La trayectoria poética de José Luis Amadoz: «Elegías innominadas» (1981-1993) (3)

El siguiente poema[1], «Vieja naturaleza», lleva como lema una pregunta de Guillermo Rivell[2]. Se reiteran, a modo de estribillo, estos versos: «Vieja naturaleza / violada por el hombre». Alude al poder destructor del hombre, llevado por el deseo de «cremoso oro negro», a los «dientes asesinos / de las máquinas destructoras», a la deforestación, al cambio climático («vientos y climas contrariados»), a la amenaza que se cierne sobre determinadas especies animales en peligro de extinción («este ocaso de especies / corneadas por el hombre»). Apreciamos, pues, un tono más comprometido del poeta, aquí en concreto frente a esa destrucción de la naturaleza, cuando «sólo la fusta del hombre resuena»,

y el río y el viento
melancólicos pasan rezando
en la noche silenciosa
bajo las libres estrellas
distantes y frías[3].

Hombre mirando las estrellas

En «Entonces todo parecía posible» oímos resonar «un unísono grito de hombres libres»: apunta el deseo y la esperanza de «un nuevo mundo» que permita «saciar la paz de tantos hombres destruidos», donde «héroes y niños tomarán su camino nuevo». Atrás quedarán los tiempos de guerra: «hasta los cielos se abren al grito unánime / de paz», y habrá libertad y amor para todos.

Tras la repetición de «Naturaleza sabia» (poema segundo de «Sangre y vida», ya comentado) se incluye «Nadie puede ser sometido»[4], que desarrolla el pensamiento anunciado en el lema: «Libertad, frágil esposa, / tantas veces violada». Se dice que «la libertad se nos ofrece / como una rosa no nacida», «una hogaza reciente / de libertad mañanera». Hay aquí otra vez la esperanza de un «hombre nuevo», de un tiempo nuevo en el que «todos los hombres tendrán su barca / y serán marineros de nuevos mares». El poeta aconseja mimar a la libertad, celebrar los esponsales con esa joven esposa. Frente a la «fría ausencia» de Dios que a veces percibe el hombre, él introduce un apóstrofe al Señor para defender esa libertad:

Para entonar la canción de libertad
con más fuerza que nunca
te llamaremos,
hasta que tus oídos
ahítos de silencio ejerciten,
una vez más,
el bello recorrido de nuestras vidas.

En «Muerte maldita» (el subtítulo lo asocia a la serie de «Elegías innominadas») el yo lírico se dirige en apóstrofe a un «amigo», al otro:

Me lloro a mí mismo sin que nadie me escuche,
sin que nadie enjugue mis lágrimas,
busco mi hombre entre tanta ceniza y podredumbre,
al hombre que se esconde detrás de mi miedo,
al hermano y al amigo, al triste y desasistido.

Las imágenes negativas («ramas de sangre me han nacido cuando te contemplo», «hijos de sangre me han herido», «odio nauseabundo», «un aleluya triste») nos hablan del dolor y de la «condición fratricida» del hombre. Pero ese hombre es capaz de buscar más allá: «mi vástago de hombre se empina, imposible, buscando / la amistad del amigo y su ternura»; y acaba con esta súplica:

Búscame, amigo,
no me dejes solo a la intemperie de la sangre entre tanto desheredado,
entre tanto huérfano mordido por el odio y la venganza,
búscame entre tanta muerte maldita.

Se repiten después un par de poemas del libro anterior: «Es difícil rendir al hombre con un beso o caricia» y «Te ha de vencer», textos que Amadoz considera importantes, y que reitera según la técnica o licencia que ya hemos encontrado antes de la aliteración poética (véase lo dicho en el apartado dedicado a la poética).

Más adelante, «Y en su faz silenciosa llora como un niño pequeño» es otro poema que reitera la idea del mito cainita: encontramos sufrimiento, heridas, «la laya gris de la violencia», «sangre fratricida», «la playa gris de la violencia», el «hombre dormido en su sueño violento», en suma, la constatación de que «por cualquier parte se ve al hombre solitario en lucha con el hermano». El hombre vuelve a ser un peregrino, un navegante en medio de las sombras de la noche[5]. Pero a veces brilla la esperanza, y se ve hermanado con todo, surge el «deseo de infatigable permanencia y comunión con todo». La poesía de Amadoz adquiere ahora tintes de poesía ética, en lucha contra el sentir fratricida, contra la insolidaridad: «En cada hombre nace otro hombre», anuncia. El hombre se debate entre la desesperanza de la soledad («Y está frente a su sendero como un niño perdido», «está frente a su mundo encadenado con su libertad sumisa y poblada de vacíos») y la esperanza de la compañía solidaria («tan sólo le anima saber que su camino fue multitudinariamente recorrido»).

La siguiente composición, «Se siente tan irresuelto en su cavidad de hombre», insiste en una temática parecida: habla de «días tan plenos de noche» y de su «sed de luz», «esa sed vieja que le nutre tan llena de antepasados»; el hombre desea buscar —aunque no sabe dónde— «el Espíritu que le conduce», «la promesa que le anida». Se siente solo («extraña al hombre que consigo lleva») en esta tierra, y acaba con un toque de esperanza:

De luz y sombra recogido ha de acallar su llanto para elevarse por encima de sus cenizas,
y cumplir la promesa que le anida,
de luz y sombras recogido ha de caminar en solitario hacia su muerte,
hacia su penumbra más confiada, hacia su imperio que seguro de sí le lanza pleno de suertes,
de heredades que ensanchan las fronteras de su reino terrenal.
Y extraña su camino…
aunque su muerte ilumine su vida,
aunque en ese final se cumplan para él todas las promesas de vida,
y sean virginales fuegos los que le alcen flagelado de llamas
como a una espiga dorada y madura[6].


[1] Poemario no publicado previamente de forma exenta, sino incorporado directamente al conjunto de su Obra poética (1955-2005), Pamplona, Gobierno de Navarra-Institución Príncipe de Viana, 2006.

[2] Más adelante encontraremos dos composiciones de Poemas para un acorde transitorio dedicadas a Guillermo Rivell Amadoz: «Rumores nocturnos» presenta una dedicatoria «A Guillermo Rivell Amadoz, pequeño niño», mientras que «Pasión oculta» se dirige «A mi nieto Guillermo Rivell Amadoz».

[3] Desde el punto de vista estilístico, llaman la atención algunos símiles: «como una sigilosa nube azul», «como una novia ataviada / para el tálamo»; y la paronomasia: «un cielo en celo».

[4] Este es un poema que se repetirá más adelante en Mito de Andrós.

[5] Se repiten imágenes marineras (andadura, sin velas ni faros) y relativas a la maternidad (cada mañana, que es sinónimo de esperanza, trae el «dulzor de una madre encinta»). Se recuperan, pues, motivos ampliamente utilizados en Límites de exilio.

[6] Para más detalles remito a mi trabajo «José Luis Amadoz, poeta “aprendiz de brujo”: cincuenta años de coherencia poética (1955-2005)», introducción a José Luis Amadoz, Obra poética (1955-2005), Pamplona, Gobierno de Navarra-Institución Príncipe de Viana, 2006.

La trayectoria poética de José Luis Amadoz: «Elegías innominadas» (1981-1993) (2)

El poema «Apología de la paz»[1], con el subtítulo «(Poemas apocalípticos)» y cita de Vicente Aleixandre, se tiñe de imágenes y metáforas negativas, de violencia y destrucción: «tus entrañas vestidas de negro», «flor sangrienta», «mordedura de sangre», «el eco fratricida de los vientos», «la proscrita raza de hombres empequeñecidos con sabor a huerto podrido», «alta pared de sangre», «heridas caínicas». Todavía podemos añadir otras imágenes negativas: turbio caminar, Gólgota, mordaza, luna enmudecida, llanto, verdes praderas calcinadas, camino tronchado, eco fratricida, madres encanecidas, noche fría, calcinados rocíos, etc. Todo en este poema nos habla de dolor, de guerra, de destrucción, no hay espacio para el amor, y hasta la luz es aquí negativa (se trata de «una luz que se mete sin piedad por entre los ojos para despertar torrentes de lloro»). En este caos, el «hombre seco y perdido» es un peregrino sin ojos, en «la noche más de las noches», con su fe quebrada, mordida. El final es verdaderamente descorazonador:

… hoy son las fiestas de la sangre y el bárbaro martirio de los muertos,
el agazapado lazo de las fieras que pugnan por seguir viviendo,
hoy es la fiesta del hombre seco y perdido entre los siglos sin brújula ni galaxia,
un peregrino sin ojos
metido en la noche más noche de las noches,
con la fe quebrada y el torso herido,
con la fe mordida por los siete gólgotas destruidos,
como una brizna lamida por las sienes viejas de los tiempos,
el resto del hombre mordiendo su polvo.

Guerra del Golfo (1990-1991)

Si el primer poema hablaba de guerras en general, el segundo, «Alguien llora en las dunas», que desarrolla un pensamiento de Rilke, es un alegato contra una guerra en concreto, la del Golfo Pérsico (se repite en un par de ocasiones el sintagma «mercenarios del GOLFO»[2], se habla del «oro negro de codicia», etc.): es una proclama del yo lírico contra la guerra, el sinsentido de la muerte, la sangre derramada, la esclavitud, la confusión («un clamor de hierros eleva su torre de Babel»), contra todos los males que genera «la sangrienta verbena de aquel Caín de todos los tiempos». Frente a ello, el poeta pregunta a la diosa de la paz por su ausencia y afirma que levantará su voz donde nadie le oiga, aunque sea la voz perdida que clame en el desierto, con un tono esperanzado:

Levantaré mi voz donde nadie me oiga,
mi niño pequeño
pondrá la palabra precisa donde suena hermana,
esperaré la fortuna de la paz pegada a sus labios,
al fin me tomará de su mano,
un silencio de oro sacudirá mi voz en la noche,
la paz emergerá de mi sueño
como el rocío de la hierba matutina[3].


[1] Poemario no publicado previamente de forma exenta, sino incorporado directamente al conjunto de su Obra poética (1955-2005), Pamplona, Gobierno de Navarra-Institución Príncipe de Viana, 2006.

[2] No es infrecuente en la poesía de Amadoz este recurso de poner algunas palabras destacadas tipográficamente con mayúsculas.

[3] Para más detalles remito a mi trabajo «José Luis Amadoz, poeta “aprendiz de brujo”: cincuenta años de coherencia poética (1955-2005)», introducción a José Luis Amadoz, Obra poética (1955-2005), Pamplona, Gobierno de Navarra-Institución Príncipe de Viana, 2006.

La trayectoria poética de José Luis Amadoz: «Elegías innominadas» (1981-1993) (1)

Este poemario —no publicado previamente de forma exenta, sino incorporado directamente al conjunto de su Obra poética (1955-2005), Pamplona, Gobierno de Navarra-Institución Príncipe de Viana, 2006— supone un cambio de registro, de tonos y temas, en la evolución poética de José Luis Amadoz. El poeta constata ahora que el hombre es un mundo pequeño, que puede achicarse más todavía. Pero, al mismo tiempo, el poeta sale de sí y se abre a los otros; se hace transeúnte del exterior y descubre el nosotros, el otro, el amigo y el hermano, en suma, el sentimiento de la solidaridad. En palabras del propio Amadoz, de poeta-niño pasa a ser niño-poeta, pero un niño-poeta que es ya más maduro y ve y descubre lo que hay alrededor de él. Encontramos poemas con alusiones a situaciones y acontecimientos contemporáneos (la caída del muro de Berlín, incluso el cambio climático…), entre los que no faltan los aspectos negativos, los conflictos en los que se transparenta el mito cainita: la bomba atómica sobre Hiroshima, la guerra de la exYugoslavia, la del Golfo, etc. Apreciamos cierto cambio a un tono negativo, tras la esperanza y el optimismo trascendente que prevalecen en los anteriores libros. El poeta desea transmitir la idea de que el hombre es siempre el mismo, con una asombrosa dualidad: puede albergar, por un lado, los mayores odios y protagonizar todo tipo de bajezas, pero es capaz también, por otro, de ser casi un ángel que crea en su entorno condiciones de paz, de esperanza y de milagro.

Hombre en medio de las sombras

En cualquier caso, reaparecen ahora temas presentes en los poemarios previos: el hombre que vive en la noche oscura de la no fe, que quiere salir de las sombras y se dirige a un tú que es Dios, un Dios que a veces calla o se esconde, un Dios que se oculta, que no se muestra claro, y por eso puede hablar el poeta de «la luz de tu sombra» o de una «oscura luz» (esta temática se irá acentuando cada vez más en los próximos poemarios). En alguna ocasión se presenta a este hombre como un soldado que porta el lábaro de la fe, que busca o quiere al menos buscar a Dios. En estas ocasiones se trata de un hombre que, más que de una fe propia, se nutre de la fe de sus antepasados.

Son en total dieciséis poemas, sin numerar, algunos con título y subtítulo. Varios de ellos llevan lemas y/o dedicatorias. La expresión poética se hace en este libro más clara, menos conceptual. Ángel Raimundo Fernández —que estudió estos poemas cuando aún no se habían publicado como libro exento: es ahora [2006] cuando salen reunidos por primera vez en forma de poemario— aludía al tono de elegía anunciado por el título:

Los mismos títulos (sombra, muerte maldita, elegía, elegías, el paso de los años, muerte transeúnte, etc.) remiten al tema elegíaco, cantado aquí en un tono sostenido pero no estridente y declamatorio, sino desde la perspectiva de un pensamiento que siente y de un sentimiento contenido y controlado en el vestido de la palabra[1].

Y añadía que la mayor parte de estos poemas se escriben «en verso libre, con un ritmo más interior que exterior». Pasaremos a examinarlos por separado en próximas entradas[2].


[1] Ángel Raimundo Fernández González, «Río Arga» y sus poetas, Pamplona, Gobierno de Navarra (Departamento de Educación y Cultura), 2002, p. 75. En el poemario abundan las anáforas: «La anáfora, en estos casos, es un elemento que subraya el paralelismo conceptual y rítmico», explica Fernández González.

[2] Para más detalles remito a mi trabajo «José Luis Amadoz, poeta “aprendiz de brujo”: cincuenta años de coherencia poética (1955-2005)», introducción a José Luis Amadoz, Obra poética (1955-2005), Pamplona, Gobierno de Navarra-Institución Príncipe de Viana, 2006.