Antonio Vicente Abad, murciano, es estudiante de 2.º Curso del Grado en Lengua y Literatura Españolas de la Universidad de Navarra. Aficionado a la escritura creativa, su reciente paso por Sevilla, en el viaje curricular que tuvimos en el marco de la asignatura «Literatura barroca», le ha inspirado estos versos, que creo que no desmerecen —para nada— de otros a los que he dado cabida en esta sección de los lunes dedicada a Sevilla en la literatura. Ustedes juzgarán…

Sevilla despierta con la calma de quien ya lo ha visto todo,
con la sombra alargada de San Juan de la Cruz
arrastrándose por los muros,
con Quevedo afilando metáforas
como cuchillos bajo la lengua.En los patios, la luz dibuja endecasílabos sin esfuerzo,
y la brisa, esa brisa que todo lo nombra,
arrulla versos que no logro entender.
Góngora descansa en los balcones
donde la cal brilla como un soneto intacto,
y en los espejos rotos de las tabernas
Bécquer aún persigue reflejos que no responden.Aquí las palabras pesan más que los cuerpos,
se archivan en claustros,
se graban en el bronce de las campanas,
en los azulejos de frases perfectas,
en los muros que no aceptan mi voz.Mi lengua se vuelve torpe ante el paisaje.
Cada plaza es una página escrita,
cada esquina un epigrama que me ignora.
Intento escribir, pero el río arrastra mis versos
como un confesor implacable que borra toda huella.Llamo a la Giralda, pero ella solo responde a los suyos.
Golpeo la puerta de Lope y no me abre.
Busco un rincón en la biblioteca de Cervantes,
pero allí ya están sentados los inmortales.Miro a Sevilla, pero ella no me ve.
Aquí la eternidad ya ha elegido sus nombres,
y yo solo soy brisa sin peso,
ruido sin eco,
palabra que muere antes de ser escrita.
Una brizna residual de un aire que ya no existe.