Válidas para La boda de Quevedo resultan las palabras que Fradejas Lebrero dedica a La calle de la Montera:
Hay algo verdaderamente fundamental en el teatro de Serra: los diálogos, chispeantes —con oportunos, e inoportunos, juegos de palabras, alusiones a refranes, con altura descriptiva— en los que existe una mezcla proporcionada y agradable de lo alegre y de o triste, de lo profundo y lo ligero, «que el público esperaba con avidez y aplaudía con estruendo» (Fernández Bremón)[1].
A veces los chistes de Serra se basan en un diálogo brillante, con réplicas ágiles:
MARCIAL.- Porque estoy enamorado,
Quevedo, a no poder más.
Esa mujer o morir…
Conozco mi natural:
soy de fuego.QUEVEDO.- Pues debéis
iros a un puerto de mar (vv. 185-190).
Otro ejemplo similar:
ADÁN.- Mas cerrad y sed prudente,
que a mí, según la pavura
que traigo, se me figura
cada losa una serpiente.QUEVEDO.- Pues mal andáis si os agarra,
y hace que se dé la mano
con el Adán del manzano,
el buen Adán de la Parra (vv. 460-467).
O este otro, ya hacia el final.
MARCIAL.- Si de don Andrés la libro,
excuso lo que pensaba.GAITANA.- ¿Qué pensabais?
MARCIAL.- Incendiar
la habitación…GAITANA.- ¡Santa Bárbara!
MARCIAL.- Librarla a ella del incendio
y llevarla a mi posada.QUEVEDO.- (Y a mí al hospital, verdugo.)
ANDRÉS.- (¡Este hombre amando… achicharra!) (vv. 1444-1451).
Humorístico es el diálogo en que doña Gaitana pide dinero a don Marcial a cambio de su colaboración (vv. 635 y ss.). El de Quevedo con la dueña:
GAITANA.- Mucho reniega el hidalgo.
QUEVEDO.- Mucho se espanta la dueña.
GAITANA.- Soy cristiana vieja.
QUEVEDO.- Y tanto,
que no negarais lo vieja
aunque por bula del Papa
os confirmase la Iglesia (vv. 682-687).
Y todo el parlamento en el que doña Gaitana presume de nobleza ante don Andrés repitiendo el estribillo, que en la representación acabaría por hacer estallar la carcajada del público de «la sangre, señor, la sangre» (vv. 965, 973, 995 y 1021). Humorísticos son asimismo todos los latinajos que la dueña emplea.
La ambientación madrileña se consigue con las menciones de topónimos: las iglesias de San Gerónimo y San Martín, las calles del Niño y de Francos, etc.
Serra emplea refranes (Dádivas quebrantan peñas, v. 195; Con la Inquisición, chitón, v. 470; Del enemigo el consejo, vv. 1320 y 1331; El que escucha su mal oye, v. 1466) y dilogías, juegos con sentidos figurados, etc.
Se emplean palabras coloquiales, jocosas, festivas: pelechar, matrimoniar, bodorrio, calabacear ‘dar calabazas’, clavarse ‘engañarse’, poner la carantoña, etc. Y encontramos a lo largo de la comedia varias rimas internas, que no parecen casuales, sino buscadas: «La Cava por poco acaba» (v. 129), «Don Francisco es basilisco» (v. 282), «si el precio… Haced más aprecio» (v. 737), «la malicia me desquicia» (v. 759).
Para concluir este apartado, cito de nuevo a Fradejas Lebrero[2]:
Pero sí conviene resaltar el sentido del humor, los juegos de palabras, los chistes, las bisemias le salían espontáneamente; quizá en alguna ocasión parezcan forzados, pero casi siempre son chistes de buena ley y de un humor moderno. No tienen grandes valores poéticos pero son efectivos y si leyendo hacen sonreír, en la representación provocan la hilaridad[3].
[1] José Fradejas Lebrero, introducción a Narciso Serra, La calle de la Montera, Madrid, Castalia, 1997, pp. 14-15.
[2] Fradejas Lebrero, introducción a La calle de la Montera, pp. 25-26.
[3] El texto de esta entrada está extractado de mi introducción a Narciso Serra, La boda de Quevedo, Pamplona, Eunsa, 2002. Las citas, con su correspondiente numeración de versos, son por esta edición.