En otro orden de cosas, merece la pena destacar que en varios de estos poemas[1] se ofrecen descripciones —más o menos detalladas— de algunas ciudades, sobre todo de Nueva Orleans (Luisiana) en el tramo inicial del libro; recuérdese que desde Granada, Nicaragua, Martínez Baigorri pasó a la Loyola University, la universidad de los jesuitas (actualmente llamada Loyola University New Orleans). El poeta la describe como una ciudad vegetal cuyo corazón y arteria principal es Canal Street:
Esta ciudad oscura de una calle
donde la noche es día de luces que se mueven;
con anuncios que son en sus colores vida,
la ciudad parpadea
en Canal Street, por el que todo vive.—Canal que fue canal de agua de vida
y luego charco muerto,
ya surtidores de agua de luz resucitada,
corazón de ciudad y arteria roja
por la que va su vida a todo el cuerpo.—Pero su vida-vida está en la sombra.
Su verdor crece bajo un gris de lluvia.
En un claro de estrellas,
la vida que a la sombra se recata
es ciudad vegetal que alza sus hijos verdes
al aire de otra vida,
sobre el color de acero y aluminio
del terrestre poder de la mecánica (pp. 25-26).
La ciudad, con sus luces y colores, con los ruidos de sus motores, protagoniza un renacer y un morir constantes (y el Ángel, también él renacido a la vida y esperanzado[2], se identifica con ella):
Brillan fuera las luces:
hervir fascinador de un renacer y de un morir constante,
inquietante y sereno.
En fuentes de color iluminadas almas,
brillan fuera las luces
y abajo, en el silencio, trabajan los motores (p. 26).
En el tramo final del poema cambia la perspectiva del yo lírico, que de la descripción física de la ciudad actual pasa a evocar los orígenes de Nueva Orleans o, en un sentido más amplio, la llegada a aquellas latitudes de los descubridores europeos:
Esta es toda esperanza:
todo lo gris será verde en la aurora
de la ciudad de nuevo al sol nacida.
La ciudad que hizo un río…El mundo es ancho
y la sorpresa —un águila de plata—
lleva en el pico un barco por los aires
del sueño,
y en la proa del barco abre sus alas
sobre el águila un ángel.Nueva Orleáns, que no era todavía
cuando era ya en el sueño de los que la encontraron,
puerta de oro del Norte al Sur que espera,
puerta de oro del Sur al mar del Norte.
Y vuelven hasta mí rompiendo selvas, dominando cumbres,
atravesando océanos,
con vuelos hacia el sol, ¿águilas?,
¡hombres!Aquellos hombres
que por el mar llegaban a los ríos
para hacer de los ríos puertas de oro
hacia todos los mares (pp. 26-27).
Como podemos apreciar en esta cita, águila es un símbolo plurivalente a lo largo del poemario. El significado más evidente es, en efecto, el que supone la identificación de la palabra Águila (en mayúscula) con los Estados Unidos, pero escrita en minúscula, águila, sirve para aludir, indirectamente, a los descubridores de aquellas tierras. El Ángel se hace una pregunta retórica acerca de si «Los que llegaron por el mar al río» (título del poema) fueron águilas, para responderse de inmediato, exclamativamente, que fueron «¡hombres!». Destacaré también, de paso, la conexión que se establece entre los poemas 3 y 4: la visita al Barrio Francés (el French Quarter, en inglés; el Vieux Carré, en francés) le ha recordado a España (poema 3), y este recuerdo a su vez le hace evocar la llegada de los antiguos descubridores a esa zona de América (poema 4)[3].
Si pasamos al siguiente poema, el número 5, con título «Sorprendido» (pp. 28-31), veremos que el Ángel evoca y describe ahora la «¡Nueva Orleáns[4], Nueva Orleáns nublada!» (toda la composición es un apóstrofe a la ciudad), al tiempo que expresa su deseo de cazar[5] el alma de la ciudad:
Hoy no se pone el sol.
Pasó sobre las nubes
del Oriente al Poniente y dejó abajo
un día gris de ternura amorosa,
delicada y viril,
que hizo a Nueva Orleans del siglo trece.Pero ya en el reflejo gris rosado del cielo bajo enciende
Canal Street la alborada de sus luces,
que anuncia el día a la ciudad en sombra.La lluvia aumenta y cubre con su sonar los ruidos
agrios del imposible y ya intentado
vuelo libre del Águila Mecánica.¡Ni con el Ángel dentro!
Pero bajo la lluvia
—la lluvia, ángel sonoro bajo el cielo
que hace del llanto un canto—
la ciudad, toda suya, vieja y nueva,
se recoge a su nombre.
Y el Ángel en el Águila escondido
busca el alma del Águila en la lluvia
para, acechando al corazón, hallarse
con su calma en sí mismo…Nueva Orleáns, ¿y no te hallaré el alma
para apresar y libertar —para expresar—
el alma de la mía? (pp. 30-31).
La avenida de Canal Street será evocada de nuevo en el poema 6, «Al paso del otoño»:
Llueve y llueve.
Y al paso del otoño,
por la ciudad en sombra,
versos tranquilos sin las conmociones
del corazón que ya sabe el destino
de su latir mañana.
Versos serenos de hoy en plena lluvia
y sobre Canal Street iluminados,
al paso del otoño (p. 32).
La inspiración del poema parece surgir de un detalle mínimo, la imagen contemplada por el yo lírico-Ángel de una viejita que compra unas flores en un puesto callejero y que avanza caminando en medio de la riada que la lluvia ha dejado en la calle:
Todo es escaparate…
Llueve y llueve…
La lluvia es verdadera
—no anuncio de otra lluvia—.En el País del Águila Mecánica
la lluvia es verdadera.La lluvia, ángel sonoro bajo el cielo,
que hace del llanto un canto (p. 34).
En el poema 7, «Weekend en el Eastend» (pp. 35-39), más que descripción hay una evocación de esta «New Orleans[6] de cerca, vista, amada», en contraposición a otras ciudades estadounidenses como New York, Filadelfia y Chicago:
Todo es hoy viejo de tan revelado:
Todo, New Orleans de cerca, vista, amada,
New York de lejos y tan conocida
—en el presentimiento, en el retrato
que hizo en dos ojos que por mí la miran—;
Filadelfia, ciudad de amor hermano
y vidas jóvenes lanzadas
a mil millas por hora
en llamas, corazones arrastrados
por miradas, de vida;
Chicago con dos alas que son mías
—Tuyas, Luis[7], y más mías,
si te las doy me las das abiertas— (pp. 35-36).
En «II. Dondequiera te miro» (el segundo de los «Dos paréntesis» que son los poemas unidos «10 y 11»), se menciona el «barrio de los negros», con una nueva alusión a la gran arteria que es Canal Street y también a la Saint Charles Avenue:
Sólo estorban el blanco de mi mirada negros[8],
muchos negros
—estoy pasando el barrio de los negros;
¿y cuál no es aquí el barrio de los negros?—
y me acuerdo:
Llegué a Canal Street[9]. TRANSFER:
Un papelito verde. —¿Solo uno?
Bajo. Te espero. Y qué susto este mío
al ver que te has quedado en el tranvía
que vuelve a la Avenida de San Carlos.¿A dónde irás ahora?
Y siempre irás a donde yo te espero (p. 51).
En fin, el elemento afroamericano reaparece en el poema «Nueva York en Gracia» (no incluido en la edición de 1954, añadido como composición final en la reedición de Poesías completas I, pp. 645-649):
Esta vez Nueva York ha sido
Ciudad de la Gracia:Tenían luz en la sombra
Las negras iluminadas
Por sus ojos mismos. Era
De luz la sombra en su cara,
Como si hacia afuera ardiesen
Por millones de ventanas (pp. 645-646)[10].
Este poema, que métricamente es un romance de rima é o, es importante pues nos muestra a Nueva York sucesivamente como «Ciudad del silencio», «Ciudad del reposo» y «Ciudad de la gracia». En el apartado «I. Realidad» se evocan los anuncios de colores y ruidos, tan abundantes como en Nueva Orleans, pero sublimados aquí por el silencio que ahora sabe encontrar —o más bien «recoger», como dice el texto— el Ángel:
Mil ríos de lava eléctrica
Que estallaban en destellos
Rojos, verdes, de oro, azules,
No apagaban el incendio
De la sombra condensada
Por todas las luces dentro
En las que era Nueva York
Toda voz de mi silencio (p. 645).
Convertida ya para el Ángel en «Ciudad de la gracia», puede afirmar: «Y eran ríos de bondad / Tus calles de noche al alba» (p. 646). Por otra parte, se menciona el volcán de los destellos de la ciudad, los cuales no apagan el incendio «de todas las luces dentro» / de la «sombra condensada» del Ángel (p. 646). Veamos:
Esta vez Nueva York ha sido
—Frenética en su vida que arrebata—
La ciudad del silencio
—Soledad de la demasiada gente—,
La ciudad del reposo,La ciudad
—Nueva York—
de la Gracia (p. 646).
El apartado titulado «(Intermedio)» merece la pena copiarlo entero:
(Me refugié en mi Nueva York de noche
Mi Nueva York de luces
Que se veían en todo el río
—El río y el prestigio de su nombre,
River drive, en refugio de las luces,
Creándose en su luz, la luz del nombre—.Aérea solidez de sombra hundida,
Sólo dejaba en el temblor del agua
Que la movía —¿se movía?— quieta
La silueta soñada de un cuadro puntillista
Con un fondo de noche de paz y de agua buena
Donde el alma se funde.
Subía
—hasta mi imperio—
al inclinarme:
También la sombra en mi refugio es monte.Para mirar abajo el cielo en luces,
Me refugié en mi Nueva York de noche.) (pp. 646-647).
Por lo que respecta al apartado «II. Ya el ángel entró al águila», interesa destacar que se construye como un apóstrofe a la ciudad —«Hoy te he tomado el pulso, Nueva York» (p. 647)—. Convertida ella —se dice— en fiel de balanza interior, concentra al Ángel y le eleva a eternidad, y él a su vez fija a la ciudad en la eternidad. Y el yo lírico sigue evocando a Nueva York en el momento de su despedida:
Me voy con tu impresión de aéreas moles
Donde la niebla su espesor ablanda
Y el azul se condensa en tu luz sola
Para dejarte entre tu azul clavada
—Si negra de humo y tiempo, en ciclo limpia—
O donde el día que se apaga
queda
Dentro de ti, como yo en mí, encendido para
Mirarnos desde ti en la noche por
Millones y millones de ventanas.Toda cabías en la media luna,
Ciudad entera con tu sol en ascuas (p. 647).
Nueva York es ya, para el Ángel, una «Ciudad absuelta» (p. 648), que queda en él con su «pureza / blanca» (p. 647, eficaz encabalgamiento), es una Nueva York en Gracia. El poema incluye el dato de que es el Domingo de Ramos, y se predica ahora —jugando paronomásticamente del vocablo— que «El Bronx no es bronco»; más bien al contrario, ese distrito deteriorado, en parte, y tradicionalmente considerado peligroso parece un remanso de paz, un trasunto casi de un idílico locus amoenus a la manera de fray Luis o san Juan de la Cruz:
El Bronx no es bronco. Llega un ruido suave
Que le recoge al pecho en la luz blanca
Y apaga las locuras de sonido,
El frenesí de luz, la intemperancia
De las prisas, en un sosiego manso
—Quieto nacer—
de Nueva York en Gracia (p. 648).
Merced a la Gracia, «Todo se quedó en calma», lejos de la habitual agitación de la metrópolis, y el yo lírico puede disfrutar amorosamente de la «luz callada / De un parque recogido» (p. 648), aquel en que se ve la estatua de Cullen Bryant[11]. En fin, allí el yo lírico, en Gracia con Nueva York y con la gracia de la poesía, queda transfigurado en Ángel sin Tiempo:
Porque ha habido un silencio…
Otro silencio
Y vuelvo a estar con Nueva York en Gracia:Gracia de poesía en la divina altura
De estar en mí, Dios mío, a Ti subiendo
en la Ciudad del Alba
Y hallar toda la paz que se me entrega
Más allá de los ruidos en alarma.
Y sentir y sentir que más acá de todo,
Sobre el silencio de Ángel entra al Águila
Y se queda en el Águila y el Ángel
sobre el tiempo—¡Mi Empire State!—
tu eternidad centrada.Nueva York, Lunes de Semana Santa,
Sin Tiempo (pp. 648-649)[12].
[1] Citaré por Ángel en el País del Águila, Madrid, Ediciones Cultura Hispánica, 1954, pero teniendo a la vista la edición de Emilio del Río en Poesías completas I, Pamplona, Gobierno de Navarra, 1999, donde el poemario ocupa las pp. 589-649.
[2] Escribe Ellacuría al respecto de este pasaje: «No obstante, varias veces a lo largo del libro se presenta la duda sobre la posible conjunción del ángel con el águila; encamación del ángel y espiritualización del águila. Porque aquí no se propone utópicamente una imposible vuelta a la negación de todo lo mecánico, sino la superación de lo puramente corporal por la vivificación y exaltación del espíritu» («Ángel Martínez, poeta esencial», en Escritos filosóficos I, San Salvador, UCA Editores, 1996, p. 136).
[3] A su vez, en el poema 8, «(Paréntesis.- Castilla al sol» (pp. 40-41; en el título se abre un paréntesis que no se cerrará hasta el final de la composición), el yo lírico evocará la presencia en España de Carlos Martínez Rivas —amigo personal de Martínez Baigorri—, al que ubica «en el Castillo de la Mota» (cerca de Medina del Campo, Valladolid), jugando además del vocablo: Castilla / Castillo: «—¿Voló un águila? / Sobre el sol pasa el Ángel de un silencio dorado)» (p. 41; se cierra aquí el paréntesis abierto al principio, en el propio título). Se trata, en efecto, de un poema parentético, alejado temáticamente de aquello de lo que se venía hablando; sin embargo, la mención final del águila y el Ángel lo engarza perfectamente con el conjunto de la serie poética en que se inserta. A su vez, este poema 8 enlaza igualmente con lo expresado en el que es el número 10, titulado «II. Dondequiera te quiero». Este tipo de “continuidades” entre poemas refuerza ese carácter unitario de Ángel en el País del Águila que la crítica ha destacado como característica del poemario, más bien poema único todo él.
[4] Mantengo la forma con tilde que se emplea en el poemario de 1954. En la reedición de 1999, Poesías completas I, se editará Nueva Orleans.
[5] Los versos de arranque del poema son: «Ya en ti resucitado, sorprendida, / ¿no te cazaré el alma? / Para apresar y libertar —para expresar— el alma de la mía, / ¿no te cazaré el alma / con mis versos de otoño»; en la parte final de la composición —otra de las que tiene estructura circular— el repetido cazaré se transforma en hallaré.
[6] Menciona ahora el nombre de la ciudad en inglés, si bien lo más frecuente es que lo haga en español: Nueva Orleáns (así, y a veces sin tilde).
[7] Entiendo que el vocativo se dirige a su amigo Luis A. Icaza, que fue quien gestionó la publicación en España de Ángel en el país del Águila.
[8] Más allá del fácil juego de palabras blanco / negros, el «estorban» ha de entenderse en el sentido de que ‘rompen su recuerdo de espacios madrileños’ al evocar la estancia en España de su amigo Carlos Martínez Rivas, que es el contexto en que se sitúan estos versos.
[9] Por lo general el nombre de Canal Street se está escribiendo siempre en cursiva, excepto en esta ocasión y, antes, en la p. 24.
[10] Mantengo aquí la mayúscula iniciando cada verso, según figura en la edición del padre Emilio del Río en Poesías completas I.
[11] Se refiere a The William Cullen Bryant Memorial, dedicado a ese poeta, periodista y crítico estadounidense (Cummington, 1794-Nueva York, 1878) ubicado en el Bryant Park, en Manhattan.
[12] Remito para más detalles a mi trabajo: Carlos Mata Induráin, «Una aproximación al poemario Ángel en el País del Águila (1954) de Ángel Martínez Baigorri: génesis, estructura y temas», Príncipe de Viana, año 83, núm. 282, enero-abril de 2022, pp. 107-145.
