Por otra parte, el amor humano está representado especialmente por la serie de tres composiciones insertas dentro de la historia amorosa de Leandro, enamorado de Nise: el romance «Enfrente de la cabaña…» (pp. 627-629), que hace entonar a un músico; el soneto que en respuesta canta Nise para desengañarlo (y que se localiza también puesto en boca de Laura en el acto II de La quinta Florencia, comedia del Fénix fechada hacia 1600):
Ni sé de amor ni tengo pensamiento
que me incline a pensar en sus memorias,
que sus desdichas, como son notorias,
de lejos amenazan escarmiento.Sus imaginaciones doy al viento,
sirviéndome de espejos mil historias
y así de la esperanza de sus glorias
aún[1] no tengo primero movimiento.Amor, Amor, no puedes alabarte
de que rindió tu fuego mi albedrío,
ni que en campo voy de tu estandarte.Las flechas gastas en un bronce frío;
no te canses, Amor, tira a otra parte,
que es fuego tu rigor y nieve el mío (p. 631);

y el soneto con que replica Leandro, de nuevo un texto artificioso, en el que destaca la anáfora de Ni sé, ni sé (= Nise; es el nombre de la amada, salvado el necesario desplazamiento acentual):
Ni sé si vivo, ni si estoy muriendo,
ni sé qué aliento es este en que respiro,
ni sé por dónde a un imposible aspiro,
ni sé por qué razón amando ofendo.Ni sé de qué me guardo o qué pretendo,
ni sé qué gloria en un infierno miro,
ni sé por qué sin esperar suspiro,
ni sé por qué rendido me defiendo.Ni sé quién me detiene o quién me mueve,
ni sé quién me desprecia o me recibe,
ni sé a quién debo amor, o quién me debe,mas sé que en estas cuatro letras vive
un alma sin piedad, un sol de nieve,
que hiela y quema y en el agua escribe (p. 632).
Aquí, pues, la lírica está puesta al servicio del ornato de la historia secundaria de Leandro, y sirve para realzar más la fuerza de su amor y la desventura de verse desdeñado. Por cierto, de su desventura se había quejado asimismo antes Pánfilo a través de un soneto que declamó sentado al pie de un roble, en medio de «la soledad de los campos» (p. 612):
Deja el pincel, rosada y blanca aurora,
con que matizas el escuro cielo
sobre el bosquejo que en su negro velo
pintó la noche, del silencio autora.Huya la luz que las molduras dora
de los paisajes que descubre el suelo,
no quiebre al campo el cristalino hielo
de que ha cubierto sus tapetes Flora.Detente, sol, tu resplandor no prive
de sus engaños a mi fantasía,
pues que del sueño tanto bien recibe.Huye de ver la desventura mía,
que a quien en noche de tristezas vive,
¿de qué le sirve que amanezca el día? (p. 612).
En fin, la lírica se hace presente también en este Libro V por medio de los versos pastoriles de Fabio («Hermosas alamedas…», pp. 613-614, y «Los cielos estaban tristes…», pp. 615-625)[2].
[1] Tal vez fuera preferible editar aun.
[2] Cito por Lope de Vega, El peregrino en su patria, ed. de Julián González-Barrera, Madrid, Cátedra, 2016. Para más detalles remito a Carlos Mata Induráin, «Amor humano y amor divino en los sonetos insertos en El peregrino en su patria de Lope de Vega», en Victoriano Roncero López y Juan Manuel Escudero Baztán (eds.), «Doctos libros juntos». Homenaje al profesor Ignacio Arellano Ayuso, Madrid / Frankfurt am Main, Iberoamericana / Vervuert, 2018, pp. 369-387.