La trayectoria poética de José Luis Amadoz: «Límites de exilio» (1960-1966) (y 6)

Como balance de Límites de exilio[1], podríamos decir que sus nueve cantos forman un poema unitario en el que, a través de diversas reminiscencias bíblicas, se nos habla del hombre y de Dios, de la caída humana y su posterior redención, de su anhelo de vida eterna. El hombre —trasunto del poeta— sigue debatiéndose en una continua lucha entre el creyente y el increyente. Hay referencias aquí a Isaías, a Job, a Jeremías, es decir, a los profetas que apostaron por la fe; el yo lírico, en cambio, no está tan seguro, se nos aparece en un continuo vaivén, en un camino de ida y vuelta que no termina de alcanzar su meta, y no será hasta Callado retorno en que se nos muestre ya completamente rendido a la trascendencia. Las imágenes básicas son las del hombre peregrino, que recorre su camino desde las sombras a la luz, del hombre navegante que después de una procelosa travesía llega a su destino final, a la fe, a un espacio donde no hay ya más llanto, ni más dolor, ni más noche. El hijo va al encuentro del Padre (el «amado» de algunos poemas se transformará en el último en el «Amado», subrayando esos ecos místicos, apreciables también en alguna otra expresión como «ventalle suave»).

Odiseo

Los motivos manejados son, pues, los relacionados con el ascenso a una cima, con la navegación por el mar (con ecos del mito de Odiseo), los relativos a límites superados o los que hablan de frutos y cosechas (de eternidad). El sol y la luz son aquí símbolos positivos (el hombre sale de su noche de la no fe, de sus sombras) en tanto que el viento tiene una consideración muy negativa (peligros, amenazas). En la construcción estructural de este poema unitario se manejan parejas de opuestos como trascendencia / terrenalidad; ascenso / caída; noche / amanecer; travesía / meta, todo ello para tratar de reflejar con medios de expresividad poética ese prolongado debate entre la conciencia de la condición mortal del hombre y su ansia de eternidad (debate rematado al final de este libro con la idea de un ciclo que se culmina feliz, esperanzadamente).

Para terminar, diremos que este deseo de trascendencia que hemos visto manifestarse aquí acerca muy claramente la poesía cultivada por Amadoz en este momento a la órbita del existencialismo cristiano, especialmente a la obra del filósofo y dramaturgo francés Gabriel Marcel[2] (1899-1973), cuya filosofía arranca de un análisis existencial de la vida, que le lleva a la existencia de Dios como fundante. El hombre vive entre la angustia de su finitud y su deseo o esperanza de eternidad, siendo la fe el único puente entre ambos sentimientos: por la fe se manifiesta Dios, que es indemostrable. Tal es el trasfondo existencial de estos poemas de Límites de exilio y, en general, de la toda la poesía de Amadoz[3].


[1] José Luis Amadoz, Límites de exilio, Pamplona, Ediciones Morea, 1966.

[2] Podríamos ver también algunos ecos de Unamuno y de Rilke, no tanto de Kierkeegard (angustia sin resolverla), de Heidegger (ser para el tiempo) o de Sartre (náusea). También es perceptible cierto tono guilleniano (más adelante se apreciará el influjo de Salinas, especialmente de su poemario La voz a ti debida).

[3] Para más detalles remito a mi trabajo «José Luis Amadoz, poeta “aprendiz de brujo”: cincuenta años de coherencia poética (1955-2005)», introducción a José Luis Amadoz, Obra poética (1955-2005), Pamplona, Gobierno de Navarra-Institución Príncipe de Viana, 2006.

La trayectoria poética de José Luis Amadoz: «Límites de exilio» (1960-1966) (5)

La unidad conceptual, de símbolos e imágenes, de Límites de exilio[1] se mantiene en el poema siguiente, el VIII, articulado por la anáfora de «Ha visto». Nos habla, por un lado, de «redenciones solitarias», de «tanto Dios achicado», del «sombreado límite del ensueño»; vuelven los motivos de la navegación, amenazada por un viento que, una vez más, tiene connotaciones negativas: «viento lleno de ira», «populosa estirpe de navegantes en rumbo, / desnudos hijos azotados por los vientos de las cumbres más altas». Pero al final se vuelve a «una muerte llena de destinos» y se anuncia que «el eterno país se divisa» para el hombre. Y si el cierre del poema anterior lo constituía la idea de Dios al eterno servicio al hombre, en este encontramos la del hombre entregado por completo a Dios: «El hombre se rinde en su fatiga al Dios que le crea por gracia y sin esfuerzo, / desde su dolorida cima».

En fin, el poema IX y último nos coloca ante la realidad de la muerte, «la obscuridad de la noche»; después se introducen imágenes relativas al ascenso del hombre: «escalador más férvido», «águila más poderosa», «populosas cimas». Sigue luego una alusión de sabor bautismal: «¡Ningún agua salpica y lava como la tuya soberana, hacedor de fuentes cristalinas!». Y el canto y el poemario se rematan con el hombre arribando a «la ensenada del Dios de nuestros padres», con esperanza de «auténtica cosecha», de frutos maduros, de luz que ahuyenta las «mortecinas sombras» (resplandece ahora «la paz de las sombras rebasadas»), ya sin miedo y pleno de fe:

El ciclo se culmina,
Dios se aclama en voz de todo lo nombrado,
desde el pájaro hasta la fuente, desde el vástago a la arcilla filial y contraída,
por todo se esclaviza en su faz mercenaria.
Y en las aguas marinas y esmeraldas
del Amado se verá reposar el pálido resto del hombre,
como una achicada caracola.

«Se corona el canto con un final glorioso de apocalipsis», ha escrito Ángel-Raimundo Fernández González[2], quien ha destacado además el tono místico del poemario en su conjunto:

Este peregrinaje del hombre, cantado con un aliento poético vibrante sostenido, tejido con las imágenes y símbolos de todas las cosas sumadas a la potente melodía, es como una «noche oscura», como «una subida ascética» de purificación que desemboca en un final místico glorioso[3].


[1] José Luis Amadoz, Límites de exilio, Pamplona, Ediciones Morea, 1966.

[2] Ángel Raimundo Fernández, «Río Arga» y sus poetas, Pamplona, Gobierno de Navarra (Departamento de Educación y Cultura), 2002, p. 70.

[3] Fernández, «Río Arga» y sus poetas, p. 70. Para más detalles remito a mi trabajo «José Luis Amadoz, poeta “aprendiz de brujo”: cincuenta años de coherencia poética (1955-2005)», introducción a José Luis Amadoz, Obra poética (1955-2005), Pamplona, Gobierno de Navarra-Institución Príncipe de Viana, 2006.

La trayectoria poética de José Luis Amadoz: «Límites de exilio» (1960-1966) (4)

Tras esa cima alcanzada y ponderada en el punto climático del poemario Límites de exilio[1], el poema VI supone un pequeño retroceso, en tanto en cuanto va a ser un canto de alternativas: de nuevo la caída y al final un nuevo ascenso. En efecto, en la primera parte apreciamos un descenso, pues se repite anafóricamente «Una vez más está caído» o bien «De nuevo está caído», y el hombre siente lejanas las praderas de la esperanza. Está una vez más vacío, «caído frente a su voluntaria nada», y «los vientos anulan su jugoso perfil y le marchitan» (notemos de nuevo los matices negativos del símbolo viento). «Es triste para el hombre el haber perdido su sello filial / y sentirse poblado de espesas certidumbres humanas», afirma el poema, al que se siguen incorporando imágenes negativas: «caído en los límites más obscuros de su densidad humana», «sombras procelosas», «negro infinito», «rendido al fúnebre mensaje de la muerte sigilosa». Ahora ya no existen para él caminos soleados, como antes; están, tan solo, las piedras rotas y la fe olvidada, y se ha retornado al llanto… Pero luego vuelve a hacerse la luz, reaparecen la fe y la confianza en abandonar el exilio:

Por todas partes contempla el hombre en su fe resuelta,
estirpe principesca,
en todo se ofrece sobrepuesto a sus recogidos límites de exilio.

Por eso, en la parte última del canto se da entrada a imágenes positivas como faro, bautismales hilos de última estrella o amanecer:

El hombre siente su amanecer, lejana ya su noche,
sabe que ha de vencer su arista terrena y en impulsado vuelo llenar de filtros nuevos sus nuevos campos,
y sabe que su fe le crecerá ilusionado por encima de su especie.

Faro y atardecer sobre el mar

Al final, llevados de nuevo al terreno de la trascendencia, el hombre «se alza triunfante por cima de sus asidos límites»:

Ya contemplado en la reflexión de su espejo,
mirado en la fuente que le unge infinito por encima de la muerte,
ahuyentada la vida vieja que le estrecha y ahoga,
se hunde victorioso en los más vastos finales,
donde el Hijo del hombre sobre su dicha se inclina.

El poema VII insiste en las mismas ideas de superación y en alusiones similares a la ruptura de los límites de su exilio: «Vencido el hombre se abre a los nuevos límites», «viene sorteando límites», «las presencias se pueblan de ensanchados límites». Tanta es ahora su fuerza que, se dice, «Está el Dios sorprendido ante su creación única». Reaparecen las imágenes marineras: radioso faro, mares, olas, mareas, la dormida paz de sus puertos, los navíos del hombre; y otras que nos hablan de la alcurnia real (entiéndase ‘divina’) del hombre: conquistador sin límites, hijo coronado, príncipe, cetro apetecido… Cada hombre es como un faro que «emite su luz imperiosa de noche», cada hombre «humedece su llanto en la épica lágrima del Dios conquistado», cada hombre es una criatura elevada[2], y todos juntos forman «la vasta y caminante grey de hombres en su dolor y dicha». Y se afirma una vez más la trascendencia, cuando se mencionan sus «límites resueltos»:

Todo es destino que impera prodigioso detrás de la muerte.
[…]
En la nueva vida se está presente al acto más puro de su entraña desdoblada.
Junto a su muerte se abre la forma exhausta de sus límites resueltos.
Una vez más,
amorosamente vencido,
Dios se proclama en ardoroso abrazo al eterno servicio de su hombre[3].


[1] José Luis Amadoz, Límites de exilio, Pamplona, Ediciones Morea, 1966.

[2] Para aludir a la nueva vida trascendida se añade aquí el motivo de la madre generosa.

[3] Para más detalles remito a mi trabajo «José Luis Amadoz, poeta “aprendiz de brujo”: cincuenta años de coherencia poética (1955-2005)», introducción a José Luis Amadoz, Obra poética (1955-2005), Pamplona, Gobierno de Navarra-Institución Príncipe de Viana, 2006.

La trayectoria poética de José Luis Amadoz: «Límites de exilio» (1960-1966) (3)

El poema IV de Límites de exilio[1], de notable extensión, es también muy importante, pues insiste reiteradamente en ese camino de redención recorrido por las «generaciones nómadas», coronadas ahora ya de fe y gracia; los «caminos de tu peregrinaje» se concretan aquí en imágenes marineras: barco no encallado, viejos navíos otoñales, oleaje mañanero, olas, rada… El yo lírico del hombre se dirige a un Tú, con mayúscula, que es Dios: «Tú, poderoso, / estás lindando en ellos con el principio de nuestra nada»; y se acumulan imágenes positivas que evocan la deseada trascendencia: «Ha empezado el destino de todos los tiempos», «ya se cumplen armonías y cantos llenos de vida», «atrevidos destinos que no mueren», «Ha empezado el destino que no acaba». La idea de redención se manifiesta en imágenes de escalada hacia lo alto y de abrazo final con la divinidad:

Hombre en lo alto de una montaña

El hombre, vencido ya su llanto, posa su fe y escala ardiente la paz que en tu montaña domina.
Dios con él,
hundido en su fuente,
la redención hiere su llanto.
[…]
Ha empezado el destino de todos los tiempos
[…]
Un dolor final edifica la oculta sombra,
y el Dios, tan hijo,
bello e iluminado se colma en las manos del amado.
Una acabada mora que el polvo del camino en su jugo sazona,
sincera se ofrece al caminante que en su fe y su llanto se mueve,
se ofrece al hombre lanzado en la noche lleno de sombras.
ha empezado el destino que nos une y resucita en este mar de aguas obscuras,
vital concordia de hijos que se parten mortales en lluviosa sangre,
y la amplitud que ciega y confunde nos abre nuestra impronta primera.
Todo sumiso el hombre con su Dios se queda germinal y desnudo en obediente abrazo de hijo[2].

El hombre, que ha hecho «solemne promesa de filial retorno», se nos muestra ya como «enseñoreado príncipe» que «necesita del beso refrescante del amado, que en sus labios le hurte».

El poema V, el que ocupa el puesto central del poemario, sigue presentando al hombre en paz con todo («consonancias maritales del hombre con el mundo»): ya no hay llanto doloroso, sino canto pletórico y «ventalle suave» (eco de san Juan de la Cruz); dada «su genital altitud», este «príncipe heredero» del canto divino aparece como un «gran guerrero» conquistador del reino, con «designios de poderoso y gran príncipe que avanza seguro en la herencia o ducado paterno»:

¡Hermosa bandera
que sujeta al hombre guerrero del señor de lábaro más seguro,
que centuplica su dolor y esperanza en el fuego del amor más duradero,
de la muerte menos perecedera!

El sentido trascendente resulta, por tanto, bastante claro. Reaparecen asimismo las imágenes marineras: peregrinos de remos no divididos, conquistadores de oros venturosos, copas de nuestras velas, circes luminosas (otras alusiones al mito de Ulises se reiterarán más adelante). En suma, tenemos al hombre como pequeño Dios, «heredero y señor de la fragua más esplendorosa», con el «señorío de la muerte ya vencida», triunfante en su paz, superados todos sus dolores, alcanzando cosechas de gran fruto: de ahí que se afirme que «el hombre se alza vigil y soberano, consciente sobre su cima»; de ahí, en suma, que el canto nos presente «el hombre y su ángel anudados en el sendero infinito de los enajenados mortales»[3].


[1] José Luis Amadoz, Límites de exilio, Pamplona, Ediciones Morea, 1966.

[2] En el poema VIII hablará de «el frutal rosa de esta gran colina donde los hijos de los hijos se moran no sazonados».

[3] Para más detalles remito a mi trabajo «José Luis Amadoz, poeta “aprendiz de brujo”: cincuenta años de coherencia poética (1955-2005)», introducción a José Luis Amadoz, Obra poética (1955-2005), Pamplona, Gobierno de Navarra-Institución Príncipe de Viana, 2006.

La trayectoria poética de José Luis Amadoz: «Límites de exilio» (1960-1966) (2)

En el poema inicial, una primera persona anuncia: «Henos llegados al final de la única travesía…» (la anáfora de «Henos» recorre todo el canto), a «la dorada mansión del hombre que ya no huye». Se insiste en que «Ha servido su promesa el Dios grande de todos los tiempos», y luego:

El hombre escala victorioso la pendiente rizada de su carne,
salta sobre los alcores más plateados de su espíritu
donde refleja su Dios y belleza.
Henos al final
en la travesía de todos los océanos,
henos en el cenit y gólgota de pesadumbre de nuestro hombre caído,
en la fe que amilana todo viento quebrándolo,
toda efímera sortija que en su dulzor se ofrece y agota.

El poema refiere «la andadura del hombre» (en un determinado momento se habla de «nuestros pies marineros»), que culmina en «la paz de los campos soleados», con imágenes positivas de luz y alba al final de la travesía, cuando «el hombre se viste de mago» para el encuentro con «el Dios soñado al borde de toda prisa», «el Dios que se ofrece sin reservas en su denunciado hábito de padre». Se afirma taxativamente que «un salto de eternidad nos aventura hacia conquistas de pueblo ilimitado», para cerrarse la composición con estas hermosas palabras:

Henos en el sinfín de los deseos e ilusiones colmados,
ante nuestra conquista más resplandeciente,
con los pies doloridos,
bañados en la sangre de las cimas más rudas.
Henos en el retorno sereno de los tiempos,
clavados y compañeros en la cruz que nos rinde y lanza por encima de nuestra soledad primera.

Campo soleado

El poema II introduce algunas expresiones transparentes para aludir a Dios: «el anciano de todos los tiempos», que tiene «la tabla de su ley»; su vástago es el hombre, el «fruto martirizado del hombre», para el que llega la «llorada paz», cuando por fin puede caminar por el «pórtico de su gloria». Se trata del «hombre desterrado», del «viejo peregrino», que ha conseguido llegar al final de su travesía, sumamente fatigado («cede el hombre de su exilio su planta ya cansada»), pero dispuesto a mostrar su sumisión de hijo:

En las manos que recogen su polvoriento estrago de lucha y de camino,
los claros horizontes que le exaltan venciendo su medida
en fe y vida se juntan.

En palabras de Fernández González, en este canto «La creación se suma al gozo: los pájaros, los claros horizontes, el otoño, las montañas, etc.». Constatamos aquí la utilización del símbolo viento con carácter negativo, como sinónimo de inclemencias y dificultades, igual que ya sucediera en Sangre y vida: «la trémula rosa de su vida aguijoneada / por el viento que al fin le mueve y restituye». Al final se introduce un apóstrofe al Señor y una mención a Cristo, «el Hijo del hombre», esto es, al Dios humanado hacia el que camina ese «pueblo transeúnte» de hombres:

Helo al final, Señor,
vertida su descompuesta savia en el cáliz de tu sediento canto,
helo reseca su arboladura vieja
rezumando ya en nuevos y anhelados vientos perfumados.
Donde la noche se cita y gime de hombre suyo,
cada estrella en su gloriosa ventura y ángel
se elige y ofrece severa guardiana de su caído vástago.
El Hijo del hombre recoge la perdida cosecha,
y por los pueblos orientales y castos
se ciñen virtudes y coronas de sabios y consejeros que siguen su canto.
El mundo entero recoge el mensaje que en su alma dormido late.

El tercer poema insiste en la imagen de los hombres como nómadas que finalmente llegan a una meta, como sugieren estas imágenes y expresiones: «una mañana libre de muertes y destinos», «música de advenimiento», «el céfiro suave de la inmensa mañana en profecía», «la irrespirada mansión del verdadero día», «nuestras casas futuras más soleadas», «el pan reciente de la mañana». El canto acaba con una nueva alusión al Hijo del hombre, presentando a su vez al hombre como hijo del Hijo:

Al Hijo del hombre retornaría la mesnada nómada
en su dolorido caminar de interminables años.
En Él sumiría la fe de sus mañanas frescas,
el dolorido caminar de sus noches obscuras.
El hijo del Hijo
al fin arribaría al pie de sus playas redimidas[1].


[1] Para más detalles remito a mi trabajo «José Luis Amadoz, poeta “aprendiz de brujo”: cincuenta años de coherencia poética (1955-2005)», introducción a José Luis Amadoz, Obra poética (1955-2005), Pamplona, Gobierno de Navarra (Institución Príncipe de Viana), 2006.

La trayectoria poética de José Luis Amadoz: «Límites de exilio» (1960-1966) (1)

Este poemario se publicó (Pamplona, Ediciones Morea) en 1966[1]. En la «Nota preliminar» el autor se refería a «esta obra de contrastes, […] este poema total que es Límites de exilio», para aclarar más adelante:

Límites de exilio está concebido como un fértil peregrinaje del hombre a través de sus noches y sus días, hacia lugares desconocidos y siempre nuevos, en un mundo de figuraciones y símbolos. Como poema total aparece en continuo crecimiento, como un batiente y selvático impulso que deseara completar en cada nuevo poema las premoniciones del anterior […]. Límites de exilio, que bien pudiera considerarse como un poema teológico, formalmente ha sido construido en un tono mayor versicular, recordando algunos pasajes bíblicos de Isaías, Job y Jeremías[2].

Efectivamente, Amadoz maneja aquí la imagen fundamental del hombre como peregrino, que ya se había apuntado en algún poema de Sangre y vida, pero en esta ocasión con una notable intensificación de las referencias bíblicas (el poeta dedicó atención, en sus estudios, al simbolismo de la Biblia). Por otra parte, frente a los metros cortos con que se construían los poemas del libro anterior, ahora domina de principio a fin el tono de unos versos de muy larga extensión, superior incluso a las veinte sílabas.

Homo viator

Vamos a ver, pues, que Amadoz nos muestra ahora al hombre (representado simbólicamente, además de como peregrino y nómada, como mercenario, guerrero, príncipe heredero o navegante) en una encrucijada, en lucha permanente por la existencia. El sentido del título es, en mi opinión, dilógico: el hombre vive en este mundo exiliado de una condición más alta y mejor, pero a su vez ese exilio tiene límites: como «vástago divino» que es, le resultará posible trascender la finitud de este mundo, la muerte, para ir más allá, para subir hasta la morada del Padre. En este sentido, el binomio muerte / destino que no acaba será esencial en la articulación de este poema total y teológico que es Límites de exilio. Ángel Raimundo Fernández, además de señalar que Amadoz apela continuamente a las figuraciones y a los símbolos, explica muy bien en qué consiste ese exilio al que alude el título:

El exilio cantado es el del hombre sin trascendencia, rodeado de sombras, hasta que vislumbra el lugar de la purificación bajo la luz del sol. El límite no es la muerte, sino el momento en que el hombre gravita sobre sí mismo, apetece los sacrificios, la justificación, elevándose sobre el instinto y la noche[3].

Y añade más adelante que todo el libro resuena «con acentos bíblicos, vestido de un ropaje versicular, rezumando un espíritu religioso profundo, existencial»[4].

El poemario, formado por nueve poemas o cantos numerados en romanos, se presenta bajo dos lemas con un sentido que pudiéramos entender contrario, el primero de san Juan: «Vino a los suyos, pero los suyos no le recibieron»; y otro sin indicación de autoría: «… el mundo entero recoge el mensaje que en su alma dormido late» (luego descubriremos que se trata del último verso del segundo poema de Límites de exilio)[5].


[1] En la primera edición como libro exento, con un total de 36 páginas, figuraba en primer lugar una dedicatoria «A mi mujer e hijos María José, Arturo y María Victoria»; tras la «Nota preliminar», los lemas y los cantos I-IX, se añadía: «Además, dedico el poema en sus diferentes cantos a: / Ángel Urrutia / P. Mariezcurrena / Hilario Mtz. Úbeda / Javier Mtz. Muñoz / Jesús Górriz / Antonio José Ruiz / Eduardo Mtz. Bayarri / Juanita Vélaz / Juan Manuel Olaechea». Y el colofón era: «Esta primera edición de / LÍMITES DE EXILIO, / poema de José Luis Amadoz, / se acabó de imprimir el día 14 de enero de 1966, / en los talleres de Gráficas Iruña, / de Pamplona // LAVS DEO».

[2] Al final de esta «Nota preliminar» instaba al lector «a que intente llegar al poema a través de su sonora verbalización, y no mediante un análisis lógico de cada versículo, pues de este modo tan sólo lograría traducir filosóficamente algo que no se originó con tal intención».

[3] Ángel-Raimundo Fernández González, «Río Arga» y sus poetas, Pamplona, Gobierno de Navarra (Departamento de Educación y Cultura), 2002, p. 69. Y dice después: «La densidad es la tónica de estos cantos en que el hombre y “el gran Señor” se dan cita para que se cumplan los sueños».

[4] Fernández González, «Río Arga» y sus poetas, p. 70.

[5] Para más detalles remito a mi trabajo «José Luis Amadoz, poeta “aprendiz de brujo”: cincuenta años de coherencia poética (1955-2005)», introducción a José Luis Amadoz, Obra poética (1955-2005), Pamplona, Gobierno de Navarra (Institución Príncipe de Viana), 2006.