Estas ideas mairenianas —machadianas, en el fondo— sobre la necesaria sencillez de la expresión literaria las podríamos ilustrar con varios pasajes de Juan de Mairena[1], pero quiero recordar tan solo dos ejemplos destacables. En el capítulo I, «Habla Juan de Mairena a sus alumnos», leemos lo siguiente (son unas palabras que suelen recordarse con frecuencia):
—Señor Pérez, salga usted a la pizarra y escriba: «Los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa».
El alumno escribe lo que se le dicta.
—Vaya usted poniendo eso en lenguaje poético.
El alumno, después de meditar, escribe: «Lo que pasa en la calle».
Mairena. —No está mal (p. 53).
Esta misma idea, la necesidad de huir del barroquismo, de la expresión grandilocuente y retórica, la desarrolla Machado en el capítulo V, que se presenta bajo el epígrafe «(Ejercicios poéticos sobre temas barrocos)»:
Lo clásico —habla Mairena a sus alumnos— es el empleo del sustantivo, acompañado de un adjetivo definidor. Así, Homero llama hueca a la nave; con lo cual se acerca más a una definición que a una descripción de la nave. En la nave de Homero, en verdad, se navega todavía y se navegará mientras rija el principio de Arquímedes. Lo barroco no añade nada a lo clásico, pero perturba su equilibrio, exaltando la importancia del adjetivo definidor hasta hacerle asumir la propia función del sustantivo (pp. 76-77).
Y en el capítulo XXXVII, bajo el titulillo «(Amplificación superflua)», leemos:
—Daréte el dulce fruto sazonado del peral en la rama ponderosa.
—¿Quieres decir que me darás una pera?
—¡Claro! (p. 237).
Sin duda, Machado no gustaba de expresiones perifrásticas del tipo «crestadas aves / cuyo lascivo esposo vigilante / doméstico es del sol nuncio canoro» (Góngora, Soledad primera, vv. 292-294). Rechaza tajantemente a través de su Mairena el culto a la dificultad, a lo difícil artificial, el uso de imágenes rebuscadas que solo sirven, en su opinión, para disfrazar conceptos fríos. Por el contrario, en la escritura poética deben prevalecer las intuiciones. Por eso el Barroco, en general, no tiene la gracia y sencillez de lo espontáneo. Pero Machado sabe también que hay bellezas en el corpus de Góngora. Así, a propósito de un par de versos de expresión temporal: «El día dormido / de cerro en cerro y sombra en sombra yace», comenta que son de «Góngora, el bueno, nada gongorino, el buen poeta que llevaba dentro el gran pedante cordobés» (p. 181)[2]. Y en otro pasaje:
Aunque el gongorismo sea una estupidez, Góngora era un poeta; porque hay en su obra, en toda su obra, ráfagas de verdadera poesía. Con estas ráfagas por metro habéis de medirle (p. 285)[3].
[1] Todas mis citas del Juan de Mairena son por la edición de Pablo del Barco, Madrid, Alianza Editorial, 2004.
[2] Estas palabras recuerdan la distinción tradicional de un Góngora príncipe de la luz y otro Góngora príncipe de las tinieblas.
[3] Ver para más detalles Carlos Mata Induráin, «Lope de Vega, entre Antonio Machado y Juan de Mairena, con el Arte nuevo al fondo», Rilce. Revista de Filología Hispánica, 27.1, 2011, pp. 119-143 (número monográfico dedicado a El «Arte nuevo» de Lope y la preceptiva dramática del Siglo de Oro: teoría y práctica, coordinado por J. Enrique Duarte y Carlos Mata).