Importantes elementos religiosos apreciamos también en otro soneto del Persiles, el del peregrino anónimo recitado en desagravio de Roma que empieza «Oh, grande, oh, poderosa, oh, sacrosanta…» (libro IV, cap. 3). A diferencia del texto de Rutilio, este es declamado en tierra, a las puertas de Roma, ciudad que reserva a los héroes Periandro y Auristela algunos peligros que sufrir y vencer. El soneto presenta a Roma como imagen sagrada de la celestial Ciudad de Dios. Tras comentar el narrador que el duque de Nemurs y Arnaldo ya han marchado a Roma, se añade: «Y los demás peregrinos de nuestra compañía, llegando a la vista della, desde un alto montecillo la descubrieron y, hincados de rodillas, como a cosa sacra la adoraron, cuando de entre ellos salió una voz de un peregrino que no conocieron, que, con lágrimas en los ojos, comenzó a decir desta manera»[1]:
¡Oh, grande, oh, poderosa, oh, sacrosanta
alma ciudad de Roma! A ti me inclino,
devoto, humilde y nuevo peregrino
a quien admira ver belleza tanta.
Tu vista, que a tu fama se adelanta,
al ingenio suspende, aunque divino,
de aquel que a verte y adorarte vino
con tierno afecto y con desnuda planta.
La tierra de tu suelo, que contemplo
con la sangre de mártires mezclada,
es la reliquia universal del suelo.
No hay parte en ti que no sirva de ejemplo
de santidad, así como trazada
de la ciudad de Dios al gran modelo[2].
Para nuestro objeto interesa destacar ahora el contenido de los dos tercetos, que insisten en la idea de los numerosos mártires que allí encontraron la muerte, los cuales convierten a la tierra de Roma en «reliquia universal del suelo», en una ciudad que no solo es ejemplo de santidad, sino modelo acabado y perfecto de la eterna Ciudad de Dios.
[1] Miguel de Cervantes, Los trabajos de Persiles y Sigismunda, ed. de Carlos Romero Muñoz, 2.ª ed. revisada y puesta al día, Madrid, Cátedra, 2002, p. 644.
[2] Los trabajos de Persiles y Sigismunda, ed. Romero Muñoz, pp. 644-645.