Frente a los personajes históricos del príncipe Carlos y la infanta María, los ficticios de Hugo y María nos resultan mucho más familiares, simpáticos y cercanos: el lector puede identificarse con sus aventuras y, seguramente, deseará el triunfo de su amor. Aquí no hay intrigas palaciegas que distraigan nuestra atención. El mundo de validos, privados y cortesanos queda lejos de esta pareja que vive, simplemente, una sincera historia de amor; un amor sencillo, lejos de las principescas complicaciones antes referidas.
Hugo es un hombre bonachón, aventurero, bebedor y vividor. María, una mujer delicada, elegante, hermosa y muy, muy femenina. Un carácter demasiado moderno y abierto para la época en que vive, tal como muestran estas palabras suyas:
—Quiero levantarme de una vez de los grandes almohadones, no sentarme más a la morisca, vivir al lado de un hombre, reír con él, comer con él, embriagarme si es preciso con él, vivir, amarle, darnos un igual y mutuo placer, ser católica y no dejar de ser alegre, no beatona ni gazmoña, ni remilgada. […] Deseo andar los siete mares del mundo, conocer países, tener hijos, reír con gusto. […] Vivir, ser esposa y madre. He aquí lo que me ofrece don Hugo (pp. 82-83; cito por la 1.ª ed., Barcelona, Planeta, 1988).
Lo dice expresamente el propio Néstor Luján: «De las dos estrellas Marías, ésta es la fulgurante» (p. 237).
Otros personajes destacados son Dorotea y Francisco, criados de María y Hugo, respectivamente. Les ocurre como a los criados de las comedias auriseculares, que también se enamoran entre sí (amor paralelo al de sus amos en un nivel inferior de la escala social), circunstancia que ellos mismos comentan. Sir Kenelm Digby, el conde de Gondomar y Francisco de Tabora, tío de María de Coutiño, tienen relevancia en toda la intriga que rodea al viaje de Carlos. Finalmente, hay en la novela muchos otros personajes reales, históricos:
Felipe IV, el conde-duque de Olivares[1], Juan Pérez de Montalbán, Quevedo, Antonio Hurtado de Mendoza, Lope de Vega, Francisco de Rioja, Roque Guinart, etc. No es solo que se aluda a ellos, sino que varios aparecen en algunos episodios como protagonistas secundarios[2].
[1] Se ofrece una imagen bastante negativa de Felipe IV, caracterizado como abúlico, inexperto e indolente (pp. 70-71; «ante las decisiones más perezoso que un lagarto», p. 146), entretenido de continuo en amores con cómicas y damas; y más negativa todavía de Olivares (ver, por ejemplo, las pp. 66 y ss., 97, 119-121…).
[2] Ver para más detalles Carlos Mata Induráin, «La sociedad española del Siglo de Oro a la luz de las novelas históricas de Néstor Luján: Por ver mi estrella María (1988)», en Álvaro Baraibar, Tapsir Ba, Ruth Fine y Carlos Mata (eds.), Textos sin fronteras. Literatura y sociedad, Pamplona, Eunsa, 2010, pp. 283-300.