«Amaya o los vascos en el siglo VIII» de Navarro Villoslada: los personajes judíos

En cuanto a los judíos, aparecen en esta novela[1] de Francisco Navarro Villoslada[2] como avarientos, pérfidos, hipócritas, ruines y cobardes (pp. 69, 93, 93, 161); son «mercaderes sin conciencia y honor» que suplen su falta de fuerza con la astucia, la intriga y el dinero (pp. 417-418). Ya en el reinado de Égica hicieron pactos con los musulmanes, hecho histórico cierto (p. 369). En la novela, son los principales artífices de la conjuración encaminada a vender a España (son traidores entregados a los árabes; pp. 52, 88-89, 181, 233, 239, 268, 279, 301, 306-307, 358, 416, 422, 585, 605, etc.). No está tan desencaminado Navarro Villoslada al afirmar esto, pues parece probado que los judíos andaluces apoyaron a los invasores musulmanes, quedando como guarnición de las ciudades ocupadas a los godos en la Bética y aun en Toledo, lo que dio una amplia libertad de movimientos a Tarik y Muza y facilitó la rápida conquista de todo el territorio peninsular, en solo tres años. En la novela, es su oro el que provoca la sublevación de Pamplona, que distrae al rey Rodrigo y a sus tropas del sur; luego ellos niegan el dinero a los godos para que no puedan acudir con celeridad desde el norte a la Bética a detener la invasión (pp. 334-335); ellos dirigen, en fin, el motín de Pamplona y son los que piden la muerte de García y los demás vascos encerrados en la ciudad.

Es cierto, como menciona Navarro Villoslada, que los judíos fueron perseguidos por los godos en distintos reinados (planteaba un grave problema la cuestión de los falsos conversos; hay que tener en cuenta que los judíos constituían la única minoría religiosa consentida en territorio peninsular después de la unidad católica conseguida con Recaredo).

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También está comprobado que entre los judíos del siglo VII estaba muy extendida la creencia en la inmediata venida de un Mesías redentor de su pueblo, sojuzgado por las razas enemigas (tal es el papel que se atribuye en la novela el misterioso Eudón). Hay pequeños detalles relativos a los judíos que responden a la realidad: la mayoría de los médicos y abogados pertenecían a este pueblo (p. 345); y solían usar nombres cristianos (pp. 370-371).

Como ha señalado Jon Juaristi, hay en Amaya cierto antisemitismo que, por otra parte, es tópico en la novela histórica romántica española. Se refleja en varias reacciones de los personajes; García se niega a pactar con ellos, porque le produce repugnancia: «Nada con los enemigos de Cristo». Amaya ni siquiera quiere hablar con los conjurados si no se retiran antes los judíos (p. 481); Ranimiro siente asco de tener que tocar al judío para registrarlo y apoderarse de una carta (p. 275). También en las intervenciones del narrador (cfr. la negativa descripción de la judería de Pamplona en la p. 366); se les moteja de «perros rabiosos», de «inmundos reptiles»; es la suya una raza que inspira «universal desprecio». De hecho, los personajes más odiosos de la novela son Pacomio, el avariento rabino, y Respha, la hipócrita sacerdotisa, que finge interés por convertirse al cristianismo para poder espiar a Lorea. Como dice Eudón, parece pesar una maldición sobre el pueblo deicida: «Es una fatalidad que raza tan noble se deje arrastrar por pasiones tan ruines» (p. 365). Pacomio es también el jefe de los astrólogos; Menéndez Pelayo atribuye a invención del novelista la existencia de esta secta:

El Sr. Navarro Villoslada, en la linda novela que con el título de Amaya o los vascos en el siglo VIII publicó en La Ciencia Cristiana, habla de una sociedad secreta de astrólogos vascos, enemigos jurados del cristianismo, al paso que muy tolerantes con las demás religiones. Tengo este hecho por ficción del novelista; a lo menos en las fuentes por mí consultadas no hay memoria de tales asociaciones. Ni creo que la astrología llegara a organizarse entre nosotros como colegio sacerdotal o sociedad secreta, si prescindimos de los priscilianistas, que no penetraron en tierra éuskara[3].

En cuanto a los musulmanes, no los vemos intervenir directamente en la novela, pero aparecen caracterizados negativamente en los relatos de diversos personajes: vienen a esclavizar y a acabar con la Cruz. Munio, por ejemplo, habla de «la rapiña y brutales instintos del musulmán» (p. 360). Justamente famosa es la descripción de su arremetida y de su imparable avance en el relato de Eudón a Munio (pp. 354-355); otro párrafo significativo es el dedicado a atestiguar las crueldades de Muza (p. 671).


[1] Cito por esta edición: Amaya o los vascos en el siglo VIII, San Sebastián, Ttarttalo Ediciones, 1991. Otra más reciente es: Amaya o los vascos en el siglo VIII, prólogo, edición y notas de Carlos Mata Induráin, Pamplona, Ediciones y Libros / Fundación Diario de Navarra, 2002 (col. «Biblioteca Básica Navarra», 1 y 2), 2 vols.

[2] Para el autor y el conjunto de su obra, ver Carlos Mata Induráin, Francisco Navarro Villoslada (1818-1895) y sus novelas históricas, Pamplona, Gobierno de Navarra, 1995. Y para su contexto literario, mi trabajo «Estructuras y técnicas narrativas de la novela histórica romántica española (1830-1870)», en Kurt Spang, Ignacio Arellano y Carlos Mata (eds.), La novela histórica. Teoría y comentarios, Pamplona, Eunsa, 1995, pp. 145-198; 2.ª ed., Pamplona, Eunsa, 1998, pp. 113-151.

[3] Marcelino Menéndez Pelayo, Historia de los heterodoxos españoles, I, Madrid, CSIC, 1963, p. 427.

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