Conviene aclarar ahora la relación existente entre novela histórica, novela por entregas y folletín; a veces aparecen juntos estos tres términos como si tratara de tres tipos distintos de novela parangonables a un mismo nivel, pero no es así: la novela histórica es un tipo dentro del género narrativo, según una división hecha con un criterio que podríamos denominar «temático»; así, existen novelas históricas, sentimentales, sociales, educativas, etc. En cambio, la entrega y el folletín son dos procedimientos de publicación de la novela, que de esta forma no aparece en forma de libro. O sea, que una novela, histórica o no, puede aparecer en volumen, por entregas o como folletín en las páginas de un periódico o revista. Y, por otra parte, las entregas o el folletín pueden corresponder a una novela de cualquier tipo, histórica o no.
Otra cosa distinta es que muchas novelas históricas se publicaran desde los años 40 por entregas o en el folletín de distintas publicaciones periódicas; o, dicho de otra forma, que la entrega y el folletín se nutrieran casi exclusivamente de novelas de tema histórico. Está claro, por tanto, que existe una estrecha vinculación entre novela histórica, novela por entregas y folletín, pero eso no permite hacer sinónimos esos tres conceptos, pues resulta evidente también que corresponden a dos criterios de clasificación distintos.
Una vez hecha esta aclaración terminológica, me referiré brevemente a cada uno de los tipos de novela histórica según su forma de publicación. Veamos:
1) Novela en volumen[1]
En principio, siguen siendo válidas las indicaciones que hicimos al hablar del público lector y de la industria editorial en el primer tercio del siglo: el libro es un objeto caro, casi un artículo de lujo, al que no todas las clases sociales pueden acceder[2]. Por término medio, un tomo de doscientas páginas venía a costar seis reales; el precio subía a los ocho reales si el número de páginas se acercaba a las trescientas. Hemos de pensar que muchas novelas históricas se publicaron en varios tomos, con lo que el precio total podía ser de treinta o cuarenta reales, una cifra muy elevada. Además, en provincias el tomo costaba uno o dos reales más que en Madrid. Aparte, claro, de que encuadernado o en rústica costaba un real o dos más, lo mismo que si incluía ilustraciones.
La novela histórica se publicó primero en colecciones, por el procedimiento de la suscripción, que abarataba en un real o dos el precio de cada tomo (normalmente eran libros en 8.º o en 16.º, aunque no faltan algunos en 32.º). Casi todas las colecciones pasarían a ser colecciones de novelas históricas en exclusiva desde los años 30; las más importantes fueron la de Cabrerizo en Valencia (1818-1856)[3], la de Bergnes en Barcelona (1831-1833, con una segunda serie en 1832-1834)[4] y, sobre todo, la Colección de Novelas Históricas Originales Españolas, de Repullés y Delgado, en Madrid. Otros editores de novela histórica que hay que mencionar son Jordán y Mellado en Madrid, Oliva y Oliveres en Barcelona y Mompié y Ortega en Valencia. Como vemos, estas tres ciudades siguen siendo los centros de edición y distribución de novela en España.
Por lo que respecta al público lector de novela histórica, de nuevo hay que señalar que coincide con el de la novela en general[5]. Entre 1830 y 1845, son todavía unos núcleos reducidos[6], concentrados en las ciudades, de burgueses, aristócratas y clérigos, quizá también de comerciantes y de algunos artesanos; es además un público formado en buena medida por mujeres y jóvenes. En principio, se podía buscar en esta novela simplemente un afán de evasión; pero hay que tener en cuenta que la novela histórica fue politizada muy pronto, con lo que los lectores hubieron de sentirse identificados con la problemática expuesta, de un sentido o de otro. Sea como sea, la novela histórica constituye la principal tendencia, casi la única, de la novela española durante el Romanticismo; de ahí que fuera en este subgénero narrativo donde se educó para la novela un grupo de lectores relativamente considerable[7].
2) Novela por entregas[8]
Con el triunfo de este procedimiento editorial[9], solo posible cuando la industria de este sector alcanzó un alto grado de desarrollo, la creación literaria pasa a convertirse en un negocio: la entrega es a la vez novela, de muy poca calidad, y mercancía de consumo. Estamos entrando en el mundo de la paraliteratura. La entrega no crea una nueva novela, sino que explota la novela ya existente, fundamentalmente la histórica, degradándola cada vez más[10].
La novela por entregas se vende por suscripción, lo que supone muy poco riesgo para el editor, que no lanzará la novela si no alcanza un número determinado de suscriptores que garantice cierto rendimiento económico. Paga bien al autor, cinco o seis duros por un pliego en 4.º de ocho páginas, pero puede llegar a tirar hasta diez mil ejemplares (frente a la tirada de un volumen, que oscila entre los mil y los dos mil), con lo que sus beneficios son altísimos. El editor necesita también una buena red de distribución para que la entrega llegue con puntualidad, normalmente cada semana, a todos los suscriptores, que pagan un real por cada pliego que reciben (y lo pagan porque no pueden permitirse comprar un libro entero, aunque a la larga la suma de las distintas entregas supone un precio mucho más elevado)[11]. De esta forma, y gracias también al aumento de los índices de alfabetización, el lectorado de novela histórica se extiende entre el proletariado en los años 40-60.
La entrega viene a ser la cantidad de lectura que puede consumir una persona en una semana; en el caso de que la novela se escriba al mismo tiempo que se va entregando, esa es la cantidad «de escritura» que debe preparar en una semana el escritor. Ahora bien, que una novela se publique por entregas no quiere decir necesariamente que se haya compuesto también por entregas. De hecho, muchas novelas históricas que aparecieron primero en forma de libro solo después se publicaron por entregas. Y la diferencia es fundamental: el entreguista escribe con prisas, cuando no dicta a uno o varios negros, porque son varias las entregas, de distintas novelas, que tiene que sacar adelante cada semana; de esta forma, la calidad literaria se resiente notablemente. En este tipo de novelas, no importa tanto el autor como el texto; y mucho menos la calidad que la cantidad de lo escrito. Los especialistas de la entrega, que deben aceptar las indicaciones del editor y el gusto del público para asegurar el éxito de ventas, se convierten así en «obreros de la literatura».
Por un lado, la entrega supone una serie de características formales; la más notable es la fragmentación de la lectura, no ya solo entre entrega y entrega, sino dentro de ellas con la aparición de múltiples subdivisiones internas, apartados separados por números romanos, abuso del punto y aparte, etc. Son trucos, junto al empleo de tipos de letra grandes, que ayudan al autor a llenar más papel, pero que también facilitan la lectura a un lector muy poco avezado a ella por su escasa preparación cultural.
En otro orden de cosas, la novela por entregas muestra una clara y maniquea división del mundo novelesco: los personajes, convertidos en meros tipos con una psicología elemental, se reparten en “buenos” y “malos”; al final, el sentido moralizante de los autores hace que la virtud y la inocencia triunfen siempre y reciban la recompensa correspondiente, en tanto que el vicio es castigado. Los personajes, los temas y las situaciones inverosímiles y extremas[12] se repiten una y otra vez (es particularmente frecuente, por ejemplo, el recurso de presentar al protagonista como persona de origen plebeyo para, al final, buscarle una ascendencia noble).
La novela por entregas, que empezó a cultivarse por los años 40, entraría en decadencia hacia 1868. Su mayor mérito tal vez sea haber acercado la novela histórica a amplias capas de la sociedad, popularizando los temas de la historia de España[13]. Ahora bien, hay que tener en cuenta que la novela histórica que se publique por entregas será una novela de aventuras, con una escasa o nula documentación, muy lejos ya de la calidad e importancia de la novela histórica de los años 30.
3) Novela en folletín
Las características de las novelas históricas aparecidas en forma de folletín son las mismas que las de la entrega en lo que se refiere a personajes, temas y recursos; la única diferencia está en la forma de publicarse: en la entrega el espacio es siempre el mismo, las ocho páginas del pliego; el autor puede calcular más o menos la materia narrada para hacer acabar la entrega en un momento de máxima tensión, para mantener el interés del lector y hacer así que espere impaciente la llegada de la nueva entrega; pero donde acaba el cuadernillo, acaba la entrega, dejando cortada una frase o una palabra incluso. En el folletín, en cambio, la cantidad de novela que entra cada día puede variar, pues la extensión del texto que se incluye viene impuesta por la necesidad de llenar más o menos columnas o páginas de la revista o diario.
[1] Tomo los datos de este apartado del libro de Juan Ignacio Ferreras, El triunfo del liberalismo y la novela histórica (1830-1870), Madrid, Taurus, 1976.
[2] Puede consultarse el trabajo de M. Carmen Artigas Sanz, El libro romántico en España, Madrid, CSIC, 1953-1956, 4 vols.
[3] Ver Francisco Almela y Vives, El editor don Mariano de Cabrerizo, Valencia, CSIC, 1949.
[4] Ver Santiago Olives Canals, Bergnes de las Casas, helenista y editor (1801-1879), Barcelona, CSIC, 1947.
[5] Ferreras ha reunido más de cuatrocientas novelas históricas de entre 1830 y 1870; teniendo en cuenta que la tirada media podía ser de mil ejemplares, podemos calcular una tirada total superior a los cuatrocientos mil volúmenes; además, las publicadas por entregas podían subir hasta los diez mil ejemplares de tirada, con lo que las cifras se disparan; y no se incluyen ahí leyendas, relatos y cuentos de tema histórico aparecidos en revistas y periódicos, pues están todavía por recoger. Con estos datos, parece claro que la novela histórica dominaba de forma aplastante el mercado editorial español en aquellos años. Francisco Blanco García señala que «el gusto por la novela histórica rayó en delirio» (en La literatura española en el siglo XIX, Madrid, Sáenz de Jubera, 1891, vol. I, p. 354).
[6] En el período 1845-1870 la entrega permitió, como veremos después, ampliar el lectorado de novela a importantes núcleos proletarios, cosa que solo será posible cuando se produzca en algunas ciudades de España una concentración industrial y obrera de cierta relevancia.
[7] Ferreras, El triunfo del liberalismo y la novela histórica, p. 50.
[8] Pueden consultarse los siguientes trabajos: Juan Ignacio Ferreras, La novela por entregas (1840-1900). Concentración obrera y economía editorial, Madrid, Taurus, 1972; Jean-François Botrel, «La novela por entregas: unidad de creación y de consumo», en Jean-François Botrel y Serge Salaün (eds.), Creación y público en la literatura española, Madrid, Castalia, 1974, pp. 111-155; Enrique Rubio Cremades, «Novela histórica y folletín», Anales de Literatura Española, 1, 1982, pp. 269-281; Enrique Tierno Galván, «La novela histórico-folletinesca», en Idealismo y pragmatismo en el siglo XIX español, Madrid, Tecnos, 1977, pp. 11-94.
[9] Veamos la definición que ofrece Botrel de esta forma de publicar: «Las publicaciones por entregas son las que no llegan al lector o consumidor en una obra completa, sino por cuadernos o pliegos, a los que suelen acompañar ilustraciones fuera de texto o incluidas en él. Bibliológicamente, la entrega es la unidad-base, de uno o varios pliegos, de un libro por hacer. La publicación por entregas supone, pues, la distribución por fragmentos o unidades de extensión variable de una obra acabada o en vías de creación, con arreglo a una periodicidad mensual, bimensual o semanal» («La novela por entregas: unidad de creación y de consumo», p. 111).
[10] Ver Tierno Galván, «La novela histórico-folletinesca», pp. 64-65.
[11] Ferreras, en su libro La novela por entregas…, habla de una doble estafa para los lectores, económica una, porque los miembros de las clases bajas, que son sus principales “consumidores”, terminan pagando la lectura mucho más cara; y moral la otra, porque además en este tipo de obras se introducen principios contrarios a sus intereses, ya que se niega la movilidad social.
[12] «Es casi un principio del género que la acumulación de hechos y situaciones poco frecuentes sustituya a la imaginación» (Tierno Galván, «La novela histórico-folletinesca», p. 31).
[13] Ferreras, El triunfo del liberalismo y la novela histórica, p. 40. Recordemos que este tipo de novela puede tratar otros temas, además de los históricos; hay novelas por entregas sociales, costumbristas, de crímenes…