Trataré de resumir ahora el argumento de Amaya[1], la última novela de Francisco Navarro Villoslada[2], aunque es difícil reducir a unas pocas líneas toda la peripecia. Veamos: la acción comienza en Vasconia, el año 711. Después de tres siglos de continuas guerras, los godos, dueños de toda la península, no han conseguido nunca sujetar completamente a los indómitos vascones. En una emboscada, el caudillo vasco García Jiménez hace prisioneros al prócer godo Ranimiro y a su hija Amaya. Muchos vascos quieren dar muerte inmediatamente a Ranimiro, personaje odiado no tanto por la pericia con que les hace la guerra, como por su supuesta crueldad (le creen el incendiario del caserío de Aitormendi, uno de sus lugares sagrados); sin embargo, García Jiménez defiende a sus prisioneros: no se matará impunemente a Ranimiro, sino que tendrá un juicio justo; se hará con él lo que decidan los doce ancianos del consejo reunidos en Goñi. Así pues, padre e hija quedan allí entre los vascos en calidad de huéspedes más que como prisioneros. Poco a poco va naciendo el amor entre García Jiménez y Amaya, pero los dos jóvenes tratan de reprimir ese sentimiento, pues saben que pertenecen a razas que se odian a muerte y que su unión es poco menos que imposible. No obstante, Amaya es mitad goda, mitad vascongada, porque Ranimiro, «el más godo de los godos», casó con Lorea, una joven que —huyendo de su familia pagana— había llegado a territorio godo para convertirse al cristianismo. Lorea era la mayor de tres hermanas descendientes en línea directa de Aitor, el primitivo patriarca vasco; y Amaya, su hija, es por tanto la legítima heredera de ese linaje tan influyente.
Los vascos, convertidos ya en su mayoría al cristianismo (los únicos paganos que quedan son los del valle de Aitormendi, encabezados por la fanática Amagoya, sacerdotisa hermana de Lorea), y conscientes de que viven unos momentos de transcendentales cambios, creen llegada la hora de contar con un rey, a semejanza de otros pueblos, que ponga fin a su tradicional sistema de gobierno basado en una confederación de tribus. Tres son los candidatos principales: el propio García, que ha comenzado a destacar brillantemente con su victoria sobre los godos; Teodosio de Goñi, hijo de Miguel, el anciano más venerable de los doce que forman el consejo de los vascos; y Eudón, un personaje de origen misterioso que cuenta con la importante protección de Amagoya, que lo tiene por hijo adoptivo. Según las profecías de Aitor, el que case con Amaya será rey de los vascos y podrá disponer de un fabuloso tesoro, guardado durante generaciones bajo tierra. Ahora bien, además de la hija de Ranimiro, existe otra Amaya (bautizada con el nombre de Constanza), que es hija de Usua, otra hermana de Lorea. Esta segunda Amaya, Amaya de Butrón, es amada por Eudón y por Teodosio; para muchos vascos, la hija de Usua es la verdadera heredera del linaje de Aitor, ya que Lorea —y por tanto su hija Amaya— habría perdido sus derechos al casarse con un godo.
Así las cosas, se produce la invasión sarracena; García y otros vascos acuden a pelear a la Bética por la Cruz. Mientras tanto, Teodosio de Goñi consigue casarse con Amaya de Butrón, a la que ha convertido al cristianismo (la única persona que sigue fiel a la antigua religión vascongada es Amagoya); pero Eudón consigue despertar los celos de Teodosio, quien, arrebatado por la pasión, creyendo dar muerte a su esposa y a su amante, mata en realidad a sus padres. Vuelve García de la Bética trayendo la noticia de la total derrota de los godos y la muerte del rey don Rodrigo, así como una orden de Teodomiro, el nuevo monarca: le encomienda hacerse cargo de Vasconia, aunque él prefiere que el rey sea Teodosio; pero este, incapacitado para reinar por el horrible crimen cometido, se ha retirado del mundo a una solitaria peña del monte Aralar, para cumplir la penitencia impuesta por el Papa; solo quedará perdonado cuando caiga desgastada una gruesa cadena que se ha ceñido al cuerpo. Un día llega a su cueva Eudón, moribundo, y le confiesa que él fue el inductor del asesinato: pasa por la mente de Teodosio la idea de matar a Eudón (la tentación está simbolizada por la aparición de un infernal dragón); sin embargo, Eudón pide perdón y, después de sostener una intensa lucha interior, Teodosio vence la tentación (el Arcángel San Miguel, al que ha invocado, mata al dragón); perdona a su enemigo y, tal como se lo ha pedido, lo bautiza; y se produce el milagro: la cadena que ceñía su cintura cae al suelo rota; Dios ha perdonado a Teodosio.
Teodosio baja al llano a predicar la guerra contra los musulmanes. Godos y vascos, ante el enemigo exterior, unen sus fuerzas para defender aquello que tienen en común, la religión cristiana. García y Amaya se casan, dando ejemplo de reconciliación entre los dos pueblos, y el tesoro de Aitor es empleado para diversas compensaciones y para atender a los gastos de la guerra. Da comienzo la Reconquista en España y, así como en Asturias se forma un reino cristiano con Pelayo, en los Pirineos aparece otro con García Jiménez, que es alzado sobre el pavés y proclamado rey de Vasconia.
[1] Utilizaré esta edición: Amaya o los vascos en el siglo VIII, San Sebastián, Ttarttalo Ediciones, 1991. Otra más reciente es: Amaya o los vascos en el siglo VIII, prólogo, edición y notas de Carlos Mata Induráin, Pamplona, Ediciones y Libros / Fundación Diario de Navarra, 2002 (col. «Biblioteca Básica Navarra», 1 y 2), 2 vols.
[2] Para el autor y el conjunto de su obra, ver Carlos Mata Induráin, Francisco Navarro Villoslada (1818-1895) y sus novelas históricas, Pamplona, Gobierno de Navarra, 1995. Y para su contexto literario, mi trabajo «Estructuras y técnicas narrativas de la novela histórica romántica española (1830-1870)», en Kurt Spang, Ignacio Arellano y Carlos Mata (eds.), La novela histórica. Teoría y comentarios, Pamplona, Eunsa, 1995, pp. 145-198; 2.ª ed., Pamplona, Eunsa, 1998, pp. 113-151.