Otro tema presente en el poemario[1] es la evocación de los descubridores de América. Hemos visto que, en el poema 4 de la primera sección, los paseos del Ángel —sus vuelos, habría que decir más bien— por la ciudad de Nueva Orleans introducían el tema de los descubridores europeos, que llegaron por el mar (el océano Atlántico) al río (el Misisipi, que los españoles llamaron río del Espíritu Santo, el cual desemboca en el golfo de México, cerca de Nueva Orleans, a unos 160 km de la ciudad). Pero esa idea ya quedaba anticipada en el poema anterior, el 3, «Ya en ti resucitado / para aprender tu nombre» (pp. 23-24):
Mi retorno en tus calles
a don Fernando Soto:
por la Doncella de Orleans, bajando,
me encuentro, nuevo y viejo, el mismo en otro.
Ya en ti, Nueva Orleans, resucitado (p. 23).
Debemos recordar que, mucho antes de que los franceses llegaran a esta zona y crearan la colonia de Nueva Francia, los españoles ya habían explorado el río Misisipi y su extensísima cuenca desde La Florida (de hecho, el adelantado extremeño don Hernando de Soto —1500-1542— tomó posesión de la cuenca del Misisipi para la Monarquía Hispánica el año de 1538[2]).

Como certeramente escribe Paasche,
la función del ángel-poeta va a ser justamente esa, crear de nuevo. Y lo va a hacer redescubriendo a los descubridores de esta América que, como él, llegaron por el mar al río. Y al redescubrirlos, al sentirse uno con ellos, va una vez más a volver a sus antiguas verdades, porque como ha dicho antes, «Todo es hoy nuevo de tan conocido» (p. 1.268) y así el río de ahora, no importa cuál sea, es otra vez el Río. Y al mar vamos «buscando el nacimiento de la gloria primera del Río porque somos» (p. 1.272)[3].
Estas ideas tienen continuidad poética en el poema 9, «El mar… “abrazo líquido”» (pp. 42-43), cuando por encima de los estridentes ruidos del tranvía el yo lírico-Ángel oye el mar —ya lo vimos— y evoca a «los que descubrieron estas tierras» (p. 42, referencia que establece un nuevo enlace o “puente” entre composiciones):
El mar hallado
por los que descubrieron estas tierras
en que nunca pensaron y en que soñaba siempre
su mirada serena de ojos alucinados.Los que mirando al cielo le dieron vuelta
al Orbe[4],
los que expresaron clara la palabra
del mundo,
su palabra redonda…Hasta entonces no se descubrió el mar.
El mar se descubrió mirando al cielo
camino de estas tierras.
Y el mar fue, bajo el cielo, su palabra
extendida (pp. 42-43).
Y sigue evocando no el «mar separado», sino «el mar, abrazo líquido del mundo, / infinidad de Dios en que navegan / sobre el cuerpo las almas, / el eterno presente / de su mirada azul de firmamento» (p. 43). Así pues, del mar ‘océano’ pasamos al Mar —con simbólica mayúscula— que es ‘la divinidad’, «la Infinidad de Dios» (p. 43). Y añade la voz lírica:
Somos del mar por los que nos hallaron.
Ríos largos del mar, venas azules
en el cuerpo de América, abrazada
por un sueño celeste de los siglos
sobre su realidad de milagro despierto.Somos del mar por los que la encontraron.
Y al mar vamos buscando el nacimiento
de la gloria primera del Río por que somos.Y el mar es ya un amor que todo lo une (pp. 43-44).
Y el poema acaba así, aludiendo a la doble denominación Río del Espíritu Santo / Mississippí y emparejando los nombres —las realidades— de «América y España»:
—¿Cuál es el Río del Espíritu Santo?
—Me tienta el Mississipí[5]
con su boca azul de agua.Quisiera hundirme en él y nadar, solo,
hasta su nacimiento
de montañas y siglos;
ser el conquistador en él de mi alma
descubierta
y llegar hasta el mar después con su
corriente,
para mandar en ella una invisible, in-[6]
mensa ola,
que descubra a las tierras que se olvidan
de que fueron un día descubiertas
el alma de la Tierra de sus descubridores:América y España, el mundo entero
sobre el vuelo de un sueño conquistado:—¡El Águila y el Ángel! (pp. 45-46)[7].
[1] Citaré por Ángel en el País del Águila, Madrid, Ediciones Cultura Hispánica, 1954, pero teniendo a la vista la edición de Emilio del Ríoen Poesías completas I, Pamplona, Gobierno de Navarra, 1999, donde el poemario ocupa las pp. 589-649.
[2] El callejero de Nueva Orleans, los nombres de sus calles, sirven para introducir la referencia histórica, no solo al explorador y conquistador Hernando de Soto, sino también a Juana de Arco (c. 1412-1431), conocida como «la Doncella de Orleans» («La Pucelle d’Orléans», en francés).
[3] Rosamaría Paasche, Ángel Martínez Baigorri, místico conceptista, Pamplona, Gobierno de Navarra (Departamento de Educación y Cultura), 1991, p. 141.
[4] Editado con minúscula, «orbe», en Poesías completas I.
[5] Con esta grafía (las dos veces con ss, pero con una sola p, y con tilde en la í final) en la edición original de 1954; en Poesías completas I se escribe «Mississippi».
[6] Mantengo este encabalgamiento silábico del texto de 1954, que me parece tiene intencionalidad estilística; en Poesías completas I se transcribe «Para mandar en ella una invisible, inmensa ola» como un solo verso.
[7] Remito para más detalles a mi trabajo: Carlos Mata Induráin, «Una aproximación al poemario Ángel en el País del Águila (1954) de Ángel Martínez Baigorri: génesis, estructura y temas», Príncipe de Viana, año 83, núm. 282, enero-abril de 2022, pp. 107-145.