Otros tres personajes históricos de Doña Urraca de Castilla, que refuerzan con su presencia ese aspecto de la novela, son los condes de Trava (Traba) y de Lara y don Gutierre Fernández de Castro. Don Pedro Froilaz, conde de Trava (esta es la grafía que se usa en la novela), es el ayo del príncipe don Alfonso y su principal valedor junto con don Diego Gelmírez.
Respecto a don Pedro González de Lara, Francisco Navarro Villoslada[1] nos ofrece la imagen transmitida por el Padre Mariana y otros historiadores: afeminado, delicado y lleno de melindres, débil, cobarde e irresoluto, cuya ambición y orgullo le llevan a darse aires de grandeza. Don Gutierre Fernández de Castro, el conde de los Notarios, es el encargado de administrar justicia en los reinos de Castilla y León. Aparece en la novela como un hombre duro, inflexible, incluso cruel, pero de carácter noble, recto y justiciero; vasallo rudo y leal de la reina, hace siempre lo que mejor conviene para el bien de su soberana, aunque tenga a veces que contrariar su voluntad o decirle verdades que hacen daño.
Por último, en el catálogo de los personajes históricos, hay algunos aludidos, que no intervienen directamente en la acción de la novela, como Raimundo de Borgoña, primer marido de doña Urraca, Alfonso Raimúndez, su hijo, Alfonso el Batallador o Gómez González Salvadores, el conde de Candespina.
Los demás personajes son menos importantes: Elvira, la hermana bastarda de don Pedro Froilaz, conde de Trava, caracterizada por su melancólica hermosura; don Bermudo, noble bizarro y cumplido, la flor de la caballería de Galicia; Munima, la hija de Pelayo y vecina de Ramiro, una joven bella y tímida, candorosa y discreta, resignada hasta el extremo de sacrificar su propia felicidad para conseguir la de la persona que ama[2]; Gontroda o doña Gertrudis, la nodriza de don Ataúlfo, que recuerda muchísimo (por su edad, por su carácter, por las puntas y ribetes de bruja que tiene, por su dramática muerte) a la Ulrica del castillo de Torquilstone de Ivanhoe (su figura, sin ser de las principales, alcanza en el desenlace de la novela cierta grandeza trágica: Gontroda será la única persona que permanezca al lado de don Ataúlfo cuando todos lo abandonen, pereciendo entre las llamas del castillo); Pelayo, el fiel escudero de don Bermudo de Moscoso, «resuelto y decidido, sobre todo, a morir por su antiguo señor»; maese Sisnando, inteligente y astuto alarife que ayuda a Gelmírez en la construcción de varias obras, pero que es también el inspirador de la hermandad formada en Santiago contra él; Mauricia, Odoaria y Nuña, viejas dueñas, cotillas y muy habladoras, murmuradoras y supersticiosas (estos personajes habladores, criados o escuderos, se repiten con frecuencia en la novela histórica romántica española, sirviendo habitualmente para introducir pasajes humorísticos); o el verdugo Martín, odioso personaje que siempre acompaña a don Ataúlfo, ansioso de que su hacha pueda sacrificar alguna víctima[3].
[1] Para el autor, remito a mi libro Francisco Navarro Villoslada (1818-1895) y sus novelas históricas, Pamplona, Gobierno de Navarra, 1995, donde recojo una extensa bibliografía. Y para su contexto literario ver Carlos Mata Induráin, «Estructuras y técnicas narrativas de la novela histórica romántica española (1830-1870)», en Kurt Spang, Ignacio Arellano y Carlos Mata (eds.), La novela histórica. Teoría y comentarios, Pamplona, Eunsa, 1995, pp. 145-198; 2.ª ed., Pamplona, Eunsa, 1998, pp. 113-151.
[2] Este personaje desempeña la misma función que Inés en Doña Blanca de Navarra. Como vemos, existe cierta tendencia en las novelas de Navarro Villoslada a incluir un personaje que simboliza el amor cristiano, la caridad, la resignación y el sacrificio.
[3] Ver para más detalles Carlos Mata Induráin, «Navarro Villoslada, Doña Urraca de Castilla y la novela histórica romántica», estudio preliminar a Doña Urraca de Castilla: memorias de tres canónigos, ed. facsímil de la de Madrid, Librería de Gaspar y Roig Editores, 1849, ed. de Carlos Mata Induráin, Pamplona, Ediciones Artesanales Luis Artica Asurmendi, 2001, pp. I-XXV.