Breve nota sobre la poesía de Ramón Irigoyen

Existen ya algunas aproximaciones generales a la producción lírica de Ramón Irigoyen, como los trabajos de Javier Pérez Escohotado y Tomás Yerro[1], y a ellos remito para mayores detalles. Aquí bastará con recordar que Cielos e inviernos y Los abanicos del Caudillo forman un corpus de poesía directa, provocadora, mordaz, bronca en determinados pasajes (Irigoyen no evita la irreverencia ni aun la blasfemia[2]) y que, en ocasiones, adopta como rasgo estilístico distintivo un deliberado prosaísmo (en la línea de Cavafis), sin que esto suponga, en modo alguno, que sus composiciones tengan una escasa fuerza expresiva. El propio poeta alude a esta circunstancia:

Encuentro una gran dificultad para afirmar que Cavafis sea un poeta que ha marcado mi vida —como puedo afirmar que la han marcado, en etapas sucesivas, Ramón Gómez de la Serna, Seferis, Cernuda, Vallejo y Jaime Gil de Biedma— y, sin embargo, este poeta, cuya presencia en mí siento tan difuminada, es el escritor cuya influencia ha sido para mí más decisiva a la hora de escribir, en 1978, la primera versión de Los abanicos del Caudillo, mí último libro de poemas. A la hora de escribir este texto tuve especialmente presente mi experiencia de lector inicial de los poemas de Cavafis y el rechazo que sentí por su prosaísmo. Totalmente consciente de aquel repudio por aquella aparente frialdad del lenguaje, elegí la vía del más crudo prosaísmo escribiendo un texto que, en forma y contenidos, se situaba en el mismo terreno que el lenguaje de las bandas rockeras. […] No es quizá fácil verlo desde fuera, pero en mi caso aquí estaba Cavafis presente de cuerpo entero. Mi experiencia ateniense de lector de Cavafis —y de lector ignorante que aún no está educado para percibir el lenguaje poético de los nuevos tiempos— la apliqué a la redacción de este libro, y quedé encantado de los resultados, pues Los abanicos del Caudillo causaron en 1982 un sonoro escándalo, según la calificación de Santos Sanz Villanueva. Por experiencia propia sabía que los manjares del prosaísmo no pueden disfrutarlos los cerebros insuficientemente educados[3].

Por el contrario, algunas de las características más destacadas de sus dos poemarios (marcado tono humorístico, numerosos alardes verbales, predilección por las paronomasias y otros juegos de palabras, empleo frecuente de las figuras retóricas, imágenes y metáforas atrevidas, cercanas en ocasiones a la greguería ramoniana, etc.) coinciden con las que se pueden percibir en el conjunto de la producción literaria del autor.

PoesiaReunida

Como valoración general de su poesía, resultan muy acertadas estas palabras de Tomás Yerro:

Para Irigoyen […] la poesía es actividad liberadora de sus propios fantasmas personales, no sedante recuperación del tiempo pasado ni consolador regreso al paraíso perdido de la consabida inocencia infantil. La catártica cancelación de la «sucia memoria» se lleva a cabo por medio de la exorcización vengativa de los odios, resentimientos, frustraciones y complejos de culpabilidad acumulados en la infancia y adolescencia. Penetrado de un odio visceral hacia su propio pasado —castrador de libertades y, por consiguiente, de posibilidades de felicidad y realización personal—, el poeta se aplica afanosamente a la tarea de demoler los cimientos de su educación en el ámbito del espacio textual. El cristianismo, el patriotismo y el amor heterosexual, verdaderos baluartes de la sociedad burguesa al decir de Peter Bien, citado repetidamente por Ramón Irigoyen, son objeto de violentos ataques[4].

Las afirmaciones del crítico, con las que coincido plenamente, constituyen el marco perfecto para centrar el análisis de Los abanicos del Caudillo, al que dedicaré algunas próximas entradas[5].


[1] Javier Pérez Escohotado, «Para una teoría de la armonía universal», Revista Hiperión, 4 (El excremento), 1980, pp. 91-99 y «Paraísos particulares de Ramón Irigoyen», Institute for the Study of Ideologies and Literature, nueva época, núms. 1-2, invierno-primavera 1985, pp. 230-251; y Tomás Yerro, «Ramón Irigoyen: la poética de la transgresión», Río Arga, 27, segundo trimestre de 1983, pp. 30-33.

[2] Para estas cuestiones, y para la asimilación de la poesía a funciones digestivas y escatológicas, ver Pérez Escohotado, «Para una teoría de la armonía universal» y «Paraísos particulares de Ramón Irigoyen».

[3] Ramón Irigoyen, prólogo a C. P. Cavafis, Poemas, Barcelona, Seix Barral, 1994, p. 40.

[4] Yerro, «Ramón Irigoyen: la poética de la transgresión», p. 30.

[5] Para más detalles remito a mi trabajo «Un apunte de crónica moral del franquismo: Los abanicos del Caudillo, de Ramón Irigoyen»‚ en José Romera Castillo y Francisco Gutiérrez Carbajo (eds.), Poesía histórica y (auto)biográfica (1975-1999). Actas del IX Seminario Internacional del Instituto de Semiótica literaria, teatral y nuevas tecnologías de la UNED (Madrid, UNED, 21-23 de junio de 1999), Madrid, Visor Libros, 2000, pp. 53-63.

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