Cuatro poemas de Julia Uceda

Una vez trazada una breve semblanza de Julia Uceda (1925-2024), transcribiré hoy unos pocos poemas suyos. Así, de Mariposa en cenizas rescato este soneto de alejandrinos —no es muy frecuente el empleo de formas estróficas tradicionales en la obra poética de Uceda—, sin título específico (lo cito por Poesía completa, p. 64):

No les pido a los seres perdón por mi existencia.
La levanto y la empuño como a un viento domado.
Antes que ser un árbol, antes que inexistencia,
este calor de establo de mi pecho pisado.

Existir sobre todo. Adoro la presencia
de la luz que la sombra quisiera haber cegado,
el rumor de mi sangre, la dulce incontinencia
del labio que otra carne quisiera sepultado.

Yo no pido disculpas por mi ser sin medida,
por mi ser oceánico, por mis ansias de vida,
por la vida caliente que se quema en las horas.

Y seguiré viviendo aunque madres horrendas
clamen sobre los montes, rasguen rostros y vendas
y suelten sobre el mundo tijeras destructoras.

De Extraña juventud elijo «La caída» (pp. 15-16):

Hay que ir demoliendo
poco a poco la sombra
que vemos. Que nos dieron.
Que nos dijeron: «eres».
Hay que apretar las sienes
entre los dedos. Hay
que asentir a ese punto
—comienzo, duda o hueco—
que yace dentro.
                              Y es preciso
que en una noche todo arda
—el «eres», el «seremos»—
y el terror polvoriento
nos muestre su estructura.
Es urgente bajarse
de los dioses. Tomar
el fuego entre las manos.
Destruir esos «yo» que nos presentan
una hilera de sombras agotadas.
Y dejarse caer sobre el principio
de la vida. O del sueño.
Ser solamente vida
presente. Sin recuerdo
de ayer ni de mañana.

Su visión crítica de la historia de España —que le inspiró poemas de mayor calado, como por ejemplo «España, eres un largo invierno»— se quintaesencia magníficamente en los cuatro versos de «Ouroboros» (recordemos que el uróboros es la serpiente que se muerde la cola, simbolizando el ciclo eterno de las cosas):

No me llames extranjero
Van diciendo por los siglos
Sucesivos españoles
A españoles sucesivos.

Pero son muchos más los poemas de Julia Uceda perfectamente antologables que se nos quedan en el tintero: «Mariposa en cenizas» (sintagma que da título a su primer poemario y que es un eco gongorino), «El otro umbral», «Un seguro apellido», «Raíces», «El tiempo me recuerda», «Soneto del amor y de la muerte», «Soneto de la piedra», «Alguien que yo solía ser», «Orden del sueño»… y tantos otros que forman el corpus de su poesía, una poesía quizá en ocasiones un tanto hermética y difícil, pero que se concibe como vía superior de conocimiento, de iluminación del mundo, y que alcanza altas cotas de calidad. En fin, cierro esta antología mínima con su poema «Despedida» (Zona desconocida, p. 63), que reza sencillamente así:

Y la que fui salía de aquel tiempo
donde quien fuiste ya no estaba[1].


[1] Ver para más detalles mi trabajo «Aproximación mínima a la poesía de Julia Uceda (1925-2024)», Río Arga. Revista de poesía, 154, 2024.

Breve semblanza de Julia Uceda (1925-2024)

El 21 de julio de 2024 fallecía en Ferrol, a los 98 años, Julia Uceda Valiente. Nacida en Sevilla en 1925, es la suya una voz poética de la generación del 50 cuya producción, al menos hasta fechas bastante recientes, no había recibido toda la atención que sin duda merece (debido en parte, quizá, a los periodos de tiempo que vivió alejada de España, como profesora en Estados Unidos y en Irlanda). Uceda se licenció en Filosofía y Letras por la Universidad de Sevilla, y se doctoró también allí con una tesis sobre el poeta José Luis Hidalgo, investigación que se publicaría posteriormente: «Los muertos» y evolución del tema de la muerte en la poesía de José Luis Hidalgo (Ferrol, Sociedad de Cultura Valle-Inclán, 1999). Ejerció la docencia primero en la propia Universidad de Sevilla, y más tarde en la Michigan State University (entre 1965 y 1973) y en el Dublin College (hasta 1976). Tras su regreso a España, fue Catedrática de Literatura española de INEM y de Escuelas Universitarias. Dirigió la colección de poesía «Esquío» con Fernando Bores y coordinó «La barca de oro» con Sara Pujol.

Julia Uceda

Dejando de lado su producción narrativa (por ejemplo, su libro de relatos Luz sobre un friso, Palencia, Menoscuarto Ediciones, 2008) y ensayística, su corpus poético está formado por los volúmenes: Mariposa en cenizas (Arcos de la Frontera, Alcaraván, 1959), Extraña juventud (Madrid, Rialp, 1962), Sin mucha esperanza (Madrid, Ágora 1966), Poemas de Cherry Lane (Madrid, Ágora, 1968), Campanas en Sansueña (Madrid, Dulcinea, 1977),  Viejas voces secretas de la noche (Ferrol, Sociedad de Cultura Valle-Inclán, 1982), Poesía (Ferrol, Sociedad de Cultura Valle-Inclán, 1991), Del camino de humo (Sevilla, Renacimiento, 1994), la antología En el viento, hacia el mar (1959-2002) (Sevilla, Fundación José Manuel Lara, 2003), Zona desconocida (Sevilla, Fundación José Manuel Lara, 2007), Hablando con un haya (Valencia, Pre-Textos, 2010) y Escrito en la corteza de los árboles (Sevilla, Fundación José Manuel Lara, 2013). Recientemente se había publicado su Poesía completa, con prólogo de Jacobo Cortines (Sevilla, Fundación José Manuel Lara, 2023). Entre los premios obtenidos por Julia Uceda se cuentan un Accésit del Premio Adonáis 1961, el Premio Nacional de Poesía 2003, el Premio Nacional de la Crítica 2006, el Premio Andaluz de la Letras «Luis de Góngora y Argote» 2016, Autora del Año en Andalucía 2017 y el Premio Federico García Lorca 2019, al conjunto de su trayectoria. Otros méritos y distinciones: Hija Predilecta de Andalucía en 2005, Hija Adoptiva de la ciudad de Ferrol en 2009, miembro correspondiente de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras y Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes 2021.

Con relación a su poética, podemos dejar la voz a la propia escritora, para quien «la poesía, que procede de lugares extraños, es un acto de la memoria que no siempre permite el acceso a sus rincones perdidos. Aceptando este hecho, el poema es, para mí, el resultado de diálogos que se interrumpen o reanudan inesperadamente más que de la mayor o menor habilidad de quien mueve la pluma» («Referencias», en Zona desconocida, p. 81). Y en otro lugar escribe:

Busca, el poeta, la palabra exacta, pero la poesía, tenga cuerpo de verso o no, es oficio más complejo: se trata de una memoria especial, Mnemósine, de algo conocido en otra forma de vida y recordado por el alma; en un sexto sentido que trasciende experiencias objetivas que le vienen al poeta de lugares remotos. Quien escriba versos suele transitar por una realidad ya nombrada; quien escriba poesía, o eso crea o intente, es una persona desamparada que no sabe por dónde va ni adónde, ni quién le empuja, ni qué busca, ni cómo encontrar la palabra adecuada para nombrar lo que permanece en el silencio, porque a veces no bastan las palabras conocidas sino que es precisa también la habilidad de organizarlas de modo que digan lo que nunca antes habían dicho. El que la poesía venga de extraños lugares es una idea que le he atribuido a Emilio Lledó, aunque no pueda asegurar dónde la leí. Esos espacios desconocidos me han preocupado siempre por la amplitud y la complejidad que proponen; por ellos me he perdido sin darme por vencida, y es que la escritura poética se apoya en algo tan elusivo como las emociones. De ahí que en mi poesía, como en la de otros muchos escritores y como algún crítico afirmó, abundaran las interrogaciones, las dudas, la inseguridad de no saber («¿Somos quienes quisimos ser?», en Escritos en la corteza de los árboles, p. 11)[1].


[1] Ver para más detalles mi trabajo «Aproximación mínima a la poesía de Julia Uceda (1925-2024)», Río Arga. Revista de poesía, 154, 2024.