A caballo de los siglos XIX y XX se sitúa la figura de Federico Urrecha Segura (San Martín de Unx, Navarra, 1855-Madrid, 1930). Urrecha es uno de esos escritores navarros completamente desconocidos, pese a contar con una producción narrativa y dramática bastante extensa y no exenta de interés. En efecto, es autor de varias novelas: Drama en prosa. Relación contemporánea, Después del combate, El corazón y la cabeza, La hija de Miracielos, El vencejo de Burgaleda o Siguiendo al muerto. Cuenta también en su haber con tres colecciones de relatos: Cuentos del vivac. Bocetos militares (Madrid, 1892; Barcelona, 1906); Cuentos del lunes (Madrid, 1894, con una 2.ª edición: La estatua. Cuentos del lunes, Madrid, h. 1900) y Agua pasada (Barcelona, 1897), que presenta el subtítulo Cuentos, bocetos, semblanzas. Piezas dramáticas suyas son: Genoveva, El primer jefe, Pepito Melaza, Tormento, Tiple ligera y Maniobras militares. Asimismo, escribió una interesante obra teórica titulada El teatro. Apuntes de un traspunte y algunos libros de viaje como Veinte días en Italia o Paisajes de Holanda.
Las novelas de Urrecha corresponden al estilo folletinesco, y ofrecen menos interés. En cambio, voy a detenerme en el análisis de sus Cuentos del vivac, pues es libro que presenta ciertas notas de originalidad y frescura dentro del panorama cuentístico de la época. Se trata de un volumen que incluye treinta y dos relatos, ilustrados con dibujos de Ángel Pons, que se ambientan mayoritariamente en las guerras carlistas, aunque unos pocos son episodios de la guerra de la Independencia (1808-1814) y otros reflejan escenas revolucionarias de ambiente madrileño (luchas callejeras, combates en las barricadas, etc., sin fecha determinada). Casi todos los relatos están contados por un narrador-protagonista o por un narrador-testigo, formando el conjunto una especie de narración-marco: todas las historias se dicen alrededor del fuego del campamento militar (de ahí el título). Son breves narraciones donde las acciones descritas se trazan con vivas pinceladas (recuérdese que el subtítulo es Bocetos militares); en cuanto al adjetivo militares, ha de entenderse en sentido amplio, pues no todas las viñetas presentan propiamente acciones de guerra, sino también escenas de la vida cotidiana en retaguardia y, en ocasiones, los personajes protagonistas no son soldados y guerrilleros sino ancianos, muchachos y gente del pueblo, en general.
De hecho, las historias más interesantes son en mi opinión aquellas en las que Urrecha acierta a captar los momentos de ternura y humanidad que a veces se producen también en el escenario siempre violento de una guerra. Merece la pena destacar algunos títulos como «El fin de Muérdago», «El ideal del Pinzorro», «Pae Manípulo», «Chipelín», «El vicio del capitán», «Andusté», «Rempuja», «El ascenso de Regojo» o «Pro patria». Tipos como Andusté o el capitán Retama son difíciles de olvidar por sus acciones generosas, referidas sin caer en ningún momento en un fácil sentimentalismo. Igualmente impresionantes resultan otros personajes con final trágico como Muérdago, el Tío Recajo, Pepe Corpa, la Chazarra y la Parrala; esas muertes resultan todavía más dramáticas si se trata de muchachos jóvenes, casi niños, como el Pinzorro o el corneta Santurrias. Mérito de Urrecha es haber sabido pintar unas semblanzas muy bellas e impactantes para el lector en unos relatos cuya brevedad apenas le permite detenerse más que lo imprescindible en la caracterización. El tono narrativo es siempre lineal y sencillo. En cuanto al estilo, lo más destacable es la reproducción de un lenguaje coloquial, basado en vulgarismos morfológicos o sintácticos (expresiones como vusotros, sabís, muchismo, yo vos lo digo, melitar, pa, tamién, diendo ‘yendo’, veréis ustedes, manque, andamos, judía nieve, amos ‘vamos’, quisiera yo verbos ‘veros’, tiemblarían, iluminarias, na…). Muchos de esos rasgos resultan quizá tópicos, pero sirven para caracterizar el habla de unos protagonistas que son en su mayoría tipos humildes (soldados del pueblo, pilletes, prostitutas)[1].
De las otras dos colecciones de cuentos de Urrecha, merecen recordarse algunos títulos, especialmente de Cuentos del lunes: «Gran velocidad» (una madre espera a su hijo que vuelve de la guerra de Cuba, pero el tren que lo trae descarrila y solo hay una víctima mortal…); «El tirano de Morboso» (que presenta a un anarquista de buen corazón, en el marco de su vida familiar); «El naufragio de la Gaviota» (narra el amor de un marinero por una muchacha apodada La Gaviota, que termina marchándose con el señorito que la ha seducido); «Fiesta en la sombra» (narración lírica, sin apenas acción, que describe la Nochebuena de una niña ciega frente al Nacimiento); «Traqueotomía» (el hijo de un médico muere cuando su padre le está operando); en fin, otras narraciones de tono dramático son «La Catralilla» e «Hijo de viuda». Un tomo antológico con algunos de estos relatos de Federico Urrecha no sería nada desdeñable.
[1] Para un análisis más detallado ver Carlos Mata Induráin, «Los Cuentos del vivac de Federico Urrecha», Lucanor. Revista del cuento literario, 15, diciembre de 1998, pp. 41-65.