El «Quijote» y don Quijote a la luz de los «Ejercicios literario-filosóficos» de Juan David García Bacca: introducción

Como es bien sabido, el Quijote ha acumulado a lo largo de los siglos multitud de lecturas e interpretaciones. Investigadores, críticos literarios, escritores, pensadores, ensayistas… se han acercado a las páginas de la inmortal novela cervantina con una enorme variedad de enfoques, la han abordado con metodologías, perspectivas y objetivos diversos, han aportado sus contribuciones y establecido nexos de conexión desde ramas del conocimiento muy diferentes. Sucede que en el Quijote está contenido “casi” todo y, en consecuencia, sobre el Quijote se ha podido decir —con mayor o menor tino— “casi” de todo. Por supuesto, también desde el ámbito filosófico ha habido importantes y brillantes aproximaciones, y baste ahora con recordar tan solo el nombre preclaro de Ortega y Gasset.

Cubierta del libro: Juan David García Bacca, Sobre el «Quijote» y don Quijote de la Mancha: ejercicios literario-filosóficos, Barcelona, Anthropos / Gobierno de Navarra, 1991

Pues bien, otro filósofo que en fechas más recientes ha contribuido al estudio de la novela cervantina es Juan David García Bacca (Pamplona, 1901-Quito, 1992), uno de los pensadores españoles más destacados del siglo XX, aunque su figura y su obra seguramente no resultan aquí tan conocidas como debieran[1], en buena medida porque durante la Guerra Civil hubo de exiliarse y vivió sucesivamente en Ecuador, México y Venezuela. Su producción se centró en la filosofía escolástica, la lógica matemática y la filosofía de las ciencias formales y de las ciencias físicas, pero también se interesó en el cultivo de las Humanidades. Así, de entre sus obras filosófico-literarias, destaca la titulada Sobre el «Quijote» y don Quijote de la Mancha: ejercicios literario-filosóficos, publicada en 1991[2], que es la que pretendo recuperar en sucesivas entradas. En concreto, expondré las ideas esenciales contenidas en su libro, especialmente la definición de los cuatro categoriales de Señorío, Salero, Corazonada y Raciocinancia que García Bacca aplica sistemáticamente a las aventuras y personajes del Quijote y que le permiten abordar el texto cervantino a una nueva y original luz[3].


[1] José Luis Abellán, en su Filosofía española en América (1936-1966), ha escrito que «Juan David García Bacca es quizá la mente filosófica más poderosa de todas las que tenemos en América y una de las primeras figuras de la filosofía en lengua española de todos los tiempos».

[2] Juan David García Bacca, Sobre el «Quijote» y don Quijote de la Mancha: ejercicios literario-filosóficos, Barcelona, Anthropos / Gobierno de Navarra, 1991 (Colección Pensamiento Crítico-Pensamiento Utópico, 59). Citaré siempre respetando las peculiaridades de García Bacca en lo que se refiere al uso de mayúsculas, cursivas y otros recursos que emplea para destacar tipográficamente determinados conceptos o expresiones.

[3] Para más detalles remito a mi trabajo: Carlos Mata Induráin, «El Quijote y don Quijote a la luz de los Ejercicios literario-filosóficos de Juan David García Bacca», en José Ángel Ascunce y Alberto Rodríguez (coords.), Cervantes en la Modernidad (Cervantes y su mundo, V), Kassel, Edition Reichenberger, 2008, pp. 277-296.

A vueltas con la «lanza en astillero» de Alonso Quijano / don Quijote

Estos días vuelve a estar de actualidad el supuesto «enigma filológico» de la «lanza en astillero» de Alonso Quijano / don Quijote de la Mancha («… no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua…», Don Quijote, I, 1), que habría quedado resuelto por el archivero e investigador José Cabello Núñez, con una explicación adoptada por Andrés Trapiello en su más reciente versión al español actual del Quijote, como ʻlanza a punto de ser usadaʼ y, por tanto, «lanza en ristre». En la nota de prensa difundida por la agencia EFE el pasado 8 de agosto, firmada por Alfredo Valenzuela («Archivero resuelve el enigma filológico de “lanza en astillero” del principio del Quijote»), y replicadada después en varios medios, leemos:

El malentendido con el significado de «en astillero» tardó en resolverse porque es una expresión que no registra el Diccionario de Autoridades. Y, como explica el propio Trapiello con cierta ironía en el prólogo a la última edición de su traducción, publicada este año, él mismo se fió de las notas de los filólogos que aseguraban que «astillero» era un armero para guardar astiles y armas. «Algunos de esos filólogos lo ilustraban incluso con un dibujico de lo más lindo. Reconstrucción pintiparada de lo que a su juicio era un ‘astillero’ del que no faltarían adargas, lanzones y demás chatarra». Lo añade Trapiello con la ironía que caracteriza tantos de sus escritos.

Ahora bien, para ser precisos hay que indicar que astillero, con esa acepción literal, sí figura en los diccionarios de época, concretamente en el Tesoro de la lengua castellana o española (1611) de Sebastián de Covarrubias. Cierto que no aparece como tal voz, astillero, pero sí se registra entre los diversos derivados de lanza, en la subvoz alancearse: «Lancera, que por otro nombre se dice astillero, de asta, es un estante en que ponen las lanzas, adorno de la casa de un hidalgo en el patio o soportal, con algunos paveses, arma defensiva española antigua».

Definición de lancera o astillero en el Tesoro de la lengua castellana 
o española (1611) de Sebastián de Covarrubias, s. v. alancearse.
Definición de lancera o astillero en el Tesoro de la lengua castellana
o española
(1611) de Sebastián de Covarrubias, s. v. alancearse.

Testimonio, por lo demás, nada novedoso, pues ya había sido aducido por muchos de los anotadores del Quijote. Ya Ignacio Arellano, en una entrada de su blog El jardín de los clásicos del 23 de julio de 2015, «La lanza en astillero —que no olvidada—de don Quijote», exponía con muy sensatas razones, tras recordar la definición de Covarrubias (estas palabras eran respuesta a la interpretación original de Trapiello ʻlanza ya olvidadaʼ):

Así que alguien sabe qué es un astillero. Y siendo este un adorno —es decir, un exhibido símbolo de calidad social— de la casa de un hidalgo, no es verosímil que la lanza estuviera en olvido: era, eso sí, una lanza antigua, arma de los antepasados de don Quijote, mucho tiempo inactiva, pero la colocación en el astillero revela precisamente que su dueño quiere dejar clara su hidalguía y su vocación militar. Era, no se olvide, aficionado a la caza, ejercicio sustitutorio de la guerra.

Una lanza olvidada se coloca en un desván, en el establo, en el vano de una escalera, con otros objetos inservibles. Pero no es esto lo que sucede con la de don Quijote.

Cada día, al salir de su casa o al entrar en ella, el ingenioso hidalgo vería su lanza en astillero, su adarga antigua —tampoco olvidada—, dándole voces silenciosas, y algo en su interior iría acumulando la energía suficiente para que por fin embrazara su escudo, empuñara esa lanza que todos los días atraía su mirada, y saliera a correr sus aventuras por el antiguo campo de Montiel y por todo el universo mundo.

No, la lanza de don Quijote no estaba en el olvido. Estaba exactamente en el astillero.

Astillero con lanzas en el Torreón del Gran Prior (Alcázar de San Juan, Ciudad Real). Foto: Carlos Mata Induráin (2019).
Astillero con lanzas en el Torreón del Gran Prior
(Alcázar de San Juan, Ciudad Real). Foto: Carlos Mata Induráin (2019).

En sentido semejante se expresaba Enrique Suárez Figaredo en un artículo publicado en Lanza Digital. Diario de la Mancha el 1 de mayo de 2019, «La interpretación pertinente de “lanza en astillero”»:

¿Por qué leer en sentido figurado lo que tiene una lectura recta? El astillero (no de «astilla», sino de «asta») para una lanza es algo similar a lo que se emplea para los rifles de caza. […] ¿Acaso había de tenerlo en el fondo de un armario sepultado por los abrigos? Que un hijo-de-algo aldeano tenga una vieja lanza en su astillero, no «detrás de la puerta», evidencia el melancólico y orgulloso recuerdo de los hechos de sus antecesores.

Queda claro, pues, a tenor de la definición que brinda el Tesoro de Covarrubias (recordemos su fecha: 1611), que los astilleros ʻestantes o perchas para colocar las lanzasʼ existían en la realidad; y no olvidemos el dato que aporta de que eran «adorno de la casa de un hidalgo», como lo era Alonso Quijano, un hidalgo —eso sí— que soñaba con ser caballero andante.

Tampoco estará de más recordar —aunque sea una obviedad— que una palabra o una expresión pueden tener distintos significados, dependiendo del contexto y de la situación en que se empleen. Que una palabra signifique algo no quiere decir que lo signifique siempre y en todo lugar. Pondré un ejemplo sencillo: la palabra banco, entre otras varias acepciones más, puede significar ʻentidad financieraʼ o ʻlugar donde sentarseʼ. El contexto y la situación nos llevan a entender cosas distintas si alguien dice: «Voy al banco, porque necesito sacar dinero» o «Voy al banco, porque necesito descansar». Pues bien, algo similar pasa con la expresión estar o poner algo en astillero.  Cierto que en la carta de un comisario real de abastos, de 1595, localizada por Cabello Núñez donde se habla de harina y trigo «puestos en astillero», la expresión vale efectivamente ʻestar listos, preparados para ser recogidosʼ; y lo mismo en los pasajes aducidos por Trapiello como por ejemplo «ya tenéis vuestro libro en astillero», de El pasajero (1616) de Cristóbal Suárez de Figueroa. Pero la expresión, en otros contextos, puede significar otra cosa distinta. Una sencilla consulta al Corpus diacrónico del español (CORDE, en línea) basta para localizar numerosos ejemplos de la expresión «en astillero», entre ellos la definición que da Gonzalo de Correas en su Vocabulario de refranes y frases proverbiales (1627): «Estar en astillero. Lo ke no está en perfezión, komo las naves akabadas de fabrikar de madera sin averlas akabado de adornar» (mantengo las grafías que deseaba Correas para su texto). Me parece que esta definición no se ha señalado, al menos en las declaraciones y entrevistas de estos últimos días.

Por otra parte, varios de esos ejemplos que trae el CORDE, correspondientes a pasajes de novelas picarescas, testimonian el significado ʻcon apariencia deʼ que tiene la expresión ponerse en astillero. Por ejemplo, en Aventuras del bachiller Trapaza, quintaesencia de embusteros y maestro de embelecadores (1637, título significativo), leemos:

Una de las cosas que se lo estorbaban a Trapaza era haberse puesto en astillero de tan gran caballero en Madrid, huyendo no poco de verse donde estuviesen portugueses; porque, como la Corte es grande, érale fácil excusar las ocasiones de encontrarlos, por obiar el que se quisiesen informar de su persona, de quien había de dar mala relación si le preguntaban cosas de África.

El contexto necesario para entender este pasaje es que el pícaro Hernando protagonista de la novela, el bachiller Trapaza, finge ser un noble portugués de posibles, don Vasco Mascareñas, para contraer un matrimonio (que él cree muy ventajoso) con la viuda Estefanía: el pícaro se ha puesto «en astillero» de caballero, es decir, ha adoptado la falsa apariencia de caballero y no desea encontrarse con personas (los portugueses) que podrían desenmascararlo. Y en La niña de los embustes, Teresa de Manzanares, del mismo autor, tenemos la misma expresión, poner en astillero, con el mismo significado de ʻadoptar una apariencia falsa o engañosaʼ: «Marcela me decía que yo me tenía la culpa con que estaba, pues había dado alas a la hormiga para volar; esto era haber puesto en astillero de dama a quien era esclava».

No quiero decir, ni mucho menos, que este último sea el sentido operativo en la famosa frase del comienzo del Quijote, tan solo pretendo mostrar que la expresión estar o poner en astillero puede significar distintas cosas dependiendo del contexto y la situación en que se utilice. Y, sí, la lanza de Alonso Quijano perfectamente podía estar material y literalmente en el astillero de su casa de hidalgo, siendo adorno de la misma (como matizaba la definición de Covarrubias), no todavía ʻen ristreʼ, pero sí ejerciendo ya esa callada llamada a las aventuras caballerescas que comentaba Arellano, sensata y sencilla explicación por la que —permítaseme el juego de palabras— rompo ahora una lanza.

El «Romance del Corregidor de La Paz» de Hernando Sanabria Fernández

A Alicia Villar Lecumberri
y Santiago A. López Navia,
amigos cervantistas,
con cariño y amistad

El boliviano Hernando Sanabria Fernández cuenta en su haber con dos composiciones poéticas de temática cervantina; una es el soneto «En loor de Aldonza Lorenzo»[1] (publicado en 1978 con el seudónimo de José Lorenzo Vaca, cuyo comentario dejaré para otra ocasión) y, la que ahora me interesa destacar, su «Romance del Corregidor de La Paz». Pero, antes de entrar en materia, recordaré algunos datos biográficos del autor.

Cubierta del libro: Néstor Taboada Terán, Miguel de Cervantes Saavedra, Corregidor Perpetuo de la Ciudad de Nuestra Señora de La Paz, dibujos de Walter Solón Romero, La Paz, Plural Editores, 2005

Hernando Sanabria Fernández (Vallegrande, 1909-Santa Cruz de la Sierra, 1986) fue Licenciado en Derecho por la Universidad de San Francisco Xavier de Chuquisaca y Doctor en Derecho, Ciencias Sociales y Políticas por la Universidad Gabriel René Moreno de Santa Cruz de la Sierra. Ejerció muy diversos cargos públicos, y ocupó la Cátedra de Sociología en la Universidad Gabriel René Moreno y la de Literatura e Historia del Arte en la Escuela de Bellas Letras de Santa Cruz. Desempeñó funciones diplomáticas, como consejero cultural en la embajada de Bolivia en España. Recibió, entre otras distinciones, la Medalla Nacional de Cultura, la Orden Boliviana de la Educación, la Orden Española del Mérito Civil y el Cóndor de los Andes[2]. Como escritor, publicó sobre temas muy variados (arqueología, economía, folclore, geografía, historia, lingüística, literatura, etc.). Periodista activo y docente, crítico, historiador y biógrafo[3], en el terreno de la creación literaria cultivó los géneros de la poesía (Figuras de antaño, poemario escrito en 1932, pero no publicado hasta 1976; Poemas provincianos, 1963), la novela (La de los ojos de luna, 1974) y el cuento (Cactus del valle,1986).

Sanabria Fernández tuvo una destacada actividad cervantina. En una entrevista para El Diario de La Paz aparecida el 27 de noviembre de 1977 declaraba:

Soy un apasionado cervantista. Resumiendo puedo decir que simplemente tengo aquí la devoción cervantina y el vincular esta mi devoción cervantina con mi devoción por mi patria, por aquello de que Cervantes quiso ser Corregidor de La Paz y un compañero de Cervantes, Pedro Ozores de Ulloa, vino a prestar servicio al rey en nuestro territorio[4].

En su obra, en efecto, se incluyen varios ensayos cervantinos. Así, en 1947 ganó el primer premio del concurso sobre Miguel de Cervantes con su trabajo Cervantes, Quijote, Sancho, en la ciudad de La Paz, convocado por varias instituciones en conmemoración del IV Centenario del nacimiento de Cervantes. Treinta años después, en 1977, ingresó como miembro de número a la Academia Boliviana de la Historia, y su trabajo de ingreso fue Un compañero de Cervantes en tierras de Charcas, hoy Bolivia. Y en noviembre de 1980 fue nombrado miembro académico numerario de la Academia Boliviana de la Lengua, siendo en esta ocasión su discurso de ingreso Cervantes y don Quijote en la literatura boliviana[5]. Cuenta con otros artículos cervantinos, algunos publicados y otros inéditos, y además concibió la idea de escribir una obra titulada Un boliviano en La Mancha. Excursión por tierras de don Quijote en España, como resumen de sus vivencias al realizar una por la Mancha en el año 1979, cuando se encontraba en España en misión diplomática.

En su «Romance del Corregidor de La Paz» evoca a Cervantes pobre, pese a todos sus méritos, pretendiente de un cargo en las Indias, entre ellos el de Corregidor de La Paz, que estaba vacante. Y el romance nos presenta al personaje en esa tensa espera de la resolución de su solicitud. Una tarde vemos a Cervantes cambiado: «Es otro hombre, ha ganado / honores, fortuna y prez…»). Pero, en realidad, todo ha sido un sueño. Su esposa Catalina lo despierta, precisamente para decirle que ha llegado un documento oficial con la respuesta: «No ha lugar a la demanda…». Cervantes, pese a todo, se muestra ilusionado, pues nadie puede quitarle ya la dicha de lo soñado. Y la composición se cierra con estos versos: «Aquí termina el romance / del insigne don Miguel, / Corregidor de La Paz / que no pudo ser y fue». No lo pudo ser, en la realidad biográfica, pero lo fue, aunque fuese en sueños, al igual que don Quijote fue caballero andante en su imaginación.

El poema —que anotaré someramente— dice así:

Ya envejece el buen hidalgo,
ya tiene magra la piel
y surcan su rostro arrugas
y nieva sobre su sien.
Le mancaron en Lepanto,
luchando contra el infiel;
unos piratas moriscos
le aprisionaron después
y ha sufrido largos años
de cautiverio en Argel.
Tiene escritos varios libros
de novelas y entremés
y es dilatada la cuenta
de sus servicios al rey.

Mas nada de todo aquello,
nada le ha hecho merecer
y anda escaso de privanzas
y de dineros también.

Buscando en las antesalas[6]
plaza en que pueda caber,
ha dado con la noticia
de que en las Indias del rey
hay cuatro cargos vacantes
que se van a reponer[7].

Los solicita por carta
en que invoca su estrechez
y los méritos ganados
en Lepanto y en Argel.

De las[8] cuatro dignidades
cualesquiera le está bien;
mas, si en lance de fortuna
le fuera dado escoger,
por[9] la del corregimiento
de La Paz optara él.

Van quince días de espera,
quince días de mudez,
cuando una tarde, cansado
por el inútil vaivén,
se recoge a echar en casa
la modorra del lebrel.

Es otro hombre, ha ganado
honores, fortuna y prez
en las Indias de la fama
que le tentaron ayer.
De los cargos requeridos
el corregimiento fue
de La Paz en el Chuquiago[10]
lo que se le dio en merced.

Helo ahí empuñando vara
de autoridad y de juez
en la ciudad que se tiende
de un alto nevado al pie[11]
y en cuyo río hay más oro
que joyas en un joyel[12].

Los hispanos[13] le obedecen
y le tratan de usarced[14]
y los hijos de la tierra
le besan manos y pies.

No le hacen mella la puna[15]
con su viento helado y cruel,
ni le fatigan las breñas,
ni al caminar da traspiés.
Va de un lado para otro
con el garbo de un doncel[16].

No ha olvidado, no por cierto,
sus aficiones de ayer:
escribe y llena cuartillas
con algo que nadie ve.

Siente un sacudón. Se yergue.
Alguien le llama: —¡Miguel!
(Así en privado le trata
la de Esquivias, su mujer[17].)
Se trae esta el gesto airado
y en las manos un papel.

Sin levantarse del todo,
toma el documento y lee:
«No ha lugar a la demanda,
ni a lo pedido por él.
Busque por acá y no en Indias
en qué se le haga merced»[18].

Vino el soñar con la siesta
y con la siesta ido es.
Mas nadie puede quitarle
la dicha del sueño aquel,
que si los sueños son vida[19],
se viven alguna vez.

Aquí termina el romance
del insigne don Miguel,
Corregidor de La Paz
que no pudo ser y fue[20].


[1] El texto está en Luis R. Quiroz, Cervantes y don Quijote en Bolivia: su imperecedero legado. Con ilustraciones y semblanzas de los artistas y escritores que engalanan el presente compendio, La Paz, Correos de Bolivia / PROINSA Industrias Gráficas, 2009, p. 207.

[2] Puede verse una semblanza más completa en Quiroz, Cervantes y don Quijote en Bolivia, pp. 298-309; ver también Gilberto Rueda Esquivel, «Hernando Sanabria Fernández (1909-1986)», Fuentes. Revista de la Biblioteca y Archivo Histórico de la Asamblea Legislativa Plurinacional (La Paz), vol. 13, núm. 63, 2019, pp. 67-74.

[3] Entre sus títulos no literarios se cuentan El habla popular de Santa Cruz, Cancionero popular de Vallegrande, Música popular de Santa Cruz, Breve Historia de Santa Cruz, En busca de Eldorado: la colonización del Oriente boliviano, Crónica sumaria de los gobernadores de Santa Cruz, Apiaguaiqui-Tumpa, biografía del pueblo chiriguano, Ñuflo de Chávez, el caballero andante de la selva, Cañoto, un cantor del pueblo en guerra heroica, La ondulante vida de Tristán Roca, Tradiciones, leyendas y casos de Santa Cruz de la Sierra, Iuparesa o La muña ha vuelto a florecer, entre otros.

[4] Cito por Quiroz, Cervantes y don Quijote en Bolivia, p. 307. Para la cuestión del corregimiento perpetuo de La Paz, ver Néstor Taboada Terán, Miguel de Cervantes Saavedra, Corregidor Perpetuo de la Ciudad de Nuestra Señora de La Paz, dibujos de Walter Solón Romero, La Paz, Plural Editores, 2005.

[5] Puede leerse en Quiroz, Cervantes y don Quijote en Bolivia, pp. 615-636.

[6] antesalas: las del palacio real, donde los pretendientes intentaban ser atendidos —muchas veces de forma infructuosa— en sus demandas de puestos y mercedes.

[7] Las cuatro vacantes a las que aspiraba Cervantes en 1590 eran la contaduría del Nuevo Reino de Granada (Colombia), la gobernación de Soconusco (Guatemala), la contaduría de las galeras de Cartagena de Indias (Colombia) o el corregimiento en La Paz (Guatemala).

[8] Añado el artículo «las».

[9] Añado la preposición «por».

[10] Chuquiago (Chuquiyapu Marka) es el nombre aimara del área geográfica que más tarde se convirtió en la ciudad de La Paz.

[11] El Illimani es una montaña nevada ubicada cerca de la ciudad de La Paz. Con sus 6.460 metros de altura, es la más alta de la Cordillera Real y la segunda de Bolivia, tras el nevado Sajama.

[12] en cuyo río hay más oro / que joyas en un joyel: alude al río Choqueyapu ‘señor de oro’, que es el principal curso de agua de la ciudad de La Paz. «Don Diego Cabezade Vaca nos relata que “la gente de este asiento y pueblo de Chuquiago tenía por adoración una guaca que llamaban Choqueguanca, que quiere decir ‘señor de oro que no mengua’”. Muy probablemente esta guaca o lugar sagrado estuvo en algún lugar del curso del Choqueyapu» (Ximena Medinaceli, «¿La Paz, ciudad de cerros o de ríos?», Ciencia y Cultura. Revista de la Universidad Católica Boliviana «San Pablo», vol. 4, núm. 7, 2000, p. 46).

[13] hispanos: los criollos, los descendientes de españoles; después con hijos de la tierra se refiere a los indígenas. Unos y otros, todos en La Paz, saludan respetuosamente y estiman a Cervantes.

[14] usarced: lo mismo que vuesarced o vuesa merced, tratamiento de cortesía y respeto.

[15] puna: «Extensión grande de terreno raso y yermo» (DLE); el apunamiento o soroche es el mal de altura.

[16] doncel: muchacho joven.

[17] la de Esquivias, su mujer: Catalina Salazar y Palacios, natural de Esquivias (Toledo), con la que casó el escritor en 1584. Todo lo anterior ha sido un sueño, del que despierta Cervantes al oír el grito de su esposa llamándolo, como explicita el poema unos versos más adelante.

[18] Busque por acá y no en Indias / en qué se le haga merced: en efecto, «Busque por acá en qué se le haga merced» fue la lacónica respuesta del Consejo de Indias, en junio de 1590, a la pretensión de Cervantes de pasar a América.

[19] si los sueños son vida: formulación que vuelve del revés el tópico de la vida es sueño, popularizado por el célebre drama de Calderón.

[20] Texto en Quiroz, Cervantes y don Quijote en Bolivia, pp. 310-312. Aunque es un romance, mantengo la separación en «estrofas» que trae Quiroz. Fue reproducido también en Hernando Sanabria Fernández, Romances de mi tierra, Santa Cruz de la Sierra, Fondo Editorial del Gobierno Municipal de Santa Cruz de la Sierra, 1997, pp. 239-241.

«A Don Miguel de Cervantes Saavedra», tríptico de sonetos de Abel Alarcón de la Peña

El abogado boliviano Abel Alarcón de la Peña (La Paz, 1881-Buenos Aires, 1954) fue novelista y poeta. Ejerció la docencia en universidades de diversos países: primero en La Paz, y luego en Santiago de Chile (1920-1922), en Estados Unidos (1923-1925) y en Austria (1932-1934). Tras regresar a Bolivia en 1935, fue director de la Biblioteca Nacional, jefe de la Sección Consular del Ministerio de Relaciones Exteriores y secretario, hasta su muerte, de la Academia Boliviana de la Lengua. Cultivó la novela histórica con títulos como En la corte de Yahuar-Huacac: novela original incaica (1916), California la bella (1926) y Érase una vez… Historia novelada de la Villa Imperial (1935). Libros de poesía son Pupilas y cabelleras (1904), El Imperio del Sol (1909), Relicario (1919) o A los genios del Siglo de Oro (1948). Entre sus volúmenes de relatos cabe citar Insomnio (1905), De mi tierra y de mi alma (1906) y la recopilación Cuentos del viejo Alto Perú (1936). En el terreno del ensayo es autor de La literatura boliviana, 1545-1916 (1917) y de la miscelánea Cuadros de dos mundos (1949)[1].

De entre su producción literaria, me interesa destacar ahora su composición «A don Miguel de Cervantes Saavedra. Su vida. Su obra. Su gloria». Se trata de un tríptico de sonetos que se publicó en La Razón de La Paz, el 12 de octubre de 1947, con ocasión del IV Centenario del nacimiento del escritor[2]. La primera de las tres composiciones es la dedicada a «Su vida»; los dos versos iniciales destacan la «existencia azacanada» de Cervantes y lo presentan «fuerte en la lucha, digno en el quebranto»; los doce restantes ponen de relieve sobre todo su heroica participación en la batalla de Lepanto (ocurrida el 7 de octubre de 1571):

Gran varón de existencia azacanada,
fuerte en la lucha, digno en el quebranto,
con Juan de Austria[3] te hallaste en la alborada[4]
de aquel rútilo[5] día de Lepanto,

cuando anunció victoria coronada
un torbellino azul todo hecho canto,
y el turco vio en pedazos a su armada,
y entre velas huyó lleno de espanto.

El arma del infiel te abrió en el pecho
dos heridas, cual fueran dos claveles,
y perdiste, «por honra del derecho»[6]

legado por el Cid[7], la izquierda mano;
con que ayudaste a sumergir bajeles
a don Juan, de la guerra el soberano.

Cervantes en Lepanto

El segundo soneto, «Su obra», lo evoca cautivo en Argel y en la cárcel de Sevilla («Hispalis», v. 6) y califica al Quijote, con expresión quiasmática, como «de ideal realismo unión sublime» (v. 9) y a don Quijote como «un loco que enseña y que redime» (v. 11):

De cada adversidad sacaste lumbre:
por un lustro en Argel hecho cautivo,
tus años, en olvido y pesadumbre,
en dramas resumió tu genio altivo[8].

Más tarde, celda, apenas con vislumbre[9],
de la cárcel de Hispalis[10]: terror vivo,
sima para otros; para ti fue cumbre
que te inspiró tu Hidalgo admirativo[11].

De ideal realismo unión sublime,
es tu novela que deleita al mundo
con un loco que enseña y que redime.

Vives tus seres, sus diversos modos:
eres Sancho, Ginés[12], tu vagabundo,
y de tu varia vida viven todos.

Cabe destacar además la idea de que la experiencia vital del autor alimenta a sus personajes (vv. 12-14).

En fin, el tercero, «Su gloria», califica la obra de Cervantes como «mirífica expresión del Siglo de Oro» (v. 2) y recuerda en los vv. 9-11 los dos principales vínculos cervantinos con Bolivia, a saber: las menciones del Potosí en el Quijote y la demanda del cargo de Corregidor de la Paz. Este es el texto:

Tu obra es alcázar de arte, dulce asilo,
mirífica[13] expresión del Siglo de Oro
que vierte al orbe en su faustoso[14] estilo
de nuestro dúctil léxico el tesoro.

Junto al sitial de Homero y el de Esquilo[15]
ves pueblos que te ensalzan, magno coro;
Bolivia, de sus montes por el filo,
te eleva en gratitud himno sonoro.

Que a Potosí das lustre veneciano[16]
y a La Paz un blasón en tu discreta
demanda por regir su pueblo ufano.

Tu alma sidérea claridad[17] expande:
¡Grande en medio los grandes cual poeta!
¡Entre los novelistas tú el más grande!…


[1] Una semblanza del autor puede verse en Luis R. Quiroz, Cervantes y don Quijote en Bolivia: su imperecedero legado. Con ilustraciones y semblanzas de los artistas y escritores que engalanan el presente compendio, La Paz, Correos de Bolivia / PROINSA Industrias Gráficas, 2009, pp. 189-195.

[2] Tomo el texto, con ligeros retoques en la puntuación, de Quiroz, Cervantes y don Quijote en Bolivia, pp. 196-197, donde el título figura como «D. Miguel de Cervantes Saavedra» (sin la preposición A al comienzo).

[3] don Juan de Austria: el hermanastro de Felipe II, que comandaba la Liga Santa contra el turco.

[4] alborada: amanecer.

[5] rútilo: rutilante, brillante.

[6] Compárese Cervantes, Viaje del Parnaso, I, vv. 214-216: «Bien sé que en la naval, dura palestra, / perdiste el movimiento de la mano / izquierda, para gloria de la diestra». En efecto, en aquella batalla Cervantes recibió tres heridas de arcabuz, dos en el pecho y otro en la mano izquierda, que quedó inútil (en ello consistió la manquedad de Cervantes, no en que se la cortaran).

[7] La lucha contra el infiel (v. 9) equipara a Cervantes con el gran guerrero Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador.

[8] en dramas resumió tu genio altivo: el cautiverio en Argel dejó honda huella en la producción cervantina, desde la historia intercalada del capitán cautivo en el Quijote hasta —a lo que se alude aquí específicamente— algunas de sus piezas teatrales —comedias de cautivos— como Los tratos de Argel, Los baños de Argel, La gran sultana y El gallardo español. Para el cautiverio de Cervantes en Argel y sus ecos en sus obras es esencial la monografía de María Antonia Garcés, Cervantes en Argel. Historia de un cautivo, Madrid, Gredos, 2005.

[9] apenas con vislumbre: oscura, con poca luz.

[10] Hispalis: sería más correcto «Híspalis» como antiguo nombre de la Sevilla de Hispania, pero ciertamente el ritmo del endecasílabo pide más bien la acentuación «Hispalis», que es la lectura que trae Quiroz y que mantengo.

[11] cumbre / que te inspiró tu Hidalgo admirativo: se hace eco aquí Abel Alarcón de la idea muy extendida de que el Quijote habría sido escrito en la Cárcel Real de Sevilla en 1597 (o en alguna otra prisión, como la de Castro del Río —Córdoba— en 1592), tomando en sentido literal lo que dice Cervantes en el prólogo de la Primera parte del Quijote: «¿Qué podrá engendrar el estéril y mal cultivado ingenio mío, sino la historia de un hijo seco, avellanado, antojadizo y lleno de pensamientos varios y nunca imaginados de otro alguno, bien como quien se engendró en una cárcel, donde toda incomodidad tiene su asiento y donde todo triste ruido hace su habitación?». Ahora bien, engendrar no implica necesariamente ‘escribir, redactar’, sino que puede referirse a ‘imaginar, concebir en el pensamiento’.

[12] Ginés: alusión a Ginés de Pasamonte, el preso más peligroso de los que forman la cadena de galeotes (Quijote, I, 22).

[13] mirífica: admirable, maravillosa.

[14] faustoso: mantengo esta lectura (que recoge el DLE), sin que sea necesario enmendar a «fastuoso».

[15] Homero y Esquilo serían los modelos, respectivamente, de la narrativa (poesía épica) y el teatro.

[16] a Potosí das lustre Veneciano: Cervantes menciona dos veces Potosí en el Quijote; en la primera se trata de una referencia geográfica para connotar ‘lejanía’, en concreto las largas distancias que puede recorrer volando el caballo Clavileño: «De allí le ha sacado Malambruno con sus artes, y le tiene en su poder, y se sirve dél en sus viajes, que los hace por momentos, por diversas partes del mundo, y hoy está aquí y mañana en Francia y otro día en Potosí; y es lo bueno que el tal caballo ni come, ni duerme ni gasta herraduras…» (II, 40); pero es la segunda la que aquí explica el sintagma lustre veneciano, cuando don Quijote se ofrece a pagar dinero por los azotes que Sancho debe darse para desencantar a Dulcinea» y equipara las minas de Potosí con el rico tesoro conservado en la basílica de San Marcos, capilla de los duces venecianos: «Si yo te hubiera de pagar, Sancho —respondió don Quijote—, conforme lo que merece la grandeza y calidad deste remedio [los tres y mil y trescientos azotes que debe darse «en ambas sus valientes posaderas» para desencantar a Dulcinea], el tesoro de Venecia, las minas del Potosí fueran poco para pagarte; toma tú el tiento a lo que llevas mío, y pon el precio a cada azote» (II, 71).

[17] sidérea claridad: claridad sideral, como de estrella.

Avalle-Arce, editor de las obras cervantinas

Juan Bautista Avalle-Arce editó la narrativa completa de Cervantes (La Galatea, el Quijote, las Novelas ejemplares y el Persiles), más sus entremeses. En una valoración general, podría decirse que, si bien desde el punto de vista textual sus ediciones se han visto superadas por otras posteriores, en el momento de su aparición supusieron aportaciones muy notables. Y la circunstancia de que varias de ellas apareciesen en colecciones de clásicos de amplia difusión (Espasa Calpe o Castalia), ha hecho que sean ediciones muy manejadas. Con la brevedad obligada, ofreceré unas notas sobre estas ediciones.

De La Galatea preparó dos ediciones para Espasa Calpe, una en la serie antigua de la colección «Clásicos Castellanos» (Madrid, Espasa Calpe, 1961, 2 vols.; col. «Clásicos Castellanos», núms. 154-155; nueva ed. en 1968) y otra diferente en la nueva (Madrid, Espasa Calpe, 1987; col. «Clásicos Castellanos», Nueva serie, núm. 5). En la versión de 1961, como el propio autor indica en nota, la «Introducción» (pp. VII-XXXI) constituye un resumen de lo que decía en su monografía sobre La novela pastoril española, donde se contiene su interpretación «de este género tan apartado de la sensibilidad actual» (p. VII, nota). Los epígrafes —«Tradición e innovación», «Historias intercaladas», «La Galatea y la obra cervantina», «El concepto del amor», «La naturaleza», «Movimiento novelístico pendular» y «La realidad histórica»— apuntan los temas abordados. En el apartado final, «Esta edición», explica que ha seguido fielmente el texto de la edición príncipe (Alcalá, Juan Gracián, 1585), subsanando las erratas evidentes, pero indicando en nota al pie cualquier cambio introducido. Indica que «he modernizado la puntuación y la ortografía, aunque en esta he mantenido las formas que pueden servir para caracterizar la prosodia de la época» (p. XXXI; se refiere a formas como escrebir, accento, etc.). En cuanto a las notas aportadas, explica que al editar el Canto de Calíope se limita dar «en forma sucinta la información que no se halla en las ediciones anteriores de esta novela». El volumen II trae un «Índice de los primeros versos» y un listado con los «Ingenios celebrados en el Canto de Calíope». Incluye una anotación pertinente para aclarar los principales aspectos de la novela necesitados de comentario (notas léxicas, morfológicas, sobre personajes históricos, mitológicos, motivos culturales, etc.).

En la nueva serie, la Introducción (pp. 5-48) incluye estos apartados: «La Galatea en la tradición pastoril», «Encubiertamente antipastoril», «Un Jano literario: La Galatea entre el pasado y el porvenir artístico», «“Razonar casos de amor”», «La ambivalencia ideal de La Galatea» y «La realidad histórica de La Galatea». También se indica que se ha seguido fielmente el texto de la edición príncipe; pero la novedad más destacada —y sorprendente— es que, frente a la edición modernizadora de 1961, se pasa ahora a una edición paleográfica (quizá por imperativos editoriales), con grafías como occupación, exercicio, satisfazer, dulçura, ábito, pressuroso, etc., que dificultan la lectura para el lector no especializado.

También editó el Quijote en Alhambra (Madrid, Alhambra, 1979, 2 vols., con reediciones en 1988 y 1996). Basándose en los estudios de R. M. Flores, reproduce el texto de las ediciones madrileñas de Juan de la Cuesta (1605, 1615), con modernización de la ortografía, la acentuación y la puntuación (y, en algunos casos, aplica las adiciones o cambios de la segunda edición de Juan de la Cuesta). Es edición que Jaime Fernández califica de excelente («una de las cinco más prestigiosas de este siglo»[1]). No tan positiva es, en cambio, la valoración de Montero Reguera: «Este trabajo editorial de Avalle-Arce necesitaría ser revisado pues el número de erratas y malas lecturas empaña una sólida labor crítica»[2]. En el estudio preliminar analiza la estructura del Quijote, rechazando la teoría de que se concibiera originalmente como una novela corta, y comenta los principales temas y personajes, destacando la importancia de la tradición del amor cortés en la construcción de la relación don Quijote-Dulcinea. Se añade un apartado dedicado a «Cervantes ante la novela» y la correspondiente nota bibliográfica. Las notas, abundantes sin caer en el exceso, sirven para aclarar los principales aspectos históricos, léxicos, las fuentes literarias, etc. Se añaden unos útiles índices de nombres propios, de títulos de obras literarias, de primeros versos y de temas de interés[3].

Novelas ejemplares de Cervantes, edición de Avalle-Arce

Avalle-Arce editó en 1982 (y hay ediciones posteriores) las Novelas ejemplares en la conocida colección de «Clásicos Castalia» (en 3 vols., núms. 120, 121 y 122)[4]. El primer volumen incluye La gitanilla, El amante liberal y Rinconete y Cortadillo. La «Introducción» de esta primera entrega (pp. 9-37) sitúa las Novelas ejemplares en el contexto de la producción narrativa cervantina; y después analiza su prólogo, la novedad que supone la colección, la calificación de ejemplares («Son ejemplares, evidentemente, porque pueden servir de ejemplo y modelo a las nuevas generaciones artísticas españolas», p. 17), así como el meditado orden de colocación cada una de las piezas en el conjunto. Después, como el crítico expresa, se limita a ofrecer «una presentación decorosa de cada una de las novelitas» (p. 19). No es posible resumir sus ideas sobre «esa galería de pequeñas maravillas literarias» (p. 24) que son las doce narraciones: de La gitanilla explora, especialmente, su relación con la picaresca; considera que El amante liberal es una novelita bizantina que se transforma en novela de aventuras con una «trabada y armónica estructura narrativa» (p. 31); en fin, Rinconete y Cortadillo muestra el «desencuentro total [de Cervantes] con la picaresca canónica» (p. 35). En el volumen II se editan La española inglesa («una pequeña maravilla de sabiduría constructiva» que apunta ya al Persiles), El licenciado Vidriera (son interesantes las analogías del personaje con don Quijote en la locura y su polionomasia), La fuerza de la sangre («es un audaz experimento novelístico y un fracaso, al mismo tiempo», p. 25) y El celoso extremeño (analiza esta «novela del solipsismo» en relación con el entremés de El viejo celoso, al tiempo que se comentan los cambios que se producen en el paso de la versión manuscrita al texto impreso de 1613). El volumen III incluye La ilustre fregona («otro ensayo de emulación del género picaresco», p. 7, con un pícaro, Carriazo, sui generis, pues se trata de un «pícaro virtuoso»), Las dos doncellas (es una «aleación de temática pastoril con técnica narrativa de novela de aventuras», p. 16), La señora Cornelia («novela tan simpática como inverosímil», p. 18), El casamiento engañoso y el Coloquio de los perros («Son dos novelas distintas, dos unidades perfectamente diferenciadas» pero, consideradas en conjunto, «constituyen el más audaz experimento artístico contenido en las Novelas ejemplares», p. 20), títulos a los que se suma La tía fingida (que no forma parte del corpus de las Novelas ejemplares, pero que va asociada a ellas: «Es mi opinión, tan convencida como subjetiva, de que Cervantes no la escribió», p. 33).

En cuanto a la edición del texto, reproduce la edición prínceps de 1613 modernizando las grafías, la acentuación y puntuación (ver más detalles en la «Nota previa» del volumen I, pp. 47-49). En el caso de Rinconete y El celoso, edita las versiones del manuscrito Porras de la Cámara como apéndices a los textos impresos en 1613. Y La tía fingida se añade —edita dos versiones: el texto del manuscrito de la Biblioteca Colombina y el de la edición berlinesa de Franceson-Wolf— como un apéndice a todo el conjunto: «De esta manera el estudioso tendrá entre sus manos todos los textos relacionados con las Novelas ejemplares, de cerca o de lejos, con justicia o sin ella» (I, p. 48). Explica que «constituye casi una pedantería reproducir, con mayor o menor fidelidad, el texto [se refiere más exactamente a las grafías del texto] de la edición príncipe» (p. 47); habla de «ese complejo filológico que nos hacía reproducir la edición príncipe en todas sus menudencias, con los consecuentes sinsabores de lectura» (p. 47). Por ello, «urge presentar al lector una edición que represente a la princeps en sus mayores líneas, sin aferrarse a ella en nada que tenga que ver con los detalles» (p. 47). Comenta el editor que ha tratado los textos de las Novelas ejemplares «con el respeto y decoro que merecen» (p. 33). Pero, desde el punto de vista textual, el mayor reparo que puede ponerse a esta edición es esa modernización «a ultranza y a sabiendas», que resulta excesiva, sin respetar los límites marcados por la fonética: así, formas como tinientes, adquerido, cosarios, recaudo, plática, contino o alpargates se transforman en tenientes, adquirido, corsarios, recado, práctica, continuo y alpargatas, respectivamente. Las notas, «aun cuando intentan alcanzar a un lector general, son muy valiosas»[5].

El Persiles también fue editado por Avalle-Arce en Castalia, en el año 1969 (con ediciones posteriores: manejo la de 1992). La «Introducción biográfica y crítica» (pp. 7-27) sitúa la obra editada en el contexto literario en que aparece, es un breve recorrido por la biografía de Cervantes y el conjunto de su obra. Explica que Cervantes no le pudo dar la última lima, de ahí la desordenada estructura de ciertos párrafos, escritos a vuelapluma, y el «extraño método epigráfico usado en la división de capítulos» (p. 12). Comenta que «el Persiles se quedó un poco “en torso”, falto de la amorosa última mano del autor» (p. 13). Se refiere a su génesis (los dos primeros libros escritos entre 1599 y 1605, y los libros III y IV en el periodo 1612-1616, lo que explica las diferencias temáticas, estilísticas, de influencias, etc., que existen entre los dos bloques: I-II / III-IV) y su relación con La española inglesa, que es «una miniatura del Persiles» (p. 19). Luego dedica páginas al análisis de la cadena del ser, «metáfora tradicional para expresar la plenitud, el orden y la unidad de la creación divina» (p. 20); sin este motivo, el Persiles no se entiende: escala ontológica de perfeccionamiento: la cadena del ser es «el supuesto mental sobre el que descansa la concepción del Persiles» (p. 22). En fin, el estudio se remata con el análisis del bizantinismo del Persiles, de su ejemplaridad, y de la peregrinación como símbolo de la vida humana. La intención universalizadora de la novela es lo que explica que los personajes principales sean unidimensionales y acartonados.

En la «Noticia bibliográfica» explica que «hasta ahora el único texto fidedigno y aconsejable del Persiles ha sido el de Schevill-Bonilla» (en OC, III-IV, Madrid, 1914). En la «Nota previa» (p. 33) escribe: «El texto de esta edición sigue escrupulosamente el de la príncipe (Madrid, Juan de la Cuesta, 1617). Corrijo las erratas evidentes, de lo que siempre dejo constancia en las notas. Modernizo la puntuación y la ortografía, aunque conservo las formas que pueden servir para caracterizar la prosodia de la época». Añade 558 notas explicativas, suficientes para desentrañar los pasajes complicados.

En fin, en el terreno del teatro hay que recordar su edición de los Ocho entremeses (Englewood Cliffs, NJ, Prentice-Hall, 1970). Se trata de una edición pensada para hacer accesibles los textos cervantinos a los estudiantes norteamericanos. La introducción traza una breve historia del entremés hasta Cervantes y analiza sucintamente cada pieza, comentando la aportación cervantina al desarrollo del género. Cada texto se acompaña de unas preguntas que pueden servir de guía para su análisis. Las más de mil notas que acompañan a los textos (1.186 notas, entre el estudio preliminar y los textos editados) ponen de relieve el carácter eminentemente divulgativo de esta edición.

Y hasta aquí llega este breve recorrido por la producción cervantina de Juan Bautista Avalle-Arce. Si él nos advertía que «al tratar de Cervantes siempre se corre el riesgo de simplificar demasiado» (Deslindes, p. 18), lo mismo puede ocurrir al tratar de los críticos cervantinos. Muchas ideas suyas habrían merecido un análisis mucho más detenido, y otras, directamente, se habrán quedado en el tintero. Valga decir, a modo de resumen, que las páginas cervantinas de Avalle-Arce transparentan su capacidad de emocionarse con la lectura literaria; es más, nuestro crítico logra transmitir su pasión interpretativa al lector: sus certeros análisis —que aúnan la docta erudición y la claridad y aun amenidad expositiva— no solo le ayudan a entender mejor las obras comentadas, sino que tienen la virtud de despertar en nosotros las ganas de leerlas o de releerlas[6].


[1] Jaime Fernández, «Semblanza de Juan Bautista Avalle-Arce», «Semblanza de Juan Bautista Avalle-Arce», Mundaiz (Universidad de Deusto, San Sebastián), 44, julio-diciembre de 1992, p. 149.

[2] José Montero Reguera, El «Quijote» y la crítica contemporánea, Madrid, Centro de Estudios Cervantinos, 1997, p. 20.

[3] Ver también su artículo «Hacia el Quijote del siglo XX», Ínsula, núm. 494, 1988, pp. 1 y 3-4, que es una crítica muy dura a la edición del Quijote de Vicente Gaos (Madrid, Gredos, 1987, 3 vols.).

[4] Antes había salido Three Exemplary Novels [El licenciado vidriera. El casamiento engañoso. El coloquio de los perros], introduction and notes by Juan Bautista Avalle-Arce, New York, Dell Publishing Company, 1964.

[5] Ángel Gómez Moreno, reseña a Miguel de Cervantes, Novelas ejemplares, ed. de Juan Bautista Avalle-Arce, Madrid, Castalia, 1982, en Dicenda. Cuadernos de Filología Hispánica, 2, 1983, p. 242. Este reseñista ya detecta el problema de la modernización.

[6] Para más detalles remito a mi trabajo: Carlos Mata Induráin, «Juan Bautista Avalle-Arce o la investigación cervantina como un “mini-sistema planetario”», en José Ángel Ascunce y Alberto Rodríguez (eds.), Nómina cervantina. Siglo XX, Kassel, Edition Reichenberger, 2016, pp. 276-294.

«Miguel de Cervantes viaja a sus dos espejos», de Francisco Javier Irazoki

Reproduzco este poema de Francisco Javier Irazoki (Lesaka, Navarra, 1954- ), creo que poco conocido, perteneciente a su poemario Retrato de un hilo (Madrid, Hiperión, 2013)[1], que recoge textos escritos entre 1991 y 1998. En su aparente sencillez, la composición de Zoki encierra una gran densidad de motivos biográficos cervantinos, como se podrá apreciar por las someras notas que añado. Los dos espejos a los que se asoma Cervantes no solo forman un acabado fresco de la España de Cervantes, sino que testimonian —poéticamente— la transición de un pasado y unos ideales heroicos a un tiempo de decadencia y desengaño («afila el palo de la melancolía», «Ve en los cristales su edad oscurecida»).

Los dos espejos de Miguel de Cervantes (imagen generada por IA)

El texto es como sigue:

En el primer espejo,
el imperio español es un pavo real[2]
que cubre un paisaje de mendigos, matasietes[3]
e hidalgos de gotera[4].
En sus plazas, el cadalso de la Inquisición
como único quiosco de música.

Ahí caminan el bisabuelo pañero,
la abuela y su familia de sangradores,
el abuelo con tres mozos de cuerda,
el padre sordo que ama la viola y los caballos[5].

Detrás vienen las hermanas,
domadoras de escribanos y genoveses relamidos[6],
el pueblo fisgador,
la paciente Catalina[7].

El militar lisiado[8] los mira desde su ventana
y bebe unos sorbos de aguapié[9]
mientras afila el palo de la melancolía.

Al segundo espejo llega la muchedumbre
que es cualquier hombre:
un niño que lee
los papeles rotos de la calle[10],
el joven que hiere a un maestro de obras[11],
el soldado con frascos de pólvora, bolsas de balas
y demás utensilios de poeta[12],
el cautivo ante el que ahorcan a un jardinero[13].

También acude el que pesa la cebada clerical[14],
ése que juega a los naipes
y a las excomuniones,
el que se acuesta en las cárceles[15]
y cuyas páginas aprisiona
el libro de un suplantador[16].

Ve en los cristales su edad oscurecida.

Para ir de un espejo a otro
cruza un lugar innombrable[17].


[1] Cito por Francisco Javier Irazoki, Palabra de árbol (Antología poética, Lesaka-Pamplona-Fez-Benarés-Nueva York, París, 1976-2021), Madrid, Hiperión, 2021, pp. 39-40.

[2] pavo real: imagen tópica y emblemática de la vanidad. Bajo la apariencia de lujo y riqueza de la Monarquía Hispánica se oculta una realidad de hambre, pobreza y fanatismo religioso («el cadalso de la Inquisición / como único quiosco de música»).

[3] matasietes: bravucones, fanfarrones.

[4] hidalgos de gotera: «Llaman en Castilla a aquellos nobles que lo son y gozan este privilegio solo en un lugar; y en saliendo de allí no son tales hidalgos» (Diccionario de autoridades).

[5] Es muy ajustada a la realidad esta relación de los oficios de los antepasados del escritor: el bisabuelo pañero era Ruy Díaz de Cervantes (hacia 1512, su hijo Juan de Cervantes tramitó la liquidación del negocio de paños); el abuelo paterno, Juan, era licenciado en Derecho y ocupó cargos en distintos destinos (de ahí la mención de los «tres mozos de cuerda»); Rodrigo de Cervantes, el padre, era cirujano o sangrador (no era profesión prestigiosa: realizaban pequeñas curas, sangrías…), y pese a su sordera fue gran aficionado a la música (afición que heredaría su hijo escritor).

[6] las hermanas, / domadoras de escribanos y genoveses relamidos: alusión a la mala fama de «las Cervantas», acusadas de prostituirse (también se acusa a veces, no en este poema, a Cervantes de ejercer de alcahuete de sus propias hermanas); tanto escribanos como genoveses connotan ‘dinero’ (los escribanos se enriquecían con las causas judiciales, a veces con malas artes; muchos genoveses eran banqueros).

[7] Catalina de Salazar y Palacios, esposa de Cervantes, con la que casó en Esquivias en 1584.

[8] militar lisiado: con las heridas cobradas en Lepanto, Cervantes se haría acreedor del sobrenombre de «el manco de Lepanto».

[9] aguapié: «Vino de baja calidad que se elaboraba echando agua en el orujo pisado y apurado en el lagar» (DLE).

[10] los papeles rotos de la calle: recuérdese el célebre pasaje de Quijote, I, 9: «Estando yo un día en el Alcaná de Toledo, llegó un muchacho a vender unos cartapacios y papeles viejos a un sedero; y como yo soy aficionado a leer aunque sean los papeles rotos de las calles, llevado desta mi natural inclinación tomé un cartapacio de los que el muchacho vendía…».

[11] Alusión al duelo de Cervantes con el arquitecto («maestro de obras») Antonio de Segura o Sigura en 1569; al dejarlo malherido, tuvo que escapar precipitadamente de la acción de la justicia y pronto marcharía a Italia, en el séquito del cardenal Giulio Acquaviva.

[12] soldado … poeta: apunta aquí el tópico clásico de las armas y las letras. Cervantes, ciertamente, tuvo ambas facetas; en Lepanto combatió en la galera Marquesa al mando de una docena de hombres, en el esquife, arrojando piñas incendiarias contras las naves enemigas («frascos de pólvora, bolsas de balas»).

[13] En 1577, en uno de sus intentos de escapar del cautiverio de Argel, Cervantes y otros cautivos fueron ayudados por un jardinero navarro de nombre Juan; frustrada la fuga, el jardinero Juan fue ahorcado.

[14] cebada clerical … naipes … excomuniones: se alude ahora a la labor de Cervantes como comisario de abastos para la Gran Armada contra Inglaterra; en ocasiones Cervantes tuvo que requisar trigo y aceite a eclesiásticos, que respondieron excomulgándole (hasta en tres ocasiones). La mención de los naipes nos habla de la conocida afición al juego del escritor.

[15] Cervantes vivió la amarga experiencia de la cárcel, al menos en Sevilla en 1597 (por desajustes en las cuentas como empleado de la Hacienda real) y en Valladolid en 1605 (por el asunto Ezpeleta), y quizá —así lo quiere una tradición local— en la famosa Cueva de Medrano de Argamasilla de Alba.

[16] Alusión al apócrifo Quijote de Avellaneda.

[17] un lugar innombrable: puede haber aquí alusión al no nombrado lugar de la Mancha que fue la patria de don Quijote, según el archiconocido arranque de la novela.

Otros estudios cervantinos de Avalle-Arce

Comentaré ahora algunas otras ideas y teorías importantes de la producción cervantina de Avalle-Arce que no han hallado cabida en el anterior repaso de los libros del autor. Me refiero concretamente a su examen de la relación de Cervantes con la tradición pastoril; a su actitud frente al modelo canónico de la picaresca; y, en fin, a su teoría del «narrador infidente». Vayamos por partes.

Avalle-Arce dedicó atención a La Galatea, primero en su estudio sobre La novela pastoril española (Madrid, Revista de Occidente, 1959; 2.ª ed. corregida y aumentada, Madrid, Istmo, 1975); en el apartado que le dedica en la Historia y crítica de la literatura española al cuidado de Francisco Rico, vol. II, Siglos de Oro: Renacimiento (Barcelona, Crítica, 1981); y en el volumen colectivo por él coordinado «La Galatea» de Cervantes cuatrocientos años después (Cervantes y lo pastoril) (Newark, Juan de la Cuesta, 1985)[1]. También como autor de sus dos ediciones de La Galatea en Espasa Calpe, a las que me referiré en una próxima entrada.

De su volumen sobre La novela pastoril española, nos interesa el capítulo VIII, dedicado a Cervantes (pp. 197-231). Tras estudiar el género en los autores precedentes (La Diana y sus diversas continuaciones), y antes de pasar a las versiones a lo divino, se centra en la tradición pastoril en Cervantes, que no se ciñe tan solo a La Galatea (1585), sino que se extiende a muchos otros pasajes de su obra, en una larga trayectoria de treinta años. En efecto, explica que el tema pastoril en Cervantes «no constituye un ensayo juvenil abandonado en épocas de madurez, sino que se inserta con tenacidad en la médula de casi todas su obras» (p. 197). «Lo pastoril constituye así una infragmentable continuidad que deja una huella ineludible e su mundo poético» (p. 197). En La Galatea sigue en los aspectos formales el modelo genérico de Montemayor, Gil Polo, etc. (mezcla de prosa y verso, historias intercaladas, casos de amor…), pero además de la imitación cuenta la intención renovadora del autor: «Los cánones poéticos, que tan bien conocía Cervantes, se desmoronan ante el asesinato de Carino por Lisandro» (p. 199). Es decir, renueva el canon al introducir la violencia en el bucólico mundo pastoril. El repaso de diversos casos de amor le sirve para mostrar «el despego cervantino en encajonar la vida en armazones teóricos» (p. 209), superando el modelo del amor platónico e insuflando humanidad a los personajes. Con su concepción vitalista del arte literario, Cervantes va más allá del neoplatonismo. Además consigue crear una verdadera ars oppositorum respecto al tema de la mujer (feminismo y antifeminismo), el concepto de religión (lo pagano y lo cristiano), el mito poético y la circunstancia real. Concluye que la novela, «Colocada en la tradición pastoril es de una novedad absoluta, que renueva el material de acarreo, al mismo tiempo que novela con aspectos de una realidad vedada por los cánones» (p. 215). Después analiza lo pastoril en otras obras de Cervantes, comenzando por el episodio del Quijote de Grisótomo y Marcela, la historia de Leandra, las bodas de Camacho y Quiteria, la fingida Arcadia y la opción que se le ofrece a don Quijote de convertirse en el pastor Quijotiz. En cuanto a las censuras de Berganza a lo pastoril en el Coloquio de los perros se trata, en opinión de Avalle-Arce, de un «pasaje de malentendida y aparente censura». En conjunto, el tema pastoril plantea que la realidad es la extraordinaria simbiosis de Vida y Literatura.

La segunda idea a la que me quiero referir es la relación que mantuvo Cervantes con la picaresca: Avalle-Arce ha destacado las nuevas fronteras para la picaresca deslindadas por Cervantes en algunas de las ejemplares como La gitanilla, Rinconete y Cortadillo, La ilustre fregona o El coloquio de los perros. Pueden verse a este respecto las introducciones respectivas a esas novelas en su edición de las Novelas ejemplares (Madrid, Castalia, 1982) así como su artículo «Cervantes entre pícaros» (Nueva Revista de Filología Hispánica, XXXVIII, 1990, pp. 591-603). Resumiendo lo esencial, tenemos que, en la formulación canónica de la novela picaresca (el Guzmán de Alfarache de Mateo Alemán), el pícaro es un personaje solitario e insolidario, en cuyos sentimientos no tienen cabida el amor ni la amistad. En cambio, la narrativa «picaresca» cervantina nunca es en primera persona (la autobiografía es rasgo canónico del género), sino un contrapunto entre dos personas, y la amistad redime de la sordidez de la vida humana; además, en esta formulación el desarrollo del amor y la fortuna sustituye al puro determinismo. En Cervantes, el yo del pícaro no campea en libertad imponiendo sus puntos de vista, sino que la vida se vive hacia fuera, en relación de intercambio con otras personas. Ciertamente, el alcalaíno no escribió nunca una novela picaresca canónica, pero sí practicó diversas respuestas al modelo tradicional; no mostró un rechazo categórico del género, sino que realizó meditadas aproximaciones. Las novelas mencionadas constituyen «la respuesta cervantina al permanente reto que le ofrecía la novela picaresca, género que él no quiso ensayar nunca, al menos en su forma canónica» (introducción a La ilustre fregona, en Novelas ejemplares, III, p. 7).

Por último, debo dedicar unas líneas a su teoría sobre el «narrador infidente», expuesta en distintas ocasiones (véase, por ejemplo, «Cervantes y el narrador infidente», Dicenda. Cuadernos de Filología Hispánica, 7, 1987, pp. 163-172, o «El bachiller Sansón Carrasco», Boletín de la Academia Argentina de Letras, LIV, 1989, pp. 203-215, entre otros trabajos). Ocurre que la historia del Quijote nos la refiere un narrador «infidente», una instancia que alcanza casi papel protagónico y en la que el lector no puede confiar plenamente pues le oculta información clave, le da pistas falsas que lo llevan por derroteros confusos y le tiende pequeñas —o grandes— trampas, en definitiva, es un narrador que engaña «a sabiendas y a conciencia»[2]: la promesa rota del bachiller Sansón Carrasco («Todo lo prometió Carrasco», señala el narrador en II, 4, p. 662, cuando don Quijote le pide que guarde el secreto de su nueva salida) es el resorte que pone en marcha toda la acción de la Segunda Parte: en realidad, el bachiller saldrá a los caminos tras él, oculta su personalidad, con el objetivo de vencerlo y devolverlo a su casa. Y por ello en esta Segunda Parte se requiere una serie de capítulos explicativos breves, que se insertan después de sucedidos los hechos, para desvelar detalles o dar a conocer la identidad de alguno de los personajes (por ejemplo, Sansón Carrasco como Caballero de los Espejos, o Ginés de Pasamonte como maese Pedro).

Por ejemplo, se nos va a ocultar la identidad del Caballero del Bosque o de los Espejos, que combate con don Quijote y es vencido. Luego van a ser necesarios algunos capítulos explicativos para revelarnos su verdadera identidad: es Sansón Carrasco, que ha salido para vencer a don Quijote y traerlo de vuelta a casa. Pero, como resulta vencido, le va a mover en lo sucesivo el deseo de venganza; así, de nuevo ha de salir en su busca, como Caballero de la Blanca Luna, que finalmente sí derrotará a don Quijote en las playas barcelonesas. Pero de todo esto no se nos dice nada ahora, no se explicita a qué fue el bachiller a hablar con el cura: lo sabremos más adelante, cuando este «narrador infidente» que cuenta los hechos de esta Segunda Parte así lo decida[3].


[1] Editado por Avalle-Arce, incluye trabajos de Elias L. Rivers, Alberto Sánchez, Jean Canavaggio, Bruno M. Damiani, Geoffrey L. Stagg, Anthony Close y Maxime Chevalier, además de unas palabras preliminares del propio Avalle-Arce. Se concibe como un homenaje a La Galatea, cuyo principal objetivo es impulsar «a leer, releer, repensar, revalorar» (p. 6) la primera novela de Cervantes.

[2] Para este «maravilloso invento» de Cervantes ver el capítulo inicial de Las novelas y sus narradores (Alcalá de Henares, Centro de Estudios Cervantinos, 2006), titulado «Aproximaciones al tema». Esta teoría del narrador infidente ha sido matizada recientemente por Adrián J. Sáez, «Acerca del narrador infidente cervantino: El casamiento engañoso y el Coloquio de los perros», en Jesús G. Maestro y Eduardo Urbina (eds.), Entre lo sensible y lo inteligible: música, poética y pictórica en la literatura cervantina, Anuario de Estudios Cervantinos, 7, 2011: considera que, en vez de identificar esta entidad narrativa como mendaz, es preferible calificarla como aquella que suscita dudas y recelos en el lector.

[3] Para más detalles remito a mi trabajo: Carlos Mata Induráin, «Juan Bautista Avalle-Arce o la investigación cervantina como un “mini-sistema planetario”», en José Ángel Ascunce y Alberto Rodríguez (eds.), Nómina cervantina. Siglo XX, Kassel, Edition Reichenberger, 2016, pp. 276-294.

Una mirada rápida a los libros cervantinos de Avalle-Arce (y 3)

El volumen Don Quijote como forma de vida (Valencia, Fundación Juan March / Castalia, 1976) consta de una «Introducción» y ocho capítulos: «Directrices del prólogo de 1605», «Directrices del prólogo de 1615», «El nacimiento de un héroe», «La locura de vivir», «La vida como obra de arte», «Vida y arte; sueño y ensueño», «Un libro de buen amor» y «Libros y charlas; conocimiento y dudas». En las palabras introductorias el autor explica que no ha sido su objetivo interpretar todo el Quijote sino, más bien, «explicar algo del personaje don Quijote de la Mancha»:

El Quijote, como toda obra de arte, es un símbolo único e insustituible. Lo que esto implica para el crítico en ciernes es que se debe tener muy en cuenta el hecho fundamental de que la suma de todos los significados e interpretaciones es siempre menor que el todo de la obra de arte. Toda la crítica que se escriba sobre el Quijote hasta el Día del Juicio Final no sumará el todo de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Y con esto quedo curado en salud.

Cubierta del libro Don Quijote como forma de vida (Valencia, Fundación Juan March / Castalia, 1976), de Juan Bautista Avalle-Arce

En los dos primeros capítulos analiza los prólogos de 1605 y 1615. Comenta Avalle-Arce que don Quijote aspira al perfeccionamiento de su vida, practicando el humanismo cristiano de las armas; su vida es de absoluta ejemplaridad cristiana. Y destaca la identidad o correspondencia que se establece entre creador y criatura. En «El nacimiento de un héroe» vuelve sobre ideas ya apuntadas en «Tres comienzos de novela»: el carácter adánico del personaje don Quijote, en comparación con el determinismo del caballero (Amadís) o el pícaro (Lazarillo); es un héroe completamente al margen del folclore y de la tradición literaria, cuya heroicidad radica en la fe que tiene en su misión, o sea, en sí mismo; o la ironía cervantina, que se muestra en un continuo proceso de alusión-elusión. Explica cómo la locura es una necesidad vital para don Quijote de la Mancha, pues gracias a ella puede trazar su plan de vida, y es «el ingrediente que distingue al quijotismo de todos los otros ismos del mundo». En el capítulo IV, a la luz sobre todo del Examen de ingenios de Huarte de San Juan, se profundiza en el análisis de la locura del colérico hidalgo, que surge de una lesión de la imaginativa y la fantasía:

La locura de nuestro colérico ingenioso le lleva a trazarse un plan de vida como caballero andante. Pero el anacronismo de esta forma de vida es total dentro del mundo y las circunstancias en que le toca desempeñarse; el choque entre la forma de vida adoptada y la realidad circunstante es inevitable y continuo. 

En los capítulos V y VI se retoman ideas de «Don Quijote, o la vida como obra de arte» (análisis de los episodios de Sierra Morena y la cueva de Montesinos). El personaje, al inventarse su proyecto de ser, lo hace en forma deliberadamente artística, es decir, trata de convertir, «con rabioso tesón», su proyecto de vida en una obra de arte. Don Quijote aspira a vivir en un mundo de arte (el modelo de los libros de caballerías), lo que le obliga a transmutar la realidad prosaica y cotidiana en una realidad poética acomodada a su fantasía caballeresca (locura, papel de los encantadores, etc.); en su vigilia don Quijote lucha a diario y a brazo partido por alcanzar el ideal y en ello radica, precisamente, la esencia heroica del quijotismo y su significado profundamente humano:

Verdadera lección de heroísmo profundamente humano, de quijotismo esencial: saber que la vida es sombra y sueños, pero vivirla como si no lo fuese. El hidalgo manchego, para dejar de serlo, se empeñó en vivir la vida como una obra de arte. Un fuego fatuo que queda trascendido aquí, en alas de un impulso profundamente espiritual y cristalino. El caballero andante ha conquistado una parcela de la verdad; la conquista total sólo ocurrirá en su lecho de muerte (pp. 212-213).

El capítulo VII, «Un libro de buen amor», analiza el sentimiento amoroso de don Quijote por Dulcinea en el contexto del amor cortés y la tradición trovadoresca (servicio a la amada, vasallaje amoroso, secreto y silencio, dolor y melancolía, etc.). En fin, el VIII desarrolla la idea de que toda la vida de don Quijote estuvo sustentada en los libros y la lectura, verdaderos inspiradores de su vivir caballeresco. Se analiza el episodio del escrutinio de su biblioteca y se indica que el diálogo en el Quijote es, en su expresión más profunda, forma del conocimiento. En resumidas cuentas, don Quijote nos da una profunda lección como forma de vida humana.

La Enciclopedia cervantina (Alcalá de Henares, Centro de Estudios Cervantinos, 1997; 2.ª ed., Guanajuato, Universidad de Guanajuato / Centro de Estudios Cervantinos, 1997) es, con sus 501 páginas a dos columnas, una compilación enciclopédica de voces relativas a personajes, temas, motivos, conceptos y referencias diversas en la obra cervantina, que constituye una utilísima herramienta de trabajo. Pardo la considera «culminación de una larga vida de cervantista y perfecta expresión del carácter ciertamente enciclopédico de su erudición»[1]. El autor explica en el «Prólogo»:

El lector hallará aquí toda la producción cervantina resumida y analizada bajo el título individual de la obra particular; todo lo que entra en la composición de una obra literaria, modelos, ideas, estilo, forma; los autores, obras e ideas que influyeron sobre Cervantes, así como las ideas, obras y autores que fueron influidos por nuestro novelista; las supercherías y obras atribuidas. Todo esto aparece fichado aquí en orden alfabético, y he hecho uso de un amplio sistema de referencias internas a diversos artículos de la enciclopedia, y así espero haber facilitado su uso.

Se trata, por tanto, de una obra de referencia fundamental, un verdadero compendio de todo el saber cervantino de Avalle-Arce, donde están recogidas todas sus ideas: «Las ideas expresadas aquí son las mías, mejor dicho, ajenas, pero apropiadas e individualizadas como mías por una vida dedicada a la lectura y la meditación» («Prólogo», p. 9)[2].


[1] Pedro Javier Pardo, «Reminiscencias de Juan Bautista Avalle-Arce (1927-2009)», Boletín de la Biblioteca Menéndez Pelayo, LXXXVI, 2010, p. 669.

[2] Para más detalles remito a mi trabajo: Carlos Mata Induráin, «Juan Bautista Avalle-Arce o la investigación cervantina como un “mini-sistema planetario”», en José Ángel Ascunce y Alberto Rodríguez (eds.), Nómina cervantina. Siglo XX, Kassel, Edition Reichenberger, 2016, pp. 276-294.

Una mirada rápida a los libros cervantinos de Avalle-Arce (2)

La Suma cervantina, editada por Avalle-Arce y Edward C. Riley (London, Tamesis Books Limited, 1973), constituye un importantísimo volumen que, como explican los editores en su prólogo, pretendía reunir las principales tendencias de la crítica cervantina desde los años 1947-1950, aproximadamente, hasta la fecha de publicación. Los estudios recopilados, a cargo de grandes expertos cervantistas, abordan las principales cuestiones relacionadas con la vida de Cervantes, el análisis de sus obras mayores y los temas generales que «tratan de reflejar la problemática de la obra cervantina» (p. IX), a lo que se une un repaso de las atribuciones y supercherías cervantinas, y una bibliografía selecta con los estudios imprescindibles hasta principios de 1972. Alberto Sánchez es el encargado de comentar el estado de los estudios biográficos cervantinos. Se repasa después el conjunto de la producción cervantina: La Galatea (Joaquín Casalduero), Don Quijote (Avalle-Arce y Riley), las Novelas ejemplares (Peter N. Dunn), el Viaje del Parnaso y las poesías sueltas (Elias L. Rivers), las comedias (Bruce W. Wardropper), los entremeses (Eugenio Asensio) y el Persiles (Joaquín Casalduero). En el apartado dedicado a los temas, Marcel Bataillon aborda las relaciones literarias cervantinas; Enrique Moreno Báez, su perfil ideológico; Martín de Riquer, su relación con la novela caballeresca; E. C. Riley, su teoría literaria; Ángel Rosenblat, la lengua; Manuel Durán, el Quijote de Avellaneda, en tanto que Harry Levin estudia la presencia de Cervantes y el quijotismo en la posteridad. Cierra el volumen el estudio de las atribuciones y supercherías cervantinas, a cargo del propio Avalle-Arce.

Cubierta del libro Suma cervantina, editado por Juan Bautista Avalle-Arce y Edward C. Riley (London, Tamesis Books Limited, 1973)

La Suma cervantina, como su nombre indica, pretendía ofrecer una recopilación totalizadora con relación a Cervantes. La alta calidad de los trabajos que lograron reunir los dos coordinadores de la empresa hace que este siga siendo, a día de hoy, una referencia obligada en los estudios cervantinos, una obra de indispensable consulta. Dejando de lado su trabajo como editor, tres son las aportaciones del crítico navarro-argentino en este volumen. La primera es el capítulo dedicado a «Don Quijote» (pp. 47-79), escrito en colaboración con Riley: se estudia aquí el inicio de la novela, así como la voluntad de que hace gala el personaje («La voluntad es la dimensión primera de su vivir», p. 52), su carácter adánico, sus ansias de libertad y su idea de vivir la vida como obra de arte, con un análisis especial de dos episodios, el de la penitencia en Sierra Morena y el de la cueva de Montesinos. Explican:

Verdadera lección de heroísmo profundamente humano, de quijotismo esencial: saber que la vida es sombra y sueños, pero vivirla como si no lo fuese. El hidalgo manchego, para dejar de serlo, se empeñó en vivir la vida como una obra de arte. Un fuego fatuo que queda trascendido aquí, en alas de un impulso profundamente espiritual y cristiano. El caballero andante ha conquistado una parcela de la verdad; la conquista total sólo ocurrirá en su lecho de muerte (p. 59).

También plantean la cuestión del carácter improvisado o no de la novela, destacando las numerosas simetrías artísticas y correspondencias temáticas y formales que existen entre las dos partes, lo que pone de relieve la buscada organización interna de la obra; y demuestran con ejemplos que hay una progresión cumulativa, es decir, que existe una organización interna en el Quijote (abordan también la función de las novelas intercaladas).

El segundo trabajo, este escrito solo por Avalle-Arce, es «Los trabajos de Persiles y Sigismunda, historia setentrional» (pp. 199-212); se estudia aquí la génesis de la novela, su estructura (las notables diferencias entre las dos mitades: libros I-II / libros III-IV) y su temática, con el comentario de la cadena del ser o escala ontológica como motivo sobre el que se asienta toda la novela; igualmente, el bizantinismo del Persiles y su ejemplaridad, con el comentario del profundo simbolismo de la peregrinación de la vida humana, que convierte a la novela en una gran epopeya cristiana en prosa. Explica el crítico que «La plenitud del Persiles como novela fue sacrificada en las aras de la más alta intención ideológica» (p. 212); y concluye: «El Persiles es una novela, es una idea de la novela, y es la suma de todos los puntos de vista posibles en su tiempo sobre la novela» (p. 212).

En fin, en «Atribuciones y supercherías» (pp. 399-408) —trabajo que había sido encargado originalmente a Antonio Rodríguez Moñino, pero que no pudo entregar— Avalle-Arce reúne un total de 76 fichas con «todas las obras, mayores o menores, que en alguna época se han atribuido a Cervantes, con buena o malas intenciones» (p. 399).

Nuevos deslindes cervantinos (Barcelona, Ariel, 1975) constituye una edición renovada y puesta al día de Deslindes cervantinos (indica que se trataba de «poner mi viejo libro a la altura de mis actuales circunstancias», p. 11). El libro incluye ahora un total de nueve trabajos (los de Deslindes presentan aquí ligeros retoques en los subtítulos): «Conocimiento y vida en Cervantes» (pp. 15-72), «Tres vidas del Persiles (Cervantes y la verdad absoluta)» (pp. 13-87), «Grisóstomo y Marcela (Cervantes y la verdad problemática)» (pp. 89-116), «El curioso y El capitán (Cervantes y la verdad artística)» (pp. 117-152), «El cuento de los dos amigos (Cervantes y la tradición literaria. Primera perspectiva)» (pp. 153-211), «Tres comienzos de novela (Cervantes y la tradición literaria. Segunda perspectiva)» (pp. 213-243), «La Numancia (Cervantes y la tradición histórica)» (pp. 245-275), «La captura (Cervantes y la autobiografía)» (pp. 277-333) y «Don Quijote, o la vida como obra de arte (A manera de coda)» (pp. 335-387). Como puede apreciarse, el empleo de los subtítulos entre paréntesis sigue constituyendo un hábil y sencillo recurso para dotar de cierta estructura orgánica a los diversos temas y contenidos del libro. Reseñaré brevemente los cuatro últimos trabajos, que son los nuevos.

En «Tres comienzos de novela (Cervantes y la tradición literaria. Segunda perspectiva)» Avalle-Arce pone en relación la forma en que se presentan los personajes protagonistas en las páginas iniciales del Amadís, del Lazarillo y del Quijote. Frente al determinismo positivo que marca a Amadís, que nace abocado a un sino heroico, y el determinismo semejante pero de signo contrario que afecta a Lazarillo, don Quijote es un personaje adánico, al que conocemos superada la cincuentena de edad, del que no se nos ofrece ningún antecedente familiar, que tiene un verdadero frenesí de autorrealización: ser caballero andante. Esa libertad del personaje para hacerse a sí mismo va en paralelo con la libertad creadora del artista: el crítico considera la formulación «no quiero acordarme» del arranque como expresión de la libérrima libertad del escritor. Cervantes nos introduce a los lectores «a un mundo que se está haciendo ante nuestros ojos» (p. 234) y nos invita a que participemos «en la forja de este último gran mito occidental» (p. 243).

En «La Numancia (Cervantes y la tradición histórica)» Avalle-Arce va glosando jornada por jornada el contenido temático-ideológico de la tragedia cervantina (muerte-vida-honra-religión), escrita ad maiorem Hispaniae gloriam; en efecto, esa gloria imperial de España era un imperativo de plenitud del hombre hispánico: «La Numancia adquiere así la tonalidad de un estallido de conciencia» (p. 274). Por su parte, «La captura (Cervantes y la autobiografía)»[1] analiza el suceso histórico (el apresamiento por los piratas argelinos en 1575) que constituye el gozne de la vida del escritor. En su reconstrucción del hecho histórico, Avalle-Arce aporta algunos datos novedosos, como la fecha en la que Cervantes debió de partir de Nápoles (hacia el 6-7 de septiembre) y, sobre todo, el detalle de que la captura de la galera Sol se produjo, no a la altura de Las Tres Marías, sino cerca ya de la costa catalana, a la altura de Palamós. Cervantes llevó a cabo una sostenida reelaboración artística de este hecho histórico; aquí se repasan las distintas obras en que el manantial de su memoria avivó la creación literaria, si bien destaca el crítico que, a diferencia del de Lope, el autobiografismo de Cervantes es «sereno, recatado y pudoroso» (p. 324).

Por último, «Don Quijote, o la vida como obra de arte (A manera de coda)» analiza dos momentos del Quijote considerados centrales por Avalle-Arce: la estancia del personaje en Sierra Morena en la Primera Parte (una aventura en alta montaña) y el descenso a la cueva de Montesinos en la Segunda (una aventura subterránea). La penitencia en Sierra Morena constituye el primer acto gratuito, con conciencia de tal, que registra la literatura de Occidente, y es la culminación del deseo del personaje de vivir la vida como obra de arte. En contraste, en el episodio de la cueva de Montesinos (donde el personaje se asoma a las vivencias de su inconsciente) desciende a la sima del desengaño, lo que marca el inicio de su progresiva pérdida de la voluntad. En ambos casos se trata de aventuras climáticas, de momentos culminantes en sus respectivas partes[2].


[1] Publicado anteriormente como «La captura de Cervantes», Boletín de la Real Academia Española, XLVIII, 1968, pp. 237-280.

[2] Para más detalles remito a mi trabajo: Carlos Mata Induráin, «Juan Bautista Avalle-Arce o la investigación cervantina como un “mini-sistema planetario”», en José Ángel Ascunce y Alberto Rodríguez (eds.), Nómina cervantina. Siglo XX, Kassel, Edition Reichenberger, 2016, pp. 276-294.

Una mirada rápida a los libros cervantinos de Avalle-Arce (1)

En la imposibilidad de abordar un análisis sistemático y completo del conjunto de los trabajos cervantinos de Avalle-Arce, trataré de mostrar una visión panorámica de su labor en este campo del Hispanismo. Para ello, ofreceré primero una breve glosa de sus monografías y colectáneas cervantinas, pues es en esas publicaciones donde se encuentran recopilados sus trabajos más citados (Deslindes cervantinos, Nuevos deslindes cervantinos y Suma cervantina), donde se formulan algunas de sus teorías más importantes (Don Quijote como forma de vida) o, sencillamente, donde se sintetiza en forma de entradas de diccionario todo su saber y erudición en este campo (Enciclopedia cervantina). Más tarde ofreceré el comentario de algunas otras aportaciones críticas de Avalle-Arce; y, por último, haré un sucinto repaso a su labor como editor de los textos cervantinos.

Cubierta del libro Deslindes cervantinos, de Juan Bautista Avalle-Arce

La primera contribución importante de Avalle-Arce, Conocimiento y vida en Cervantes (Buenos Aires, Instituto de Filología, 1959), quedó incorporada pronto al volumen Deslindes cervantinos (Madrid, Edhigar, 1961), en el cual reúne cinco trabajos: «Conocimiento y vida en Cervantes» (pp. 15-80), «Tres vidas del Persiles (La verdad absoluta)» (pp. 81-96), «Grisóstomo y Marcela (La verdad problemática)» (pp. 97-119), «El curioso y El capitán (La verdad artística)» (pp. 121-161) y «El cuento de los dos amigos (Cervantes y la tradición literaria)» (pp. 163-235). En esta colectánea encontramos ya algunos de los temas seminales en la exploración que lleva a cabo Avalle-Arce del universo artístico e ideológico de Cervantes. El primero de los trabajos, publicado originariamente en la revista Filología como homenaje a su maestro Amado Alonso, aborda el análisis del tema de la verdad y sus formas de conocimiento (por autoridad, experiencia o razón); es decir, analiza la triple relación de conocimiento, verdad y vida. Se centra primero en el comentario de don Quijote como personaje que tiene una fe ciega en la autoridad literaria; y luego en el análisis ideológico del Persiles, que tiene el objetivo de retratar la verdad absoluta. En «Tres vidas del Persiles (La verdad absoluta)» analiza las figuras del español Antonio (que representa el honor), el italiano Rutilio (la lascivia) y el portugués Manuel (el amor), tres vivires distintos que sintetizan el vivir nacional. Las tres contribuciones restantes están directamente relacionadas con el Quijote, en concreto con sendas historias intercaladas: la de Grisóstomo y Marcela (aborda el dilema de la muerte —por amor o suicidio— del pastor enamorado); la relación entre la historia de El curioso impertinente y la que le sigue, la historia del capitán cautivo y Zoraida (el autor las interpreta como historias antagónicas en la que la del Curioso se identifica con lo literario, en tanto que la del Capitán se muestra como una referencia al aspecto histórico y vital); y, finalmente, un repaso por la tradición literaria del cuento de «los dos amigos», que es fundamental en la construcción de El curioso impertinente y también en otras obras cervantinas.

Estos cinco trabajos incluidos en Deslindes cervantinos, aunque independientes, entablan cierto diálogo entre sí, lo que se percibe ya desde el intencionado empleo de los subtítulos entre paréntesis. Pero las ideas expuestas se van conectando en un plano más profundo: si el primero de los trabajos muestra que el Persiles es el máximo ejemplo de la verdad fruto de la fe y el dogma, el segundo profundiza en esa misma línea de análisis. En el cuarto trabajo, al comentar El curioso, se apunta la relación con el motivo tradicional del cuento de los dos amigos, y a recorrer esa tradición literaria a lo largo de ocho siglos dedicará el último de los trabajos (no centrado exclusivamente en Cervantes), etc. Igualmente, muchas de estas ideas seminales se incorporarán —matizadas o ampliadas— a otros trabajos posteriores[1].


[1] Para más detalles remito a mi trabajo: Carlos Mata Induráin, «Juan Bautista Avalle-Arce o la investigación cervantina como un “mini-sistema planetario”», en José Ángel Ascunce y Alberto Rodríguez (eds.), Nómina cervantina. Siglo XX, Kassel, Edition Reichenberger, 2016, pp. 276-294.