Mencionaba en una entrada anterior que Néstor Luján cuenta entre su producción con un par de obras de divulgación, La vida cotidiana en el Siglo de Oro español y Madrid de los últimos Austrias, en las que se refiere a las costumbres de aquella época: las modas, el vestido, las comidas, el teatro, los toros, el juego, el mundo del hampa… Pues bien, todo ese conocimiento «teórico» le sirve al autor para la ambientación de su novela. El lector puede contemplar una serie de estampas de ambientación histórico-costumbrista —digámoslo así— como telón de fondo de la acción. Vemos, en efecto, a las dueñas parlanchinas y sus damas con sus verdugados, sus guardainfantes y sus chapines[1], sus afeites y cosméticos; vemos tapadas de medio ojo y lindos, pícaros valentones, matasietes y rufianes, lacayos con sus ricas libreas, trotonas y desuellacaras; vemos las intrigas cortesanas, el poder de los validos, los enanos y bufones de la Corte, los literatos y sus rencillas, las creencias y supersticiones del momento o el lujo y despilfarro de los nobles[2].
Son muchas las referencias, de mayor o menor extensión, a cuestiones relativas a la sociedad aurisecular. Un aspecto que destaca es todo lo relacionado con el teatro y la importancia de las representaciones en ese siglo XVII. Consideremos estas dos citas:
Cualquier fiesta es ocasión de representaciones teatrales en las casas. Bodas, bautizos, promoción de destinos, santos y cumpleaños, y hasta religiosas, hacen que cualquier señor atraiga en cualquier patio de su palacio o en su salón a una prestigiosa compañía de cómicos. Es muy curioso que un pueblo de hoy, con todas las tragedias, las continuas guerras, los azares de la política y las necesidades del hambre viva tal ansiedad por ver constantemente mitos sobre las tablas (p. 26).
Cuando desembocaron en el Corral de la Pacheca, […] el bullicio era impresionante. Llegaban carrozas, tiradas por briosas mulas con cascabeles, literas, sillas de mano, gente a caballo y sobre todo una muchedumbre a pie: caballeros, soldados, tusonas tapadas y sin tapar, gentes de los más variados oficios, desde ganapanes y aguadores a lacayos, poetas, pajes, rufianes, espadachines, artesanos: todo Madrid, desde el más bajo pueblo a la más repintada aristocracia, tenía allí puesto y parada (p. 41).
Son palabras que nos hablan del teatro áureo como espectáculo de masas, como una de las pocas diversiones de la época para todas las clases sociales. No olvidemos que es el momento en que se ha producido la profesionalización del teatro y, en las décadas anteriores, han surgido los «corrales» de comedias, locales dedicados específicamente a las representaciones[3].
Estas otras palabras de Hugo se refieren al gran creador de la comedia nacional:
—Me admira, aunque ya me voy acostumbrando, esta fiebre que domina Madrid el día del estreno de una comedia y más si es de Lope de Vega. Todo lo bueno es de Lope, se dice ya como adagio (p. 25).
Y ese capítulo se remata con este pasaje:
Doblaban las campanas de la iglesia de Santa María de Atocha. Se iba nublando el cielo, un gris cielo de marzo. Pero nada podía evitar que una secreta alegría agitara los corazones de los madrileños: una nueva comedia de Lope (p. 31)[4].
[1] En la época el canon de belleza exigía en las damas un pie pequeño (ver en la novela la p. 111; cito por la 1.ª ed., Barcelona, Planeta, 1988); por otra parte, era muy fuerte la carga erótica del pie desnudo.
[2] Se mencionan, por ejemplo, las pragmáticas de Olivares contra el lujo. Sin embargo, la novela nos habla también de una infanta María con sabañones (por el frío reinante en el Alcázar Real, p. 93) y «espantadiza de ratones» (que abundan en palacio, p. 118).
[3] Para un panorama del teatro español del XVII ver Ignacio Arellano, Historia del teatro español del siglo XVII, 4.ª ed., Madrid, Cátedra, 2008.
[4] Ver para más detalles Carlos Mata Induráin, «La sociedad española del Siglo de Oro a la luz de las novelas históricas de Néstor Luján: Por ver mi estrella María (1988)», en Álvaro Baraibar, Tapsir Ba, Ruth Fine y Carlos Mata (eds.), Textos sin fronteras. Literatura y sociedad, Pamplona, Eunsa, 2010, pp. 283-300.