De Tirso de Molina es este «Romance», que se presenta como una justa entre Guipúzcoa, patria de San Ignacio de Loyola, y Navarra, tierra natal de Javier[1]:
Como juez de comisión
por la justa literaria
cometida a los poetas
entre Guipúzcoa y Navarra,
a dar audiencia a las partes,
con un bieldo en vez de vara,
se asentó al brocal del pozo
Paracuellos de Cabañas.
El bachiller Juan Polido,
abogado por Vizcaya,
graduado de barbero
en el juego de las damas,
informó como se sigue:
«Vizcaya, corta en palabras,
larga en obras y en limpieza,
de Ignacio dichosa patria,
querella de su vecina,
porque, siendo patrïarca
Loyola de sus bonetes,
de sus santos primer causa,
posponiéndole a Javier,
quiere que, en silla más alta,
compre su hijo la gloria
a costa de sus hazañas.
Esto es contra el mandamiento
cuarto, en que la Iglesia manda
honrarás tu padre y madre,
y siendo cosa tan clara
que es Ignacio padre suyo
(si no natural, por gracia),
en tercio y quinto merece
mejoras de esta ganancia.
Non est discipulus, dice
de Dios la verdad sagrada,
supra magistrum, ni es bien
que Javier contra esto vaya.»
«Callad —dijo Blas Alonso,
abogado por Navarra—,
que os hace hablar en latín
la sidra de sus manzanas.
La gloria es medida justa
de los méritos y alcanzan
los de Javier en el Cielo
corona más encumbrada.»
«¿Más que Loyola? —replica—.
Eso no, que es patria cara
Vizcaya suya y está
dos dedos de Dios Vizcaya.»
«Andad con Dios —dijo el otro—,
que según el hierro labra
Vizcaya, yo, pecadora,
podré decir, muy errada.»
«A no dar hierro sus minas
—dijo estotro—, ¿con qué espadas
murieran en Roncesvalles
los doce Pares de Francia?
Más noble es esta que esotra.»
«Mentís —dijo— por la barba.»
Era capón Juan Polido,
y respondió: «No me agravia.»
Levantose Paracuellos
y dijo, en la dicha causa:
«Fallo que paguen las costas
el salero y las cucharas.»
Según vemos, toda la composición, de tono marcadamente jocoso, abunda en chistes basados en dilogías, paronomasias y otros juegos de palabras, sin que falten las consabidas alusiones a los vizcaínos cortos de razones y al hierro de Vizcaya.
Por su parte, Calderón de la Barca tiene varios poemas dedicados al santo, como por ejemplo un romance a la penitencia de San Ignacio, con el que ganó el primer premio en el certamen de las fiestas de la canonización. Los versos son, ciertamente, gráciles y hermosos:
Con el cabello erizado,
pálido el color del rostro,
bañado en un sudor frío,
vueltos al cielo los ojos,
más muerto que vivo, haciendo
de gemidos y sollozos
los suspiros una esfera,
las lágrimas dos arroyos,
a Ignacio su mismo cuerpo
lado, sangrïento y roto
desta manera le dice
con voz baja y pecho ronco:
«—No te espantes si te trato
como ajeno de ti propio,
que es bien que con otro hable,
pues ya contigo soy otro.
No es mucho ignore quién eres
si el mismo que soy ignoro,
que tal tu rigor me ha puesto,
que aun a mí no me conozco.
Siete días ha que muero,
pues vivo sin saber cómo,
y a mi torpe natural
forzosas leyes le rompo.
Negando lo que me pido,
siete días ha que solo
agua de lágrimas bebo
y pan de dolores como.
Duros abrojos tres veces
castigan mis perezosos
miembros: tan estéril tierra
¿qué ha de tener sino abrojos?
Gastadas tengo las piedras
donde las rodillas pongo,
y porque cabales[2] vivan
cubro de sangre los hoyos.
Vivo cadáver me dejas
y en su espíritu dichoso
vas a gozar dulces gustos,
a gustar süaves gozos.
Todo en amor te transformas
porque vivas en Dios todo
con una gloria amorosa
y con un amor glorioso.
Al alma solo regalas,
quejas justamente formo,
pues a tus gustos mis penas
son manjar dulce y sabroso.
Dueño soy de los sentidos,
¿qué importa, si no los gozo[3]?,
pues sin alma ¿qué me sirven
boca, manos, oídos ni ojos?
Yo sus contentos no gusto,
yo sus gustos no los toco,
sus regalos no los veo,
sus dulzuras no las oigo.
Mira no se ofenda Dios
que cargues sobre mis hombros
murallas de penitencia,
siendo el cimiento tan poco.
Una llama soy que vivo
obediente a un fácil soplo,
humilde barro y, al fin,
fuego y humo, tierra y polvo[4].»
[1] Al frente del «Certamen décimo» van estas palabras: «Pudieran competir, a tener discurso, las vecinas patrias de los dos canonizados, padre y hijo, aunque renovaran antiguas competencias, sobre la mayoría de tan ínclitos tutelares. Esta litis pidió la justa literaria se decidiese y Paracuellos, atribuyéndose el compromiso en un romance de dieciséis coplas (tasa de la festiva premática), sentenció, con su donaire acostumbrado, de esta suerte…».
[2] Elizalde trae «cuales», mala lectura que corrijo.
[3] Elizalde lee «sino los gozos», lectura que enmiendo.
[4] Cito por Ignacio Elizalde Armendáriz, San Ignacio en la literatura, Salamanca, Universidad Pontificia, 1983, pp. 35-36. Para más detalles remito Carlos Mata Induráin, «San Ignacio de Loyola, entre historia y literatura (I). El Siglo de Oro», Anuario del Instituto Ignacio de Loyola, 13, 2006, pp. 145-176.