La trayectoria poética de José Luis Amadoz: «Sangre y vida» (1955-1958) (y 7)

Nuevamente la sangre (y el miedo, y la muerte) en el poema 14: «sangre hija de sus alas», «la ágil / sangre», «todo salpicado, / todo menos la sangre», «sólo / sangre que se consume / como el pasto a los vientos», «la zanja abierta / de la sangre rezuma / llanto de muerte». La sangre se identifica, por un lado, con la vida, pero también con la muerte, cargándose entonces de valores negativos[1]:

Cuando se encuentra al hombre,
vida y sangre, va solo,
perdido, y en el caudal
de su torrente fuerte,
sin él saberlo, lleva
la razón desgastada
de lo que vibra, sangre
que mana de sus senos
cansados.

La apelación directa a la madre a través del vocativo se repite en el poema 15, «Finalmente pregunta…», en el que se habla de «luz / derramada» y de «un turbulento río / de ansiosos deseos» (conceptos positivos: es el deseo de ser, de llegar a la vida). Pero al final, una vez más, ese deseo se frustra y «Sólo queda / sangre, llena de vida, / donde reclinar esta / aspiración sagrada»[2].

Sangre

Desde aquí hasta el final vamos a encontrar distintas alternativas de luces y de sombras, de fe y de desesperanza, de vida y de muerte. La sensación de vacío y muerte se acentúa en el poema 16:

El hombre está vacío
y busca su camino.
No tiene nombre y va
solo, siente que debe
morir[3].

En el 17, en el que se reiteran imágenes habituales como madre, rosa…, leemos:

Ha de buscar la sangre
su faz descuidada hasta
reteñirla de paja
[…]
Todo hará
pensar que en el sendero
nuevo caminan sangre
y vida abriendo igual
surco y que ya el hombre
plantado sus heridas
siente, sus llagas sangran,
que ya el mundo que le hace
recoge su costrosa
sangre, fuente cuajada
del dolor que padece.

Cierto tono esperanzado apunta en el número 18: «El viento misterioso / de la sangre asciende / la cima de la vida»[4], del que cabe destacar esta audaz imagen:

El río
de la muerte se tiñe
de rosa y puras lunas
reflejadas se afeitan,
sangrantes, su alba cara.

En el 19, «Intenta adivinarte…», el apóstrofe se dirige a la propia sangre, y advertimos en él una alternancia entre el vacío («la muerte / que en su mochila anida», «ojos teñidos / de la visión de nada», «barranco de sangre») y la esperanza («muy fértil cosecha», «desea mirar / con ojos de oro todo»), que es lo que parece prevalecer al final, cuando se apunta la posibilidad de un sentido trascendente:

La sepultura sola
duerme. Con pie seguro
el hombre alza su vida,
sin sospechas ni miedos
busca final destino.

Por último, el poema 20 es el que trae el fin definitivo del hombre, y queda destacado por el cambio de versificación:

El hombre aguardaba, cansado,
llorando, el nuevo día, esperaba
que sus ojos se abrieran ante
la luz que no hiere, ante la sombra
que anidada en su boca ya no diera
dolor. El hombre había de morir
y callaría todo, sembraría
su imprecisa flor donde sus raíces
se pierden infinitas.

… El amor sería el dolor
visto desde su cielo.

En definitiva, en esta tercera parte del libro hemos encontrado al hombre identificado con esa «naturaleza sabia del que llora sin esperanza de ser oído», al poeta arraigado en las «raíces rojas de mi vida», con alternancias de vacío y muerte, por un lado, y de un destino final superador trascendente, por otro. La sangre y otros elementos relacionados con el color rojo (coral, carmesí, topacio…) constituyen un símbolo omnipresente y también polivalente, pues a veces la sangre se identifica con la vida mientras que otras es sinónimo de agonía y muerte. Otros símbolos a los que da entrada Amadoz son los de rosa, luz, madre… Y, al igual que sucedía en las dos secciones anteriores, las repeticiones de sintagmas o frases para lograr el ritmo poético, las anáforas y los encabalgamientos, junto con algunas metáforas atrevidas, son los elementos estilísticos más utilizados[5].


[1] «Casi obsesivamente la voz del poeta insiste en esa perspectiva existencial negativa: la sangre es ya símbolo de muerte» (Ángel-Raimundo Fernández González, «Río Arga» y sus poetas, Pamplona, Gobierno de Navarra-Departamento de Educación y Cultura, 2002, p. 68).

[2] También se refiere a «las refrescantes / rosas humedecidas / en el vaho sangrante / de lo sacrificado» y al «ideal rojo y siempre / vivo de la sangre». Destaco también la creación verbal fresar, como verbo: «en llanto firme fresa / los labios» (donde los labios es objeto directo); más adelante, en otros poemas, empleará rosar y morar, en sentido semejante.

[3] Se insiste en imágenes como «la tumba / de su sangre», que crean una atmósfera de muerte, llanto y tristeza; solo la posibilidad de que llegue un hermano («nueva / sangre ruidosa vibra») permite «esperar, esperar», con el anhelo de «rosar / su sangre con esquejes / de vida nueva» (donde rosar es una expresiva creación verbal).

[4] Aunque también se refiere la voz lírica a «Un martirio / rojo, diario», a «la losa incolora / del barro que su sangre / le lleva»; a una «luna / salpicada de sangre», etc.

[5] Para más detalles remito a mi trabajo «José Luis Amadoz, poeta “aprendiz de brujo”: cincuenta años de coherencia poética (1955-2005)», introducción a José Luis Amadoz, Obra poética (1955-2005), Pamplona, Gobierno de Navarra-Institución Príncipe de Viana, 2006.

La trayectoria poética de José Luis Amadoz: «Sangre y vida» (1955-1958) (6)

El poema 3 introduce más claramente el motivo de la maternidad: «Todo rejuvenece / en tu dulzor de madre»[1], aunque ese dulzor va a ir acompañado de «ensangrentadas risas» y de «la pena / de la vida». Hay un tú, que es el de la mujer, y un él, que corresponde aquí al hijo. Y de nuevo la sangre tiñendo por completo el poema: «sangre de dentro, luz / fuera, mito de vida / en los ocultos vanos»; «sepulto en sangre / y vida fertiliza / triste y melancólico»; «Tan sólo / es sangre que renueva / el anhelante deseo / de su vida nueva», etc.

Las mismas imágenes se reiteran en los dos poemas siguientes, «Al derramar su sangre…» y «De nuevo buscándote…». En el primero leemos: «la regata sombría, / vahosa, de la sangre», «llanto coloreado», «sus células se abren / sorda e incesantemente / en el repiqueteo / de su sangre»; ese él que «ya siente / que va a morir» se convierte así en un símbolo del género humano: «El hombre ya ha nacido, / junto con su esperanza», está dispuesto a recorrer un camino que salpica de llagas los besos. Similar en este sentido es el segundo, construido como un vocativo a la madre: también encontramos al «hombre fatigado de la vida que pesa», y se insiste obsesivamente en «labios / rojos», «sangre / reverberando», «sangre / en sus pupilas», «roja / ceniza en la tarde, alba / sangrante», «el sueño / de la sangre», «arrebol», «corazón / que se desangra en púrpura», «pudor / rosado de la carne»…

Amanecer rojo

En el poema 6, «Ha de brotar su sueño…», tenemos más de lo mismo: «el mensaje / de sangre de las guerras / broncas del alma»; el «deseo de abrazar / la sangre, la ya cálida / brasa que en todo grana»; «el hombre descarnado, / libertad en su sangre / que le abrasa», «La sangre en su vivir / manso le ha de brotar». Mientras que el séptimo nos muestra al «hombre / mordido por las fauces / del destino», pues la vida y el deseo topan con «la preparada muerte». El símbolo de la sangre es constante: «Fontana pura corre / la sangre retorcida / el obstáculo vida»; «su sangre abre y florece / un hijo»; «la sangre remansada / en su seno». Y al final del poema descubre el yo lírico que precisa «del Dios reconfortado / de resonante fuerza / en sus ingraves labios».

El ser humano como homo viator es el motivo que desarrolla el poema octavo, «Y viene peregrino…»; se trata del hombre que siente «el brillo / cortante de la vida», «el dolor real / de la vida» o, de otra manera, «su vida mezclada / con su sangre». Es este uno de los poemas en que más claramente se muestran hermanadas sangre y vida, que son, no lo olvidemos, los títulos del poemario entero y de esta su tercera sección[2].

Imágenes y motivos similares (la sangre y lo rojizo) se van a reiterar insistentemente hasta el final del libro: «llorando / perlada y frágil sangre», «nacían / fuentes rojas de sangre», «huye la tarde roja», «la vida unida rompe / el dique del tiempo, / para sembrar sus rojos / en el celeste viento», en el poema 9, en que se intensifica además la conciencia de la muerte («va a morir»). En el poema 10, «No nos traes fe, madre», construido a partir de ese vocativo: «sangre que tanta / falta hace al mundo»; «eres vieja y sabes, / pero menos que la sangre / y el mundo, sin quererlo, está brillando sangre»; «nadie / puede robar al hombre / la pena de vivir / ensangrentado, en una / sangre que él no ha cuajado». Esa apelación a la madre se repite en el poema 11, donde se habla de una «nueva / enfloración de vida» (enflorar es una creación verbal grata a Amadoz). La sangre, una vez más, es el motivo simbólico dominante: «Nacida flor / llevando sangre y amor / en los ojos»; «para pedirle amor, / sangre»; «livor / de ensangrentadas carnes»; «dejando / vida, sembrando sangre». Esa vida nueva que se abría, ese ilimitado deseo de ser, no llega a cuajar: «los hijos / nuevos que no llegan / a consumar su vida, porque tan sólo sangre, / celestes se fueron». El final es claro:

Soplo inerme, la vida
iluminada cae
a tus pies sedienta,
pardeada de tierra.
Sediento con su flor
de sangre, planta incólume
roca en ti, madre, y mora
con viento retorcido,
sin más luz que su sangre,
sin más don que su vida.

Cabe destacar en estos versos citados la aparición del símbolo viento con sentido negativo (ya supra se decía que este viento aparecía «cortando todo / con su sombra cristal / y sangre», expresión en la que encontramos dos sustantivos yuxtapuestos a otro, los dos últimos con valor adjetival).

Los mismos elementos (vocativo a la madre, imágenes de sangre[3] y viento cargado de connotaciones negativas[4]) se reiteran en el poema 12. Y en el 13 encontramos igualmente «arena sanguinaria», «todo sale sangrante», «limo rojo», «nacen / niños ensangrentados», «mañana / salpicada de sangre», para concluir que:

El hombre se siente
arrojado en un mar
de sangrantes heridas,
nido y melancolía,
y en su desconocido
rumbo, mientras camina,
va sembrando, vivaz
y seguro, mordida
sangre, quebrada vida[5].


[1] «La maternidad es canto en el poema sexto, en el séptimo, plenitud de ternura y fontana que presiente todo, hasta el final» (Ángel-Raimundo Fernández González, «Río Arga» y sus poetas, Pamplona, Gobierno de Navarra-Departamento de Educación y Cultura, 2002, p. 67).

[2] Otras citas e imágenes: «senda y sangre vestida / de ágil vaho celeste»; «en sangre lleno irá / floreciendo»; «el topacio afilado / de su fuente»; «la sangre / gastada de su muerte».

[3] Por ejemplo: «un llanto / se mezcla con la sangre / de entrada en este mundo»; «el clamor todavía / sangrante del hervor / rojo de su fuego».

[4] Así, «este viento / que azota sus sangrantes / llagas».

[5] Para más detalles remito a mi trabajo «José Luis Amadoz, poeta “aprendiz de brujo”: cincuenta años de coherencia poética (1955-2005)», introducción a José Luis Amadoz, Obra poética (1955-2005), Pamplona, Gobierno de Navarra-Institución Príncipe de Viana, 2006.

La trayectoria poética de José Luis Amadoz: «Sangre y vida» (1955-1958) (5)

La tercera parte tiene el mismo título que el conjunto del poemario, «Sangre y vida», y se abre con una dedicatoria «Al hijo que dormita, muere, en su nido, en plena gravidez de su vida»[1]. Del interior recogido del poeta, a través de la mujer y el amor, pasamos a la frustrada prolongación de la vida en ese hijo nonato, que se convierte así en un símbolo del hombre en general, de su desnudez y fragilidad frente a un mundo muchas veces cruel y desapacible, un mundo en el que hace frío y en el que el hombre necesita algo de calor. En esta sección se repetirán obsesivamente imágenes relacionadas con la sangre y el color rojo, que simbolizan el deseo de vida, de nacer, de ser

Rojo

Otras imágenes positivas son madre, rosa y luz, mientras que el viento se carga aquí de connotaciones negativas. Aparece también la imagen del hombre-poeta como peregrino, que se reiterará con frecuencia en la poesía de Amadoz. Además de un al que se dirige, encontramos en estos versos un él, una tercera persona, que corresponde al hijo, o bien al propio poeta desdoblado en otra voz. Notemos que en este libro el poeta empezaba recogido (primera sección) para acabar en esta tercera con la interiorización de una amarga experiencia vivida. En todo caso, se anuncia que este hombre-poeta, instalado ahora en la tristeza, la melancolía y el dolor del hoy, espera un nuevo día más pleno y feliz. Desde el punto de vista formal, los veinte poemas de esta tercera parte están formados por versos de arte menor, mucho más breves que en las anteriores (predominan los heptasílabos, salvo en el último, lo que «confiere al conjunto un ritmo más liviano»[2]).

En el poema 1, «Encanto poderoso…», apreciamos ya ese paso a los versos más cortos y la acumulación de imágenes relacionadas con la sangre y lo rojo. En efecto, ese encanto del que habla el poeta es el de la sangre: «La vida roja empieza / a calar esta mar / turbia y alborotada / de su sangre»; «Ahíto / de amor y sangre, busca / alivio de la rosa, / de la fuente tranquila»; «labios sangrantes», etc. El siguiente poema, «Naturaleza sabia…»[3], presenta a una tercera persona, que es el hombre «más / achicado que nunca», con su dolor a cuestas. Junto con alguna imagen nueva («células / ardidas de miradas») y otra ya usada en este mismo poemario («enflorar nuevas / estrellas»), descubrimos de nuevo el símbolo de la sangre[4]: «sangre / en sus manos siente», «sangre íntima», y también:

Todo llama con sangre
y fiel desesperanza
a arrebatado fuego,
y ya los ojos, carne
y vida, comienzan
a sonar por detrás
de las sombras, con grito
en los labios[5].


[1] La dedicatoria se explica por una dolorosa circunstancia personal vivida en aquel momento, cuando la mujer del poeta, embarazada de seis meses, perdió al hijo que esperaban.

[2] Ángel-Raimundo Fernández González, «Río Arga» y sus poetas, Pamplona, Gobierno de Navarra (Departamento de Educación y Cultura), 2002, p. 67.

[3] Se repetirá más adelante en Elegías innominadas.

[4] También se introduce aquí un símil: «cual bravo tejedor / de volanderos sueños».

[5] Para más detalles remito a mi trabajo «José Luis Amadoz, poeta “aprendiz de brujo”: cincuenta años de coherencia poética (1955-2005)», introducción a José Luis Amadoz, Obra poética (1955-2005), Pamplona, Gobierno de Navarra-Institución Príncipe de Viana, 2006.

La trayectoria poética de José Luis Amadoz: «Sangre y vida» (1955-1958) (4)

En el segundo apartado de Sangre y vida, «Transfondo de mujer» (constituido por solo seis poemas), adquiere mayor presencia el amor físico y los poemas se cargan de sensualidad, de besos y caricias[1]. El primer poema, «Que tu ángel se abra y mire…», nos presenta positivamente a una mujer a la que se pide que sea «ángel último», junto con estas otras peticiones: «que delicada / y pura hagas latir / nuestro pensamiento alado»; «sube pura, mujer / sin tiempo, ya sin años / y delicadamente bella»; «de nuestros sueños llévanos / a la realidad / de tu obra»; y acaba así:

Y que ya de la inmensa concepción
vibrante del pulido
cristal de tus senos nazca sobrada,
en marea viva, la entera rosa
de tu inmensidad madura.

El poema número 2, «Hundirse en ese mar desconocido…», se estructura como una sucesión de infinitivos («Hundirse … y ascender … Ser común viento… Y dormir… Caer… renacer … ir saltando…»); al mismo tiempo, se acumulan imágenes relativas al amor: «el cariñoso dulzor de unos labios», «dulzores / de rosa en nuestras frentes», «ya un beso», «sensorialmente unido», todo para ir «buscando / celeste fondo, abrasándolo todo…».

El siguiente poema reitera en cinco ocasiones el imperativo «Déjala» («Déjala flotar al aire, asentida…», comienza). Formalmente el poema se construye como un soneto, pero —de nuevo hay que decirlo a fuer de sinceros— no se ha conseguido alcanzar un buen ritmo poético, los acentos no están donde debieran para lograr endecasílabos sonoros y, en alguna ocasión, hasta es mala la medida (junto con los endecasílabos, hay algún dodecasílabo, o incluso versos de más sílabas). Las formas tradicionales parecen resistírsele a Amadoz, quien no se siente cómodo con los corsés de la medida y la rima consonante, y pronto se liberará de ellos para siempre, para instalarse en un ritmo preferentemente versicular donde encuentra mejor cabida la expresión de sus temas poéticos. Igual que en el anterior, en este fallido soneto lo más destacable es la imagen que nos habla de «enflorar mía en la última rosa / de mis días / […] / inmensa y hermosa» (referido, en alusión no del todo clara, a la mujer, a la amada).

Rostro de mujer dentro de una rosa

Una imagen similar, mujer=rosa ascendente, estructura el poema 4, «Y así como a una rosa…». La amada se hace presente a través del vocativo «mujer» reiterado a lo largo de la composición; el poeta ve el cielo «bellamente en tus labios agrandado» y el poema se carga de cierto tono erótico:

Así, mujer, llama viva, calmada,
de mi hambre ignorada, mar procelosa,
revierto tu animado color sobre
mi sombra lasciva y me hundo en tu flor
amorosa como un polen llovido
en la tierra sedienta, dilatada[2].

El quinto poema de «Transfondo de mujer», «Sí, bajo esta hondonada mía, donde se juntan…», pretende ser un soneto de versos alejandrinos, pero de nuevo el ritmo y la medida serían mejorables. El yo lírico se dirige a la amada: «guardo inmenso el secreto que tus ojos apuntan», comenta que tiene hermosamente clavada en su pecho el alma de la mujer, y remata con un segundo terceto que cito:

Sólo sé que unidos vamos, ardientemente
enclavados uno en otro, en la serena calma
de las vidas fundidas que hicieron su torrente.

Se vuelve al verso libre en el último poema de la sección, que comienza con «Se hace el milagro y tu rubor cercena / rosas…» y se construye en torno a la anáfora de «Se hace el milagro», que no es otro que el milagro del amor. El poeta se sigue dirigiendo a un tú (a esa mujer aflorada a la que siente llegar «como un celeste advenimiento») al tiempo que pondera ese poderoso amor: «Hieres sangrantes ojos», «mi alma revienta luces», «las sombras / manan besos llenos de oro». Cito el final:

Desde mi honda rada en que te acuestas
has surgido sedienta,
nueva, y la plena mar
en que navego te rinde el milagro
libre de su espuma. Como manos, surgen rosas
abiertas, exhalantes,
de mi corazón mutilado, manos
que te toman dibujada entre las nuevas luces.

En suma, la mujer y el amor —aspectos íntimamente ligados a la creación poética— han pasado a un primer plano poético en esta parte segunda del libro, dominándolo todo[3].


[1] «Cada poema es un canto amoroso. Ahora desde una perspectiva más extensa, más corpórea, con sus arrebatos y fuego. […] El no tendría sentido sin el yo» (Ángel-Raimundo Fernández González, «Río Arga» y sus poetas, Pamplona, Gobierno de Navarra-Departamento de Educación y Cultura, 2002, pp. 66-67).

[2] De la estrofa final destaco la paronomasia «hago latir el loto».

[3] Para más detalles remito a mi trabajo «José Luis Amadoz, poeta “aprendiz de brujo”: cincuenta años de coherencia poética (1955-2005)», introducción a José Luis Amadoz, Obra poética (1955-2005), Pamplona, Gobierno de Navarra-Institución Príncipe de Viana, 2006.

La trayectoria poética de José Luis Amadoz: «Sangre y vida» (1955-1958) (3)

El tema de la creación poética, que ha ido apuntando aquí y allá en la primera sección poética del libro, se precisa de forma más clara en el poema octavo (lo he reproducido en una entrada anterior, al tratar de la poética de Amadoz). Y ese tema de la escritura creacional sigue en el poema 9, «Sí, con el último poema del día…», en el que habla el poeta de «superar mi anterior odisea del verbo», de la posibilidad de tener «la poesía del mundo / en nuestras manos». De nuevo nos encontramos ante un poema afirmativo, con presencia del sí y del yo: «yo que quiero ser mejor», «la luz de mi rosa», «sin miedo», «me entrego todo», «arrancado en sintonía pura / con las cosas», «rindo mi mensaje / en oro en la corona de mi letra», «de nuevo me vierto todo, / como lo hace la luz sobre mis ojos», etc.

Rosa y sol

Sorprendentemente, el poema décimo que remata «De mi recogida belleza» es un soneto; y he escrito «sorprendentemente» porque, salvo con algunas excepciones en este primer poemario, Amadoz nunca va a cultivar las formas estróficas tradicionales para decantarse por el verso libre de largo recorrido y ritmo cadencioso[1]. Además, es un poema que —valga decirlo en honor a la verdad— “suena mal”, sin que alcance un buen ritmo ni una medida lograda. En sentido positivo, cabe destacar la imagen, querida y repetida, de «mi alumbrada / rosa», destacada además aquí por el encabalgamiento versal. Respecto a su contenido, transcribiré las certeras palabras de Fernández González, crítico de fina sensibilidad, maestro y amigo al que con gusto estoy citando reiteradamente en este estudio:

El último poema (soneto) nos revela en sus catorce versos que el poeta y el hombre («unido en camino conmigo») se funden para remontar la corriente del río en que se inmolan, remando juntos con la palabra y las estrofas, intentando anclar toda la primavera[2].

Como balance de esta sección acogida bajo el título de «De mi recogida belleza», podemos afirmar que en ella se nos está enseñando lo que el poeta es, lo que el poeta tiene: la rosa, la luz, la palabra[3]; se nos muestra el yo poeta y su labor de creación; aparece en su relación con la amada, con el mundo y con las cosas; y apunta, levemente todavía, el tema de la muerte y la búsqueda (o necesidad) de Dios. En definitiva, no sería disparatado afirmar que en estos diez primeros poemas están, con cierto desarrollo o simplemente en germen, los principales temas poéticos de José Luis Amadoz[4].


[1] Recordemos que Amadoz trabajó de joven la simbología bíblica.

[2] Ángel-Raimundo Fernández González, «Río Arga» y sus poetas, Pamplona, Gobierno de Navarra (Departamento de Educación y Cultura), 2002, p. 66.

[3] «La palabra —escribe Fernández González— es fuego que alimenta y revive los ensueños tejidos con sombras, vientos, estrellas, ríos, primaveras, alegrías, regazos, sonrisas… perenne fuego todo. […] La entrega funde el mundo con ella mediante el fuego que Dios puso en nuestra sangre. hay en la voz lírica, en el poeta, un deseo de llenar el mundo de su risa y su alegría, de ser urdimbre que teja las cosas con su palabra, empujado por el amor» («Río Arga» y sus poetas, pp. 65-66).

[4] Para más detalles remito a mi trabajo «José Luis Amadoz, poeta “aprendiz de brujo”: cincuenta años de coherencia poética (1955-2005)», introducción a José Luis Amadoz, Obra poética (1955-2005), Pamplona, Gobierno de Navarra-Institución Príncipe de Viana, 2006.

La trayectoria poética de José Luis Amadoz: «Sangre y vida» (1955-1958) (2)

En el poema número 4, el poeta (el yo lírico) entra en comunicación con un tú, el de la mujer amada, del que pondera su «crecida belleza». El poeta sigue estando en soledad y apartamiento, como indican las imágenes «este nido apartado / de mi vida», «mi fuego / silenciado», «el hundido / fondo de mi sentida / rosa»[1]. El poeta es feliz apartado, mientras que la amada es rosa «enarbolada / en la labrantía de mi terruño pecho». El poeta anuncia que de su «mar recóndito» saldrá «el agudo coral de mi alma, / penetrado en tu más divino verbo»[2].

Después (poema 5), el poeta se dirige a un interlocutor distinto, la «hora desmedida» que vibra «la raíz última de mi último poema». El destinatario es un tanto ambiguo: ¿se sigue refiriendo a la amada o se trata de una alusión a la hora final de la muerte? Sea como sea[3], anuncia «mi deseo / de armar las cosas con mis labios» en «este gris otoño / en que todo pardea», de «llenar con tu fruto / mi vuelo vacío».

Rosa

El poema 6 es una composición altamente afirmativa: «mi rosa plena en su perfume», «el lejano fuego de mi palabra», «tu pereza / bella en el lindo marco de mi ensueño», «comienzo a ser hombre», «siento / inmensamente todo / lo alumbradizo y callado que todos / llevamos guardado», «mi tesoro / de hombre se va aclarando»… La composición se remata con un bello final, en el que el yo lírico es un «ermitaño puro» que tiene su sol guardado, es decir,

el reflejo agrandado
del Dios que en nuestra sangre
hermanado quiso abrir en nosotros
su caudal de fuego.
Tengo el soñar
eternizado del mundo en mis labios
sinceros retornado.

Luego de esta alusión al Dios humanado (que reaparecerá en distintos poemarios), encontramos en el poema 7 que el poeta se siente «huido del mundo»; afirma: «ya niño estoy disolviendo / las cosas al mirar», y también que quiere «tener presta mi pobre esperanza», «mis sangrantes / labios llenos de fuego»; con el deseo de que «enflore mi pecho calado», de que pueda ser en todo y llorar «en esta canción que han plantado en mis manos»[4].


[1] La rosa será un símbolo tradicional reiterado en la poesía de Amadoz (véase Ángel-Raimundo Fernández González, «Río Arga» y sus poetas, Pamplona, Gobierno de Navarra (Departamento de Educación y Cultura), 2002, p. 67, nota 35).

[2] «Llama la atención del lector atento la riqueza interior en la que todo, las cosas todas, incluso Dios, cobran nueva expresividad y se convierten en símbolos de lo individual intransferible. […] La amada se convierte así en ‘la raíz última de mi último poema’, es decir que ella es ella y es, también, la creación última de él» (Fernández González, «Río Arga» y sus poetas, p. 64).

[3] Fernández González, en «Río Arga» y sus poetas, p. 65, lo entiende referido a la amada: «Amor profundo, exento del entusiasmo erótico de otros poetas, pero que supone una entrega total […]. Alguien diría que estos versos resuenan con ecos románticos o de “dolce stil nuevo”. Y sin embargo no responden sólo a una idealización que llega hasta “el centro” sino que nos es devuelta revestida de las cosas y purificada».

[4] Para más detalles remito a mi trabajo «José Luis Amadoz, poeta “aprendiz de brujo”: cincuenta años de coherencia poética (1955-2005)», introducción a José Luis Amadoz, Obra poética (1955-2005), Pamplona, Gobierno de Navarra-Institución Príncipe de Viana, 2006.

La trayectoria poética de José Luis Amadoz: «Sangre y vida» (1955-1958) (1)

La Obra poética (1955-2005) de José Luis Amadoz se compone de ocho poemarios[1]. De ellos, tres fueron publicados en su momento como libros exentos: Sangre y vida (Pamplona, Ediciones Morea, 1963, que recoge poemas de los años 1955-1958), Límites de exilio (Pamplona, Ediciones Morea, 1966, con composiciones del periodo 1960-1966) y El libro de la creación (Pamplona, Gráficas Iruña, 1980, que reúne su actividad poética entre 1968 y 1974). Por otra parte, hay otros cinco poemarios, formados por poemas tanto inéditos como publicados sueltos en la revista Río Arga[2], pero que su autor no había dado a las prensas —por las razones que ya apuntamos— como libros independientes. Para esta recopilación del conjunto de su obra, Amadoz los ha reordenado y agrupado definitivamente[3] bajo estos títulos: Elegías innominadas (1981-1993), Poemas para un acorde transitorio (1992-1994), Mito de Andrós (1995-1998), Pasión oculta (2000-2002) y Callado retorno (2003-2005).

En sucesivas entradas, examinaremos el contenido de cada uno de estos ocho poemarios, analizando cuestiones de estructura, versificación y estilo, los principales temas y motivos, las imágenes y los símbolos manejados por el poeta, comenzando por Sangre y vida (1955-1958).

Cubierta del libro: José Luis Amadoz, Sangre y vida, Pamplona, Ediciones Morea, 1963

El primer poemario de José Luis Amadoz, Sangre y vida, que incluye poemas escritos entre 1955 y 1958, se publicó en 1963, en Pamplona, por Ediciones Morea, como número 3 de su colección[4]. Se trata de un poemario dividido en tres secciones: «De mi recogida belleza»[5], «Transfondo de mujer» y «Sangre y vida», que agrupan diez, seis y veinte poemas, respectivamente, numerados en arábigos. Nos encontramos, en esta primera incursión de Amadoz por los territorios de la poesía[6], con un poemario intimista, con versos en los que el poeta vuelca su corazón y su vida. En la primera parte, como ya parece sugerir el título[7], escribe solo, apartado de los demás, desde un íntimo recogimiento. A veces se identifica con un niño pequeño, con un pájaro en su nido, con un ermitaño, e introduce imágenes similares que hablan de apartamiento y fragilidad. Aunque en este primer libro poético predomina claramente la inmanencia, ya desde el tercer poema —en el que aparece la presencia de la muerte— queda apuntado el tema de la búsqueda de Dios. Los temas principales del poemario son la vida, el amor y la mujer, por un lado; en segundo término, la creación poética; y, en un plano de menor importancia, la reflexión sobre el hombre y Dios.

El desamparo, la soledad de la voz lírica, quedan patentes en el primer poema de «De mi recogida belleza», que comienza con el verso «Me han vuelto a mirar raro», y es frase que se repite más adelante. El poeta anuncia que la escritura va a ser reflejo de su sentimiento interior:

… sirvo
al corazón que se abre y madura
en este poema que deseara
fuera inmenso,
y planto las raíces rojas
de mi vida, a cielo suelto, en la helada
soledad de este viento que hoy me arrastra
y me hiere fieramente…

El segundo poema sigue por la misma línea de mostrarnos la íntima soledad y el desvalimiento del yo lírico («Sigo recreándome solo, en esta / mi pasión oculta»[8]), pero se abre ya a la presencia de la mujer y su belleza:

Sigo bebiendo, manantial sonoro, de lo inalcanzable, sigo cuajando
lo bello y hermoso que mi alma en surco hiere
los ojos.

En estos versos el poeta hace inventario de lo que tiene: «tengo palabras mudas […] / y tengo vida tejida / de muerte», y sobre todo: «te tengo a ti que reclamas / sin egoísmo un amor cualquiera, linda / mujer que arrancas de tu vacío vano / lo presto a embellecerse». Amor, belleza y creación poética se aúnan, pues anuncia ahora que busca «la eterna palabra / verdecida que el otoño no dora».

Un avance, un paso más allá lo tenemos en el tercer poema, que comienza «Uno está escondido, ya postergado…»; el yo lírico, nos dice, «busca luz / de dentro» y siente «deseos de amarlo todo». El poema se tiñe de expresiones de sabor místico («revelación mística»), se afirma expresamente que «la mística renueva / la vida entera». Al final, de ese impersonal «uno» que aparece en el poema se dice que

huye del mundo, de la gente, y busca
todo, busca sólo el sentido puro,
lo inmancillado, busca
el Dios achicado dando razón
de todo, y el beso mórbido
que señale la muerte:
ya dormido en sus brazos.

Apreciamos una progresión significativa en estos tres primeros poemas de Sangre y vida: en el primero, el poeta se nos mostraba solo; en el segundo, aparece la compañera amada; en el tercero, se menciona a Dios y la voluntad de echarse en sus brazos tras la muerte física, es decir, la idea de una trascendencia anhelada, aquí solo apuntada, pero que se desarrollará más ampliamente en poemarios posteriores, hasta acabar dominando totalmente en el último, Callado retorno. Así lo significa Fernández González:

Los poemas que van del tercero al octavo son un canto al amor y a la amada desde la interioridad más gozosa que se resuelve en un canto con melodías místicas (Dios, las cosas y tú fundidos en la luz de dentro, sin falsedad ni engaño)[9].


[1] Para una primera aproximación a la figura (vida y obra) de Amadoz, remito al capítulo «José Luis Amadoz Villanueva», en Ángel-Raimundo Fernández González, «Río Arga» y sus poetas, Pamplona, Gobierno de Navarra (Departamento de Educación y Cultura), 2002, pp. 63-78, palabras que se reproducen en otro libro suyo, Historia literaria de Navarra. El siglo XX. Poesía y teatro, Pamplona, Gobierno de Navarra (Departamento de Educación y Cultura), 2004, pp. 166-176. En el trabajo de Charo Fuentes y Tomás Yerro, «Río Arga», revista poética navarra. Estudio y antología, Pamplona, Imprenta Garrasi, 1988, se alude a Amadoz en el capítulo II, «Gestación de la revista», y se le dedican las pp. 117-122 de la antología final.

[2] Al preparar esta Obra poética, el autor ha optado por no indicar en ningún caso la procedencia de aquellos poemas previamente publicados. Pero quien esté interesado puede consultar los datos ofrecidos por Ángel-Raimundo Fernández González en el apartado «Presencia en Río Arga y poemarios inéditos», en «Río Arga» y sus poetas, pp. 73-78 (alcanzan hasta el número 100 de la revista).

[3] El lector atento observará que en estos poemarios nuevos hay algunos poemas que se repiten en dos lugares distintos. No se trata de un error. Son composiciones que el autor ha querido destacar especialmente, porque alumbran un pensamiento especialmente caro al poeta, manejan un símbolo o un motivo reiterado o encajan perfectamente en distintas circunstancias. De ahí que al preparar esta ordenación de su Obra poética Amadoz haya decidido voluntariamente conservar esos poemas repetidos en dos poemarios distintos. Precisamente, una de las características que da unidad al conjunto de su poesía es la repetición constante de ideas, de sintagmas, de frases y de motivos, que aparecen reiterados a manera de leit motiv o de ritornello musical, y en ese mismo sentido ha de entenderse esta repetición completa de algunos poemas, como un fenómeno de «aliteración poética» practicado también por otros poetas.

[4] El Director de Ediciones Morea era el periodista Hilario Martínez Úbeda, buen amigo de los poetas de Río Arga. El poemario constaba de 76 páginas y se cerraba con el siguiente colofón: «Esta primera edición de / Sangre y vida, poemas de José Luis Amadoz, / volumen 3 de la “Colección MOREA”, / se acabó de imprimir el día 13 de junio de 1963, / festividad del Corpus Christi, / en los talleres de Editorial LEYRE, / en Pamplona. // LAUS DEO».

[5] Escribe Ángel-Raimundo Fernández González: «La primera parte suma diez poemas que J. L. Amadoz dedica “A los que en su luz y fortaleza templaron mi vida y me hicieron un hombre nuevo: padres, esposa e hijos”. Es decir, la sangre del título, además, es parte primordial de la vida, aunque ésta, como se apunta en el intertexto transcrito de Pablo Neruda, proviene también de “más oscuros cauces”» («Río Arga» y sus poetas, p. 63). En el ejemplar de Sangre y vida que manejo no figura esa dedicatoria ni ese lema, que tampoco han pasado a la versión definitiva de Obra poética.

[6] Me refiero a la poesía publicada. Al parecer, y a tenor de lo indicado en la solapa de este primer poemario, con anterioridad a Sangre y vida existían unos Poemas primeros (correspondientes a los años 1951-1953), que no se llegaron a publicar en su momento ni se han recogido tampoco en esta recopilación de la Obra poética completa.

[7] El sintagma «mi recogida belleza» lo podemos entender en un doble sentido: esa belleza es la paz interior, que podría aludir también al acto de creación poética, o bien se trata de la belleza de mujer amada.

[8] «Pasión oculta» será el título de uno de los Poemas para un acorde transitorio, e igualmente del penúltimo poemario de Amadoz.

[9] Ángel Raimundo Fernández González, «Río Arga» y sus poetas, p. 64. Para más detalles remito a mi trabajo «José Luis Amadoz, poeta “aprendiz de brujo”: cincuenta años de coherencia poética (1955-2005)», introducción a José Luis Amadoz, Obra poética (1955-2005), Pamplona, Gobierno de Navarra-Institución Príncipe de Viana, 2006.