Son varios los elementos de intriga de menor importancia utilizados por el novelista, Francisco Navarro Villoslada[1]. Me limitaré ahora a una breve enumeración de algunos de ellos, comenzando por el juicio de Dios, al que Gundesindo Gelmírez ha desafiado a don Ataúlfo, para determinar su culpabilidad en el ataque a los peregrinos. Este episodio da lugar a varios equívocos porque, aunque al rico-hombre le gustaría matar al hermano del obispo, considera que sería rebajarse demasiado medir sus armas con las del vílico de la ciudad. Por ello decide primero que sea su escudero Rui Pérez quien pelee en su nombre; pero, al ver que su estatura y complexión física son similares, decide no privarse del placer de matar a un Gelmírez, y se presenta al juicio de Dios, pero ocultando su personalidad, con el vestido y armas de Rui Pérez. Es entonces Gundesindo quien se niega a combatir con el supuesto escudero: él solo combatirá con don Ataúlfo en persona, y brinda el combate a cualquiera de sus servidores. Un desconocido, que resultará ser Ramiro, es quien acepta el reto de su señor, y derriba a su contrario. Solo entonces se descubre que no se trata de Rui Pérez, sino del propio don Ataúlfo.
La carta del príncipe Alfonso al obispo perdida y recuperada varias veces; la mención de puertas, salidas, escaleras y pasadizos falsos; la rivalidad de Ramiro y don Ataúlfo; el matrimonio secreto de doña Elvira y don Bermudo, etc. constituyen otros tantos recursos de intriga. Cabe añadir el empleo del fuego para crear incidentes dramáticos: una de las escenas culminantes de la novela es la del incendio del castillo de Altamira, provocado por la desesperación de don Ataúlfo al verse rodeado de enemigos y sin posibilidad alguna de defensa:
Las llamas brotaban ya del pavimento y tenían cercada la torre, excepto por la fachada principal. Ataúlfo y la nodriza subieron al terrado y vieron arder el edificio por los cuatro costados; el humo, como el negro penacho de Luzbel, ondeaba cubriendo la mitad de los cielos; parecía que debajo rebramaba el huracán y azotaba el rostro con llamas ligeras, ráfagas sutiles del incendio, invisibles a la luz del mediodía[2].
[1] Para el autor, remito a mi libro Francisco Navarro Villoslada (1818-1895) y sus novelas históricas, Pamplona, Gobierno de Navarra, 1995, donde recojo una extensa bibliografía. Y para su contexto literario ver Carlos Mata Induráin, «Estructuras y técnicas narrativas de la novela histórica romántica española (1830-1870)», en Kurt Spang, Ignacio Arellano y Carlos Mata (eds.), La novela histórica. Teoría y comentarios, Pamplona, Eunsa, 1995, pp. 145-198; 2.ª ed., Pamplona, Eunsa, 1998, pp. 113-151.
[2] Ver para más detalles Carlos Mata Induráin, «Navarro Villoslada, Doña Urraca de Castilla y la novela histórica romántica», estudio preliminar a Doña Urraca de Castilla: memorias de tres canónigos, ed. facsímil de la de Madrid, Librería de Gaspar y Roig Editores, 1849, ed. de Carlos Mata Induráin, Pamplona, Ediciones Artesanales Luis Artica Asurmendi, 2001, pp. I-XXV.