Es una cuestión que merece comentario; ya lo he mencionado en entradas anteriores: Amaya[1], la mejor obra de Francisco Navarro Villoslada[2], llegaba tarde, muy tarde. El romanticismo era ya historia: Pereda, Valera y, en cierto modo, Alarcón escriben sus obras con un nuevo estilo, el del realismo. La novela histórica con características románticas (pese a los intentos serios de Cánovas del Castillo, Castelar y Amós de Escalante) había cedido terreno frente a otra manera, más moderna y verosímil, de entender la novelización de la historia: los Episodios Nacionales de Benito Pérez Galdós. Aparte estaban, claro, todos los folletinistas y entreguistas cultivadores también del género histórico. Como señala Peers, entre 1861 y 1870 el panorama de la novela española está dominado por Fernández y González, que produce nada menos que veintinueve novelas. Es en este nuevo contexto literario cuando Navarro Villoslada da a la prensa «su canto de cisne»[3]. Amaya, en acertada expresión de Jorge Campos, vino a ser «una bella flor tardía». La misma opinión fue expresada por Cejador:
Llegaba ya muy retrasada y a destiempo: había pasado el gusto por la novela histórica y la novela española estaba en su mayor esplendor con Pereda y Galdós. Además, los dos bandos de avanzados y reaccionarios andaban ya muy apartados entre sí, como lo andan hoy, no leyendo los del uno las obras del otro o fingiendo no leerlas. Leyeron y ensalzaron, pues, esta magnífica novela los del partido neocatólico y calláronse como muertos los contrarios. Y, sin embargo, para las grandes obras de arte no hay modas que valgan[4].
Estas palabras nos indican que la novela fue silenciada, al menos por una parte de la crítica, la de tono liberal, debido a la posición ideológica del autor[5], destacado neo y carlista. Por las dos razones, la tardía aparición, fuera de moda, y la «conjura de silencio» en torno a ella, Amaya no tuvo toda la repercusión que podría haber alcanzado de aparecer años antes[6]. De hecho, no hubo una nueva edición hasta el año 1909, al menos en forma de libro[7]. Sin embargo, el éxito local (en Navarra y Provincias Vascongadas) hubo de ser extraordinario si atendemos a los encendidos elogios que se le tributaron. Recordemos lo que dije en una entrada previa al hablar de la literatura fuerista: la novela de Navarro Villoslada aparecía en un momento de gran efervescencia: en 1876 se habían abolido los fueros vascos; un año después empezaba a salir Amaya en La Ciencia Cristiana; fácil es imaginar el calor con que sería recibida en los ambientes conservadores, en general, y por los fueristas de las cuatro provincias, en particular, una obra que exaltaba de forma tan extraordinaria los valores tradicionalistas y el carácter y las costumbres vascongadas[8]. Amaya fue calificada como la «Ilíada del pueblo vasco» y Navarro Villoslada se convirtió, al decir del Padre Blanco García, en «el Walter Scott de las tradiciones vascas»[9]. Y Amaya hizo de Villoslada, nacido en Viana de Navarra, el «cantor de la raza vasca», según reza la placa colocada en la fachada de su casa natal. El profundo amor de Villoslada a la tierra de sus antepasados, los vascones, su respeto por las tradiciones de su patria[10] y, en suma, el sentimiento vascófilo demostrado en su última novela, es lo que permite incluirle hoy entre los escritores vascos o entre los «vascos que escribieron en castellano».
Ya en el siglo XX la novela se ha reeditado muchas veces. Ya he dicho en otra ocasión que la fama y el prestigio de Navarro Villoslada se deben fundamentalmente a Amaya. José María Arroita-Jáuregui escribió el libreto para el drama lírico de Jesús Guridi que, con el mismo título, fue estrenado en Bilbao en 1920. Más tarde, cuando en España se puso de moda el género histórico en el cine, inspiró una película que se estrenó en 1952[11]. En 1956 y 1969 se han publicado ediciones con el texto de la novela abreviado, y en 1981 aparecieron sendas versiones, en castellano y en euskera, en forma de cómic, con el loable propósito de acercar la obra de Villoslada a los jóvenes. Nuestro autor es, en fin, «culpable» de que hoy lleven en esta tierra el nombre de su heroína no ya solo una calle de Pamplona —por no mencionar multitud de empresas, establecimientos comerciales y asociaciones deportivas—, sino también un considerable número de mujeres: una consulta al Registro Civil de las últimas décadas bastaría para comprobarlo.
[1] Utilizaré esta edición: Amaya o los vascos en el siglo VIII, San Sebastián, Ttarttalo Ediciones, 1991. Otra más reciente es: Amaya o los vascos en el siglo VIII, prólogo, edición y notas de Carlos Mata Induráin, Pamplona, Ediciones y Libros / Fundación Diario de Navarra, 2002 (col. «Biblioteca Básica Navarra», 1 y 2), 2 vols.
[2] Para el autor y el conjunto de su obra, ver Carlos Mata Induráin, Francisco Navarro Villoslada (1818-1895) y sus novelas históricas, Pamplona, Gobierno de Navarra, 1995. Y para su contexto literario, mi trabajo «Estructuras y técnicas narrativas de la novela histórica romántica española (1830-1870)», en Kurt Spang, Ignacio Arellano y Carlos Mata (eds.), La novela histórica. Teoría y comentarios, Pamplona, Eunsa, 1995, pp. 145-198; 2.ª ed., Pamplona, Eunsa, 1998, pp. 113-151.
[3] Cfr. E. Allison Peers, Historia del movimiento romántico español, traducción de José María Gimeno, Madrid, Gredos, 1954, II, pp. 508-509.
[4] Julio Cejador, Historia de la Lengua y Literatura Castellana, VII, Madrid, Gredos, 1972, p. 313. Califica a Amaya como «la mejor de sus novelas» y añade a continuación que es un grandioso «poema en prosa».
[5] Amaya podría ser considerada como «novela católica», por las ideas que presenta, en la línea de otras obras populares como Los últimos días de Pompeya, de Bullver-Lytton, Fabiola, del Cardenal Wiseman, Ben-Hur, de Lewis Wallace, o Quo vadis?, de Sienkiewicz. Dentro de España, Navarro Villoslada podría incluirse junto a Pastor Díaz, Fernán Caballero, Antonio Flores, Alarcón, Pereda o el Padre Coloma entre los autores antiliberales de «propaganda católica» (cfr. Leonardo Romero Tobar, La novela popular española del siglo XIX, Madrid, Ariel / Fundación Juan March, 1976, p. 73, nota).
[6] «Cuando Galdós cerró muy oportunamente en 1879 la segunda serie de los Episodios Nacionales, la novela histórica había pasado de moda, siendo indicio del cambio de gusto la indiferencia con que eran recibidas obras muy estimables de este género, por ejemplo, Amaya, de Navarro Villoslada, último representante de la escuela de Walter Scott en España» (Marcelino Menéndez Pelayo, Estudios sobre la prosa del siglo XIX, Madrid, CSIC, 1956, p. 254).
[7] Amaya no era una obra que pudiese tener, ni por su contenido ni por su estilo, problemas de censura (véase el elogioso juicio que le merece a Pablo Ladrón de Guevara, en su obra Novelistas malos y buenos, 4.ª ed. completa, Barcelona, El Mensajero del Corazón de Jesús, 1932). Sin embargo, el Padre Goy refiere cómo estaba expurgada la edición que él vio cuando era alumno, a principios de siglo, en el Colegio Jovenado de Nuestra Señora del Espino (Juan Nepomuceno Goy, «Flores del cielo. Don Francisco Navarro Villoslada», La Avalancha, 1914, p. 8).
[8] Véanse estas palabras que transcribo de una carta que Luis Echevarría escribe a Navarro Villoslada desde Pamplona el 26 de abril de 1877: «No soy seguramente de los que menos sienten la lentitud con que se publica Amaya. He escrito a Ortí con el pretexto de decirle que me considere como suscritor [sic] indefinido, pero en realidad con el fin de darle a entender que los suscritores que aquí tiene La Ciencia Cristiana —que son algunos y han de aumentar con la recomendación que ha hecho el Boletín Eclesiástico de esta diócesis— verían con mucho gusto que en cada número de los que esperan con verdadera ansiedad no se publicaran menos páginas de la novela que en el último y que no se cortaran los capítulos. La revista va gustando, y quiera Dios que no la mate su propio director a quien considero, como V., no muy hábil para tal cargo; pero aparte de los artículos que publica, es lo cierto que aquí interesa muy especialmente por Amaya».
[9]Amaya entusiasmó a Juan Iturralde y Suit, el promotor, junto con Arturo Campión, de la Asociación Euskara de Navarra, de la que Villoslada fue nombrado miembro honorífico. Campión dedicó a la novela un interesante estudio crítico aparecido en 1880 en la Revista Euskara. Según confesión de Unamuno, fue una de las obras que en su juventud le llenaron de romanticismo el alma. En cambio, no fue tan benévola la opinión de Baroja quien, en El cura de Monleón, señaló que Amaya era un «libro bastante pesado de un Walter Scott de poca monta».
[10] En la dedicatoria a los hermanos Echevarría escribe: «Identificados siempre por acendrado amor a la tierra vascónica, era natural mi deseo de unir también nuestros nombres en obra que reflejase nuestro común apego al suelo en que nacimos y el cariño a las leyes, costumbres y gloriosas tradiciones de la patria».
[11] Dirigida por Luis Marquina e interpretada, en los principales papeles, por Susana Canales, Julio Peña, José Bódalo y Rafael Luis Calvo.