Toledo en «Toledo: Piedad» (1920), de Félix Urabayen (2)

La segunda parte de esta novela de Félix Urabayen[1], «La corteza de Toledo.– Las taifas», se inicia con el comentario de que Fermín lleva en Toledo tres semanas. Desde ahora se van a suceder las descripciones de la imperial ciudad (tanto en el aspecto físico como en el retrato moral de sus habitantes), que dan pie a reflexiones más profundas. La primera impresión, muy reiterada en esta y en otras novelas, es que Toledo es una ciudad, si no muerta, cuando menos dormida:

En Toledo la piedra se ha dormido hace siglos. Todo exhala aroma de cementerio; todo es frío, noble, lejano. La raza sufre un invierno tan largo y tan duro que acaso el fruto venidero vuelva a ser glorioso (p. 89).

No obstante, se deja un resquicio abierto a la esperanza al comentar que «su concepción, estéril hoy, mañana acaso [será] fecunda» (p. 87). Don Agustín Montesclaros de Navalcán, un amigo toledano, enseña a Fermín un patio morisco; allí, entre aquellos restos moros de la ciudad, invadido por la tristeza y la melancolía, sueña idealmente con los ojos de una mujer con rostro de sultana. Los paseos y visitas se suceden durante varios días, y dan lugar a bellas descripciones y a variadas digresiones sobre el carácter de los toledanos. Para Urabayen, la vieja ciudad es síntesis perfecta de las tres razas y culturas que la hicieron: «Toledo es una ciudad de pasiones moras, de vestido judío y de alma cristiana» (p. 115).

Federico Brunet y Fita, Un patio en el barrio judío (Toledo) (1899)
Federico Brunet y Fita, Un patio en el barrio judío (Toledo) (1899).

Pero no solo Toledo duerme; toda Castilla está dormida (cfr. p. 118). El capítulo III de esta segunda parte, «Tolvaneras», constituye un análisis de las causas de la decadencia española, a propósito de una discusión en el Casino. Se apuntan algunas soluciones: «En estos paisajes tan espirituales, tan ascéticos, hace falta más verdura, más riego y más árboles» (p. 149), y hay que sanear, se dice, la médula y el estómago a la vez. El capitulillo «Chubascos» refiere otra visita de Fermín al Casino, un día en que se habla y discute de Literatura; resultan muy interesantes los juicios contrapuestos que se vierten sobre los autores del 98: para el periodista Roger fueron «plañideras» que se limitaron a llorar, mientras que para el escultor Calatrava constituyeron la primera generación que trajo el amor al paisaje y a Castilla y despertaron la conciencia nacional[2].


[1] La primera edición de Toledo: Piedad fue la de Madrid, Fernando Fe, 1920, pero citaré por la segunda, Madrid, Espasa-Calpe, 1925.

[2] Remito para más detalles a mis trabajos: Carlos Mata Induráin, «La herencia del 98. Félix Urabayen o el idilio entre Vasconia y Castilla»Pregón Siglo XXI, núm. 12, Navidad de 1998, pp. 23-27; «Toledo, ciudad dormida. El retrato físico y moral de la “imperial ciudad” en la narrativa de Félix Urabayen», en Kay M. Sibbald, Ricardo de la Fuente y Joaquín Díaz (eds.), Ciudades vivas / ciudades muertas: espacios urbanos en la literatura y el folklore hispánicos, Valladolid, Universitas Castellae, 2000, pp. 217-234; y «Toledo en la narrativa del 98 y del Regeneracionismo: Camino de perfección (1902) de Pío Baroja y Toledo: Piedad (1920) de Félix Urabayen», en Manuel Casado Velarde, Ruth Fine y Carlos Mata Induráin (eds.), Jerusalén y Toledo. Historias de dos ciudades, Madrid / Frankfurt am Main, Iberoamericana / Vervuert, 2012, pp. 215-231.

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