En las dos primeras novelas de Francisco Navarro Villoslada[1], Doña Blanca de Navarra (1847) y Doña Urraca de Castilla (1849), no existe una tesis en el plano supratextual[2], como ocurre en Amaya[3], donde se plantea toda una interpretación de los orígenes históricos de España[4] que resume el ideario tradicionalista del autor: de la unión de vascos y godos nace una entidad nacional basada en la unidad católica[5]. Como ha destacado Jon Juaristi[6], los vascos, orgullosos de su raza superior y pura, solo ceden ante la fraternidad cristiana, pasando del estrecho patriotismo consistente en la defensa del solar nativo a la Reconquista, en un anhelo católico, universal. Los dos pueblos enfrentados tienen en común la religión cristiana: ante el peligro de la invasión musulmana, la Cruz les une en la «santa cruzada de la Reconquista»: juntos deben triunfar o juntos perecer. García, llamado a salvar a España (cfr. las pp. 240, 247, 257-259, 276), dice: «Si España, si la religión peligran, tan cristianos son los godos como los vascos. Tan obligados estamos unos como otros a salvarla» (p. 279); y, en efecto, los vascos se comprometen plenamente en la defensa de la religión amenazada, tal como se ve en el siguiente diálogo entre García, Teodosio y Andeca, los tres caudillos vascos:
Entonces García, no pudiendo explicar ni contener la profunda conmoción que sentía se arrojó a los brazos de Teodosio, exclamando con magnánima inspiración:
—Lo digo…, porque ha llegado tu hora, Teodosio; tu hora y la mía. Tú te quedas aquí a ser rey… Yo me ausento de Vasconia para siempre…
—¿Adónde?
—¡A pelear y morir por la cruz, que peligra en la Bética! Desde hoy se levanta en España una nueva raza, que se llama…
—Se llama cristiandad —añadió Andeca—; a esa raza pertenecemos también los vascos, y yo desde luego.
—Me habéis comprendido, Andeca. Iremos juntos.
—Y moriremos juntos por la gloria de Dios y el honor de la escualerría (p. 326).
Ranimiro le explica al caudillo vasco: «García, independencia, libertad y religión son hoy una misma causa» (p. 277); finalmente, como ya he explicado en otro lugar, es el matrimonio de García y Amaya[7] el que simboliza la unión de los dos pueblos unidos también en la Cruz.
Con la invasión musulmana, se ha perdido la unidad territorial de los godos (al fragmentarse la Península en varios reinos cristianos, los vascos seguirán gozando de su secular independencia, aunque integrados en un proyecto común), pero se ha alcanzado algo mucho más importante, la unidad espiritual, la unidad católica[8]; veamos estas palabras de Amaya y de Teodomiro tras la derrota del Guadalete:
—Ya no hay godos en España: no hay más que invasores que nos quieren cautivar y defensores de la independencia común, en principados independientes. Salvad a García, y García será rey de Vasconia libre… (p. 634).
—Acepto la corona […], que hoy no es de oro, ni de hierro siquiera, sino de espinas. Idos vosotros a vencer; yo me quedo aquí, en medio de los sarracenos, a ser derrotado una vez y otra vez, hasta asentar mi reino o morir peleando. Pero, amigos míos, el imperio toledano ha concluido para siempre, y de sus ruinas han de salir tantos otros cuantos caudillos haya que levanten la enseña de la cruz. Vos, Pelayo, seréis de vuestras montañas rey de Asturias; vosotros los vascos, más afortunados que los demás, tenéis en vuestra inmemorial independencia un reino ya formado. Pero todo será nuevo, todo distinto, todo separado y libre, unido sólo por el pensamiento capital de la reconquista, por Jesucristo y para Jesucristo. Yo, desde Aurariola; vosotros, desde el Norte y Occidente; quien menos se piense, desde Levante, seguiremos ensanchando nuestros dominios, hasta que se toquen las fronteras y en un haz se junten nuestras cruces, y de cien reinos distintos, pero cristianos, torne a formarse la monarquía católica española (p. 451; las cursivas son mías; la misma idea se amplifica en las pp. 452-453)[9].
En relación con esto, quiero terminar esta entrada mencionando una interesante nota que he encontrado entre los papeles del autor; Luis Echevarría le escribe a propósito de la última línea de Amaya, cuando se público en La Ciencia Cristiana:
«La unidad que ocho siglos después lograron afortunadamente los Reyes Católicos» me escarabajea muchísimo cuando no se refiere expresamente a la unidad católica y cuando se trata de una obra encaminada a enaltecer a los vascos y especialmente a Navarra, que perdió su independencia por medios de muy dudosa licitud que usó el Rey Católico. Temo mucho que esa última línea de Amaya hiera la fibra de independencia de los navarros. A mí me sorprendió y con alguno he hablado a quien le ha sucedido lo mismo. Alguna palabra que complete el pensamiento quizá sería conveniente.
Navarro Villoslada hizo caso a su amigo, pues cuando se publicó en forma de libro desapareció la alusión a los Reyes Católicos, cerrándose la obra con una referencia más general a «la unidad católica, pensamiento dominante, espíritu vivificador y sello perpetuamente característico de la monarquía española» (p. 677).
[1] Para el autor y el conjunto de su obra, ver Carlos Mata Induráin, Francisco Navarro Villoslada (1818-1895) y sus novelas históricas, Pamplona, Gobierno de Navarra, 1995. Y para su contexto literario, mi trabajo «Estructuras y técnicas narrativas de la novela histórica romántica española (1830-1870)», en Kurt Spang, Ignacio Arellano y Carlos Mata (eds.), La novela histórica. Teoría y comentarios, Pamplona, Eunsa, 1995, pp. 145-198; 2.ª ed., Pamplona, Eunsa, 1998, pp. 113-151.
[2] Por supuesto, en las dos primeras novelas hay una serie de temas (amor, venganza, guerras de bandos, etc.) que mueven los resortes de la acción, pero no un tema que les de un sentido unitario. Así lo destaca Guillermo Zellers, La novela histórica romántica en España (1828-1850), Nueva York, Instituto de las Españas, 1938, p. 115 para Doña Blanca de Navarra: «Navarro Villoslada dista mucho de ser propagandista. Es buen católico y cree que las guerras civiles no sirven para nada. Aparte de esto, no expresa sus ideas sobre las cuestiones del día».
[3] Cito por esta edición: Amaya o los vascos en el siglo VIII, San Sebastián, Ttarttalo Ediciones, 1991. Otra más reciente es: Amaya o los vascos en el siglo VIII, prólogo, edición y notas de Carlos Mata Induráin, Pamplona, Ediciones y Libros / Fundación Diario de Navarra, 2002 (col. «Biblioteca Básica Navarra», 1 y 2), 2 vols.
[4] Navarro Villoslada utiliza el nombre de España (España está en peligro, solo García puede salvar a España) para referirse primero a la unidad alcanzada por los godos (unidad política, territorial, administrativa y, sobre todo, religiosa); pero más tarde España es el resultado de la unión de godos y vascos; señala incluso al final de la novela al hablar del reino de Vasconia: «No tuvo este nombre en los principios. Dedúcese de algunas palabras del libro de los Fueros que se llamaba reyno de España. Igual denominación debió de tener el de Pelayo, señal de que entrambos iban encaminados a la unidad católica» (p. 677).
[5] El planteamiento es, evidentemente exagerado; pero podrían recordarse unas palabras de Claudio Sánchez Albornoz quien, refiriéndose a la opinión de Américo Castro de que los godos no fueron españoles, escribe: «Ni los romanos, ni los godos, ni los musulmanes fueron, naturalmente, españoles. Pero de todos ellos fueron los visigodos los únicos que se vertieron integralmente en el río de lo hispánico» (España, un enigma histórico, Buenos Aires, Ed. Sudamericana, 1962, I, p. 131); por otra parte, el insigne historiador llama a los vascos «españoles sin romanizar» (I, p. 606). El planteamiento de Navarro Villoslada puede considerarse innovador, aunque es posible encontrar antecedentes; por ejemplo, Diego Bahamonde y de Lanz, en su tesis doctoral Orígenes de las nuevas nacionalidades que inician la reconquista durante los siglos VIII y IX de la Península Ibérica, Madrid, 1868, había escrito: «Los pueblos de la montaña fueron los mismos en tiempo de los romanos que en tiempo de los godos y los árabes, no admitiendo jamás mezcla de ninguna otra civilización, y considerando a los individuos de las otras naciones como enemigos declarados de la suya. Mas ¿cómo se explica que al llegar el momento de la dominación sarracena aquel pueblo abriera sus brazos a los godos, con quienes estuvieron constantemente en abierta lucha? La respuesta es fácil. Los cántabros tenían una cosa común con los godos; esta cosa era […] la religión. Unos y otros eran cristianos, unos y otros creían en Jesucristo, y esta creencia común fue la base de la unión de los pueblos que habitaban la España al advenimiento de los árabes» (apud Juan María Sánchez-Prieto, El imaginario vasco. Representaciones de una conciencia histórica, nacional y política en el escenario europeo, 1833-1876, Barcelona, Eiunsa, 1993, p. 761).
[6] Para la tesis de Amaya, cfr. Jon Juaristi, El linaje de Aitor. La invención de la tradición vasca, Madrid, Taurus, 1987, pp. 126-127; otros autores han señalado la tendencia de Navarro Villoslada a «actualizar el pasado» o, de otra forma, a introducir en sus novelas ambientadas en el pasado las circunstancias e inquietudes de su época; cfr. Mariano Baquero Goyanes, Historia general de las literaturas hispánicas, V, Barcelona, Barna, 1958, p. 57; Antonio Regalado García, Benito Pérez Galdós y la novela histórica española (1868-1912), Madrid, Ínsula, 1966, p. 185; José Ramón de Andrés Soraluce, «Navarro Villoslada, Francisco», en Gran Enciclopedia Navarra, VII, Pamplona, Caja de Ahorros de Navarra, 1990, pp. 110-111; en cualquier caso, esto fue práctica habitual en la novela histórica romántica española, que se vio «politizada» tanto en un sentido liberal como tradicionalista.
[7] El amor de los jóvenes está patrocinado por el Cielo: «Hubo un momento en que [García] llegó a creer que Dios le inspiraba aquel amor para hacerle sentir vivamente la necesidad de poner término a la guerra con abrazo fraternal de los cristianos de una y otra banda» (p. 262).
[8] Estas ideas las expresaba también por las mismas fechas en su artículo «De nuestro carácter nacional», La Defensa de la Sociedad, año VI, núms. 163 y 164 (1 y 16 de julio de 1877).
[9] Merecería quizá la pena destacar que en las tres novelas de Villoslada se aborda, de una u otra manera, el tema de la unidad de España: en Amaya, lo acabamos de ver, la unión de vascos y godos es el embrión de la unidad nacional ya en el mismo siglo VIII; en Doña Urraca de Castilla, se trata del matrimonio de la reina castellana con el rey de Aragón Alfonso el Batallador que, de no haberse frustrado, pudo haber supuesto la unión de todos los reinos cristianos peninsulares en pleno siglo XII, cuatro antes que la alcanzada por los Reyes Católicos; en Doña Blanca de Navarra, en fin, asistimos a los prolegómenos de la anexión del reino de Navarra a la Corona de Castilla que supondrá, cuando se verifique en 1512, la unidad de todos los reinos españoles.