Navarro Villoslada, poeta: «A Jesús crucificado»

Del año 1841 es el poema de Francisco Navarro Villoslada titulado «A Jesús crucificado» (Obra poética, núm. 5), que se divide en tres partes diferenciadas: en la primera, formada por 7 octavas agudas (o italianas) de versos endecasílabos, clama contra el pueblo judío que, en lugar de agradecer a Dios los inmensos favores que le ha concedido, da a su Hijo muerte, y muerte de cruz; en la segunda (9 redondillas) se dirige a Jesús, que ha muerto para redimir al hombre y hacerlo eterno, aunque este le paga con sus pecados:

En tu ardiente caridad,
mueres con dulce consuelo
porque las puertas del cielo
abres a la humanidad.

[…]

Mueres en expiación
de los crímenes del mundo;
y él, más y más furibundo,
¡te destroza el corazón!…

En la tercera parte, en fin, se vuelve a las octavas agudas (son ahora 3), pero esta vez con versos decasílabos; el poeta[1] pide primero al Dios vengador y justiciero que castigue al mundo por sus pecados: «¡Viva el justo no más en la tierra!»; pero a continuación se arrepiente y termina solicitando la clemencia de Dios para todos.

JesusCrucificado_AlonsoCano

Este es el texto completo del poema:

I

Ni sol ni luz: oscuridad y espanto
cubren la faz del consternado mundo;
y el ancha tierra[2], en rebramar profundo,
con terremoto cruje aterrador.
Su misterioso velo rasga el Templo;
arroja sus cadáveres la tumba;
y por el aire tenebroso zumba
de sombras mil fatídico clamor.

Desgájanse los árboles añosos
y las rocas durísimas se hienden;
y su carrera rápida suspenden
estrellas mil y mil, muerta su luz.
¿Será que el orbe se desquicia entero?
¿Torna al lóbrego caos la natura?
—¡No!, que muerte al Señor le da su hechura[3]:
¡muerte a su Dios en afrentosa cruz!

En torno del patíbulo, rugiendo,
vedlo allí del Gólgota en la cumbre,
insultando su blanda mansedumbre,
cubriéndole de befa y de baldón.
¿Estás desamparado, Jesús mío?
¿Elevas, ¡ay!, los moribundos ojos?…
¿Qué pides al Señor en tus enojos?…
«—¡Perdón para los míseros, perdón!»

¡Sacrílegos!, tened[4] la horrenda mano
armada contra el Dios omnipotente;
temblad[5] que arrugue la serena frente
y desparezca[6] el mundo pecador.
Esos cárdenos labios ultrajados,
que el polvo vil de vuestros pies afea,
dijeron a la nada: «El orbe sea»,
y la nada fue el orbe encantador.

¿A taladrar os atrevéis las plantas
engendradoras del crujiente trueno,
que turban de los ángeles el seno
cuando miden la vaga inmensidad?
¿En su rostro ponéis la cruda mano?
¡Frágil cetro le dais ignominioso,
y en su trono magnífico y lumbroso
anonada su augusta majestad!

Insano pueblo, de tu Dios verdugo,
¿no pisaste del mar las hondas grutas,
al raudo soplo del Señor enjutas[7],
palpitando de miedo el corazón?
¿Y las domadas olas no bramaban,
en montes dividiéndose de espuma?
¿Quién las contuvo, di, cual leve pluma,
y encima las soltó de Faraón?

¿Y quién fue tu caudillo en las batallas,
bajo sus anchas alas encubierto?
¿Quién te condujo, quién, por el desierto,
derramando en tus labios el maná?
¿Al verle, por tu amor, manso cordero,
tu ingratitud le desconoce y niega?…
¡Ay, si un día le ves que airado llega,
cual león tremebundo de Judá!

II

¿Quién te puso, Jesús mío,
esa corona de abrojos,
sin que tus augustos ojos
helaran su brazo impío?

¿Quién te robó la color
de las rosadas mejillas?
¿Quién tus sagradas rodillas
descarnó con tal horror?

¿Fue el pueblo que regalabas[8]
con blanda mano, amoroso,
y, cual padre cariñoso,
por su bien te desvelabas?

¿Fue la viña que plantaste
frondosa, lozana y pura,
y con llanto de ternura
siglos y siglos regaste?

¿Fue la adúltera Sión,
que moraba entre tus brazos,
la que te arranca a pedazos
la vida, sin compasión?

¡Ay, cuanto más te atormenta,
es tu cariño mayor;
una palabra de amor
desvanecerá su afrenta!

En tu ardiente caridad,
mueres con dulce consuelo
porque las puertas del cielo
abres a la humanidad.

Haces que a Luzbel asombre
y que, tras sueño de muerte,
en tu regazo despierte
para ser eterno el hombre.

Mueres en expiación
de los crímenes del mundo;
y él, más y más furibundo,
¡te destroza el corazón!…

III

Justo Dios, vengador del diluvio,
Dios de fuego en la infanda Sodoma,
¿cuándo, cuándo tu cólera asoma,
cuándo sorbe a la ingrata Sión?
¿No cercaste el Edén de querubes
que vibraban flamígero acero?[9]
¿Quién dio muerte al profano boyero?
¿Quién la diera a Natán y Abirón[10]?

Levantaos, león adormido;
sacudid la erizada melena,
y lanzad el rugido que atruena
y estremece del hondo a Salén[11].
Ese pueblo de entrañas de acero
desdeñó tu filial mansedumbre…
¡Vea, pues, la terrífica lumbre
de tus ojos airados también!

¡Que desborde tu justa venganza
cual torrente de lava inflamado,
y derribe y devore al malvado
que su frente elevó contra Ti!
¡Viva el justo no más en la tierra!
¡Pero, no…, no, mi Dios! ¡Ten clemencia!
Todo el orbe firmó tu sentencia…
¡Ay, qué fuera del mundo y de mí?[12]


[1] Aunque soy consciente de que «poeta» y «yo lírico» son instancias diferentes, utilizo indistintamente ambos términos, dado que los dos se identifican plenamente en estas composiciones.

[2] el ancha tierra: sic en el texto de Navarro Villoslada. Estos versos evocan las señales ocurridas en Jerusalén a la muerte de Cristo.

[3] su hechura: el hombre, criado a imagen y semejanza de Dios.

[4] tened: detened.

[5] temblad: temed.

[6] desparezca: ha de editarse así, y no desaparezca, para la correcta medida del verso endecasílabo.

[7] Aluden estos versos al hecho de que Dios separó las aguas del mar Rojo para que pasara el pueblo judío tras escapar de la esclavitud de Egipto. Y los de la estrofa siguiente, al maná que Dios le dio como alimento durante su larga travesía por el desierto en su marcha a la tierra prometida.

[8] regalabas: mimabas, cuidabas.

[9] ¿No cercaste … flamígero acero?: tras la expulsión de Adán y Eva del Paraíso, Dios puso como guardián un ángel con espada de fuego.

[10] Datán y Abirón: estos dos hijos de Eliab, de la tribu de Rubén, lideraron, junto con Coré, el hijo de Yishar, una revuelta contra Moisés y Aarón (Números, 16).

[11] Salén: Salem es uno de los nombres antiguos de Jerusalén.

[12] Incluido en Francisco Navarro Villoslada, Obra poética, ed. de Carlos Mata Induráin, Pamplona, Gobierno de Navarra, 1997, núm. 5, pp. 85-90.

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