El siguiente poema[1], «Vieja naturaleza», lleva como lema una pregunta de Guillermo Rivell[2]. Se reiteran, a modo de estribillo, estos versos: «Vieja naturaleza / violada por el hombre». Alude al poder destructor del hombre, llevado por el deseo de «cremoso oro negro», a los «dientes asesinos / de las máquinas destructoras», a la deforestación, al cambio climático («vientos y climas contrariados»), a la amenaza que se cierne sobre determinadas especies animales en peligro de extinción («este ocaso de especies / corneadas por el hombre»). Apreciamos, pues, un tono más comprometido del poeta, aquí en concreto frente a esa destrucción de la naturaleza, cuando «sólo la fusta del hombre resuena»,
y el río y el viento
melancólicos pasan rezando
en la noche silenciosa
bajo las libres estrellas
distantes y frías[3].

En «Entonces todo parecía posible» oímos resonar «un unísono grito de hombres libres»: apunta el deseo y la esperanza de «un nuevo mundo» que permita «saciar la paz de tantos hombres destruidos», donde «héroes y niños tomarán su camino nuevo». Atrás quedarán los tiempos de guerra: «hasta los cielos se abren al grito unánime / de paz», y habrá libertad y amor para todos.
Tras la repetición de «Naturaleza sabia» (poema segundo de «Sangre y vida», ya comentado) se incluye «Nadie puede ser sometido»[4], que desarrolla el pensamiento anunciado en el lema: «Libertad, frágil esposa, / tantas veces violada». Se dice que «la libertad se nos ofrece / como una rosa no nacida», «una hogaza reciente / de libertad mañanera». Hay aquí otra vez la esperanza de un «hombre nuevo», de un tiempo nuevo en el que «todos los hombres tendrán su barca / y serán marineros de nuevos mares». El poeta aconseja mimar a la libertad, celebrar los esponsales con esa joven esposa. Frente a la «fría ausencia» de Dios que a veces percibe el hombre, él introduce un apóstrofe al Señor para defender esa libertad:
Para entonar la canción de libertad
con más fuerza que nunca
te llamaremos,
hasta que tus oídos
ahítos de silencio ejerciten,
una vez más,
el bello recorrido de nuestras vidas.
En «Muerte maldita» (el subtítulo lo asocia a la serie de «Elegías innominadas») el yo lírico se dirige en apóstrofe a un «amigo», al otro:
Me lloro a mí mismo sin que nadie me escuche,
sin que nadie enjugue mis lágrimas,
busco mi hombre entre tanta ceniza y podredumbre,
al hombre que se esconde detrás de mi miedo,
al hermano y al amigo, al triste y desasistido.
Las imágenes negativas («ramas de sangre me han nacido cuando te contemplo», «hijos de sangre me han herido», «odio nauseabundo», «un aleluya triste») nos hablan del dolor y de la «condición fratricida» del hombre. Pero ese hombre es capaz de buscar más allá: «mi vástago de hombre se empina, imposible, buscando / la amistad del amigo y su ternura»; y acaba con esta súplica:
Búscame, amigo,
no me dejes solo a la intemperie de la sangre entre tanto desheredado,
entre tanto huérfano mordido por el odio y la venganza,
búscame entre tanta muerte maldita.
Se repiten después un par de poemas del libro anterior: «Es difícil rendir al hombre con un beso o caricia» y «Te ha de vencer», textos que Amadoz considera importantes, y que reitera según la técnica o licencia que ya hemos encontrado antes de la aliteración poética (véase lo dicho en el apartado dedicado a la poética).
Más adelante, «Y en su faz silenciosa llora como un niño pequeño» es otro poema que reitera la idea del mito cainita: encontramos sufrimiento, heridas, «la laya gris de la violencia», «sangre fratricida», «la playa gris de la violencia», el «hombre dormido en su sueño violento», en suma, la constatación de que «por cualquier parte se ve al hombre solitario en lucha con el hermano». El hombre vuelve a ser un peregrino, un navegante en medio de las sombras de la noche[5]. Pero a veces brilla la esperanza, y se ve hermanado con todo, surge el «deseo de infatigable permanencia y comunión con todo». La poesía de Amadoz adquiere ahora tintes de poesía ética, en lucha contra el sentir fratricida, contra la insolidaridad: «En cada hombre nace otro hombre», anuncia. El hombre se debate entre la desesperanza de la soledad («Y está frente a su sendero como un niño perdido», «está frente a su mundo encadenado con su libertad sumisa y poblada de vacíos») y la esperanza de la compañía solidaria («tan sólo le anima saber que su camino fue multitudinariamente recorrido»).
La siguiente composición, «Se siente tan irresuelto en su cavidad de hombre», insiste en una temática parecida: habla de «días tan plenos de noche» y de su «sed de luz», «esa sed vieja que le nutre tan llena de antepasados»; el hombre desea buscar —aunque no sabe dónde— «el Espíritu que le conduce», «la promesa que le anida». Se siente solo («extraña al hombre que consigo lleva») en esta tierra, y acaba con un toque de esperanza:
De luz y sombra recogido ha de acallar su llanto para elevarse por encima de sus cenizas,
y cumplir la promesa que le anida,
de luz y sombras recogido ha de caminar en solitario hacia su muerte,
hacia su penumbra más confiada, hacia su imperio que seguro de sí le lanza pleno de suertes,
de heredades que ensanchan las fronteras de su reino terrenal.
Y extraña su camino…
aunque su muerte ilumine su vida,
aunque en ese final se cumplan para él todas las promesas de vida,
y sean virginales fuegos los que le alcen flagelado de llamas
como a una espiga dorada y madura[6].
[1] Poemario no publicado previamente de forma exenta, sino incorporado directamente al conjunto de su Obra poética (1955-2005), Pamplona, Gobierno de Navarra-Institución Príncipe de Viana, 2006.
[2] Más adelante encontraremos dos composiciones de Poemas para un acorde transitorio dedicadas a Guillermo Rivell Amadoz: «Rumores nocturnos» presenta una dedicatoria «A Guillermo Rivell Amadoz, pequeño niño», mientras que «Pasión oculta» se dirige «A mi nieto Guillermo Rivell Amadoz».
[3] Desde el punto de vista estilístico, llaman la atención algunos símiles: «como una sigilosa nube azul», «como una novia ataviada / para el tálamo»; y la paronomasia: «un cielo en celo».
[4] Este es un poema que se repetirá más adelante en Mito de Andrós.
[5] Se repiten imágenes marineras (andadura, sin velas ni faros) y relativas a la maternidad (cada mañana, que es sinónimo de esperanza, trae el «dulzor de una madre encinta»). Se recuperan, pues, motivos ampliamente utilizados en Límites de exilio.
[6] Para más detalles remito a mi trabajo «José Luis Amadoz, poeta “aprendiz de brujo”: cincuenta años de coherencia poética (1955-2005)», introducción a José Luis Amadoz, Obra poética (1955-2005), Pamplona, Gobierno de Navarra-Institución Príncipe de Viana, 2006.

