En entradas sucesivas voy a ofrecer algunas notas sobre la admiratio en las Noches de invierno[1], es decir, los elementos que introduce su autor, Antonio de Eslava, para sorprender al lector y mantener de forma continuada su interés[2]: descripción de tormentas y naufragios, alusiones a hechos fantásticos y maravillosos, presencia de la magia, etc. En efecto, en la obra abundan esos elementos de la fantasía y la maravilla, los sucesos mágicos y prodigiosos, los lances caballerescos (torneos, combates…), los recursos de intriga propios de los relatos bizantinos (mujer en hábito varonil y uso de otros disfraces para ocultar la verdadera personalidad de los protagonistas…), la descripción de tormentas y naufragios (muy del gusto del autor), etc., que mantienen vivo el interés del lector. Todo ello va acompañado de las habituales muestras de erudición, de la que el autor quiere hacer gala poniendo en boca de sus personajes citas y menciones de autoridades diversas. Ese recurso continuo a las autoridades, con la acumulación de ejemplos de la Antigüedad, tal vez resulte a los ojos de un lector de hoy algo demasiado pedante y pretencioso. Sea como sea, obviada esa dificultad, creo que el lector contemporáneo podrá disfrutar de las entretenidas historias de Noches de invierno, una obra con la que Eslava nos brinda —como Cervantes en el Quijote de 1605, salvadas las naturales distancias de calidad literaria y trascendencia— un compendio de los principales modos y géneros narrativos vigentes en España a finales del siglo XVI y comienzos del XVII (con excepción del relato picaresco, modalidad no presente aquí).

Antonio de Eslava, Noches de invierno, edición, prólogo y notas de Julia Barella, Madrid / Frankfurt am Main, Iberoamericana / Vervuert, 2013
La presencia en las Noches de invierno de elementos que provocasen la admiratio[3] del lector ya había quedado apuntada por algunos estudiosos; por ejemplo, por Manuel Iribarren, cuando escribía que en sus páginas «se acumulan sin método la historia y la fantasía, la realidad y el mundo maravilloso»[4]. Por su parte, Julia Barella Vigal ha destacado que los gustos literarios de Eslava «siempre parecen inclinarle por lo extraordinario, el dramatismo y las situaciones caóticas, dinámicas, extremas y grandiosas»[5], de ahí que no sea difícil encontrar en la colección numerosas descripciones de tormentas, tempestades, incendios, naufragios…, así como la mención de diversos hechos prodigiosos. También Víctor A. Oroval Martí se ha referido a esta cuestión[6], a propósito de la acusación de antirrealismo formulada contra Eslava por Amezúa[7]. Y quien más recientemente ha apuntado la presencia de elementos fantásticos y maravillosos en las Noches de invierno ha sido Ana Luisa Baquero Escudero, en un trabajo panorámico sobre los lugares de la maravilla en la novela corta del XVII:
Pero sin duda, si tuviésemos que referirnos a una colección de novelas cortas anterior a la aparición de las Ejemplares en donde lo maravilloso se desenvolviese ampliamente, ésta sería las Noches de invierno de Antonio de Eslava. Perteneciente ya al seiscientos, en ella encontramos numerosas historias intercaladas en la estructura dialogística que conforma el texto. Ya González de Amezúa, desde su singular perspectiva crítica por la cual el rasgo realista constituía el barómetro de su valoración del género, destacó —obviamente de manera negativa— la presencia de lo maravilloso y fantástico en dicha obra que además relacionaba él con fuentes no nacionales sino extranjeras. Unas afirmaciones que las excelentes investigaciones posteriores de Barella han rectificado en parte. Construidas a partir de un complicado entramado de tradiciones de muy diverso origen, las diez historias incluidas en dicha obra aparecen narradas por los distintos personajes que constituyen la tertulia. A excepción de la primera presentan todas casos sucedidos a personajes ajenos desde luego a su realidad, y cuya categoría social se corresponde normalmente a la de reyes, príncipes y emperadores. Si bien alguna refleja una realidad histórica reciente, se suelen situar en un pasado lejano —recuérdense aquellas correspondientes al ciclo carolingio—, y en escenarios muy distantes, asimismo, de la geografía nacional —Tartaria, el antiguo reino de Macedonia…—. Dos coordenadas estas, la distancia temporal y el alejamiento geográfico, engarzadas íntimamente para conceder esa singular verosimilitud a la presentación de hechos fantásticos. Una verosimilitud que además en este caso, y como ocurría también en las misceláneas de la época, suele ir respaldada por el principio de autoridades, manejado por los contertulios[8].
Para el análisis de esta cuestión resulta de especial interés un artículo de Julia Barella Vigal publicado en 1985 en el que, tras resumir algunos datos generales acerca del autor y la obra, estudia en un primer apartado «Las historias narradas y el folklore» y analiza las fuentes literarias de cinco de ellas. El segundo apartado de su trabajo está dedicado a «La erudición en los diálogos glosadores», con tres capítulos: «Anécdotas de personajes históricos», «Curiosidades y costumbres bárbaras, hechos maravillosos y noticias de la filosofía natural» y «El amor: sus distintos tipos y temibles efectos». Barella Vigal explica que cuando Eslava incluye en su obra anécdotas de personajes históricos, respeta las fuentes que maneja, sobre todo la Historia Imperial de Mexía. Pero no sucede lo mismo cuando se ocupa de materias maravillosas:
La actitud de Eslava es bien distinta cuando se trata de sucesos maravillosos, costumbres de pueblos lejanos o demás curiosidades. Eslava se distancia de su fuente y aumenta, colorea, exagera la noticia a su antojo. Los ejemplos que elige de entre los compendios suelen ser los más increíbles, las supercherías, los acontecimientos asombrosos y las leyendas más fantásticas.
Su principal fuente es la Silva de varia lección de Pedro de Mexía, y si bien la copia es en la mayoría de las ocasiones literal, Eslava nunca menciona tan magnífica obra[9].
Y más adelante añade a propósito de esta aparente falta de originalidad:
Lo original de Eslava es que parece no contentarse con la simple exposición de hechos y acude a otras fuentes en busca de una explicación científica o simplemente se la inventa. Esta actitud es la que hace que la obra adquiera ese tono entrañable y humano[10].
[1] Existen varias ediciones modernas de las Noches de invierno: la de Julia Barella Vigal (Pamplona, Gobierno de Navarra, 1986), por la que citaré; otra edición de Carlos Mata Induráin (Pamplona, Fundación Diario de Navarra, 2003); una nueva edición de Julia Barella Vigal (Madrid / Frankfurt am Main, Iberoamericana / Vervuert, 2013); en fin, una edición electrónica de Enrique Suárez Figaredo, en Lemir, 24, 2020 – Textos, pp. 133-266.
[2] Para más detalles y bibliografía remito a mis trabajos: Carlos Mata Induráin, «Sobre la admiratio en las Noches de invierno de Antonio de Eslava», Zangotzarra,7, 2003, pp. 91-115; «Elementos fantásticos y maravillosos en las Noches de invierno (1609) de Antonio de Eslava», en Nicasio Salvador Miguel, Santiago López-Ríos y Esther Borrego Gutiérrez (eds.), Fantasía y literatura en la Edad Media y los Siglos de Oro, Madrid / Frankfurt am Main, Iberoamericana / Vervuert, 2004, pp. 259-282; y «En el cuarto centenario de las Noches de invierno de Antonio de Eslava (1609-2009)», Zangotzarra, 13, 2009, pp. 217-229.
[3] Véase Edward C. Riley, «Aspectos del concepto de admiratio en la teoría literaria del Siglo de Oro», en Studia Philologica. Homenaje ofrecido a Dámaso Alonso, Madrid, Gredos, 1963, vol. III, pp. 173-183.
[4] Manuel Iribarren, Escritores navarros de ayer y de hoy, Pamplona, Gómez, 1970, p. 84.
[5] Julia Barella Vigal, «Antonio de Eslava y William Shakespeare: historia de una coincidencia», El Crotalón. Anuario de Filología Española, 2, 1985, p. 499.
[6] Véase Víctor A. Oroval Martí, Aproximación a las «Noches de invierno» de A. Eslava, tesis doctoral mecanografiada, Valencia, Universidad de Valencia, s. a. [1978], pp. 178-181; en la p. 178 se refiere a la presencia de «fuentes mágicas, magos, palacios encantados, hechos sobrenaturales, hadas…».
[7] Véase Agustín G. de Amezúa y Mayo, Cervantes, creador de la novela corta española, Madrid, CSIC, 1956, vol. I, p. 438.
[8] Ana L. Baquero Escudero, «Los espacios de la maravilla en la novela corta áurea», en Ignacio Arellano (ed.), Loca ficta: los espacios de la maravilla en la Edad Media y Siglo de Oro, Madrid / Frankfurt am Main, Iberoamericana / Vervuert, 2003, pp. 61-62.
[9] Julia Barella Vigal, «Las Noches de invierno de Antonio de Eslava: entre el folklore y la tradición erudita», Príncipe de Viana, 175, 1985, p. 554.
[10] Barella Vigal, «Las Noches de invierno de Antonio de Eslava…», p. 555.