Toledo en «Toledo: Piedad» (1920), de Félix Urabayen (4)

Fermín y Piedad se convierten en novios en la novela de Félix Urabayen[1] y pasean juntos por los bellos rincones que Toledo brinda a los enamorados. En el claustro de San Juan de los Reyes ven unas gárgolas, siendo la favorita de ella un águila encadenada. Se comenta que los ojos de la joven se identifican con el cielo castellano y con el águila de piedra, que se convertirá en un símbolo del lastre que atenaza sus alas, impidiendo su vuelo personal, y también las alas castellanas. Fermín explica: «Los nervios de Piedad están enfermos, tan enfermos como mi imaginación» (p. 294). Luego, en la plaza de Padilla, Piedad evoca al héroe castellano (pp. 308 y ss.): identifica a Castilla con la viuda de Padilla y se afirma otra vez que su ídolo, el salvador de la región, tiene que venir del Pirineo (p. 312). Castilla es —nueva identificación— una Dulcinea anémica que necesita un marido fuerte. Dicho de otra forma, se precisa gente nueva («químicos, ingenieros, colonos…», p. 312) que traiga el progreso, la modernidad.

Plaza de Padilla (Toledo)
Plaza de Padilla (Toledo).

Fermín y Piedad siguen disfrutando juntos del «pan del noviazgo». En este punto conocemos al padre de Piedad, don Andrés Uxda, de profesión forjador. Sus diálogos con Fermín introducen nuevas reflexiones sobre el paisaje, que se identifica con la vida castellana: duro, enérgico, guerrero, «un oasis alegre, muchos rodaderos, un cielo puro y unas simas que dan angustia» (p. 317). El individualismo del padre se opone a la idea de remover el capital y mejorar la producción de su trabajo introduciendo medios mecánicos. En este sentido, su apellido Uxda (un topónimo de Marruecos) adquiere valor simbólico. Dice don Andrés: «Aquí lo muerto es lo único que vive; aquí las almas son lo único muerto»; y reprocha a Fermín: «Deje usted en paz a la ciudad y dedíquese al amor» (p. 322). La catedral y el alcázar duermen; los hombres duermen un sueño milenario en Toledo; la ciudad toda duerme, y sigue una elegía lírica del narrador a Toledo muerta (p. 329).

En el capitulillo «La última cena» asistimos a la cena de despedida de soltero de Fermín con sus amigos. En la conversación, vehículo para la exposición de las ideas, se insiste en que el Pirineo debe revitalizar a Castilla y en que hay que roturar los yermos, y Fermín el vasco brinda: «Por mi Piedad y por mi Pirineo…» (p. 333). Al final se casan y vuelven al norte, donde el narrador-protagonista se reencuentra con el paisaje, al que apostrofa con estas palabras: «¡Bendito Pirineo! ¡Tú guardarás mi último sueño!» (p. 337). El vasco, se explica, es pájaro emigrante, pero añora su tierra: «Volamos para volver…» (p. 337); y añade: «Yo vuelvo desde una tierra dura y seca que ha dejado de reír, aunque conserva sus colinas sagradas llenas de olivos. Traigo una paloma castellana de alas enfermas, de blanco plumaje como la Fe, y un poco triste, porque su amor es así…» (p. 338). Sigue un nuevo apóstrofe al paisaje: «¡Paisaje dulce, de frescas hondonadas, de lomas cubiertas de castaños, de hierba jugosa y brillante! Cura nuestros nervios, para que podamos volver a volar…» (p. 338). El protagonista se siente como un nuevo Abraham: «Millones de Mendías han de brotar del árbol trasplantado de Castilla» (p. 340). En el capitulillo «Otra vez el traje de versolari» se insiste nuevamente en la idea de que los Pirineos deben bajar hasta Toledo y fertilizar sus valles y latifundios para que dejen de ser un «ataúd», aprovechando las aguas de los ríos que se pierden ahora inútilmente. El Pirineo debe fecundar a Castilla, porque el barbecho castellano, aunque parezca yermo, es fecundo (cfr. p. 344). Su plan consiste en «canalizar científicamente la emigración para obtener la hegemonía» (p. 345) y aprovechar todos los avances de la técnica: denunciar los saltos de agua, generar electricidad, sembrar el país de tranvías y carreteras para los automóviles, todo ello movilizando el capital del norte; se trata, en suma, de emprender una nueva Reconquista, y se sentencia: «El Pirineo necesita salvar a España…» (p. 345)[2].


[1] La primera edición de Toledo: Piedad fue la de Madrid, Fernando Fe, 1920, pero citaré por la segunda, Madrid, Espasa-Calpe, 1925.

[2] Remito para más detalles a mis trabajos: Carlos Mata Induráin, «La herencia del 98. Félix Urabayen o el idilio entre Vasconia y Castilla»Pregón Siglo XXI, núm. 12, Navidad de 1998, pp. 23-27; «Toledo, ciudad dormida. El retrato físico y moral de la “imperial ciudad” en la narrativa de Félix Urabayen», en Kay M. Sibbald, Ricardo de la Fuente y Joaquín Díaz (eds.), Ciudades vivas / ciudades muertas: espacios urbanos en la literatura y el folklore hispánicos, Valladolid, Universitas Castellae, 2000, pp. 217-234; y «Toledo en la narrativa del 98 y del Regeneracionismo: Camino de perfección (1902) de Pío Baroja y Toledo: Piedad (1920) de Félix Urabayen», en Manuel Casado Velarde, Ruth Fine y Carlos Mata Induráin (eds.), Jerusalén y Toledo. Historias de dos ciudades, Madrid / Frankfurt am Main, Iberoamericana / Vervuert, 2012, pp. 215-231.

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