Ya hacia el final de la novela[1], don Juan comentará en un corrillo la muerte de don Fernando Pimentel, el hijo del conde de Benavente, ocurrida el día 7 de ese mismo mes, y señala: «De amores dicen que murió […], buena enfermedad es, y Dios me acabe de ella» (p. 18b). Y se incluye la advertencia, recogida en el relato tradicional de los hechos, de don Baltasar de Zúñiga, confesor del rey y tío del privado, quien le avisa: «Téngase y mire lo que habla y cómo habla, que tiene peligro de la vida» (p. 19b). Y nos acercamos así al desenlace: cuando regresa de Palacio a su casa en la calle Mayor, un hombre detiene en las Platerías el coche del conde, diciendo que trae un recado urgente para él; Villamediana se dispone a apearse sin ningún recelo y, cuando pone el pie en el estribo, el asesino con una ballestilla «asestole tal golpe en el pecho, que allí mesmo vació la vida del noble y aventurero poeta» (p. 20b), apostilla el narrador. Don Luis de Haro, amigo que le acompañaba, quiere ir tras el agresor, pero tropieza y cae sobre el conde, al tiempo que unos embozados resguardan al matador.

«Del asesino nada se supo, por fórmula solamente abriose una indagatoria, pero ya con el premeditado fin de no hallar al traidor…» (p. 20b). Sea como sea, queda memoria del nombre —Ignacio Méndez— de un guarda mayor de la Casa de Campo que se ha convertido en el brazo siniestro de Felipe IV, cuyos agravios secretos venga. Y este es el final de la novelita:
Nadie sabe si fueron o no ciertas las causas a que se atribuyen la mala muerte del conde en lo que atiende al enamoramiento con la reina Isabel, pero tanto empeño tuvo él en insinuarlo, que bien pudiera.
Creen los más que la venenosa pluma y el desaprensivo y franco decir fueron quienes trajéronle a este término desastroso.
Yo pienso que unos y otros se juntaron; pero muy a pesar del interés que mostró la villa toda y de los epigramas y elegías de los más notables ingenios, ninguno prevaleció; solo quedó como artículo de fe
que el matador fue Bellido
y el impulso soberano… (p. 20b).
Para concluir este somero análisis, solamente queda por decir que esta novela corta de Diego San José quizá no sea de una calidad literaria excepcional, pero no está exenta de interés, y creo que merece la pena recordarla por constituir un eslabón —uno más de los muchos existentes— de la larga cadena de recreaciones del conde de Villamediana —de su vida, sus andanzas y su muerte— desde el terreno de la ficción literaria[2].
[1] Diego San José, Amoríos reales. Cómo y por qué murió Villamediana. Hojas sueltas del libro de memorias de un pretendiente (contemporáneo del conde) que llegó a conseguir su pretensión. Publícalas ahora con licencia…, ilustraciones de Pedrero, Los Contemporáneos, núm. 306, 6 de noviembre de 1914.
[2] Para más detalles remito a mi trabajo: Carlos Mata Induráin, «El conde de Villamediana en la narrativa histórica española del siglo XX: Amoríos reales. Cómo y por qué murió Villamediana (1914), de Diego San José», en Juan Manuel Escudero Baztán y Rebeca Lázaro Niso, El hacedor de las musas. Homenaje al Prof. Francisco Domínguez Matito, Logroño, Cilengua (Centro Internacional de Investigación de la Lengua Española), 2023, pp. 359-368.