«El manco de Lepanto» de Manuel Fernández y González, novela folletinesca

Como es bien sabido, Cervantes no quiso perderse «la más alta ocasión que vieron los pasados siglos, ni esperan ver los venideros». Pues bien, ocurre que en esta novela de Manuel Fernández y González[1] Cervantes está afiebrado en el momento del combate como consecuencia de una calentura de amor, porque no ha logrado alcanzar el amor imposible que siente por una dama, doña Guiomar:

Y como, aunque era noble y altivo, no era santo, y de tal manera le apretaban el amor y el deseo por doña Guiomar, y hasta tal punto doña Guiomar iba acreciendo para él en lo preciosa e incomparable, ganándole la fiebre, apoderándose de su pensamiento la locura, atormentado ya de tal manera por las ansias que le acongojaban que resistirlas no pudo, como si una potencia invencible de él hubiese tirado y atraídole a doña Guiomar, con las bascas casi mortales de su pasión, determinose; y diciéndose que su vida era doña Guiomar y que Dios hiciese lo que fuese servido de Margarita, levantose del sillón… (pp. 223-224).

Estamos ante una novela muy mala, ¿por qué no decirlo?, en lo que se refiere a calidad literaria… pero también ante una novela buenísima… en su género, el de la novela de capa y espada (el de la novela de aventuras históricas, según la taxonomía de Juan Ignacio Ferreras mencionada en una entrada anterior), de la que presenta todos los clichés y rasgos característicos[2]. Tenemos, en efecto, una dama bellísima, celestial, la rica indiana doña Guiomar, perseguida incansablemente por el villano de turno; una huérfana, Margarita, también perseguida por el correspondiente villano; y un Cervantes espadachín y pendenciero, súbitamente enamoradísimo de doña Guiomar, pero atraído igualmente por la huérfana Margarita. Añádase a ello una Sevilla descrita como ciudad especialmente hecha para el amor; su porción de duelos, cuchilladas y rondas de alguaciles; un familiar del Santo Oficio de la Inquisición encaprichado él también de la bella y tentadora indiana; unas gotas de superstición (la casa donde vive la dama, supuestamente encantada con duendes), etc., etc. Si mezclamos todos esos ingredientes en la coctelera de la novela folletinesca (o, mejor, si los mezcla a su manera el ínclito Manuel Fernández y González), obtenemos entonces como resultado un relato como El manco de Lepanto: desestructurado y falto de coherencia narrativa, donde lo esencial es la yuxtaposición mal hilvanada de aventuras, lances y peripecias, que, eso sí, no faltan; más bien al contrario, el autor las prodiga generosamente.

Duelo

Para empezar, no existe profundidad psicológica en el trazado de los personajes —tampoco hay que engañarse: esperarla en este tipo de relatos sería pedir cotufas en el golfo—. Por ejemplo, este Cervantes espadachín se parece muchísimo al Quevedo espadachín que encontramos en otras novelas de Fernández y González, como por ejemplo la titulada Amores y estocadas. Vida turbulenta de don Francisco de Quevedo. El Cervantes de una y el Quevedo de otra son personajes que, haciendo abstracción de los datos biográficos y las circunstancias propias de cada uno, resultarían prácticamente intercambiables en esos relatos. Ignacio Arellano, refiriéndose a la citada recreación quevediana del novelista sevillano, comenta lo siguiente:

Leonardo Romero, con amable generosidad, le concede [a Fernández y González] una gran capacidad para inventar tramas y saberlas contar de modo atractivo. En la novela que pergeña con don Francisco de Quevedo hay sin duda trama, pero tan deshilachada que el lector ha de adoptar una perspectiva lúdica para tomarse con buen humor las vicisitudes de un relato que en ciertos momentos parece parodia de su mismo género. Resulta, sin embargo, un curioso documento que revela muchos tics de este tipo de obras poco elaboradas artísticamente, pero útiles para averiguar cuál es la imagen que de una época o personaje (como Quevedo) se ha ido sucediendo a lo largo del tiempo[3].

Pues bien, insisto: lo que se indica a propósito de Quevedo en Amores y estocadas sirve igualmente para Cervantes en El manco de Lepanto. Tan solo haría falta cambiar el nombre del escritor convertido en personaje de ficción protagonista de cada novela, y lo predicado para uno se acomodaría perfectamente al otro[4].


[1] Todas las citas de El manco de Lepanto son por esta edición de 1874: Manuel Fernández y González, El manco de Lepanto. Episodio de la vida del Príncipe de los Ingenios Miguel de Cervantes Saavedra, por don…, Madrid, Establecimiento Tipográfico de Muñoz y Reig, 1874.

[2] Ver Carlos Mata Induráin, «Estructuras y técnicas narrativas de la novela histórica romántica española (1830-1870)», en Kurt Spang, Ignacio Arellano y Carlos Mata (eds.), La novela histórica. Teoría y comentarios, 2.ª ed., Pamplona, Eunsa, 1998, pp. 113-151.

[3] Ignacio Arellano, «Amores y estocadas, de Manuel Fernández y González, o la novela histórica grotesca», introducción a Manuel Fernández y González, Amores y estocadas. Vida turbulenta de don Francisco de Quevedo, Pamplona, Eurograf Navarra, 2002, p. 5a. Las principales características relacionadas con la trama y estructura, el retrato de los personajes, el estilo lingüístico para lograr el color de época, etc., que menciona Arellano para Amores y estocadas son aplicables a El manco de Lepanto y, en general, al conjunto de las novelas históricas de Fernández y González ambientadas en el Siglo de Oro español.

[4] Para el análisis completo de la novela remito a Carlos Mata Induráin, «Cervantes a lo folletinesco: El manco de Lepanto (1874) de Manuel Fernández y González», en Carlos Mata Induráin (ed.), Recreaciones quijotescas y cervantinas en la narrativa, Pamplona, Eunsa, 2013, pp. 167-193.

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