Aunque en la novela de Rafael García Serrano[1] aparecen también requetés y legionarios, la mayoría de los personajes son falangistas que luchan por la Religión, la Patria y la Revolución, los más de ellos uniformados «sencillamente con el entusiasmo». Son jóvenes decididos, valientes e intransigentes[2]. Esta es una caracterización general de ellos:
Gente joven, altiva, facciosa, acostumbrada a tirar los pies por alto, sin respeto a las mil costumbres aspaventosas del tiempo podrido que combatían, guardaban para sus ceremonias una reconcentrada seriedad de catacumba. Se burlaban de cosas grandes, de enormes ideas declinantes y en cambio una fe elemental y alegre les volvía al viejo lugar de los primeros símbolos. Despreciando al mundo, encontraron la Patria. Eran sencillos, creyentes y pecadores. Adoraban a Dios, servían a lo cesáreo, y porque se dejaban mandar de un solo hombre, desconfiaban de la Humanidad. Pastores armados del tiempo nuevo, sus confusos rebaños se esparcían por distintos pastos, pero en el caos que precede a toda creación una fuerza dominaba, augusta, sobre las demás: la de la unidad rabiosa, la de la revolución implacable por la que morían a miles, cantando (pp. 152-153).
También aparecen poéticamente idealizados en el recuerdo de Ramón:
Cerró los ojos al reciente pasado sin poder llorar. Recordaba a sus camaradas peregrinos por la ciudad y el campo, vivificando con sangre la Patria, despertando la Patria a muertos, entre la risa escocida de los cobardes, hijos de los que fueron a los toros un día de Santiago del 98, y la maligna agresión de los traidores. Solos con su bandera y su César, ellos, enseñando la verdad con el supremo razonamiento de las venas, bautizando a los asesinos con el perdón; ellos, locos sagrados, hijos de Dios, falangistas (pp. 147-148).
García Serrano destaca siempre la amistad, el heroísmo y el espíritu de sacrificio de estos jóvenes que se hacen camaradas nada más conocerse; entre ellos nadie es más que nadie, ni siquiera los superiores en el rango: los oficiales hacen enlaces con los soldados rasos o «pelan parapeto» con ellos: «Todos nos dábamos a todos en ofrenda de amistad» (p. 34). Para ellos —«magníficos bisoños», «bisoños imberbes»— ser soldado es la máxima prueba de virilidad. Son los que volverán a rememorar las hazañas de los antiguos soldados españoles —Flandes, Italia, América—: «Otra vez iban juntas las antiguas gentes imperiales» (p.128). Esperaron la guerra «con impaciencia de cita amorosa»; de ahí que, cuando estén lejos del frente, anhelen poder entrar en combate: «Si aquí sonase un tiro, la vida sería más amable» (p. 103). Su primer deber es combatir por España —por la Patria y la Falange— y están dispuestos a darlo todo en generoso sacrificio, incluso su vida recién abierta a la juventud: todos desean partir «hacia donde la Patria reclamase un parapeto de pechos exaltados» porque confían en «morir como los fuertes», en alcanzar, en amorosa entrega, «la bella muerte de los héroes»[3]:
Nunca es el hombre tan generoso como a la hora de partir para la guerra: una vez en ella es posible que se arrepienta de su rasgo y añore la paz sin gloria. A la hora de marcar el paso tras la música, borracho de banderas y de historia —esa historia familiar del abuelo que murió en la otra guerra o del padre que tiene una cruz—, loco de virilidad, el hombre piensa que nada hay comparable a ser soldado y dar la vida por la Patria (p. 37).
Sin embargo, Ramón no podrá obtener esa muerte heroica que tanto anhela, pues tiene que ser evacuado del frente, sin ninguna herida, simplemente por enfermedad, que es precisamente lo que ocurrió con el autor[4]. La gran desgracia de Ramón será morir lejos del frente, en la cama de un hospital, sin las botas puestas:
De tren a tren va la vida y aunque para un soldado partir no es morir un poco, sino vivir del todo, en aquel momento Ramón pensaba que se moría a chorros, generosamente, sin que la muerte le correspondiese con el honor de reservarle una hermosa ocasión de decir adiós al mundo que amaba […]. ¿Es Dios justo al matar así, así, tan pobremente, tan sin gloria, a un varón que lleva con coraje sus armas y soporta con valor las contrarias […]. Nada se reparte equitativamente, menos la muerte que se da a todos. Mentira, mentira: en la muerte hay clases y privilegios. No da igual morir que morirse. Ni da igual morirse a que lo maten a uno. Ni es lo mismo el garrote vil que el fusilamiento, ni el fusilamiento que el paseo canalla, ni éste que la muerte limpia de un buen tiro en la cresta (pp. 199-200).
Todo esto constituye el aspecto idealizado de la guerra y de la muerte. No obstante, en ocasiones, los personajes o el narrador se preguntan por el sentido de todo esto. Así razona Pozo: «Pero si morir en el combate es bello, ha de ser, también, bueno. O eso sirve para engrandecer la vida o es una canallada» (p. 179). Y el narrador corrobora sus palabras: «Tenía razón Pozo: o servía el morir para algo superior y hermoso o era un crimen matarse» (p. 182). La muerte, sin una razón que la explique, sería un absurdo sinsentido:
Era preciso justificar cada día la razón poderosa de la pelea. Sin una realización diaria del ideal agarrado a las banderas, España aparecería como una tierra muerta, sembrada de muertos; de muertos por nada, para los cuervos infames (p. 131; cfr. también las pp. 32, 155, 190 y 198)[5].
[1] Cito por Rafael García Serrano, La fiel infantería, Barcelona, Planeta, 1980 (3.ª edición en Colección Fábula).
[2] De un tal Navarro se dice: «Si discute de política no admite más razón que la suya, lo cual es una excelente cualidad para andar por el mundo. Siendo él falangista, ¿cómo no han de serlo los demás?» (p. 100).
[3] El título de la tercera parte reza: «Bienaventurados los que mueren con las botas puestas». Para el tema de la muerte heroica, cfr. especialmente las pp. 199-202.
[4] En el prólogo a La fiel infantería, Madrid, Sala, 1973, pp. XCIII-XCIV, escribe García Serrano: «¿Qué más hubiera querido yo que en lugar de atacarme el bacilo del jodido Koch en el frente de Teruel me hubiesen obsequiado mis hermanos rojos con un buen balazo en el pecho?»; recoge la cita José Luis Martín Nogales, Cincuenta años de novela española (1936-1986). Escritores navarros, Barcelona, PPU, 1989, p. 98.
[5] Ver para más detalles Carlos Mata Induráin, «La guerra civil y la ideología falangista en La fiel infantería, de Rafael García Serrano», Anthropos, núm. 148, septiembre de 1993, pp. 83-87.