Antes de nada, José Luis Amadoz —según me explica en amistosa conversación[1]— desea quede muy claro que él no es un poeta profesional, sino más bien un «aprendiz de brujo». Escribir —sigue confesándome— tampoco le proporciona un especial gozo; simplemente escribe porque no tiene otro remedio, siendo la escritura una «catarsis yóica y emanativa». No es, pues, él un poeta academicista, que pueda escribir acerca de cualquier tema, uno que por ejemplo se le plantee «por encargo». La inspiración, el germen seminal del poema, es «algo que viene por dentro de forma incontenible». Además, podemos añadir, Amadoz concibe la poesía como «un receptor de primer orden para expresar pensamientos, sentimientos, emociones y afectos». Él mismo nos explica:
En cuanto a la interpretación fenomenológica de la poesía, desde mi punto de vista, se podría considerar que ésta es indefinible e intraducible, no, por supuesto, ininteligible, ya que, entonces, tan sólo sería una cadena de palabras enlazadas con el ropaje del absurdo. No cabe duda de que, a veces, se torna difícil entrar en ella y crea una respuesta agónica en el lector con tendencia al abandono. Este fenómeno tan sólo puede vencerse a través de una implicación honda entre autor y lector en una especie de coautoría, en un juego en el que el poeta se muestra como despertador del mundo mágico de imaginación y fantasía que todos llevamos dentro, crucigrama de sorpresas que nos convierten en pequeños demiurgos, dinámica creación en la que lo imprevisible resuena como una magia sin fronteras. Está claro que el empeño es difícil, pero basta con que pueda darse con alguien para que el gozo y el asombro rompan el hueco de vacío, la soledad que nos acompaña[2].
Podemos ahondar en la poética de Amadoz exponiendo distintas declaraciones suyas, como la antecedente, y también a través del análisis de algunos de sus poemas en los que nos ofrece pistas sobre los misterios del quehacer poético. Así, por ejemplo, son muy reveladoras las palabras que antepuso el poeta a su selección de poemas para la antología de Poetas navarros del siglo XX preparada por Víctor Manuel Arbeloa, donde reflexiona en primer lugar sobre «la poesía y el significado de la misma»:
Para mí, ésta no tiene definición válida extensible a toda ella, ya que la considero como algo indefinible e intraducible, que se presenta como un fenómeno de creación y fantasía en el que tanto el llamado poeta y el lector se confabulan en secreta complicidad para sugerir aspectos del mundo real y subjetivo, que con estados de ánimo paralelos interpretan, de algún modo, lo que llamamos conciencia esencial de la realidad[3].
Concibe, por tanto, la poesía como un vehículo esencial de conocimiento, análisis e interpretación de la realidad. Más adelante sigue insistiendo en esas mismas ideas:
Naturalmente, en la poesía, la palabra se convierte en el vehículo esencial que lo abarca todo, muy distinto, por supuesto, de otro tipo de creaciones artísticas, y hasta tal punto, que la poesía está en la esencia de todas estas creaciones. Por eso, invito al lector a dejarse impregnar, sin sentido crítico, por todo lo que la aventura poética genera de modo total en el contexto de la persona y que les hace caminar juntos, en esta forma de recreación conjunta, tanto al poeta como al lector[4].
Como es habitual en la poesía moderna (sobre todo la que arranca desde el simbolismo francés), el lector colabora en la obra creadora del poeta, quien deja «un estado de previsión razonable, no sólo palabras sonoras»; de esta forma, el poema puede establecer una sintonía con el lector y este, a su vez, lo re-crea. Esta complicidad, este «trabajo compartido» entre el autor y el lector al que se hace partícipe de la creación literaria, es un postulado fundamental en el pensamiento poético de Amadoz, quien lo expresaba ya en la «Nota preliminar» de su segundo poemario, Límites de exilio, del año 1966:
… la rica variabilidad de un poema y su estructura dinámica son el substrato capital sobre el que se apoya, de una forma todavía irresuelta, la participación creadora del lector; pues, en definitiva, para éste un poema no es más que lo que le sugiere en el hoy y el ahora, al igual que para el poeta, en su momento creador, es como una compendiada fugacidad sin límites, como un marco de renovados crecimientos.
Hay sin embargo algo esencial en el poema, algo no mensurable con los moldes rígidos de las estructuras lógicas; y aunque con ello pareciere que la poesía no tiene posibilidades de ser valorada objetivamente, el lector avezado bien sabe cuándo lo que se le ofrece es un hilvanado ropaje de palabras o una creación auténtica.
En definitiva, la poesía debe ser un aldabonazo en la mente del lector, al que no hay que dárselo todo explicado, sino más bien sugerirle; el lector acompaña así al poeta «impulsándole a seguir por este sendero de dudas e incertidumbres, como una anábasis interminable». Por otra parte, Amadoz opina que la poesía siempre será un género minoritario, porque, de alguna forma, hay que ser poeta para leer poesía[5].
[1] Téngase en cuenta que estas palabras fueron escritas a la altura de 2006, como estudio preliminar a la edición de la Obra poética (1955-2005) de Amadoz, publicada ese año por el Gobierno de Navarra. José Luis Amadoz Villanueva, que había nacido en Marcilla (Navarra) el 9 de octubre de 1930, fallecería en Pamplona el 23 de septiembre de 2007.
[2] Dado su interés, incorporo aquí estas palabras escritas por Amadoz precisamente para la presentación en público de su Obra poética.
[3] En Poetas navarros del siglo XX, ed. de Víctor Manuel Arbeloa, Pamplona, Fundación Diario de Navarra, 2002, p. 99.
[4] Poetas navarros del siglo XX, p. 99.
[5] Para más detalles remito a mi trabajo «José Luis Amadoz, poeta “aprendiz de brujo”: cincuenta años de coherencia poética (1955-2005)», introducción a José Luis Amadoz, Obra poética (1955-2005), Pamplona, Gobierno de Navarra-Institución Príncipe de Viana, 2006.
