Elementos alegóricos y emblemáticos en el «Persiles»

La alegoría de la vida humana como peregrinación es fundamental en el Persiles: cubre todo el texto, y no parece necesario citar ejemplos. Destacaré, sí, la especial recurrencia de imágenes relacionadas con la navegación, también en sentido alegórico[1]. En cuanto a la emblemática[2], las imágenes más reiteradas son la de la Fortuna (con su rueda y el clavo para fijarla cuando está en el momento próspero) y la de la Ocasión con su guedeja de cabellos que debe asirse (ver pp. 697b, 711a, 743a, 765b, 780a, 799a, 800b, 816b, 822a[3], etc.). Hay que señalar que en el Persiles la Fortuna se equipara con la Providencia: «aquella que comúnmente es llamada Fortuna, que no es otra cosa sino un firme disponer del cielo» (p. 822a).

Cabe destacar dos pasajes articulados de forma alegórico-emblemática: la competición de barcas en el episodio de la boda de los pescadores (II, 10) y el sueño de Periandro (II, 15). Cuando los viajeros asisten a las bodas de unos pescadores, Auristela arregla las parejas trocadas para que se casen Selviana con Solercio y Leoncia con Carino: «Esto quiere el cielo», indica (p. 741a). En las fiestas nupciales, salen en competición cuatro barcas, que forman una hermosa alegoría: una representa a un vendado Cupido; otra, al Interés como gigante pequeño; la tercera, a la Diligencia, mujer desnuda y con alas; la última, la que vence finalmente, a la Buena Fortuna.

En II, 15 se nos refiere el sueño de Periandro en el que se le aparece primero la Sensualidad:

Volved, señores, los ojos, y haced cuenta que veis salir del corazón de una peña, como nosotros lo vimos, sin que la vista nos pudiese engañar; digo que vimos salir de la abertura de la peña, primero un suavísimo son, que hirió nuestros oídos y nos hizo estar atentos, de diversos instrumentos de música formado; luego salió un carro, que no sabré decir de qué materia, aunque diré su forma, que era de una nave rota que escapaba de alguna gran borrasca; tirábanla doce poderosísimos jimios, animales lascivos. Sobre el carro venía una hermosísima dama, vestida de una rozagante ropa de varias y diversas colores adornada, coronada de amarillas y amargas adelfas. Venía arrimada a un bastón negro, y en él fija una tablachina o escudo, donde venían estas letras SENSUALIDAD. Tras ella salieron otras muchas hermosas mujeres, con diferentes instrumentos en las manos, formando una música, ya alegre y ya triste, pero todas singularmente regocijadas (p. 750a).

Luego se le presenta Auristela como la Castidad, emblema de la pureza, acompañada de dos doncellas, la Continencia y la Pudicicia («amigas y compañeras, acompañamos perpetuamente a la Castidad», p. 750b), las cuales anuncian que irán con ella hasta el fin de las peregrinaciones y trabajos «en la alma ciudad de Roma» (p. 750b).

Arnaldo emplea la imagen de la yedra y el muro (también yedra y olmo) para referirse a la unión de Renato y Eusebia: «Gocéisle luengos años [el bien], señor Renato, y gócele en vuestra compañía la sin par Eusebia, yedra de vuestro muro, olmo de vuestra yedra, espejo de vuestro gusto y ejemplo de bondad y agradecimiento» (p. 759b). Al final de III, 14 se indica que Auristela sin Periandro es «yedra sin arrimo», cuando este cae desde lo alto de la torre: «¡Ay de mí, otra vez sola y en tierra ajena, bien así como verde yedra a quien ha faltado su verdadero arrimo!» (p. 791a); y en IV, 1 se repite la misma imagen: «Lejos nos hallamos de nuestras tierras, no conocidos de nadie en las ajenas, sin arrimo que sustente la yedra de nuestras incomodidades» (p. 803b).

El olmo y la yedra

A su vez, Arnaldo se equipara con la mariposa que se acerca peligrosamente a la luz, aquí la de los ojos de Auristela: «Contó asimismo cómo se murmuraba que por la ausencia de Arnaldo, príncipe heredero de Dinamarca, estaba su padre tan a pique de perderse, del cual príncipe decían que, cual mariposa, se iba tras la luz de unos bellos ojos de una su prisionera» (p. 759b).

La mariposa y la luz

Encontramos también el emblema tópico de la ingratitud, la víbora que pica al labrador que la ha abrigado en su pecho (p. 775b); en fin, de Isabela Castrucho, en su espera constante de Andrea Marulo, se dice que ha sido roca firme frente a los embates de las olas del mar (p. 801b)[4].


[1] Por ejemplo, en estas palabras de Martín Banedre: «pero ya mi suerte, cansada de llevar la nave de mi ventura con próspero viento por el mar de la vida humana, quiso que diese en un bajío que la destrozase toda» (p. 774b).

[2] Ver John T. Cull, «Emblem motifs in Persiles y Sigismunda», Romance Notes, 32, 1992, pp. 200-208; e Ignacio Arellano, «Elementos emblemáticos en La Galatea y el Persiles», Bulletin of Spanish Studies, vol. 81, 4-5, 2004, pp. 571-584. Para el uso de la emblemática en otras obras de Cervantes, pueden verse los diversos trabajos que ha dedicado Arellano al tema: «Motivos emblemáticos en el teatro de Cervantes», Boletín de la Real Academia Española, 77, 1997, pp. 419-443; «El género de los emblemas y el simbolismo visual en la obra de Cervantes», Hispanistica, 5, 1997-1998, pp. 39-48; «Visiones y símbolos emblemáticos en la poesía de Cervantes», Anales cervantinos, 34, 1998, pp. 169-212; «Más sobre el lenguaje emblemático en el Viaje del Parnaso de Cervantes», Lexis, 23, 2, 1999, pp. 317-336; y «Los emblemas en el Quijote», en Rafael Zafra y José Javier Azanza (eds.), Emblemata aurea, Madrid, Akal, 2000, pp. 9-32.

[3] Cito el Persiles por la edición de Florencio Sevilla Arroyo en Miguel de Cervantes, Obras completas, Madrid, Castalia, 1999.

[4] Ver para más detalles Carlos Mata Induráin, «El Persiles de Cervantes, paradigma del arte narrativo barroco», en Ignacio Arellano y Eduardo Godoy (eds.), Temas del Barroco hispánico, Madrid / Frankfurt am Main, Iberoamericana / Vervuert, 2004, pp. 197-219.

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