carabineros y empleados del ferrocarril, se expresan en un español plagado de vulgarismos y coloquialismos y con un acento marcadamente ribero-aragonés. El carácter idílico de la vida en la aldea vasca queda subrayado en las visitas que hace Mario al caserío de Ermitaldea:
Mario saboreaba la honradez y la rústica poesía de aquel hogar feliz. Opinaba que las instituciones y costumbres, el lenguaje nativo y las tendencias étnicas naturales que semejantes ejemplares de clase popular producen, se habían de conservar y defender. Su amor a la tierra éuskara templábase en los cuadros familiares que veía. Tomaba cuerpo ante sus ojos la imagen de un pueblo creyente, sencillo, bondadoso, roído por el tiempo y arrojado a las altas cumbres de las montañas, circuido por desbordados mares, cuyas aguas con impasible e ineluctable progresión crecen, avanzan, suben, se extienden, sin retroceder nunca un palmo, ni rebajar su nivel nunca, fatales como el curso de las estrellas y la sucesión de los siglos, hasta anegar, disolver y sumergirlo todo bajo una desolada uniformidad (p. 343).
La misma técnica del contraste y la dualidad sirve para presentar la división política existente en Urgain, que se escenifica en los cafés (el Café de la Paz es el cuartel general del puñadico liberal mientras que la taberna de Aquilino Zazpe constituye el centro popular de los carlistas). Verdaderamente antológico es el capítulo XIII, «El diablo en Urgain» —el diablo llega al pueblo en forma de candidaturas electorales—, donde Campión describe magistralmente la «exaltación furiosa de las pasiones políticas» (p. 439) y cómo los ánimos pacíficos se transforman en pendencieros: «Ardió la pasión política» (p. 393). Unas palabras del abad tratando de convencer a don Mario anticipan de nuevo lo que va a ocurrir más adelante:
«Cada hogar —decía— es copia del infierno; cada hombre, encarnación del demonio. Hay muchas lágrimas, y me temo que hasta sangre ha de correr. Satanás, y no otro, es el inventor de semejantes sistemas políticos.» (p. 439)
Y así sucede en la escena final, cuando las eras estercoladas, bajo el asfixiante sol canicular, quedan empapadas con la sangre de blancos y negros:
Ganchos y muñidores de ambos partidos recorrían las eras, torciendo las voluntades con la promesa, la dádiva y el engaño. Sobre el fiemo de las cuadras, campaba el fiemo, mil veces más pestilente, de la política española. […]
Vacío el cesto de las injurias, exhausto el desaguadero de los insultos, los hombres, enardecidos por el sol que en las venas inyectaba fuego, se lanzaron unos contra otros a puñadas, mordiscos y coces, rodando y revolcándose frenéticos por el suelo.
Y cuando, al cabo, se logró restablecer el orden y llegó el caso de levantar los contusos y heridos, nadie hubiese podido decir quiénes eran los blancos y quiénes los negros, pues a todos les tiznaba y embadurnaba, parificándolos, desde la uña del pie hasta la punta del pelo, el líquido derramado por las eras (p. 469)[3].
[1] Cito por Arturo Campión, Blancos y negros, en Obras completas, vol. IX, Pamplona, Mintzoa, 1983, pp. 171-469, pero restituyendo las grafías originales de la edición de 1898. Una edición más reciente es esta: Arturo Campión, Blancos y negros. Guerra en la paz, prólogo, edición y notas de Carlos Mata Induráin, Pamplona, Ediciones y Libros / Fundación Diario de Navarra, 2002 (col. «Biblioteca Básica Navarra», 17).
[2] Véanse las pp. 341 y ss.
[3] Para más detalles, remito a Carlos Mata Induráin, «“Chocarán el puchero y la olla”: conflictos sociales e ideológicos en Blancos y negros, de Arturo Campión», en Carmen Erro Gasca e Íñigo Mugueta Moreno (eds.), Grupos sociales en la historia de Navarra. Relaciones y derechos. Actas del V Congreso de Historia de Navarra (Pamplona, septiembre de 2002), Pamplona, Ediciones Eunate / Sociedad de Estudios Históricos de Navarra, 2002, vol. II, pp. 165-178.